viernes, 31 de mayo de 2019

"Cobro 10 lucas la hora", le respondí hoy a una alumna que me había consultado por clases particulares, para reforzamiento de lenguaje. "Barato", dijo ella, convencida sobre el precio del servicio. Una compañera suya, que estaba cerca, y había escuchado la conversación, se sorprendió y preguntó en qué andanza rara andaba. "¿10 lucas la hora? Profe, cuente, ¿en qué anda?", volvió a preguntar, insistente como ella sola. La otra cachó la talla, pero se quedó piola a un costado del asiento. "Lo que cobro por clase hecha pues", le dije a aquella chica, despejando cualquier clase de duda sobre mi integridad profesional. "No vaya a pensar otra cosa", le repetí. "Aaaah ya", remató la alumna, atreviéndose a insinuar, aunque fuese en broma, que su profesor podía estar incurriendo en alguna clase de emprendimiento carnal para poder sumar ingresos y llegar así a fin de mes, airoso, exultante.

jueves, 30 de mayo de 2019

¿Qué significa “hacerse hombre”? ¿Ganarle a quién? ¿A la muerte? ¿Defender tu metro cuadrado como gato de espaldas? ¿Enfrentar el chaparrón? ¿absorberlo a rostro descubierto? ¿Aplicar el código del samurái? ¿el código del perro fantasma? ¿Meterse la vida real al bolsillo? ¿conjurar la noche cuando aguarda la bestia? ¿volverse un animal al momento del sexo? ¿un cervatillo al momento de la ternura? ¿ofrecer un universo de confort? ¿vivir una vida que no sea apócrifa? ¿amar el proceso más que el fin? ¿invocar el riesgo y revocar el obstáculo? ¿crear una coraza impenetrable? ¿desarmar la coraza del mundo? ¿amar a la mujer; amar la bendición? ¿asumir un compromiso y a la vez cagarse en la prerrogativa? ¿urdir un plan y descartar su cuota de miseria? ¿para quién? ¿para ti? ¿asesinar el ego sin dejar evidencia? ¿rugir cual león enjaulado? ¿reír cual hiena nihilista? ¿observar el abismo, limpiarse los bigotes y luego ser observado de vuelta? ¿derrocar el sistema; volverlo tu imperio, tu laberinto personal? ¿matar al padre? ¿abrazar a la esfinge? ¿intuir el sinsentido; el borrón universal? ¿volverlo escritura? ¿volverlo tachadura?
Se cortó la luz en el preu mientras los cabros realizaban un ensayo psu. Inmediatamente, de un silencio absoluto, la clase pasó a un auténtico zafarrancho. Los celulares, que estaban guardados por motivo de la instancia solemne, se volvieron luminarias en medio de la oscuridad general. "¿Qué pasó, profe? ¿qué pasó?" gritaba una chica consternada. Otros no aguantaban la risa nerviosa. "Ahora, copiemos!", gritaba un cabro de más al fondo, haciéndose el oportunista. Atiné entonces a prender mi computador aún con carga de batería, y le dije a los chicos que me esperaran hasta que subiera a la oficina y consultara la situación con la secretaria, única cara visible en esos instantes de emergencia. La secretaria miraba hacia la ventana exterior que daba a la calle. Afuera también se había cortado, a excepción del supermercado. Todo indicaba que se trataba de un desperfecto en el sistema eléctrico del plan de la ciudad, producto de los repentinos chaparrones. "Esperemos un rato a ver si vuelve", me decía la secre. Le confirmaba que era lo mejor. Pasaron cinco minutos. La luz aún no regresaba. Ya era hora de bajar y explicarle a los cabros que podían retirarse y dejar el ensayo para otra ocasión. Tan pronto fui con esa idea en mente bajando las escaleras, la luz retornó al instituto mágicamente. Cómo será que los cabros, presos de la ansiedad, ya habían anotado sus nombres en una lista y ya habían preparado sus mochilas para retirarse, movidos por el ánimo convulso post tinieblas. "Épale!", demasiado luego para retirarse. Para mi sorpresa, algunos ya habían apretado cueva sin mediar explicaciones. Otros tantos, honestos o demasiado embotados para despegar el culo del asiento, habían decidido quedarse a la última sesión de la jornada. Todos lucían más o menos conmovidos luego de semejante apagón, excepto uno. Un cabro que durante todas las clases se sienta en cualquier parte de la sala y no emite ninguna, pero ninguna palabra en lo que resta de tiempo. Un cabro extremadamente callado, hasta invisible. Sus compañeros apenas logran advertir su presencia. Seguramente, durante el lapso en que el instituto se volvió una fosa prehistórica, y la pizarra asemejaba la galería de la caverna de Platón, el cabro permaneció ahí, en esa misma posición impertérrita en la que había llegado. La fuga y posterior reinvocación de la luz no provocó ni un gesto de inmutabilidad en este solitario cabro. Tan pronto habían vuelto a funcionar los miserables tubos fluorescentes de la sala grande, el cabro daba por terminado el ensayo. Se arregló, pescó sus cosas, me entregó el papelito con el facsímil y se viró de ahí, indiferente como una estrella errante en un universo caótico. Para algunos, todavía no se había hecho la luz.
Debido a la sobredosis de café que he ingerido durante este día lluvioso (como 6 vasos de nescafé) como que ando inusualmente contento, hasta sonrío solo. No vayan a creer que es mi estado natural, es solo un efecto autoinducido. Eso, para que quede claro.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Soñé cuestiones cuáticas estas noches, verdaderos golpes bajos. El lunes, por ejemplo, soñé que nos echaban a todos de la pega, sin razones aparentes. Anoche, soñé que una mina de años me pateaba. Pero nada fue tan brígido como cuando desperté, escuché el sonido de la lluvia y recordé que todavía tenía la ropa colgada de ayer. Tan solo recordar eso desestructuró por completo mi sistema. 

Y ustedes ¿ya se acordaron de quitar la ropa colgada (de sus vidas)?
"Wow, al parecer no resultó, si sucedió es porque me dieron razones, cada uno que murió fue por algo", se dejaba leer en una carta dejada por un joven estudiante del Patagonia college en Puerto Montt. Habría iniciado una balacera, supuestamente luego de haberse sacado una nota roja en la asignatura de Química. "¿Quieren vivir o no?", les habría advertido antes a algunos de sus compañeros. Incluso le habría comentado a un profesor, que vio el documental de la matanza en Columbine (tal vez a modo de "inspiración"). Alcanzó a dispararle a uno de sus compañeros. Salió herido, sin gravedad. El cabro, por su parte, está detenido, esperando ser procesado. Primera vez que ocurre por estos lares que un estudiante se incrimine contra una comunidad educativa a punta de balas (en el verano recuerdo que hubo una amenaza virtual de un loco de derecho de la católica de valpo, que al final acabó en nada). El cabro en cuestión no alcanzó a perpetrar muerte alguna. Por ende, no se puede hablar de matanza. Sí de una intentona. No existe en Chile (todavía) una cultura del ataque a colegios por parte de estudiantes, como sí la hay en Estados Unidos. Este hecho frustrado podría tratarse, si me apresuran, de un comienzo, de un ensayo error. ¿Podrá ser posible que la estrecha relación con yanquilandia se haga manifiesta hasta en esas circunstancias? Por lo pronto, aún no existe la figura del lone wolf adolescente chileno. Se viene fraguando en ciernes o quizá solo es cuestión de tiempo para que entre en acción.
El mismo fenómeno que ocurrió con GOT ahora ocurre con Pacto de sangre: una gran masa de seguidores desencantados con el final. ¿Es Pacto de sangre acaso la nueva GOT? ¿Por qué la gente le exige finales lógicos a las series, y no se los exige a sus vidas? ¿Será que subliman las falsas expectativas de sus existencias a través del aparato de ficción? Interesante fenómeno, el de los finales infelices y su horda de detractores impetuosos.

martes, 28 de mayo de 2019

Cuático cómo una sesión de ensayo PSU se vuelve lo más parecido a una interpretación pedagógica del 4'33 de John Cage: un aparente silencio bajo el cual, sin embargo, se escuchan conspirar sonidos tales como celulares vibrando, murmullos, risitas, masticadas, hasta la voz del profe de la clase contigua. Un silencio protocolar, un silencio performático.

domingo, 26 de mayo de 2019

Me declaro alguien medianamente desprendido. Ayer, por ejemplo, fui a botar una vieja frazada y una chaqueta de lluvia con telarañas al tacho de calle Carrera. Apenas hice el impulso para botar las prendas, un tipo me atajó in situ. El tipo caminaba en dirección opuesta al tacho, y, al parecer, había hurgado en él, sacando una bolsa plástica de dudoso contenido. “No bote eso”, dijo, pillándome con los brazos alzados y las prendas en el aire. “Mejor regálelo”. Lucía especialmente interesado en la chaqueta. “Pero está llena de telarañas”, le dije, insistiendo en deshacerme de ella (culpo a mi TOC por ese acto de desecho). Al tipo no le importó y, en cambio, estiró su brazo, demandante. Pasó por mi cabeza vendérsela, pero, renunciando a la tentación mercantil, fui consecuente con mi premisa inicial y me deshice de tan molesta chaqueta, regalándosela al tipo, de una vez por todas. La revisó encantado, la trajinó un poco, y luego se la colocó sin problemas. Regocijado con mi involuntaria muestra de generosidad, volví a la casa a buscar otras cosas más para desechar, entre ellas, algunas fotocopias inservibles. Mucha otra gente frecuenta aquel tacho de basura con la esperanza de reciclar alguna que otra cosa. Lo que uno desecha, otros lo recuperan. Se podría decir que el tacho de basura es el epicentro de cierto equilibrio clandestino, cierta política del despojo, merced al ejercicio del botar y el recoger. Lo que uno desecha se vuelve basura, pero deja de serlo en cuanto otros la recuperan. La basura no es lo desechado. La basura es únicamente la condición material del despojo.

jueves, 23 de mayo de 2019

Pasó algo hoy. Una alumna sentada sola en la fila de adelante, en una esquina que le tapaba la visión, me llamó. Creí que se trataría de alguna duda respecto a la actividad en clase, pero no. Se trataba de ella. No paraba de tiritar y su rostro se notaba irritado. Le pregunté qué le sucedía. "Le digo afuera, mejor", señaló la alumna, prefiriendo evitar el contexto de la clase. Esperaba que le diese permiso para salir. De ese modo, la encaminé hasta la puerta de salida. Ya afuera de la sala, y sin la vista de sus desconocidos compañeros, la alumna se quebró delante mío. Tiritaba aún más que en la sala de clases, y estuvo a punto de llorar, pero consiguió contener las lágrimas, tan solo para alcanzar a explicarme qué le sucedía. "Sucede que estoy cansada, profesor. Tengo depresión y no sé qué hacer", fue lo que dijo la chica, con el rostro nervioso ante la contención emocional. No supe qué decir. Traté de calmarla, diciéndole que se despreocupara de lo referente a la clase de lenguaje, que se lo tomara con calma y fuera al baño. Así lo hizo. Sin pretender ahondar en su condición, entonces se dirigió lentamente al baño a mojarse la cara y a pasar un rato el incómodo momento de aflicción. Al rato, se le veía entrar por la sala, de nuevo hacia el rincón que había elegido como su nicho. Tenía la cara húmeda, aunque ya había dejado los tiritones. Me acerqué a ella y le dije que se tomara todo el tiempo que quisiera en lo relativo a las clases. Que, de hecho, la prueba misma tampoco era un asunto de vida o muerte. Al escuchar este improvisado intento de empatía, se limitó a sonreír un poco, diciendo: "Gracias, profe. Pero para mí no hay tiempo". En cuanto escuché su respuesta, quedé helado. No quise comunicárselo a ella, pero insistía en mi majadero apoyo protocolar. Así la chica guardó rápidamente la guía que tenía pendiente. Luego me pidió el correo del curso y permiso para poder retirarse. De un momento a otro, salía de la sala, a paso calmo y con un adiós apenas perceptible para el resto del curso, demasiado abstraído tras esa breve escena. Sus declaraciones fueron contundentes: para ella simplemente ya no había tiempo. Y, al parecer, tampoco espacio, ni clases, ni prueba. Únicamente, una profunda desazón.
Si hay algo que encontré genial en el último capítulo de GOT (a pesar de no seguirle el hilo hace mucho) es que el rey fuera finalmente un wn fuera de la norma elegido por un enano casi persuadido. Un loco parco, quitado de bulla, inválido y, para más remate, incapaz de tener hijos. Un anti rey. Un raro con corona. Una apología épica de lo freak.

domingo, 19 de mayo de 2019

He cachado que la única forma de hacer la pega en el Preu entretenida (considerando que trabajo 30 horas) es agarrando las clases un poco pal hueveo. Así, por ejemplo, el otro día, una chica que practica kickboxing (y que, según contaba, estaba a punto de disputarse un campeonato regional) se mostró indecisa respecto a un ítem de una guía. Luego de haberle preguntado por su alternativa, no estaba segura si fuese esa que escogió. Cavilaba sobre ella por unos segundos, junto a otras compañeras. La alternativa tenía que ver con un ítem de plan de redacción. Al rato de cavilar, decía haberse rendido. Entonces, recordando que la chica era buena pa los combos, le propuse un pequeño desafío. Que hiciera cuenta que la PSU era un enemigo cabrón al que debía derrotar en un único round. "Imagínese que está en una esquina, y que la PSU la tiene acorralada, contra la espada y la pared. ¿Qué hará? ¿Tirar la toalla? ¿O probar un último combo breaker?" (este último concepto lo había repetido cuando ella daba alguna alternativa que empezara con la letra C, tanto así que se volvió su sello, al igual que la chica de La Ligua que en otra clase habló de la b de baca). La chica en cuestión no se tomó demasiado en serio el desafío, aunque, en un momento, miró a ambos lados, donde se encontraban sus amigas, y, sin mediar aviso, soltó su respuesta final: "B, profe. Es la B. No me pregunte por qué, pero esa es". Al escuchar su respuesta, me sorprendí por el solo hecho de que había acertado completamente, solo que ella aún no lo sabía. Todos en el curso esperaban que confirmara su resolución y disipara sus dudas. De ese modo, di un paso al frente y le pregunté: "¿respuesta definitiva?", (tratando de emular aquel ridículo concurso televisivo de Quién quiere ser millonario, puesto que la revisión de los ejercicios en ese instante era lo más parecido a un concurso de esas características, o bien a un Pasapalabra demasiado institucional). El suspenso se apoderó de la clase durante el lapso de la pregunta. Bastó un minuto para que la chica, ya más segura, alzara la voz y respondiera afirmativamente. Fue cuando me di la vuelta y escribí la alternativa B en la pizarra, que los cabros volvieron sobre sus guías y algunos miraron a la chica que, asombrada, no podía creer que le había dado al blanco. "Era B de batalla", le dije una vez más, a la joven luchadora. Para rematar, le advertí que le colocaría el tema de Rocky. "Jajaja no hace falta", contestaba, extrañada por esa inédita coincidencia entre la alternativa correcta y el desafío improvisado. "La cagó", se le alcanzó a decir a una de sus amigas, mientras le cubrían el hombro, como si hubiese vencido una mocha en la vida real, como si realmente le hubiese hecho un KO a un enemigo imaginario. Era una batalla entre miles. Una simbólica. Quizá qué otros combos seguirá asestando, fuera de la clase. Qué otras batallas le deparen (aparte de la fastidiosa prueba), o qué guerra interna esté librando en este mismo instante.
La última película que vio Ian Curtis antes de colgarse en la cocina de su apartamento, un 18 de Mayo de 1980, fue "Stroszek" de Werner Herzog. En la película, el personaje principal, un tal Bruno S, decide emigrar de Alemania y viajar a América en busca de mejores oportunidades. Se dice que en una escena, aparecía un pollo que baila. Habría sido la última imagen que vio Curtis. Un reflejo de él mismo, dando pasos de epiléptico en el escenario y en la propia vida.

Chernobyl (relato de sueño)



Soñé con Chernobyl. No precisamente con el accidente nuclear, sino que con la serie HBO. En el sueño se sucedían varias escenas de mi vida, pero bajo el lente de la producción cinematográfica. Los escenarios posibles estaban cubiertos de una espesa bruma y como de un sabor a metal. Lo raro era que todo en ellos discurría de una manera ecuánime. Por ejemplo, en una parte, recorría un cerro similar al de mi adolescencia. Era de noche. Paseaba tranquilamente al alero de la oscuridad, solo que acompañado de aquella extraña toxicidad que se apoderaba del organismo de los personajes en la serie. En el sueño esa toxicidad solo actuaba de manera vicaria. Su corrosión quizá era solo psicológica, no fisiológica. Ya llegando a una curva en el camino cintura, el sueño pasó a otro plano. En este, unos desconocidos que identifiqué de inmediato como amigos o quizá solo compañeros de ruta, bajaban por un barranco, a la salida de una casa en lo más alto de un cerro, en el contexto de un paseo del cual ya no tengo recuerdo. A medida que los intentaba alcanzar, con tal de buscar alguna condenada proximidad, estos comenzaban a mostrar comportamientos extraños. Unos se devolvían buscando a no sé quién; otros sencillamente seguían bajando, tal vez tratando de buscarle algún sentido a su repentina reacción. El ambiente en ese escenario volvía a llenarse de aquella bruma y de aquel gusto metálico. 

Tan pronto me devolvía para intentar seguir a una joven que rehuía el grupo, desesperada, comenzaban a salirme ronchas en las manos. Seguía andando de todas maneras, buscando a aquel grupo disperso. De pronto recordé que, dentro de las coordenadas de aquel espacio onírico, se hallaba mi antigua casa. El problema era que su dirección obligada era por donde se hallaba en un principio aquel grupo que se desplazaba erráticamente. Fue así que, con una infección creciente en mi cuerpo, aunque sin sus consecuencias dolorosas, seguí caminando a paso cansino por aquella bruma cada vez más espesa. En cada calzada intuía la cercanía de algún paraje cercano a mi incierto destino. A lo lejos divisé de nuevo a aquella chica, pero ya no lucía desesperada, solo se alejaba del grupo, mostrando evidentes signos de erupción dermatológica, aunque ya sin la perturbación que en un comienzo la aquejaba. Al conseguir divisarla, la usé como faro humano. Fui siguiendo su derrotero, creyendo que esa sería mi salvación. A medida que la seguía, incontables memorias de mi vida volvían a pasar por mi cabeza como bajo un celuloide echado a perder de tanta reproducción. Las memorias eran fugaces, y casi nítidas, solo que acompañadas de aquel barniz tóxico que parecía invadir también el espacio interior. Conforme aquellas memorias se hacían más rápidas y su componente de toxicidad aumentaba, la travesía a través del cerro se hacía más difusa. La chica en un instante se detuvo. Retrocedió unos cuantos pasos, miró hacia donde estaba yo, y salió corriendo. Se dio cuenta de que alguien la seguía. Entonces corrí, corrí. Mientras corría, las ronchas crecían, volviéndose insufribles. Fue tanto que, llegado un punto, simplemente desistí, sobrepasado por la hostilidad del entorno. Hasta que, de forma milagrosa, hincado sobre mis rodillas, a un borde de una vereda, la bruma se abrió y se dejaba ver poco a poco la esquina que revelaba la ubicación de mi antigua casa. 

La chica faro había desaparecido. Se había marchado, demasiado imbuida en su derrotero personal, quizá a reencontrarse con su grupo de origen, quizá a perderse. De ese modo, me incorporé y caminé a través del callejón que ocultaba la antigua casa, en toda la vereda por donde bajan los vehículos. Cuando me dispuse a cruzar, una micro O bajó repentinamente, emitiendo un estruendo caótico. Dentro de la micro se alcanzaban a avizorar algunos pasajeros con máscaras de gas. En la parte de atrás, antes de bajar la calzada, me di cuenta que se encontraba aquella chica. Se arrimó hacia el fondo de la micro y asomaba su rostro cubierto con la máscara, colocando sus dos manos infectadas sobre el vidrio trasero. Así, se fue alejando hacia paradero desconocido, improvisando un adiós acaso involuntario. En ese momento, no cabía otra explicación que el extravío, que las consecuencias de una contaminación que ya comenzaba a asolar no solo el ecosistema sino que los espacios más recónditos de la mente. Entonces, en un acto reflejo, me di la vuelta, hecho un auténtico leproso, y me dirigí hacia la entrada de la antigua casa, hacia el callejón. En cuanto llegué allí, se apareció de pronto un fantasma. El fantasma en cuestión tenía el semblante y la figura de Lenin. En estricto rigor, el fantasma de Lenin había estado penando en mi antiguo barrio. La radiación de la que se hablaba en la serie HBO tenía origen en la central nuclear con el nombre del viejo fantasma. Lenin, pues, como la sombra de una revolución fracasada, se posó sobre la entrada de la antigua casa, impidiéndome el paso. La emanación a este punto se hacía más y más corrosiva. Avanzar siquiera, se volvía algo francamente imposible. Fue cuando el fantasma de Lenin estuvo a punto de pronunciar un lenguaje parecido al humano, con la reminiscencia de alguna arenga apocalíptica en medio del caos, que todo alcanzó su punto máximo de toxicidad. Así, todo volvía de forma abrupta a una escena clave de la serie. Una escena en la que la gente de Chernóbil, reunida en la calle en masa, divisaba a lo lejos, con una mirada llena de reverencia y de espasmo, un haz de luz producto de la emanación nuclear en medio de la noche, y, a su alrededor, unos niños jugando alegremente, mientras llegaba la policía a evacuar el lugar y comenzaban a aparecer, en los rostros de los niños, las primeras secuelas de la radiación. Del resto ya no recuerdo otra cosa que la bruma, la persistente bruma. 

viernes, 17 de mayo de 2019

Acabo de pasar por la plaza. Una niña iba en un triciclo seguida de su madre. Un paco hacía guardia en una patrulla, cerca. Vio a la niña y le dijo: -Te la cambio-. La niña vio inocentemente la patrulla. Apretó fuertemente su triciclo. El paco saludó a la madre. Esta le sonrío. Fue hermoso.
En el contexto de una clase sobre el texto expositivo, le mostré a los cabros un reportaje sobre el uso de la benzodiazepina como droga. Uno de ellos al fondo atendía el celular mientras el de al lado de jockey le tocaba el hombro. Al finalizar el reportaje, me dirigí a ese grupo de chicos. El de jockey preguntó, irónicamente, dónde podía conseguir una caja. "Es cosa de googlear", le respondí, aludiendo al mercado negro y a su facilidad de acceso, explicado por el propio periodista del video. Luego, le pregunté si había consumido alguna vez alguna clase de sustancia ilícita. Dijo que no, que era sanito, pero que conocía a alguien que sí le hacía. Los demás se dieron vuelta misteriosamente, durante un silencio repentino, para saber de quién se trataba. El cabro aquel volvió a tocar el hombro del chico del celular. Este, al verse señalado, se pronunció y dijo que quién no la ha hecho alguna vez. (Se sabía implícitamente que este cabro le hacía a alguna cosa, quizá marihuana, quizá coca, pero solo captando la indirecta del grupo del fondo). Los demás dijeron yaaaa! Una vez dicho aquello, el cabro se atrevió y me preguntó de vuelta si acaso yo no había consumido alguna droga cuando "joven", -En sus tiempos de universitario, cómo no le ha hecho a algo, o puro estudio usted?- replicó el cabro, esperando la respuesta angustiosa. Seguramente, y siguiendo lo del video, el chico asociaba esta conducta a lo vío. El que no cachara sería catalogado inmediatamente como perkin. -No, nunca-, le dije, -no cacho nada-, repetí, como para intuir más o menos qué es lo que me iba a responder este joven drugo. El cabro se rió inmediatamente y dijo: -Adóoonde, usted sí le ha hecho a algo. Usted tiene que cachar. Solo que se hace el leso-. Al fin, la respuesta esperada. No podía delatarme respondiéndole con la verdad frente al curso, pero tampoco podía mentirle del todo. De todas maneras, se trataba de un secreto a voces, solo atendido por estos cabros, los pillos, los más drugos de la clase. La benzodiazepina mental, por otra parte, ya había cobrado la memoria del resto de sus compañeros que, inadvertidos o quizá demasiado indiferentes, no pescaron mucho y siguieron leyendo el texto que tenían enfrente como si se hubiesen estancado en un bad trip, y la clase a su alrededor no hubiese sido otra cosa que una emanación de su inconsciente, demasiado imbuido en su volá.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Veo el futuro diáfano en el horizonte: al final los amantes de GOT y los que no ven la serie se disputarán el trono de hierro de la autorreferencia, en una apocalíptica batalla campal que incluirá spoilers y memes incendiarios de un bando y del otro, todo con tal de dejar la cagá y dominar el reino virtual con una fuerza inusitada.

viernes, 10 de mayo de 2019

Día del alumno. Poca concurrencia a clases. Fue tanto que ya llegado el final del tercer bloque los pocos que quedaban comenzaron a irse. Los tres pelagatos que restaban se sumaron a la moción. Les di las guías de la siguiente clase para que las revisáramos la próxima semana. Así, el cuarto y último bloque de la jornada se declaraba desierto. Qué mejor forma de celebrarles el día a estos jetones que despachándolos antes, dije entre mí, autoconvencido de esta inaudita circunstancia, dejando el instituto como corresponde, sin cerrarlo como un vil portero, y caminando tranquilamente al terminal a mis anchas, por fin a una hora prudente.
Pasar por fuera del colegio de la cuadra y escuchar el sonido de las banditas militares. Pensar que en mi época de escolar sobornaban a los cabros con sietes para que participaran. Nunca lo entendí como estudiante, tampoco ahora como profe.
Había una moneda de diez guacha en el suelo de la sala de clases. Como nadie la reclamó ni se dio por aludido, la recogí. Pregunté a un cabro de más al fondo si le pertenecía. El cabro en cuestión dijo que no, que tampoco la necesitaba, que la hiciera piola y me la quedara, ya que es preciso "abrazar la buena suerte". De ese modo, la guardé en la chauchera, dándole vuelta a los dichos del cabro sobre la moneda ¿qué habrá querido decir? Según parece, el hecho fortuito de encontrar una moneda de diez tirada en la sala de clases implicaba para el cabro alguna suerte de augurio; de lo contrario, no se habría molestado en advertirla. Cabe señalar que si él hubiese sido el que la recogiera, quizá nunca habría llegado a tan señera conclusión y su hallazgo hubiese sido de lo más furtivo. Pero entonces ¿a quién le pertenecía esa moneda? ¿a algún compañero descuidado? ¿tal vez a otro profe? puesto que la moneda permanecía botada, acaso padeciendo la propia insignificancia de su precio simbólico, la discusión sobre quién la poseía en principio ya no importaba más. Le pertenecía a quien la encontrase, así de simple. Y eso era lo que el cabro quería subrayar, en el fondo. Una moneda guacha que completara la gamba para el pasaje, o bien, que reuniera el molido suficiente para deducir el sencillo del día. 

De vuelta en la Sol del Pacífico, parte del sencillo que requería para la locomoción de mañana fue posible reunirlo gracias a esa monedita. La guardé celosamente. En una de esas le pagué al chofer con un billete de veinte. Como el chofer iba contando un fajo de efectivo mientras conducía presurosamente por Errázuriz, puede que no se haya dado cuenta. Entre medio de ese conteo frenético, esa prestidigitación sobre ruedas, el chofer de pronto sacó el vuelto y agregó un billete de más a la suma. Un billete de cinco lucas. Lo supe de inmediato, y esperé a que el chofer reclamara el billete, advirtiendo el descuido, cosa que nunca sucedió. Ya que el chofer nunca reclamó aquel billete de cinco, opté por quedarme piola (recordando el consejo del cabro) y lo guardé rápidamente junto al resto del vuelto. Un maestro también puede aprender de sus alumnos. Había que abrazar la buena suerte, aunque no tuviese otro precio que el extravío ni otro valor que lo ajeno.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Debe ser como la séptima vez que muere Ray Bradbury. Su muerte es ciencia ficción pura, un loop eterno...
El presidente de la Comisión de Trabajo de la Cámara Baja, Raúl Soto, propuso el 4 x 3, es decir, trabajar solo cuatro días y destinar tres para el descanso, aunque con la misma cantidad de horas semanales (45). Eso significaría, de acuerdo a las matemáticas, trabajar 12 horas durante tres días, para el cuarto día trabajar 9. Por su parte, Monckeberg, ministro del Trabajo, propuso que los trabajadores entren a las 7.30 en lugar de a las 8 de la mañana para así salir al menos una hora y media antes y, de acuerdo nuevamente a las matemáticas, evitar a toda costa la terrible "hora del taco". Aquí seguramente los trabajadores tendrán la excusa perfecta para ahorrar su tiempo y seguir derrochándolo como se les venga en gana, porque, según consta en nuestro código laboral, las matemáticas nunca fallan, el tiempo es oro, y más vale trabajar para vivir, que vivir para trabajar.

viernes, 3 de mayo de 2019

Tercera vez que encontré el mismo sticker arriba del bus vía aeropuerto de Calera a Valpo. El sticker en cuestión decía: "quedarse quieto es cosa de cobardes". Curioso que siempre estuviese pegado en la ventanilla de al fondo donde suelo sentarme. A medida que el bus iba aumentado su velocidad, miraba hacia afuera en la carretera, no perdiendo de vista tampoco el sticker. Entonces, mientras permanecía quieto, echado raja, adentro, paradójicamente, desde la perspectiva de la locomoción, también uno avanzaba con ella. Era a un tiempo un cobarde, simplemente por quedarme quieto y dejarme andar, y a su vez un iluso, por pretender que el movimiento del bus sosegaría esta conciencia sobre mi cobardía ambulante.

jueves, 2 de mayo de 2019

Un chico escribía una carta de amor durante la clase de la mañana. No alcancé a cachar bien lo que decía, pero se notaba que era de amor por el formato, la disposición del remitente y el destinatario, y, además, por el entusiasmo que le ponía al escribir, tanto así que se abstraía de la clase. Me acerqué al chico y, haciéndome el leso, le pregunté qué era lo que escribía. (las chicas que lo acompañaban en el grupo ya lo sabían, haciéndole una suerte de apoyo moral). El cabro respondió que se trataba de algo íntimo. No quiso entrar en más detalles, demasiado imbuido en la prolija escritura de la carta. "Déjelo, profe. No ve que se pone rojo", decía una de las compañeras, como apañando. Así que fui a vigilar a otro grupo. De lejos, y para mi impresión, se veía que la caligrafía del cabro era perfecta, inclusive hasta su disposición tipográfica. En cuanto me di vuelta, y me alejé unos metros, queriendo dejarlo en paz con la escritura de la carta, el chico levantó el dedo izquierdo y me llamó para que volviera. Ya en el puesto, preguntó "¿cuándo va el punto aparte, profesor?, necesito que me ayude con eso". Le respondí que aquel punto le serviría para separar los párrafos englobando ideas generales. En este caso, impresiones, sentimientos. "Entonces, para la conclusión de la carta, debería ir un punto aparte, y luego el cierre ¿cierto?", volvía a preguntar el cabro, urgido por la correcta redacción. Le dije que eso era lo que tenía que poner, y señalé a la distancia, casi simbólicamente, al final de la carta, justo antes de la inclusión del remate, procurando no invadir el texto. En aquel remate, el cabro había colocado "Tuyo...". El mismo recurso epistolar que ya había leído en el Diario de un seductor de Kierkegaard o bien en las cartas de Henry Miller a Anais Nin. El tuyo, la declaración de posesión amorosa, seguida del nombre del escritor amante y remitente. Una vez advertido ese recurso, el cabro ya daba por finalizada su carta para guardarla entre los apuntes de las otras clases. Agradecía la ayuda con sinceridad en el momento que se daba la vuelta para seguir con lo que debería estar haciendo. El cabro me quería para lo realmente importante: la redacción de una carta de amor. El trabajo de la clase podía esperar. Es más, ese era "su" trabajo de la clase. No deja de ser admirable el que todavía existan jóvenes escribientes a pulso, que se aboquen a escribir una carta de tales características. Pessoa decía que todas las cartas de amor eran ridículas. No me pareció que la ridiculez del asunto tuviera que ver necesariamente con la escritura, sino que más bien con la lectura apócrifa del sentimiento amoroso. Yo, un perito de la formalidad linguística, pero un lego en lo que refiere a dicho contenido, me hallaba junto al cabro, sirviéndole de guía únicamente en la consecución de la escritura de su carta, pero totalmente ajeno a su alma e inhabilitado emocionalmente para hablarle de aquello tan personalísimo e intraducible, aquello que solo el cabro en ese momento podía sentir y que guardaba con recelo. Solo podía ser, en aquel instante, el profesor de lenguaje del amor, pero, jamás de los jamases, el profesor del amor (a secas).

miércoles, 1 de mayo de 2019

"La clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire. Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir”, mencionaba David Foster Wallace en El rey pálido. Tal vez la definición más certera respecto a la experiencia laboral asumida desde la posmodernidad, recordando aquellas pegas de los empleados públicos del IRS que se pasaban horas y horas revisando manualmente declaraciones de renta, con poca o ninguna ayuda informática, mientras nuestro escritor se detenía en las divagaciones que hacían sus personajes oficinistas sobre sus problemas dermatológicos a la hora de tomar el café. (La reflexión absurda para sacar la vuelta; sacar la vuelta como la vuelta de tuerca al trabajo). De acuerdo a la definición ofrecida por Foster Wallace, entonces ¿qué oficios o trabajos han tenido ustedes que caigan dentro de este espíritu? Pensé en algunas pegas de lo más monótonas y tautológicas. La misma de conserje que llevo ejerciendo de vez en cuando durante algún tiempo. También se me vino a la memoria una pega que realizamos con unos amigos, en la cual había que plantarse en un sitio cercano a una carretera donde fluyera harto tráfico para hacer un conteo de los vehículos que por allí pasaban, de acuerdo a diferentes categorías de análisis. Creo que hace un par de semanas caché a unos cabros en esa misma situación, a la altura de av Marina en Viña. Se habían tomado una pequeña esquina a la altura del puente para desarrollar su labor de hormiga, pacientemente, de manera estoica, a vista y paciencia de los transeúntes que por allí pasaban, corriendo el riesgo de también ser incluidos en esa lista neurótica.
Me llega una cadena wasap de una coordinadora del instituto donde boleteo. Celebra a los trabajadores. Sería genial que, en lugar de pagar con cheque por el trabajo hecho, el pago fuera por medio de una transferencia tan expedita e inmediata como esa misma cadena viral sobre el día del trabajo.