Volvió C. Faúndez al puerto. Recuerdo, a vuelo de pájaro embalsamado, algunas cosas, por ejemplo, su libro "Variaciones sobre la vida de Norman Bates" y su presentación en la sala Rubén Darío de la Universidad de Valparaíso, en el contexto de la Semana Fantástica. Tiempo después, Faúndez me regaló un ejemplar con la dedicatoria que sigue: el "poeta fantasma". Se me vienen a la mente unos pasajes de la obra, en particular, el de la bomba en la feria del libro y el del poeta inmolado. También me acuerdo de una conversación a la salida del taller de poesía en la Santa María. Faúndez llamaba a la poesía, "la madre de todas las ciencias". Se rió cuando algunos lo compararon con el personaje de Anton Chigurh, interpretado por Javier Bardem en la película "Sin lugar para los débiles" o "No es país para viejos", basada en la novela homónima de Corman McCarthy. Su parecido era escandaloso. En una volada poética, me lo imagino volviendo a Valpo, con una pistola de aire comprimido, cobrando algunas cuentas pendientes. Intrigas y rumores aparte, había cuestiones suyas, imágenes ineludibles, que, de cierta manera, también contribuyeron a su personaje y a su escritura. De él aprendí el perfilado de "Vidas paralelas", un ejercicio que consistía en reescribir las vidas de ciertos sujetos anónimos en clave literaria. Ahí salieron algunos trabajos que espero poder retomar algún día, como la creación de la breve biografía del "Tuco", aparte de una serie de textos con descripciones poéticas sobre diferentes objetos sacados de la Revista de Mecánica popular. Sobre su poesía, tengo pendiente su clásico 34, pero alcancé a leer unos versos suyos que publicó mucho después en una antología, cuando ya había "desaparecido". Destaco las siguientes líneas, muy representativas de su derrotero: "Has venido, lo sé por los restos de migas que has dejado en la mesa, lo sé por la puerta mal cerrada de la cocina, lo sé por los papeles desperdigados, lo sé por los libros caídos, derrotados, al fin y al cabo, también sé que antes aquí hubo una fiesta, para las palabras de todos los días, con las cuales te encerraste sin querer ver a nadie, ni siquiera a ti, pero fue otro el que apareció con la luna, y quién es este, preguntaste, encendiendo un cigarro, el último, y después, preguntas, dónde estás?".
sábado, 18 de octubre de 2025
"Y entre las ruinas del cotidiano apocalipsis, te encuentro para danzar en la pálida sutileza del agorero enjambre que te envuelve, entonces detienes la confusión y por un largo rato somos relámpago olvidado tras un espejo, quizás último reflejo de un nidal abandonado fuerza binaria del silencio, inquietante alegría de lo impuro e imperecedero." Outro, La lechuza en el laberinto.
"El Mercurio en ascuas". Crónica sobre el incendio del diario El Mercurio de Valparaíso. (Primer borrador)
Capítulo uno
“Antes que estallase, el árbol estaba junto al árbol, la casa junto a la casa, cada uno separado del otro, independientes. Sin embargo, lo que estaba aislado es unido por el fuego en un tiempo mínimo. Los objetos aislados y diferenciables se funden en las mismas llamas. Se igualan hasta tal punto que desaparecen del todo”. Eduardo Correa, El incendio de Valparaíso.
El 19 de octubre del 2019, tras una jornada de disturbios, desconocidos ingresaron por la fuerza al edificio de El Mercurio de Valparaíso, en calle Esmeralda con Pasaje Ross, e incendiaron el hall y sus oficinas. Al menos, eso es lo que dijeron los típicos periodistas con su lenguaje fabricado en serie. No fui testigo directo, aunque sí estuve en la ciudad, relativamente cerca, cuando todo ocurrió y pude ver, a través de la televisión local, cómo era quemada la entrada y la fachada del edificio. Mientras brotaban las llamas, advertí las imágenes y los estados en redes sociales, muchos de ellos, entusiastas; otros tantos, más escépticos, guardando cierta distancia crítica. La reacción inmediata siempre es visceral. Así se vivió, en el momento en el que las llamas del histórico diario se propagaban por toda la cuadra y se sumaban al descontento generalizado.
A la imagen incendiaria se sumó luego la polarización política a nivel país, la calamidad sanitaria y, en lo personal, una serie de circunstancias muy íntimas que me golpearon y me marcaron profundamente. En efecto, la quema de El Mercurio vino en forma de conspiración, como si se tratara de una conciencia abrasiva. Escuché durante mucho tiempo los lamentos y también los gritos eufóricos. Volví una y otra vez sobre aquel fuego persistente en la memoria. Pero no había que dejarse arrastrar por la ruina ni por la voracidad de la violencia. Antes bien, había que servirse de lo vivido para seguir machacando las palabras.
A casi seis años de aquel ataque, los recuerdos permanecen calcinados. Aún no se logran identificar a los presuntos responsables. Un hermetismo y un silencio perturbador siguen rodeando los restos de la histórica instalación. ¿Quiénes? ¿Cómo? ¿Por qué? Son las preguntas que han permanecido a la sombra, creando un manto de incertidumbre, preguntas que no he dejado de rumiar en todo este tiempo, cada vez que camino por fuera del edificio abandonado o lo que quedó de su estructura. Es esta la inquietud que, incluso después del periodo álgido del “estallido social” y de la pandemia mundial, me impulsó a volver sobre mis pasos y regresar a Valparaíso para investigar qué pasó realmente aquella noche.
(...)
“La memoria es este momento” decía un afiche pegado en un muro del edificio del diario El Mercurio. Ahí me detuve, cuando volví al lugar. Recordé, de pronto, aquella noche dolorosa. Se hizo carne y visión en ese mismo instante. La ciudad nocturna, sus pavimentos sucios y sanguíneos, la afrenta, la huida, se encarnaron en ese mismo momento. ¿Se tratará acaso la memoria de una reconstrucción instantánea, gatillada por un recuerdo que carga con todo el peso de su historia? ¿Será acaso el momento del afiche el mismo momento de su lectura y el mismo momento de lo evocado de manera extemporánea? ¿O podría tratarse de una invitación cínica a reivindicar el presente, sin otra pretensión que su intensidad? Puede ser todo y nada a la vez, o cada cosa por sí sola. Seguí mi camino, tratando de pensar en el momento mismo de mi caminata, en su pura pulsión motriz, enterrando, muy al fondo, las resonancias de un tiempo que aún no acaba de terminar.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)