martes, 17 de noviembre de 2015

He ido aprendiendo por pura experiencia que todo tiende a la entropía. Lo recordé después de la mudanza. Una pieza que se deja estar simplemente vuelve al polvo. El orden es arbitrario. Completamente personal. Una cuestión puramente voluntaria. Una muleta para la vida. El viento que entra desordena los muebles. Los libros apilados se van carcomiendo si no se leen. La lluvia humedece el techo. Todo se hace mierda. Asimismo en las clases, si el curso queda solo, si los alumnos intuyen una mínima cuota de improvisación queda la cagada. Vuelven a su estado normal. De libertinaje. Como todo. De esa forma, un poco de acción es siempre necesaria, pero nunca suficiente. Al menor atisbo de descuido, el mundo conspirará para hacerte sentir chico, para contradecirte, para volverlo todo desorden. Ese desorden es a simple vista la ruina de los planes pero no es más que el movimiento natural de las cosas. Digo esto mientras le saco el sarro a la taza de café dejada anoche para volver a planificar, en la que una mosca permanecía muerta, como burlándose de esta palabrería, de este intento de controlarlo todo, de ponerle bozal al caos...

Vuelvo a ver Taxi Driver por TCM. Siempre se descubre algo nuevo, como ese taxi conocido que tomas donde mismo pero siempre con gente distinta, otra jodida historia única en cada viaje. Frase de la noche: "hay que hacer algo, no se sabe qué, pero algo de verdad".