sábado, 4 de septiembre de 2021

“Profe ¿no le pasado que lo han intentado funar por opinar distinto? A mí me pasa en los foros de K Pop. Hay mucho troll”, me dijo una alumna de Tercero el viernes. “Incluso me han tratado de facha, de pinochetista, de todo. Imagínese”, volvió a decir, intrigada. Apenas terminó la clase, se acercó a mí, tras haber expuesto un ejemplo concreto sobre argumentación. Le respondí que hay ciertos temas que, al plantearse en redes sociales, causan de por sí polémica y que había que ser muy cuidadoso. El problema –le repetí- era la falta de discusión intelectual, prácticamente inexistente en aquellas redes, donde abunda la pura emocionalidad y el ataque personal hacia quien consideran su adversario. Tras escucharme, la alumna me siguió hasta el patio y continuamos hablando del tema. “En realidad detesto eso, profe. A una la tratan de facha por no estar de acuerdo con los saqueos y la violencia, y también de comunacha, por otro lado, por estar de acuerdo con ciertas demandas sociales. No sé, ya da como miedo decir algo”. La alumna se mostró preocupada, a la vez que intentaba encontrar respuestas, luego de haber expuesto el ejemplo sobre la Constituyente en clases. “Efectivamente, esos sitios no están hechos para el debate con altura de miras. Lo mejor es que no se desgaste en eso. Trate de estudiar sobre los temas y saque sus propias conclusiones. Luego, aprenda bastante sobre argumentación, que es lo que veremos la próxima clase”. En el fondo, comprendí la inquietud de la alumna y, hasta cierto punto, empaticé con ella. A su vez, ella también lo hizo conmigo, porque, de lo contrario, no se habría acercado de forma tan entusiasta. La chica quedó conforme con la recomendación, pero se notaba que aún no podía entender el por qué se caía en esa dinámica tan tóxica. “No sé, profe. A veces no dan ganas de decir nada y considero injusto que una tenga que callarse para que no te agredan”, volvió a decir la chica. “Por supuesto que es injusto, pero, a veces, lo más inteligente es no caer en eso y conversar con aquel que esté dispuesto a debatir”, le aconsejé, en ese momento. Palabras de profesor que dije de buena fe, aunque, en el fondo, tuviera la misma preocupación que ella, con respecto a los espacios de discusión en universidades, asambleas políticas y círculos, se supone, con sentido crítico. Lo verdaderamente agobiante es constatar que, fuera de las redes sociales y de los foros de K Pop, la cosa no funciona muy distinta a la lógica ad hominem, el impulso de deshumanizar y colonizar al otro, sobre todo en aquellos sitios que se suponen destinados para temas trascendentes. Aún nos queda la escuela, me digo, entretanto. La sala de clases como último reducto democrático, en donde las ideas puedan brotar, libres de ideologización y de ánimos caldeados, puestas en contraste bajo una sana disputa, pese al curriculum de fondo.

Dulce

Tras pagarte el trago, te acerqué hacia mí y te recité un verso de Huidobro: “El mundo está amueblado por tus ojos”. Dijiste que no conocías al poeta y que nunca antes te habían recitado algo así. Luego, te quejaste en broma del frío al pasarte las manos por la cintura. Entonces, nos acomodamos a la barra junto a una estufa que había. Me contaste que venías de Venezuela, aunque solo de paso, sin mayores planes. Que trabajabas en esto por mientras, para poder ayudar a tu mamá. Que se te ha hecho difícil por el tema covid, pero que, de todas formas, estás encantada con el país. Yo te conté que hago clases y que tengo pensado, a futuro, seguir estudiando. Me miraste, al principio, curiosa. Querías saber en dónde quería estudiar y qué cosa. Te respondí que en mi ex Universidad y que quería especializarme en algún posgrado en Literatura. “¿Tu ex?” preguntaste “¿Como una ex novia?”. Te volví a responder que no, riendo por la talla. Mencionaste que decirle ex a la casa de estudios era equivalente a borrarla de tu vida, que lo mejor era nombrarla con orgullo. Enseguida, me pediste que me acercara y me mostraste algunos videos de Tiktok por el celular. Te pregunté por qué me los mostrabas. Me respondiste que podía usarlos para mis clases, que la herramienta de Tiktok podía ser muy útil para trabajar con los chicos. “Casi todos los chicos andan en esa. Podrías subir algunos shorts o videos cortos por Tiktok, poesías o libros. O incluso, podrías pedir mandar de tarea hacer cortos tiktok con contenido literario”, me dijiste, muy convencida, a la vez que bebías el trago que te pagué. Para convencerme de tu idea, me volviste a mostrar videos, pero unos en que un joven recitaba rimas sueltas en tono lírico, con un estilo medio freestyle. Dijiste que podía hacer algo así con ellos, para engancharlos a la literatura mediante la aplicación, aunque cambiando el lenguaje. “Mira, ¿qué te parece? Algo así, como lo que hace él, pero sin caer en palabrotas”. Te dije que me parecía una idea genial y que nunca antes la había considerado, porque, para serte franco, siempre me había resultado más una tontera que una auténtica herramienta didáctica. “¿Ves? Aprendiste algo nuevo, profe. Valió la pena venir a tomarse un traguito conmigo”. Terminaste, luego de colocarte el abrigo sobre la silla. Me repetiste, al abrazarme, que nunca antes te habían recitado unos versos como los que te recité al principio. Te pedí que los repitieras, pero se te habían olvidado, así que te los volví a recitar. “El mundo está amueblado por tus ojos”. Agradeciste esas hermosas palabras y te me quedaste mirando, como si quisieras amueblarme. “Recuerda, cariño, eres un diamante en bruto”, me dijiste. Para ti, pretender estudiar literatura era ser algo así como un diamante humano. Tus dichos los sentí sinceros. De modo que te agarré las manos, el rostro y te lo volví a agradecer. “Si es que vuelves, seguimos hablando y me cuentas cómo te fue”, dijiste, antes de despedirte. Te pagué lo último y me abrazaste, para luego hablar con la cajera y volver al camarín con luces de neón.
La Corporación Humanas, Centro Regional de Derechos Humanos y Justicia de Género en Chile, de acuerdo a sus reportes financieros, recibió dinero (45 mil dólares), el año 2018 y 2019, de parte de la Open Society Fundations, principal fundación de George Soros. Como sabrán, este señor es conocido por financiar organizaciones encargadas de impulsar causas progresistas a lo largo del mundo, con miras a una visión de “fronteras abiertas” inspirada en la filosofía de Karl Popper. Se le ha acusado de quebrar la Banca de Inglaterra en 1992 y de promover un “travestismo filantrópico” que redunda en grandes divisas a costa de políticas de ingeniería social. Ahora, esto se puede discutir abiertamente, pero lo que todavía no cabe en la cabeza es cómo ciertos movimientos que se pretenden anti sistema y anti capitalistas, en teoría, pueden aceptar recibir fondos de parte de multimillonarios, legitimando así, una vez más, la concentración del poder económico. Hay, por lo bajo, una contradicción en los principios o una falta de transparencia ideológica. En el peor de los casos, derechamente, corrupción.