sábado, 10 de diciembre de 2016

En la calle Uruguay había un hombre idéntico a Enrique Lihn. Atendía un cyber café. Se le preguntó si podía imprimir un documento desde el correo. Dijo sin más: "Lo siento. El sistema se ha caído. No hay conexión". Recordé la zona muda. No había nada más que decir después de eso. Me despedí de Lihn al instante, con sus palabras en la cabeza. Salí en busca de otro lugar. Pero antes, decidí vitrinear la feria del día sábado. En la esquina de Uruguay con Pedro Montt, donde se colocan los puestos de libros a causa de los trabajos en Plaza O'Higgins, había un librero similar a Gabriel García Márquez, justo frente a uno de los muros rayados. Se le consultó sobre la novela Confesiones de una Máscara de Yukio Mishima. Dice que no ha visto a Mishima por estos lados. Lo dijo como si lo conociese personalmente, no como si se tratase solo de literatura. En ese breve paseo ni Lihn ni García Márquez pudieron ayudarme. Sin embargo, la pregunta de fondo no es cómo puedan hacerlo. La pregunta es qué necesidad hay de poner a Lihn en un cyber café y a García Márquez en una tienda de libros usados. Qué necesidad de reconocimiento. De representación. Acaso solo un juego de espejos. De máscaras vencidas por tanta calle.