viernes, 24 de julio de 2015

Paseo inmoral (segunda parte)

IV 

A medida que caminamos de regreso a esa galería repleta de curvas como una premonición de lo que nos encontraríamos más al fondo, saboreamos en el ambiente ese olor a encierro, a sudor, a trago, la pura alquimia para los rezagados de la ciudad, para los caminantes que van siguiendo rastros de mujeres como perros olfateando alguna evidencia criminal. De pronto, entre jadeos, B señala al techo diciendo ¡Eureka! Encontramos allí el negocio del siglo. Soñamos con instalar nuestro propio café con piernas. Nos volveríamos emprendedores de golpe para olvidar años de miseria pedagógica. Un emprendimiento como ningún otro, uno a flor de piel y en edad de merecer. En broma, nuestro café con piernas se llamaría Pollita´s Bar. A pesar de ser ese sueño una digresión producto de la alta hora y los grados etílicos, no deja de sonar una cuestión materialmente posible, con el suficiente pituto y las lucas para levantar los cimientos de esta salvaje empresa. Incluso nuestro impulso de índole hormonal podría evolucionar hacia una clase de arrojo capitalista. Pese a que resulta una idea tentadora, sería, en todo caso, renegar de esa especie de ética clandestina y sin vergüenza que nos hemos forjado entre curva y curva, doblando las esquinas sin otro móvil que el hecho de ligar. Ese paseo inmoral, a simple vista, banal, se ha vuelto nuestra venganza personal contra las circunstancias de la vida. Para B, se trata de desquitarse de la sombra del trabajo y la del amor habitual. M, en el fondo, solo va a saciar su hambre más impetuosa, producto de su fobia social. Yo me encuentro justo al medio: es la revancha contra el mundo y, a la vez, la satisfacción de una cuestión tan urgente como elemental. 

Seguimos caminando dentro de la galería, junto con B y M, hasta llegar al café Afrodita. Afuera de la puerta se asoman un par de chicas que nos esperan para entrar. Extrañamente, ninguna de ellas parece sacada de un mito. Se ven tan parecidas a las minas de los cerros porteños que parecemos entrar a uno de esos callejones imposibles por intrincados y escondidos. 

B nos comenta al paso, luego de saludar a las chicas de la entrada. 

-¿Saben compadres? Estas minas son entera chanas. Podrían descender de la tribu de las chanas, cachaí?-. 

-Jajaja, ¿pero cómo así?-, le pregunta M. 

-Una tribu pos, una tribu como la de las amazonas, de esas minas guerreras, pero “warriors”-. 

-Ah ya, te sigo la onda, o sea, guerreras del sexo-, dice M. 

-Jajaja algo así, guerreras, chanas-. 

Nos ponemos a un costado de la barra del Afrodita. No hay ninguna chica al medio, solo las de la entrada, las “chanas” que ya saludamos. 

-¿Que no hay nadie en la barra?-, se pregunta M. 

-Tranquilo, ya nos van a atender-, le respondo, con tal de que el piloto se relaje. 

En eso, se abre una puerta a nuestro lado izquierdo. Sale una chica muy joven, despampanante, una verdadera ninfa que despunta por no tener esa apariencia chana, sino que más bien una fachada de mujer fina y delicada. Una belleza algo frágil en un ambiente que puede exacerbar el mal gusto. La ninfa camina hacia la barra y, al vernos solos ahí esperando, se acerca a nosotros para dirigirnos la palabra: 

-Hola, ¿qué tal?-, apertura de protocolo de la chica que, al escucharla, suena demasiado tierna. Nos miramos con los otros pilotos, en señal de aprobación. 

-¿Cómo se llaman?-, vuelve a preguntar la ninfa. 

-Hola, yo soy B. Él es M, y el otro de allá es S-, responde B. 

-Un gusto, chicos. Yo me llamo Scarlett- 

Ella nos saluda de mano a los tres, con un ademán bastante suave. 

-¿Qué van a querer?-, pregunta ella. 

Nos volvemos a mirar con B y M. 

-Una chela de a litro, Heineken-, dice M. 

-Yo una Cristal sin alcohol-, dice B. 

-Pediré lo mismo que mi amigo-, le digo a Scarlet. 

-¿La sin alcohol? ¿La Heineken?-, pregunta ella. 

-No, jaja, la Heineken, también de litro, por fa-, le respondo. 

-El único que desentona aquí es mi amigo-, le digo a B, mientras observo a Scarlett. 

Ella ríe, y camina hasta el refrigerador para sacar las chelas. 

-No tenías que decir eso-, me susurra B muy cerca. 

-Una broma no más jaja-, le digo a B, buscando relajarme. 

M, en tanto, revisa unas cosas que lleva en su mochila. Scarlett viene con las cervezas para cada uno. Nos sirve a los tres, y se acerca a nosotros. 

-¿Les gusta el lugar?-, pregunta la Scarlett. 

-Yo no había venido acá. No frecuento mucho estos lados-, respondió B. 

-Sale pal lao-, le dice M al instante. Scarlett sonríe. 

-¿Por qué? ¿Quiere decir que ya han ido a otros cafés?-, vuelve a preguntar ella. 

-Sí, hemos ido, lo que pasa es que mi amigo dice que no al Afrodita-, le contesto a Scarlett. 

-Ah ya, entiendo. Bueno, como pueden ver, no es muy distinto a los lados donde han ido, pero tiene su toque ¿no les parece?-. 

-Sí, ahora que lo pienso, tiene algo único. Por ejemplo, ahí hay una rockola para colocer música-, dice M. 

-Así es, y tiene de toda música, no solo lo que escuchan en otros lados-. 

-¿Como por ejemplo?-, le pregunto a Scarlett. 

-Como esto-, dice ella. Saca dos monedas de cien, va hacia la rockola y las coloca ahí para elegir un tema. Coloca I put a spell on you de Creedence en el tocadiscos. Un temazo que acaba de una vez con todo el ambiente chabacano que rodea el contexto del café. Al sonar, la melodía dota al Afrodita de una onda mística. Scarlett se acerca nuevamente a nosotros, y nos dice, levantando las manos. 

-¿Vieron? Aquí se toca rock clásico también- 

En ese momento la veo, totalmente embobado. M hace un gesto con las manos como de tocar batería. B no pesca mucho y sigue bebiendo, aunque no perdiendo de vista al mujerón que tenemos enfrente. 

-¿Y a ustedes qué música les gusta? Ya caché que ustedes son rockeros, porque reaccionaron al toque. No sé si el amigo de al lado le guste-, dice Scarlett, refiriéndose a B, que no es muy asiduo al rock pero que sí vacila mucho la música cuando tiene a una hembra a su lado. 

-Pues, definitivamente somos rockeros-, le respondo a Scarlett, escuchándonos con atención. 

-Y también metaleros-, agrega M, haciéndole honor a nuestros gustos extremos de Enseñanza Media. 

-Pero qué buena, chiquillos. Yo vacilo todo eso, el rock, el metal, he estado en tocatas, recitales. Cuando era más pendeja me encantaba Lacrimosa, por ejemplo. Era más gótica. Ahora he estado escuchando otros estilos, más rocker, cachai?-. 

Así se expresa la Scarlett, nuestra ninfa rockera del Afrodita. Un verdadero encanto. Nick Hornby tenía razón en este punto. Tras la lectura melómana de una figura deseada, se puede adivinar la química y el carácter en común. Pero había que recordar también la máxima de Tom el fracasado y no pretender que por escuchar la misma música fuésemos a ser almas gemelas. Como dice B, no enamorarse, sin antes haber presionado play y algo más. 

Seguimos bebiendo las Heineken con M, mientras conversamos con Scarlett. B ya se terminó su Cristal cero. 

-¿Quieres otra?-, le pregunta Scarlett a B. 

-Sí, por fa, guachita, otra Cero-, le responde este. 

M revisa sus apuntes del Instituto. Parece muy ocupado, considerando que estamos en un café donde se supone venimos a relajarnos. 

-¿Qué buscai tanto?-, le pregunta B a M. 

-Nada, solo unas guías que están fondeadas-, responde este. 

-Deja un rato esa wea, loco, y olvídate-, le dice B. 

-Ya, calmao-. 

En eso, Scarlett vuelve a la barra. Le pasa la Cero a B. Se pone a hablar con otro tipo que llegó hace poco, aunque sin despegarse demasiado de nuestro lado. De repente, comienza a mirarme, cuando el tipo se pone a conversar con un amigo. Ella se acerca a mí y dice: 

-Te he visto. Estoy segura-. 

-Disculpa, ¿dónde, cuándo me viste?-, le pregunto. 

-En la casa ¿recuerdas?-. 

Efectivamente, Scarlett había llegado a la casa un día, invitada por un vecino inquilino venido de Colombia. Aquella vez la saludé casi por cortesía, sin llegar a intuir que era el mismo bombón que ahora deslumbra de entre las guerreras con una belleza refinada, un toque de griega, algo de Afrodita, pero también de latina. Scarlett me vio en la casa aquella vez. La idea de llevarla a la cama aflora de inmediato. Uno se puede consagrar con esas posibilidades, porque no se dan siempre. Según dice B, prácticamente menos de la mitad de los hombres de nuestra edad puede acometer esa hazaña sin dinero. Pero lo primero, antes de ese deseo, era prolongar esta tensión tan exquisita. Esta complicidad entre decibeles. 

-Ah ya, claro, te vi por el pasillo-, le digo a Scarlett. 

-Ajá, me había invitado un amigo tuyo, uno colombiano-. 

-Ah claro, lo ubico de la casa, es inquilino, buena onda él-. 

-Sip, muy amoroso él-. 

-Demás-. 

Sonrío, y la mira fijamente, intuyendo, con eso, que ella fue a la casa a tirar con el inquilino. Ella también lo sabe y me responde con una sonrisa de vuelta. 

-Oye, a propósito. Sabes que ando buscando casa-. 

-¿En serio?-. 

-Sí, así que si sabes de algo donde arrendar te estaría muy agradecida-. 

-Ok, no hay problema. En cuanto sepa de algo te aviso-. 

Scarlett guiñe el ojo. Ante la búsqueda de casa, se presenta en mi mente la posibilidad de invitarla a la mía. M sigue bebiendo y mira fijamente a la pantalla sobre el nivel de la barra, con videoclips de música bachatera. B sigue bebiendo su Cero y, aprovechando el silencio, le pide a Scarlett que se acerque y le dice algo al oído. Desconozco qué fue lo que le dijo, pero prefiero no preguntarle, respetando la jugada del piloto. Scarlett deja de escuchar a B, y se dirige a nosotros nuevamente. 

-Ya, chicos ¿qué vamos a escuchar ahora?-. 

M es el primero en pronunciarse. La llama para decirle qué puede colocar de música. De ese modo, van juntos a la rockola para elegir el próximo tema. B los mira, y luego voltea la mirada para hablar conmigo. Me dice: 

-Oye, buena onda la flaca. Cacha que se ha quedado harto rato con nosotros. Y eso que no la hemos invitado-. 

-Igual considera que hay re pocas minas, y ella es como la única a esta hora de la noche-. 

-Demás que sí-. 

-Oye ¿y qué le dijiste wn?-. 

-Nada, qlo metido-. 

-Suéltala, no seai maricón-. 

-Jajaja nada importante-. 

-Sale pa allá, algo le dijiste, por eso lo tienes oculto-. 

-Tranquilo papá-. 

M regresa con nosotros, y Scarlett vuelve a acompañarnos junto a la barra. Ella se ha mostrado más apañadora que todo el resto de cafeteras hasta el momento. 

-¿Qué colocaron?-, le pregunto a M. 

-Puse Motley Crue. Kickstart my heart-, responde él. 

-Pulento, medio gusto de la mina-. 

-Sí, en realidad, gusto de ambos-. 

Se mete Scarlett a la conversación, animosa. 

-¿Les gusta chiquillos?-, pregunta ella 

-Puro rock and roll-, le respondo, haciendo el gesto del cornudo. 

-Y también algo de metal-, agrega M, bebiéndose el último sorbo de chela. 

Cuando empiezan a sonar las guitarras y la batería del temón, se arma una verdadera fiesta rocanrolera dentro del Afrodita. 

-Yeeeeah!-, exclama Scarlett, moviéndose al son de Motley Crue, con movimientos de cadera y de brazos que emulan a aquellas groupies jóvenes de los años ochenta. Con B y M miramos a Scarlett moverse, extasiados, aplaudiendo y siguiéndole el ritmo. 

Al acabar el tema, Scarlett se apega a la barra, y vuelve a hablarnos. 

-Guau, eso estuvo bien movido-, nos dice. 

-Y elegimos el mejor tema-, le comenta M. 

-Sí-, agrega Scarlett, algo agitada. -Oigan, ¿y a ustedes les gusta bailar?-. 

B responde de inmediato: 

-Pues claro, cariño. Vamos a la disco a ponerle bueno, ¿o no, amigos?-. 

M niega con la cabeza. Yo, en cambio, le asiento tímidamente, y digo: 

-De vez en cuando, su vacile en la disco no es malo-. 

-Pucha que son bacanes-, comenta Scarlett, muy en buena onda: -sí pos, si uno puede perfectamente ir a la disco y al otro día vacilar en una tocata, o no? Al menos eso es lo que hago cuando tengo libre. La wea es pasarla chancho-. 

-Tú lo has dicho, preciosa. Pasarlo chancho, como ahora-, afirma B, y levanta su Cristal Cero. 

-Esa, mi amigo-, le dice Scarlett, chocando su propio vaso de cerveza con la botella de B. 

Esa es la flexibilidad que entra a tono con su cuerpo y simpatía, y también el reflejo de una lectura musical más profunda, en sintonía con el espíritu que habíamos estado templando desde tiempos escolares. 

Aprovecho de pedirle a Scarlett otra chela para pasar el rato. Vuelve con una Heineken. Me la sirve y, entrando en confianza, comenzamos a hablar sobre su visita a la casa. 

-Oye, Scarlett ¿y qué onda mi inquilino el colombiano? ¿Has hablado con él?-. 

-No, desde la última vez que tiramos en su casa. Después de eso, me llamaba a cada rato. Se me anduvo enamorando, y por eso lo mandé a la mierda-. 

-Jaja, pero ¿cómo?-. 

-Eso pos, que no lo pesqué más, porque se pasó rollos, aunque igual pasamos una noche a toda raja-. 

-Me imagino jaja-. 

-Cobro bueno, y lo disfruto-. 

-Hay que gozar no más-. 

-Como dice el dicho: al que le gusta celeste, que le cueste-. 

Quizá eso sea lo que buscamos, no la ilusión del alma gemela ni el modelo de chica dispuesta para amar y construir juntos el sueño americano de clase media, sino que esa belleza fugaz, frágil pero fogosa, con algo de guerrera, pero también de ninfa, una cuestión feroz pero también tierna, que espera la consagración en carne para dibujar en el tiempo otra noche de leyenda. 

M y B, pese al entusiasmo mostrado hace un rato, se ven algo cansados. Al parecer, ya han cumplido la cuota. Lo puedo intuir por su actitud, y su premura al beber sus respectivas chelas. B se acerca a mí, y me dice: 

-Perro, yo cacho que es hora de partir-. 

-¿Tan luego wn?-, le pregunto. 

-Sí, ando con toda la carga. Pa la otra invitamos sí o sí-, afirma B. 

-Ya wn oh. Igual déjame despedirme-. 

-Andai entusiasmado parece-. 

M, por su parte, al ver que me entusiasmaba más de la cuenta con Scarlett, me señala entre líneas que se va. 

-Ya, compa, yo me voy-, señala M. 

-¿Voh también?-, le pregunto. 

-Sí loco, tengo que llegar a revisar unas weas de la U-. 

-Calmao, deja despedirme de Scarlett, que se ha portado tan bien hoy, y nos vamos wn-. 

Scarlett escucha esto y dice: 

-Pucha, qué lata que se vayan chiquillos. Aún es temprano. En todo caso, pa la próxima me pillan y yo los apaño-. 

-Por supuesto, guachita linda-, comenta B, y le da un beso en la mano. 

-Ya, nos vemos-, se despide M, y se apresura en irse junto con B. 

-Te esperamos entonces-, grita B, cerca de la salida. 

-Sí oh, ya voy, vayan caminando no más-, le digo, fuerte. Todos alrededor escuchan por un momento nuestra conversación a distancia, pese al ruido de la música. Le pido a la Scarlett que se acerque otro poco. Tengo pensado en invitarla a la casa, pero, por un instante, me arrepiento y le digo otra cosa. 

-Scarlett, ¿cuándo vuelves?-. 

-Mira, no sé, pero si te das una vuelta los findes, puede que me encuentres-. 

-Ya, queda pendiente una invitación-. 

-¿Y por qué no ahora?-. 

-Pucha, no lo creo. Me encantaría pero debo irme-. 

-Está bien, pero para la otra me invitas-. 

-Trato hecho-. 

Le estrecho la mano a la Scarlett y le paso una propina extra por la atención. Me despido de ella con un beso en la mejilla, y me encamino rumbo a la salida para reencontrarme con los amigos afuera de la galería de caracol. Scarlett, en cierto sentido, nos había abierto la puerta, y esta continúa abierta para nosotros. La puerta de mi casa, en tanto, permanece cerrada, pero, en cualquier momento, volverá a abrirse para ella. Es que eso tan único que tiene es todavía más melancólico por su singular simpatía. No es solamente por el negocio, el sucio dinero de siempre, es por esa transparencia de la carne, que alcanza a reflejar en ella una cuota de virtud. Quizá sea porque he visto demasiadas veces Taxi Driver, pero eso es lo que esa chica venida del Afrodita me inspira. Una cuota de virtud en medio de la inmundicia. Musa perdida. Solitaria. 



El próximo local que visitamos es el Rito en calle Eleuterio Ramírez, a una cuadra de la galería caracol. Esta vez fuimos con B durante la noche. Se trata de un lugar bastante estrecho, con una barra a un costado izquierdo de la entrada y unas escaleras que son el acceso a los privados. Este simple detalle implica que, invitando a una de las chicas, uno se eleva, tal como ocurre con los privados del Konducta, y contrariamente a lo que ocurre en el Angra, donde los privados se realizan en la parte inferior, cual descenso a un averno de erotismo. 

Apenas llegamos, pedimos a la mesera del lugar un par de Becker. Nos sentamos a la barra, y B dice: 

-Veremos qué nos depara la noche-. 

Le digo: -Nada más-. 

-Venimos re poco para acá igual-. 

-Sí wn, lo que pasa es que nos queda lejos. Pero igual está piolita-. 

Vuelve la mesera del lugar, y nos pilla conversando. Al notar que no hay ningún otro cliente alrededor, se acerca a nosotros, y dice: 

-¿Qué tal? ¿Cómo se sienten?-. 

-Bien, bien, nos gusta el lugar-, le respondo. 

-Aunque hemos venido poco, pero nos agrada-, agrega B. 

-Mal pos, deben venir más seguido, miren que la cosa ha andado media lenta-, dice la mesera, preocupada, pero conservando la soltura. 

-Me imagino, hay días y días-, le digo a la mesera. 

-Lamentablemente, más que días, semanas en que la cosa no se mueve mucho. Yo antes trabajaba en otros cafés de acá de la cuadra ¿no sé si cachan?-, dice la mesera. Nos miramos con B ante sus dichos. -Por ejemplo, en el Kábala. Allí eran un poco pesados con nosotras pero no faltaba la clientela. Debe ser yo cacho por un tema estratégico. Además estamos muy mal ubicados, creo yo ¿qué dicen?-. 

B le responde a la mesera: -Puede ser, pero piensa lo siguiente... si hacen algo para que el local surja a pesar de los contratiempos, demás que repuntan. Es cosa de ponerle algo único, hacer algo que no se haga en otros lados. Así se correría la voz y vendría gente-. 

La mesera comenta: -Buena idea, y gracias por eso, aunque para todo hay que tener lucas. Habría que hablar con el jefe para que se ponga, y así darle un empujoncito extra al café. Además consideren que frente a nosotros está el Pan de Azúcar. O sea, es harta la competencia-. 

Le digo a la mesera: -Sí, fuerte competencia, pero con mayor razón. Ahí está el incentivo-. 

B agrega: -Ahora que estamos en esta, podríamos ser del equipo de gestión, dando ideas para el negocio, bueno, además de ser clientes jaja-. 

La mesera ríe, y dice: -Pucha que me caen bien. Es posible ¿por qué no?... Ya, los dejo beber tranquilos. Siéntanse como en casa. Ya vienen las chicas, por si acaso-. 

B termina diciendo: -Vale, amiga, aquí nos quedamos jaja-. 

La mesera regresa a la sala de acceso restringido. Pasan unos cuantos minutos, y baja desde las escaleras una chica, acompañada de un viejo que la invitó a un privado. El viejo se va a una mesa a un costado derecho de la entrada. La chica, mientras tanto, camina rumbo hacia la barra, y pasa al lado nuestro. 

-A esta ya la he cachado-, me dice B al oído. 

-¿La dura? ¿Cómo se llama?-, le pregunto. 

-Kathy, parece. Sí, Kathy-, responde B. 

-¿Ya la invitaste?-. 

-O sea, sí, pero en otro local. Es que esta mina trabaja en varios lados-. 

-Mish, empeñosa la loca-. 

-¿Y la invitarás de nuevo?-. 

-No sé, jaja, ahí vemos-. 

Seguimos bebiendo las Becker. La música no para de sonar. Un remix de videos de bachata, reggaetón y electrónica en la pantalla proyectada sobre la barra. En cuestión de minutos, sale de la zona restringida la Kathy, con ese largo y radiante pelo rojo y la piel trigueña, vistiendo un traje de baño platinado. Se acerca a nosotros, y nos saluda de beso. Nos dice: 

-¿Están preparados, chicos?- 

-¿Para qué sería?-, pregunta B, con mirada coqueta. 

-Para una sorpresa que les tendremos a todos aquí-, responde la Kathy. 

-Ah mierda, cómo me gustan las sorpresas-, le digo. 

-Sí, así que tienen que puro quedarse-. 

Ella, junto a la mesera que la acompaña, vuelven un rato a la zona restringida, y salen a los minutos. Kathy nos propone algo: 

-Chicos, como les dije, habrá sorpresas, pero para eso necesitamos de su ayuda. Estamos juntando platita para un show en vivo, que se viene re bueno, así que si les gusta la idea, tienen que puro cooperar-. 

B me mira por unos momentos, en señal de complicidad, y le pregunta a Kathy: 

-¿Cuánto necesitan?-. 

-Cinco luquitas, entre los dos, por el show. No es nada, y les juro que no se arrepentirán-, responde la Kathy, muy segura de su propuesta. 

-Ya, vamos a pensarlo aquí con mi amigo, y les decimos ¿ya?-, le replica B. 

Él se acerca a mí para ponernos de acuerdo respecto a la propuesta. Al final decidimos pagar medio a medio el monto solicitado, y se lo pasamos a la mesera. 

-Excelente, chiquillos. Así que esperen, que la Kathy va a preparase para el show-, dice ella. 

-Demás, esperamos que nos sorprenda-, dice B, ansioso por disfrutar el número de la única chica del Rito a esta hora de la madrugada. La espera y la expectativa tenían que valer la pena. 

Al rato, paran la música envasada y apaguen momentáneamente las luces. El show está pronto a comenzar. Se vuelven a encender las luces, y suena You can leave your hat on de Joe Cocker. Dejamos de beber y miramos directamente hacia la Kathy, vestida con chaqueta formal, camisa, vestido corto y unos tacos, acercándose con pasos sensuales hacia un espacio amplio con un caño al medio. A medida que transcurre el tema de Cocker, Kathy se va desvistiendo de manera progresiva, mientras hace todo tipo de movimientos sugerentes y de bailes alrededor del caño. La miramos con asombro y lascivia. 

La Kathy estaba demostrando in situ una faceta que habíamos subestimado: la del voyerismo, la de la contemplación estética de la musa en la tarima, meneando su fisonomía al ritmo de nuestra calentura. Porque en esa contemplación hay también algo apolíneo, una manía por observar una figura femenina que se mueva únicamente en función del deseo ajeno y también del propio, sabiendo disimularlo. Es ese supremo arte de la provocación con el que nuestros ojos tienen su fiesta particular. Ese capricho exótico se vuelve un premio y, a la vez, un desafío. 

Acaba el tema y el show termina con la Kathy desvestida completamente, usando solo el bikini platinado. Su última pose la realiza encaramada arriba del caño y ladeando su bello cuerpo hacia atrás, haciendo un movimiento ondular con el brazo izquierdo. Se vuelve a poner la camisa y se acerca a la barra para preguntarnos respecto al show, como si fuéramos el control de calidad o la clientela jugando a ser jurado. 

-¿Y? ¿Cómo estuvo esa sorpresa?-. 

-Ufff, sor-pren-den-te-, dice B. 

-Quedé loco-, le digo a la Kathy. 

-Alucinante-, repite B 

-Guapísima, aparte de ágil-, termino diciendo. 

-Gracias, chicos, se pasaron. Y me alegro que hayan quedado contentos. Todo gracias a ustedes-, nos dice Kathy, satisfecha de nuestra evaluación. Y es que en verdad quedamos bastante impresionados por ese derroche de sensualidad y de ligereza. Pero la Kathy quería más. Nos vuelve a proponer algo: 

-Chicos, como veo que se entusiasmaron, les voy a proponer otra cosa. Por tres lucas más, les hago otro show un poco más osado ¿les parece? Es una oferta que no pueden rechazar-. 

Bebemos otro poco de cerveza, nos miramos, hacemos un gesto de afirmación con la boca, y decimos casi al unísono: 

-¡Claro! Por qué no-. 

Le pagamos las tres lucas directamente a la Kathy, a vista y paciencia de la mesera que allí está mirando cual testigo de la situación. 

La Kathy exclama: -¡Esa! Ahora, relájense, estén tranquis, que se viene bueno-. 

Entonces, vuelve a sonar otra pista, un tema de reggaetón, el cual augura que la nueva intervención de nuestra musa será un poco más calentona. Con tres lucas, la Kathy desafía nuestras expectativas. Agarra una botella vacía de Becker que estaba encima de la barra, juega con ella, le besa la boca y la chupa lentamente, para luego hacer una garganta profunda. Quedamos estupefactos. Un compadre se acerca también a la barra. Es el viejo que la había invitado a un privado hace un rato. Se queda a contemplar el show de la Kathy. Ella sigue chupando, luego se contornea, se mueve lentamente, y agarra la botella para colocársela en su entrepierna, de manera tan explícita que todo parece una muy creíble escena de masturbación. Continúa en el acto durante varios minutos, simulando que se corre con la boca de la botella. Recuerdo por un momento a Kubrick, cuando decía que si puede ser imaginado, en este caso, fantaseado, puede ser filmado. Y nosotros estábamos teniendo nuestro propio visionado perverso, el suficiente material en la memoria para otra madrugada de auto placer. El bikini platinado que lleva la Kathy resplandece en la oscuridad. Se vuelve una musa de celuloide, porque nosotros fuimos los espectadores de su brillante desfachatez. Todos, de una forma u otra, usamos una máscara. Es la máscara de un misterio que solo pudimos observar y no tocar. Algo con nombre de noche y de carne. Algo inenarrable. 

Tras el show, la Kathy amablemente nos da su número, como una forma de decir que ganamos algo, además del imaginario porno que ella nos imprimió cual hebilla de fuego para siempre caliente. Éramos una jauría, pero también, a su manera, fuimos su rebaño.