lunes, 23 de marzo de 2015

Más que las deudas mismas, de las cuales suelo perder la cuenta como los malos sueños, es la sensación de cargar con un peso innecesario: el burro de la conciencia, la idea vaga de que las pagarás efectivamente algún día pero no en este preciso instante, y esa morosidad del presente se extiende de manera indefinida, y es eso lo que hace a las deudas una especie de almas en pena que te recuerdan de cuando en cuando tu condición mendicante, cerrándote la boca interés tras interés... Ganarse la plata puramente para pagar las deudas, es como rezarle a dioses en los que ya no se cree: porque ya no se puede dejar de hacerlos existir, sabemos que siguen allí, omnipresentes, imperdonables, solo porque irremediablemente así lo quisimos.