sábado, 20 de agosto de 2022

Para ir a comerte un completo o subirte a un bus, te exigen el pase de movilidad. Para las próximas elecciones, donde se espera mayor aglomeración de gente, no lo van a exigir. Quién los entiende. O puede que esa sea precisamente la razón. Entonces, el que no vote y no se vacune será el auténtico paria del sistema.

Primer encuentro con los misioneros de la calle y la verdad de la palabra revelada


Tras todos los acontecimientos ocurridos a nivel planetario, de un tiempo a esta parte, he ido superando mis viejos paradigmas, al punto de ir tanteando, poco a poco, otras posibilidades, otras maneras de sentir y de pensar la vida. Aunque parezca contraintuitivo, he descubierto en los religiosos vociferantes de la calle una parada genuina, del todo quijotesca, que incluso podría llegar a constituir una rebelión ante el avance del materialismo galopante y el menosprecio de la espiritualidad en todo plano. Ante este gran titán globalista, los otrora molestos creyentes con megáfono representan, hoy, un nicho de libertad. Así lo supe, cuando un día me acerqué a ellos en la plaza Sucre, para conversarles sobre la situación geopolítica del nuevo siglo. En efecto, comprendían que la coyuntura histórica iba alineada hacia un verdadero Nuevo Orden Mundial, empujado por el polo de poder atlantista.

Su planteamiento podía deducirse inmediatamente, pero ahora cobraba un nuevo valor. Ellos decían, en el fondo, que todo gobierno humano, por mucho que intente levantar un modelo de sociedad perfecto, acaba sucumbiendo al mundo material, sobre todo, si ese gobierno desconoce a Dios. Es este punto el que puedo asociar directamente con el pensamiento del filósofo español Juan Donoso Cortés, al decirse, a raíz de una conversación sobre su vida y obra, que, en realidad, el pensamiento cristiano es anarquista, porque, según este, solo debemos servir a Dios, y no a un rey, por la sencilla razón de que todos somos hijos de Dios y estamos en igualdad de condiciones ante su presencia. De esta forma, la desconfianza a la autoridad humana es un signo del filósofo cristiano. Una visión realista de la política, si se quiere, aristotélica, muy diferente a la visión del Estado moderno en Hobbes, donde el poder político tenía que sustituir a Dios, y ya sabemos las consecuencias de esa “herejía” secular, durante los horrores del siglo XX. 

En resumidas cuentas, la “salvación”, para nuestros creyentes, no está aquí, entre nosotros, simples mortales, creaturas de Dios, sino que en el llamado “Reino de los Cielos”. “¿Y cuál es ese “Reino de los cielos”?”, les pregunté, sin zozobra. “Te devuelvo la pregunta”, me respondió uno de ellos. “¿Usted diría que ese Reino es algo que llevamos en el corazón? ¿Algo simbólico? ¿O un gobierno celestial?”. Pensé durante unos momentos en la respuesta adecuada. Pensarla demasiado me impedía intuirla, un atributo que debería ser característico de un creyente de alta fe, no así de un agnóstico. “Yo creo sinceramente que el Reino de los Cielos es más bien algo que se lleva en el corazón. Dentro de uno”, les dije, convencido de que eso era. “Dios está en usted, y en usted debe reconocerlo”, agregó uno de los misioneros. “Solo su fe le permitirá el conocimiento de Dios”.

Cuando el misionero se refirió al conocimiento, volví sobre mi preconcepción para explicarle que yo, de chico, fui ateo, pero que consideraba el ateísmo otra creencia más. Por eso, el agnosticismo era la única postura que me permitía situar el tema de Dios bajo una duda razonable, sin llegar al extremo de negarlo de plano, porque, sencillamente, estaba fuera del alcance de la comprensión humana. El misionero miró a sus compañeros y a su señora esposa, mientras les explicaba mi postura respecto a Dios. La señora atinó a entregarme un folleto y el misionero volvió sobre mí. “Me parece muy bien que sea agnóstico. Usted dice que el conocimiento de Dios está fuera de su alcance. Pues para eso puede estudiar su palabra”, repitió, buscando que mi agnosticismo, mi imaginario de incertidumbre, me inclinara, aunque sea un poco, hacia la posibilidad de la creencia. Sin embargo, mi fe en general se ha visto mermada por las circunstancias vitales y por el devenir caótico del mundo. Quisiera creer, pero, sencillamente, no puedo. Fue esta sola sensación la que me permitió comprender, tal vez por primera vez, a un humilde grupo de misioneros que seguían repartiendo folletos a la gente y proclamando la palabra de Dios, a viva voz, ante unos transeúntes cada vez más sordos, sofocados de rutina e inundados de propaganda política, profana, impía.

Al rato, después de escribir su número de contacto en mi folleto, me despedí de ellos y volví sobre los dichos de estos “anárquicos” mensajeros de “la palabra”: ningún gobierno (y, por extensión, ningún Estado) podrá salvar a una humanidad sin Dios. Dios había muerto para nosotros, y lo habíamos matado en nuestro corazón, con gusto, pero, a causa del nihilismo desatado, su orfandad se hacía carne en nuestros pensamientos y en nuestras palabras. Era preciso proteger su misterio, porque, como decía Iew Welsh: “El verdadero rebelde nunca lo anuncia. Prefiere su alegría al trabajo misionero. (…) la religión es Revelación. Toda la maravilla de todos los planetas golpeando toda tu única mente. ¡Protejan los Misterios! ¡Revela constantemente!”.
"El sueño de la revolución produce monstruos".
“El mal es la anomia

La anomia ha sido provocada por el liberalismo

Donoso Cortés se anticipa: el liberalismo va a dar al nihilismo.”

Guillermo Mas Arellano, en conversación con César León de Castro, en “Donoso Cortés: Decisionismo y Katechon --- Política para antimodernos (I)”.