sábado, 19 de mayo de 2018

El orgullo, el orgullo luego de haber recorrido todo un trayecto inaudito (a Santiago) para cumplir una pequeña misión personal, y de forma exitosa, pese al caos urbano del fin de semana largo, solo es comparable a lo que vendrá después: el advenimiento de una noche que promete virtuosismo, desenfado y la embriaguez de lo desconocido.
La reflexión de la mañana consistía en reescribir el PME, plan de mejoramiento educativo, en articulación con el PIE, proyecto educativo institucional. Era el primer trabajo para calentar motores. Se hacía de a uno. Una colega a mi lado, la encargada de la gestión escolar, anotaba en aquellas cosas que agregaría al PIE, una cuestión relativa al espíritu, pero, al minuto, se desdijo, poniendo en su lugar algo relativo a los valores. En el mismo apartado que la colega, estaba escribiendo un par de líneas relacionadas con el pensamiento crítico. Cuando accedí a la parte de los valores, y cuál de los valores del PIE podría cambiar, la colega notó que, a raíz de lo que ella estaba apuntando en su hoja, había decidido incorporar el elemento de la ética. –La verdad que me dio cosa colocar lo espiritual, pero lo de la ética también de alguna forma tiene que ver con eso- replicaba ella, con la clásica disyuntiva de la profesora creyente, en un contexto particularmente laico. ¿Cómo incorporar el sentido de lo espiritual sin pasar por el cedazo de lo religioso pero tampoco perdiendo el horizonte de lo moral? Fácil. Solo hacía falta colocar la palabra “ética” muy abajito de todo lo demás, de modo que sonase a síntesis transversal de los otros valores ya estipulados por añadidura. Una vez que daba vuelta la página para pasar a la reflexión personal sobre el proceso de revisión del PIE, la colega notó que, antes de seguir, había alcanzado a poner la palabra libertad, casi al final del apartado, inmediatamente después de la palabra ética, como si fuese, no tanto su consecuencia, como su contraparte. –Ah, muy bien. Libertad. Peligrosa palabra-, decía en un tono parco pero suave, intuyendo que la palabra había sido puesta ahí de manera espontánea, casi a modo de joda, pero una joda que bien podría aunarlo todo o precipitarlo a su paroxismo. Apenas terminaba de repetir la frase, ella se levantó para juntarse con un grupo de trabajo previamente establecido, con tal de comenzar la segunda parte de la revisión. Esta vez, no había más elección que la ya coordinada previamente por la directiva, y la palabra libertad seguía circulando en esa pequeña hoja del PIE, esperando a ser leída y revisada, o derechamente ignorada, extralimitando su propia indeterminación, como excusa para tener algo que decir.