lunes, 18 de enero de 2016


El discurso que siempre da mi padre: logré superar muchos aspectos de la existencia visualizando mi vida como en una película. Me pasé todo el rollo posible, eligiendo qué escena sería la más memorable, qué final sería el más elegante posible, si uno abierto o uno redondito, qué personajes conformarían toda esa trama de celuloide, si yo sería acaso protagonista, secundario o definitivamente antagonista, pero a veces llega un momento en que no se cuenta con suficientes espectadores, entonces la cuestión puede llegar a fracasar, pero con la esperanza vaga de permanecer como aquellas películas de culto cine b que póstumamente son rescatadas de los anaqueles de la memoria con un fin nostálgico o netamente arqueológico. De todas formas, nuestra vida como una película, no se trataría tanto de permanecer en cartelera como de clavar algo único en la retina de alguien. Lo único, palabra de moda o de antología.
Escribir sobre lo que sea, todos los días, cómo sea, cuándo y dónde sea, un ejercicio masoquista, obsesivo, incluso patológico, o simplemente una pasión inútil e irremediable...