domingo, 27 de agosto de 2017

Algunos medios hablan sobre la crisis del minero Ojeda que el 2010 fue recordado por ser el autor de la famosa nota anunciando que los 33 mineros estaban bien en el refugio. Según cuenta un compañero suyo lleva más de dos meses internado en un psiquiátrico a causa del trauma de haber permanecido más de 70 días atrapado a más de 700 metros bajo tierra en una mina al norte del país. En el fondo Ojeda nunca logró recuperarse del todo. Recaía cada vez que se acercaba una fecha sensible de aniversario. Entonces la memoria se volvía su principal enemiga. El recuerdo de una herida todavía expuesta. Desde entonces, confiesa Ojeda, que el sueño le ha jugado un mal viaje, señalando que cuando no le hacen efecto las pastillas, comienza con las mismas pesadillas. La imagen de la mina vuelve. Luego, Ojeda repite a modo de sentencia o maldición: "estoy en la mina y de ahí no puedo escapar". Así como el túnel para Juan Pablo Castel, así fue la mina para Ojeda. Su propio topos existencialista. El otrora mártir, reconocido por su resiliencia y por la calidad de su desesperación, ahora, en el anonimato total, volviendo a la palestra mediática pero sin la gloria absurda de antaño. La condición de Ojeda nos demuestra que en realidad la verdadera mina interminable es siempre uno mismo, pugnando por ver la luz a través de las grietas del pasado. Se sale de una mina para entrar en otra, y se entra y se sale y se cree encontrar una respuesta, y a eso le llamamos filosofía o iluminación. Ojeda es el ejemplo del hombre traumático perseguido por el fantasma de su propio estoicismo. El sobreviviente sufriendo nada menos que las secuelas de un platonismo crónico y subterráneo.