viernes, 17 de marzo de 2017

En la clase sobre publicidad, la introducción consistía en estudiar cómo "les venden la pomá" a la gente mediante ciertos mecanismos para lograr ciertos fines. En eso, durante el ejercicio, se le entregó diarios a los cabros para que trabajaran. Tenían que elegir un anuncio o un aviso publicitario para analizarlo en grupo. De repente, uno de los chicos, con el Mercurio de Valpo en la mano, grita desde el fondo: "Mire profe, salió en el diario, se hizo famoso". Todos, curiosos, le siguieron la onda y se rieron. Una cabra agregaba: "Mish, toda una estrella, Mister". Otro compañero suyo dijo también: "Justo hablábamos de la prensa, y apareció usted". Ante la sorpresa del curso, no me quedó otra que explicarles que eso era parte del ejercicio (pura improvisación), que mi aparición imprevista pero oportuna en el diario era también una forma de vender una imagen, una imagen socialité, a la manera porteña. Existe entonces, para la prensa, un profesor antes de esa foto en el diario, anónimo, y uno después de ella, simpatizante de cierto "jet set" poético. Sin embargo, para los cabros, sigue siendo el mismo, el que planifica a deshora, el que enseña a destiempo, el joven viejo de Lenguaje, que pretende tener una vida más allá de las aulas.