viernes, 5 de julio de 2024

El texto alquimia (mini ficción)

Concibió en mente un libro cuyos textos fueran tan impecables que inclusos sus enemigos -sobre todo sus enemigos- lo elogiaran a sus espaldas, a pesar de sí mismos. Concibió un libro capaz de surcar la barrera entre lo prohibido y lo permitido, en materia moral, social y política, un puro texto que alquimizara el imaginario de sus lectores al punto de la mayor hermenéutica y extrañamiento posible. Sabía que dicho libro podía volverse realidad, pero debía extraerlo de la esfera platónica para luego manifestarlo en el plano de la materia, y para eso contaba solo con un teclado y su lengua maltrecha por los decires y los silencios, sobre todo por las habladurías y los espaldarazos. Era todo con lo que contaba, y con eso era suficiente. Se requería de la suficiente opacidad, de la necesaria materia oscura para invocar en la hoja vacía un universo de locura y ambición. Únicamente le faltaba el móvil gatillante, la idea fuerza, el motor vital que movería su maravilloso engranaje. Y debía buscarlo en los compartimientos herméticos de su consciencia, abriéndose paso entre nervios y chirridos eléctricos. Debía evitar, a toda costa, la saturación de sus procesos, rehuir la entropía de su organismo, si no quería ver el declive de su poético engendro.

La contienda literaria entre Patricio Pron y ChatGPT-4

(Este texto fue escrito íntegramente sin Inteligencia Artificial)

El escritor Patricio Pron formó parte de un experimento en el que debió enfrentarse a la última versión de ChatGPT-4. Consistió en inventar treinta títulos de películas y luego escribir seiscientas palabras para cada título. Un panel de seis críticos se encargó de la evaluación. Pron confesó sentirse nervioso, ya que recordó el duelo histórico entre el campeón de ajedrez Kaspárov contra el programa DeepBlue. En aquella ocasión, había ganado la máquina.

Lo que estaba en juego era la creatividad humana en contra de la precisión matemática de la IA. No fue nada fácil para Pron someterse al desafío. La presión le pasó la cuenta en más de una ocasión. No solo sintió el peso de "dar la cara" por la humanidad. También comenzó a preguntarse por el futuro de sus libros y su carrera literaria si es que perdía contra "una especie de loro estocástico que repite las tonterías que la gente le dice”.

Pese a sus temores, Pron logró salir airoso del experimento. Había ganado en todas las categorías, haciendo gala de un estilo atractivo y con voz propia. Algunos de los títulos creados por Pron fueron: Después de todo lo que casi hice por ti, Enfermedad mental tres días a la semana, La mujer lego, Escoge una carta cualquiera y No, esa no, otra. Por otro lado, algunos de los títulos generados (que no inventados) por el chat perdedor fueron: Fragmentos de un ayer invisible, La ciudad invertida, La melodía olvidada, El último vuelo de la mariposa y Huellas en el mar de arena.

Para verificar la creatividad de los títulos y sus sinopsis, los críticos se valieron de todas las herramientas hermenéuticas a su haber. Primero, se detectaron lugares comunes. Segundo, se señalaron rasgos estilísticos capaces de generar interés. Tercero, se advirtió el estilo literario. Tras un riguroso examen, el triunfo del escritor -y su escritura orgánica- fue indiscutible.

Todos parecían intuir el resultado: la máquina gana en eficiencia, pero pierde en creatividad. Sin embargo, Pron, al referirse al experimento, mencionó que el objetivo de fondo era poner a prueba las capacidades creativas de la IA, aun en su versión óptima. Además, sirvió para "aceitar" la calidad de los prompts descritos para el ejercicio del chat.

Hubo un experimento previo. Se trataba de un combate literario entre el protagonista de la novela La conjura de los necios y un pterodáctilo. Estuvo a cargo del catedrático Carlos Gómez Rodríguez. El resultado fue mucho más parejo. Se concluyó que, por lo menos, "bajo algunas condiciones particulares, la IA puede escribir historias tan buenas como un humano”. Pero, por lo pronto, el dominio de la literatura mediante el arte de la palabra aún le pertenece, ojo, no al género humano en su totalidad, sino que a los escritores, esa especie que parece venida de otro mundo, uno subterráneo, aún inmune a la automatización.