Paso breve ayer por el Cementerio Los pensamientos. Cavilé sobre el nombre, tratando de no hacer la asociación esperada, pero fue imposible. Creo que la última vez que fui a un cementerio fue para enterrar y despedir a una bisabuela, en un rito solemne e íntimo. Por otro lado, cada vez que proponían recorridos o caravanas a través del cementerio de valpo, y de noche, me rehusaba, no tanto por un deseo inhóspito, como por una necesidad de serenidad, para no perturbar, en cierta forma, el silencio natural en el patio de los callados, y de paso, no perturbarme a mi mismo. Hoy sin embargo cavilo sobre el cementerio como un espacio mental inexorable, a raíz de aquel encuentro en Viña, y el pensamiento de la muerte se hace indisociable del pensamiento cotidiano. En un ejercicio de cogito fúnebre o de reflexión funesta ¿Qué proceso habrá llevado a llamar así a un cementerio? ¿La simple alusión al pensamiento como una forma de invocar en la memoria a los finados? ¿O el hecho irremediable del pensar ligado al hecho de morir? ¿Habrá un aliento de muerte (un impulso tanático) en cada pensamiento? ¿Estaremos dándole vida a la muerte al pensarla? ¿Pensar la muerte mientras se vive hará que esta nos domine o nos allane el camino? Tal vez como habría dicho Blaise Pascal: "Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar su pensamiento sin morir".
domingo, 3 de diciembre de 2017
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