martes, 28 de febrero de 2023

Prefiero la libertad de la consciencia, con toda su severidad, a la burocracia de la sinrazón.

lunes, 27 de febrero de 2023

El último poema (cuento)

Me encontraba esperando el lanzamiento del libro de una importante poeta, en un lugar que bien pudiera ser la costa. Acudía, supuestamente, lo más granado del mundillo literario porteño y santiaguino. Cómo llegué allí, si fui invitado o no, nunca lo recordé. No venía al caso. La cuestión es que me encontraba allí, en lo que parecía un salón repleto de motivos barrocos. Una ventana daba hacia una especie de jardín con vista al mar. Abajo, se veían venir invitados de etiqueta, de los cuales no alcancé a reconocer a nadie. Dudaba, de hecho, si alguien en ese bendito contexto siquiera me había reconocido. ¿Quién podría, a estas alturas?

Caminé rumbo a una puerta que conectaba el salón barroco con un auditorio gigantesco. Allí estaban todos los invitados a la lectura. Al consultar la lista, yo figuraba únicamente como un invitado que ya había asistido en otras instancias, sin ánimo de camaradería. Los invitados se reunieron en torno a una mesa larguísima, llena de cosas que picar y ejemplares del libro.

Me acerqué a la mesa, tomé una copa de vino y recogí de inmediato un ejemplar suelto que allí había. Lo abrí. Al intentar leerlo, me di cuenta que algunas de las páginas se me hacían conocidas. ¿Habré leído este libro en el pasado o solo se trata de una odiosa comparación, luego de haber leído tanto?

Seguí hojeando ese libro con cierta insistencia, hasta dar con alguna página que no fuera reconocible. En eso, llegó uno de los invitados.

-Estimado, el libro se lee después del lanzamiento-, me dijo, advirtiendo mi desatino.

-No hay problema, lo dejo-, le contesté, no sin cierta disconformidad.

El sujeto hizo un ademán para seguirlo hasta el lugar donde se realizaría la lectura. Lo seguí con inercia, como quien intenta sentirse parte de algo, sin serlo.

El lanzamiento se estaba realizando en un sótano amplio al fondo de la vieja edificación. Las sillas para los invitados estaban dispuestas de tal manera que formaban un círculo. El anfitrión del evento se acercó al centro del círculo e invitó a todos los invitados a sentarse, mientras sonaba de fondo una misteriosa música envasada. Sonido ochentero. Reminiscencias inmediatas de una antigua discoteca.

Me senté rápidamente, después que el resto. La espera duró mucho tiempo. Algunos invitados no paraban de hablar, con nerviosismo, improvisando camaradería. No faltó mucho para que llegara el anfitrión acompañado de la poeta. Lo más extraño de todo era que ella iba enmascarada. Apenas entró al lugar, todos guardaron silencio y la miraron con suma atención, como si la leyeran de toda la vida.

La poeta enmascarada se acercó al centro del círculo, donde había instalada una pequeña mesa con un micrófono y un vaso de agua. Ella puso encima un ejemplar del libro. Se presentó de manera afable. Luego, comenzó a recitar, sin más. Los versos parecían retumbar en las mentes de todos, cual mantra. La compenetración con la lectura de la poeta era tal que el espectáculo tenía la forma de un ritual secreto. Abundaban las palabras alusivas a la herida, al vacío, al sentimiento oceánico. Y así procuraba que se sintieran: como sumergidos, sin otro referente que el de las rimas y las imágenes poéticas. Algo muy sensiblero, muy propio de las poetas de su talante.

La lectura había terminado. La poeta, en ningún momento, se sacó la máscara. Ya parecía parte de su faz. También me dejé cautivar por sus palabras, aunque, a diferencia de los demás, no fui a pedirle el respectivo autógrafo. Antes bien, traté de conseguir aquel ejemplar perdido que estaba encima de la mesa del coctel. Algo me decía que ese ejemplar tenía algo especial que no tenía ninguno de los otros. Al principio, todas las páginas me eran conocidas, pero, tras la lectura de la poeta, comprendí que los versos se dejarían interpretar de una forma radicalmente distinta.

Fui de esa manera hasta la mesa a buscar aquel ejemplar único. Lo abrí. Al leerlo nuevamente, el libro había cambiado de título y los versos allí expresados no se parecían a nada que haya leído al comienzo. ¿Se había vuelto un libro completamente nuevo, tras la lectura? ¿O era yo el que no conseguía recordar nada de lo que había leído hace un rato? Leía esas páginas, absorto, tratando de buscar alguna imagen poética, algo en el ritmo, que me recordase a aquella primera lectura. Nada. El libro que leía en ese instante era el mismo que la poeta había estrenado en su reciente lanzamiento. Ya no quedaba rastro de aquella primera versión. Tal vez nunca existió. Tal vez fue solo una sugestión literaria. Me negué a esa idea.

Regresé, libro en mano, hasta la parte del salón donde estaba la poeta reunida con el resto de los invitados. Cuando me acerqué, ella ya se había sacado la máscara. Intenté verle la cara, a ver si así podía recordar algo de aquella primera lectura, algo que me inspirase, pero era difícil, entre tanta gente. Esperé la fila dispuesta para la firma de los libros. Lo único que quería, en ese momento, era que ella misma me explicara qué había pasado con la versión del libro que yo leí antes de su lectura. No era posible que fuera totalmente distinto al libro que ella presentó en público.

Al pasar todos los invitados y sus firmas, llegué con la poeta. Al verla a los ojos, comprendí que aquello del sentimiento oceánico era verdad. Nunca hubiera pensado que ella era la mujer detrás de la hablante.

-¿Tu nombre?-, me preguntó, luego de agarrar el ejemplar para firmarlo.

–Salvador-, le respondí, fuerte y claro.

Se suponía que reconocerían mi nombre, pero nadie parecía sorprendido.

–Muy bien, amigo, aquí tienes-, dijo ella, despreocupada, con aire de estrella. Era el instante para preguntarle sobre su libro y la primera versión desaparecida.

–Hay algo que me llamó mucho la atención-, le dije, apuntando directamente al ejemplar firmado.

-¿Qué cosa?-, preguntó ella, sorprendida.

–Disculpa, pero no te lo puedo decir acá. Tendremos que hablarlo en privado-, le contesté, con una seguridad inaudita.

Ella se molestó, por un instante, ante mi atrevimiento. Algunos invitados comenzaron a protestar. Que estaba interrumpiendo la fila. Que no era la manera de referirme a la poeta. Que me comportara. Nada importó, en ese momento. Solo esperaba una explicación al porqué de aquella versión desaparecida de su libro. Si era algo que ella había escrito o solo era producto de mi sugestión. Necesitaba, a toda costa, su respuesta. Lo hice con tal decisión que me mostré inamovible.

La poeta permaneció quieta por unos segundos, mirándome a los ojos con algo de preocupación, hasta que finalmente cedió.

-Está bien, si tanto insistes, acompáñame y lo hablaremos-, dijo ella.

La poeta estaba decidida a aclarar el asunto, así que habló con un par de invitados, seguramente sus guardaespaldas. Me hizo seguirla hasta el salón donde se encontraba la mesa larga con el coctel.

-Bien, ¿qué quieres, Salvador?-, preguntó.

-Te parecerá una broma, pero antes de que hicieras tu lectura, tomé un ejemplar que había encima de la mesa y lo hojeé. Ese ejemplar que leí era totalmente distinto al libro que tengo ahora en mis manos y que todos tienen en estos momentos. Lo digo en serio: era otro libro. Estoy completamente seguro.

Ella miró extrañada y sonrió.

-A ver ¿Me estás diciendo que el libro que tienes ahora es distinto al que habías tomado? ¿Es eso?-.

-Así es, y necesito que me expliques qué pasó. Tú eres la autora, tú debes saber mejor que nadie sobre esto-.

-Eh, perdóname, amigo, no hay nada que explicar. Lo que pasa es que leíste a la rápida y ahora te estás confundiendo, eso es, porque todos los ejemplares son los mismos. Aquí no hay nada de vanguardia y esas cosas-.

-Nada de eso. No creas que se trata de “escritura automática” ni nada. Para que veas, comparemos-, le dije. Abrí el ejemplar que tenía en mi poder y, en un ejercicio de memoria, busqué la página donde había un pasaje con versos cambiados.

-Mira, en la página 33, si te fijas, donde decía “muerte”, ahora dice “mar”- le comenté, mientras ella miraba, intrigada.

-El verso dice: “Así como encallo en tu cuerpo, regreso del mar”, y estoy seguro que en este mismo ejemplar, antes de tu lectura decía: “Así como encallo en tu cuerpo, regreso de la muerte”.

Ella vuelve a sonreír, irónica.

-Amigo, ¿no estarás pensando que te crea? ¿Es tu forma de jotear?-.

-Créeme que no es joteo, Judith. Te leo desde hace mucho, por eso tuve el valor de acercarme a ti y decirte esto, porque lo creo importante. Esto que pasó no es gratuito. Tiene que tener una explicación. Literaria o no. Pero aquí hay algo raro, y tú eres la única que puede resolverlo-.

Su rostro siguió extrañado. Quedó en silencio por algunos segundos. Volvió a sonreír con una sonrisa nerviosa.

-¿Me estás hueveando?-.

-Claro que no-, le respondí, fuerte y claro, seguro de estar diciendo la verdad.

-Judith, mira. Aquí hay otra prueba. Busca en la página 11. Fíjate, allí decía, “abismo”, ahora dice, nuevamente, “mar”. – Ella miró fijamente el verso, cada vez más intrigada.

-Recuérdalo. El verso dice: “amanezco entre tus brazos, parida de abismo”, pero ahora cambió completamente y dice: “amanezco entre tus brazos, parida de mar”.

Al ver cómo advertía el cambio de palabras en los versos, ella me miró fijamente a los ojos, con un rostro alterado. No lo podía creer.

-¿Sabes algo? tu lectura es evidente que es un juego para impresionarme. Ya lo han intentado antes, así que no-, dijo, molesta.

-Y te pido, Salvador, en verdad que no sigas. Este jueguito ya no es nada gracioso. Si no, tendré que ponerme pesada-.

-Y tú tampoco te tienes que alterar. Si te pusiste así, Judith, es por algo. Es evidente que algo hay aquí, en este juego de palabras, en estas ediciones cambiadas. ¿Qué pretendes? ¿Ah? ¡Dímelo, ahora!-, le exclamé, cada vez más ansioso.

-¡Ni se te ocurra levantarme la voz! ¡¿Qué te crees?!-, contestó ella, enfurecida.

-¡Dime, Judith! ¿Cómo explicas esto? ¡Dime!-, le volví a preguntar, con vehemencia, y le mostré la portada del libro. Antes aparecía una costa bajo la luz de la luna. Ahora, se veía una tumba.

Ella miró la portada con angustia. Inquieta, se puso a gritar para alertar al resto de los invitados. Llegaron unos tipos altos, fornidos, que no parecían poetas, a increparme. Atrás suyo, otros que sí lucían como poetas, esquivos, timoratos, seguramente, algunos de los tantos orbitadores de Judith. Ante la clara amenaza, le quité su ejemplar del libro a la poeta y arranqué con ambos ejemplares fuera del lugar. Los tipos fueron tras de mí, como verdaderos perros de caza.

Subí corriendo las escaleras, tratando de esquivar a cuanto invitado se me cruzara por delante. Así, al salir, llegué hasta el jardín del principio, aquel que se veía desde el salón de espera. Descansé unos segundos, miré hacia atrás, a ver si estaban cerca, y luego corrí mucho más. Me adentré en un camino de tierra que daba a una pequeña playa cerca de allí. Al encontrarla, me detuve. Volví a mirar, y me di cuenta que había perdido por completo a los perseguidores. Respiré aliviado, en medio de la agitación.

Caminé un poco hasta la orilla de la playa y luego hojeé el ejemplar de la poeta. Volví a dar con la página 33. En ese preciso instante, presentí que alguien vino.

-“Así como encallo en tu cuerpo, regreso de la muerte”-, la escuché. ¡Era ella! ¡Judith!

-Judith, ¿cómo llegaste?-, le pregunté, agitado.

-Descubriste mi secreto. Cuando te vi, lo supe.-, respondió ella. -Ahora que lo sabes, no podemos separarnos-.

-¿Pero cómo es posible?

-¿No lo recuerdas? ¿En serio, Salvador? Yo soy la chica con la que chateaste hace tantos años. La chica española. Yo andaba en Alemania. Te había contado que soñé contigo, que siempre estábamos en Valparaíso, que me hablabas muy despacio. En el sueño, me contaste de un bolso que había perdido en algún bar de la ciudad. Ahí había una carta… Mira-.

Judith se acercó hacia mí, lentamente. Agarró su celular con intención de mostrarme algo. Todavía agitado, me aproximé a ella, aunque a la defensiva. En la pantalla, estaba proyectada la vieja conversación que habíamos tenido aquella vez por mensajería.

Asombrado, no lo podía creer.

-¿Aún quieres quemar esa carta, Salvador?-, Judith me miró a los ojos, emocionada. -Yo te había dicho que esa carta tenía un secreto que prometía ser cálido, pero, a la vez, peligroso. Tú me dijiste que querías abrirla. En ese momento supe que eras tú el hombre de mi sueño-.

La volví a mirar, completamente extrañado.

-Trata de entender. Tú dijiste que tenías el corazón herido, y que al quemar esa carta podías sentirte libre, libre de amar de nuevo. Ese fuego, Salvador, era como el misterio magno, el valor de la poesía de crear y destruir mundos, pequeños y grandes…

Ante su revelación, lo comprendí.

-Ahora lo recuerdo. ¡Eres tú, Rocío!

-Por fin, lo entendiste

-¿Y por qué te haces llamar Judith?

-Es mi seudónimo, tontito

-Ya veo. Al final te decidiste a escribir

-Gracias a ti.

De inmediato, Rocío se abalanzó sobre mí, para abrazarme.

-No sabes cuánto te espere, mi amor. Y eres exactamente a como te imaginé en sueños-, dijo.

Yo aún no comprendía ¿cómo era posible que fuera ella, la chica española, la misma que había lanzado aquel libro tan misterioso? ¿Y la misma con la cual tuve un romance a distancia hace tanto tiempo?

-¿Viste? Por fin volví de Alemania, como te lo prometí-, dijo.

-Perdóname igual. Tenía que estar segura que eras tú-.

La miré por unos segundos. Pese a la inexplicable situación, no pude evitar sentirme cautivado, nuevamente, por Rocío.

-Olvídalo, aquí me tienes-.

Rocío me lanzó una mirada profunda. Sin palabras, nos besamos largamente. El beso fue inesperado, pero intenso.

-¿Sabes? Aquella vez me dijiste que querías llevarme a la tumba de Vicente Huidobro, ¿recuerdas?-.

No logré acordarme de aquel episodio, pero, sin chistar, movido por la emoción del momento, la invité.

-Vamos entonces-.

-¿En serio? Vamos-.

La tumba de Huidobro no quedaba muy lejos de ahí. Corrimos entonces, agarrados de la mano, hasta ese lugar. A través de un bosque oscuro, acortamos la ruta. Cuando ya estábamos allí, ella caminó lentamente hacia la tumba. Se agachó y puso la mano encima de ella.

-Siempre soñé con esto, ¿entiendes, Salvador?-, dijo Rocío.

Me acerqué a ella, mientras se levantaba. Ella volvió a mostrarme su libro. Me pidió que le mostrara el ejemplar que tenía en mis manos.

-Pásame el libro-, me dijo.

-¿Qué harás?-, le pregunté, extrañado por su pedido.

-Solo hazlo-, repitió, muy segura.

Le entregué el ejemplar de su libro. Lo unió al que tenía ella. De pronto, sacó un encendedor que guardaba en uno de los bolsillos de su abrigo, y comenzó a quemar los ejemplares.

-¿Pero qué haces, Rocío?-, pregunté, sorprendido.

-Tranquilo. Recuerda lo que hablamos aquella vez sobre el fuego. En el fondo, esto era lo que siempre estuviste buscando-.

Rocío arrojó sus libros quemados cerca de la tumba, y luego se acercó hacia mí, para rodearme con sus brazos.

-Y yo te lo estoy dando-.

Sin darme tiempo siquiera para ninguna palabra, me besó de manera fogosa. Sencillamente, me dejé llevar y la abracé fuerte.

Tras unos intensos segundos, ella se apartó de mí. Miró nuevamente a la tumba, repleta de cenizas.

-Salvador, me tengo que ir-, me dijo, sin más.

-¿Ya te vas?-.

-Así es. Me esperan.

No sabía qué hacer. Si retenerla a mi lado o dejarla partir. Miré por unos segundos a las cenizas dejadas sobre la tumba y tomé una decisión.

-Está bien, Rocío. Anda. Supongo que ya es la hora.

-Lo sé, mi amor.

Volvió a abrazarme, más fuerte que antes. Yo hice lo mismo con ella.

-Gracias por todo-, dijo Rocío, por última vez. Sonrió, con los ojos llorosos y caminó lentamente, rumbo a los árboles que había alrededor.

Observé cómo su figura se fundía con el ennegrecido bosque. Volví sobre mis pasos. La tumba relucía, como nunca, el epitafio del poeta: “Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar”. Puse mi mano sobre la tumba. Las cenizas, aún calientes, alumbraron un largo regreso.


domingo, 26 de febrero de 2023

No debemos seguir polarizándonos. Editorial "Aurora de Chile e Hispanoamérica". Número 10

No debiéramos seguir polarizándonos. La tentación del odio es un ticket de entrada al infierno. Es eso, precisamente —arrastrarnos al infierno—, lo que pretenden los “extremistas”, que obtienen réditos en este tipo de situaciones de alta complejidad que usualmente concluyen en baños de sangre.
En tiempos turbulentos como el que nos tocó vivir tenemos que aprender a ver bajo el agua… y, ciertamente, también a través el fuego.
Dicho esto, detengámonos un momento en el tema de los incendios forestales que han estremecido al país este verano. Para todos menos para los sectores más recalcitrantes de la izquierda en el poder es evidente la identidad de los culpables directos de esta catástrofe, ligados a organizaciones de carácter terrorista que utilizan la llamada «causa mapuche» para llevar agua a sus propios molinos. Con todo, si hacemos el esfuerzo de abstraernos de la contingencia tal vez consigamos comprender con mayor profundidad lo que realmente está sucediendo en Chile. Por ejemplo, hacernos cargo de la forma en que, desde principios del siglo XX el Estado chileno hizo la vista gorda frente a la destrucción del bosque nativo por parte de privados interesados en la explotación ganadera y forestal del sur de Chile. Ya entrado el siglo, la estrecha mentalidad extractivista de cierta élite empresarial hizo lo propio en extensas zonas desde el Maule hacia el sur aplastando a todo aquel que osara ponérsele por delante, sembrando así la semilla de un profundo malestar en sectores campesinos e indígenas. Con el correr de los años, este descontento fue explotado hasta la saciedad por la izquierda radical para alimentar el fuego revolucionario que actualmente nos consume. Así las cosas, debemos comprender que la contumaz incapacidad de los sectores de derecha para elaborar una respuesta apropiada al problema que se había suscitado, dejó el camino despejado a los aberrantes desvaríos de la izquierda más dura, en alianza el día de hoy con organizaciones terroristas extranjeras y, por supuesto, con el crimen organizado.
Porque sucede que tradicionalmente la derecha pasa de largo ante el dolor ajeno, a no ser que ese dolor llegue a las pantallas y haga noticia. Como sector, sólo reacciona, organiza teletones y hace discursos, pero no resuelve los problemas de fondo, los omite, sigue adelante, promueve leyes, saca adelante la economía, se mira el ombligo, descartando la importancia de tener un proyecto histórico y de elaborar un discurso, una narrativa que seduzca a la gente más allá de los pasillos en que se mueve la élite. Por eso es que este sector político cojea siempre en el apoyo popular, se queda corto, eternamente impotente ante el avance de los que sólo aspiran a darlo vuelta todo para usurpar sus privilegios.
También sería bueno examinar más de cerca el tema del desarme de la población civil, promovido por la izquierda gobernante. En este punto debemos entender que muchas de las armas incautadas pasarán a formar parte de los arsenales de grupos que amenazan la institucionalidad del país. También podemos estar seguros de que hay gente siniestra que sacará provecho del tráfico de armas. ¡En el fondo, las fuerzas revolucionarias están preparando el asalto final al poder! Mientras tanto, la derecha en pleno se suma a la charada constitucional, que no es más que una operación de distracción montada para encubrir los pasos que, tras bastidores, estas fuerzas están dando para asumir el control total del país.
Lo mismo sucede en otros ámbitos a nivel local y global, como con el tema de las drogas, las crisis sanitarias, las pandemias, las guerras, etc. Tras cada desastre es posible vislumbrar las huellas de un pequeño grupo que saca ventajas. Para esta gente lo ideológico pasa a segundo plano.
La opinión pública será siempre arrastrada como ganado a las posiciones que mejor beneficien a quienes manejan las clavijas del poder. Porque es preciso asumir que, en el presente, la cuestión ideológica que nos divide forma parte de una trama mucho más profunda y compleja. El espacio político es una escenificación, una especie de puesta en escena en la que los actores son arrastrados por corrientes subterráneas de las cuales la mayoría no sabe nada o casi nada. La gente, por su parte, además de ser convocada a las urnas cada cierto tiempo, sólo servirá de barra brava para aplaudir o abuchear según convenga a sus amos, que son los verdaderos protagonistas de la partida, así como para mantener el show con el pago de impuestos.
Sin importar las banderas que los dueños del juego enarbolen desde sus tribunas, sea cual sea su trinchera, sacarán provecho de las cuotas de poder que hayan logrado alcanzar en sus juegos de fuerza. En ese sentido, organizar un partido político, a izquierda y derecha, equivale a poner un negocio muy, muy rentable.
En suma, hasta que «despertamos», todos somos comparsas, mera utilería de este espectáculo, nada más.
Así que, debemos preguntarnos: ¿qué está sucediendo en Chile, en realidad, más allá del show de la política, cambio de Constitución incluido?
Pues, entre otras cosas, que se están desplegando sobre alma de esta nación los tentáculos de poderes muy oscuros. Porque hay un tema espiritual de fondo, un tema del que se podrían decir muchas cosas [entre otras, que convirtieron la Plaza Baquedano en un altar satánico…], pero lo dejaremos pasar por ahora para detenernos un poco en el avance del crimen organizado y de los carteles de la droga, grupos que han hecho metástasis en el territorio nacional.
¿Quién gana con eso? Cierta élite oscura, desde luego, incluidos políticos y gente vinculada a agencias de inteligencia extranjeras. El tráfico de armas, personas y drogas es un ingente negocio del que saca rédito gente a la cual el poder se le fue a la cabeza, petrificando su corazón y ennegreciendo su alma.
El así llamado «Deep State» es una realidad de nuestro tiempo. Se trata de un poder funesto y sombrío que está detrás, entre otras cosas, de la enorme cantidad de operaciones de falsa bandera que han afectado al mundo desde los albo-res de este siglo, partiendo, por supuesto, por los ataques del 11-S, hasta a la guerra de Ucrania [Nota del Editor: ¿Qué otra cosa son los incendios del sur de Chile?]. Este poder está íntimamente conectado con la «Iglesia profunda» de la que suele hablar monseñor Viganò.
Gracias a Dios, no se trata de una sola entidad sino de muchas que se reparten el botín en los distintos niveles de la pirámide del poder mundial. Lo que debemos entender es que no se trata de individuos intrínsecamente perversos, sino de una dinámica que se manifiesta en las relaciones personales a todo nivel. Cualquier individuo, llegado al grado pertinente, sin importar la predisposición ética y moral de su espíritu, no hace más que dejarse asimilar por una dinámica relacional preexistente. Una dinámica en la que todos se comportan como si transitaran por una selva oscura y tenebrosa. Así, cada quien, al sacar provecho de su posición, ya sea en las altas esferas o en los bajos fondos, no está haciendo otra cosa que asegurar su propia supervivencia y la de los suyos.
¿Se entiende? La tendencia a la perversión no está, necesariamente, anclada en el alma de las personas —por lo menos, no en la generalidad de las personas—, sino en los patrones conductuales adquiridos en el contexto de una dinámica social enfermiza en la que el papel protagónico lo tienen emociones como el miedo, la ira o la simple ansiedad existencial. En suma, convencidos de que vivimos en una selva, percibimos a los otros como posibles depredadores. En consecuencia, para no sucumbir en el fragor de la «dura batalla por la vida», la mayoría decide actuar precisamente como tal. He ahí la raíz del odio, de la intolerancia, que luego disfrazamos de ideología haciendo uso de la razón para justificar lo injustificable.
De modo que resulta crucial despertar de una vez por todas y dejar de alimentar el odio que nos consumirá vivos en caso de que no podamos detener esta locura a tiempo. En el fondo, el verdadero enemigo está ahora mismo clavando sus banderas en el corazón de todos aquellos que se dejan arrastrar por el miedo, por el odio, por la intolerancia, por la ira.
Hay que oponerse al adversario, por supuesto, combatirlo en el campo de batalla de ser necesario, pero dejar de lado el odio que nubla la mente a objeto de combatir la oscuridad con el único medio ante el cual ésta es SIEMPRE impotente: la LUZ.
Porque no es lo mismo aborrecer una idea nefasta, que odiar a la persona porta-dora de esa idea. El odio personalizado —dirigido a la persona— siempre rebota.

sábado, 25 de febrero de 2023

De conejos y pirómanos

“Hay una teoría de los conejos que yo no tenía idea, lo aprendí ahora. Cuando parte un incendio se queman y parten arrancando para las zonas donde no hay fuego y ellos llevan el fuego para el otro sector”. Ministro Montes.
Comentario de amanecida: los organizadores del festival hace años que vienen apuntando a un público objetivo "centennial" y de cierto estrato social, enfocado en las tendencias de la música urbana de moda (tan despreciable al oído entrenado). Este año, sin embargo, la cuestión llegó a su paroxismo, lo que deja entrever la escasez de diversidad y de criterio artístico de calidad. Lo de Ripamonti y Metallica también me lo creí en su momento. También creí que traería a las leyendas del thrash californiano, pero fue otra mentira de político, muy bien disimulada. Para la próxima o la subsiguiente, antes que acabe el gobierno, la alcaldesa podría hacer el esfuerzo para gestionar más artistas anglo y más artistas chilenos. Antes recuerdo que los favoritos se repetían hasta dos noches, como pasó con Los prisioneros o con Faith no More. En fin, parece que no queda otra, para los retromaniacos, que armarse un festival paralelo a base de playlist.

The last of us: sátira y drama político del mundo poscovidiano

"We're flying high
We're watching the world pass us by
Never want to come down
Never want to put my feet back down on the ground".
Depeche Mode, Never let me down again.

Una humanidad atacada por un hongo Cordyceps que se apodera de su organismo, un escenario posapocalíptico en la pura línea de Walking dead, solo que sin los zombis. La adaptación a serie del conocido videojuego ofrece un universo no muy distinto al ya representado por otras franquicias y por otras producciones, y sus personajes se mueven en un terreno más o menos conocido para los amantes del survival horror o del género distópico. Pero se sabe que detrás de cada escenario hipotético creado por la ficción, sobre todo en lo relativo al acabóse mundial, se esconde una reflexión velada sobre el presente.

I Una amenaza global: Nexos entre el “hongo”, el “bicho” y el “cambio climático”.

Veamos entonces ¿de qué reflexión estamos hablando, en el caso de The last of us? No es muy difícil adivinar. Basta con plantear el más que evidente parangón entre una amenaza mutante, como la de la serie, y un patógeno de oscura procedencia, como el que seguimos viviendo durante más de tres años. Siempre que se desarrolla una trama en un contexto catastrófico, es preciso analizar la crisis estructural de la sociedad, cómo su tejido y su mecánica interna se van deshaciendo, en la medida que la amenaza crece.

En la serie, por ejemplo, se anticipa la amenaza del hongo mediante un flashback de un programa de televisión del año 1968. Allí, un grupo de expertos debaten en torno a una futura calamidad. Uno de ellos indica el surgimiento de un virus respiratorio similar a la gripe (¿covid 19?). Otro, más osado, asegura que la mayor amenaza puede provenir de los hongos, que serían capaces de colonizar el organismo de otros seres vivos. “Los virus nos pueden enfermar, pero los hongos pueden alterar nuestra mente”, exponía uno de los científicos. “¿Y si eso cambiara? ¿Qué pasaría si el planeta se calentara un poco?”, se preguntaba otro de los expertos, en directa alusión a la narrativa actual sobre el inminente cambio climático, conocido anteriormente como “calentamiento global”.

Resulta que, tras ese debate, la serie devuelve la historia a un futuro en donde, efectivamente, el hongo logró adaptarse al calentamiento global y, por ende, logró conquistar y colonizar los cuerpos de los humanos, volviéndolos sus huéspedes. Hasta aquí, ya se sabe para dónde va entonces el relato tras la ficción: reforzar la idea de una humanidad víctima y cómplice de su propia inconsciencia ante el fenómeno que venían advirtiendo las elites, tal como ocurría en No mires hacia arriba y en la campaña política de la ONU, esa, en donde un dinosaurio advierte a todos la inminencia de un meteorito.

II Sátira política: De libertarios y románticos contra el mundo

Según el guion hasta aquí explicado, todo indicaría que la serie muestra otro de esos universos de ficción que buscan instalar una agenda determinada: la de la emergencia climática, que proyecta sobre su audiencia la responsabilidad del futuro de la humanidad completa. Aun así, ceñir la riqueza de la serie a esa pura narrativa sería limitar su alcance. Hay que advertir también que los escenarios, después de suscitada la catástrofe van mutando, conforme el terreno para lo apocalíptico se va haciendo más palpable. La reingeniería de lo humano en lo social tiene que ser improvisada al alero de una sociedad amenazada por su propia entropía. Es así que la serie, de manera muy cuidada, expone diferentes situaciones y contextos que nos hacen pensar en una sátira política, una pugna entre bandos ideológicos, velada a través del mecanismo de la trama y transformada en relato digerible.

Así, en el capítulo tres, cuenta la historia de Bill, un hombre huraño, hasta cierto punto, misántropo, que sobrevive encerrado en su propia casa, en un vecindario repleto de trampas y barricadas, con las que planea alejarse tanto de los infectados por el hongo como de los posibles humanos que vengan a amenazar su fortaleza, su espacio sagrado. Bill encarna al sujeto aislado de todos, un hombre solitario, repleto de resguardos, que ya no confía en nadie.

Hay un detalle que es sumamente relevante, en este punto: dentro de la casa, se muestra, durante breves segundos, la bandera de Gadsden con la serpiente en posición defensiva, que simboliza, a grandes rasgos, el liberalismo clásico y el libertarismo. La asociación de esta bandera con Bill no es casual, porque el Bill de la serie (al menos el del comienzo del episodio) encarna conductas y valores asociados a cierta “derecha política” que enarbola la bandera libertaria de Gadsden: un celoso resguardo de su propiedad privada, un sentido agudo de autodefensa, una creencia acérrima en el advenimiento del Nuevo Orden Mundial y un sentimiento de autosuficiencia e individualismo, ante un mundo que se cae a pedazos, todo lo cual puede resumirse en la clásica sentencia: “dont tread on me” (no me pises).

Lo realmente significativo en este episodio tres sucede cuando Bill conoce a Frank, un hombre que estaba atrapado en un agujero afuera del patio de su casa. Después de tranzar algunas palabras, la química entre ellos fluye de inmediato y acaban siendo pareja. Entonces, el antiguo Bill deja de ser, y pasa a convertirse en una persona nueva, abierta, menos hosca, segura, enamorada. Acto seguido, deja atrás su bandera y, con ella, sus ideales libertarios. Este puro acto deja entrever un potente sentido. Dejar atrás esa bandera implica, en cierta manera, dejar atrás todo el mundo político que la circunda, asociado, de una u otra forma, con los simpatizantes de Trump y todo el bando republicano del eje occidental. Por ende, el amor que Bill ahora profesa por Frank provoca una transmutación en su persona, o bien, una revelación de algo que estaba reprimido por su antigua personalidad.

La intensa relación sentimental entre ambos personajes se siente como si hubieran sublimado su vida anterior, precisamente, una vida marcada por un mundo acabado y sometido a viejos ideales. Esa es, a mi juicio, una interpretación posible: el Bill libertario e individualista murió, o evolucionó, para dar paso al Bill que ama y abraza su homosexualidad abiertamente, sin tapujos, mediante una fantasía romántica o un romance idílico, demasiado desconectado de la realidad hostil que la circunda. ¿Por qué? Porque cabe señalar que, en el videojuego, originalmente, la relación entre Bill y Frank estaba lejos de ser la maravilla que pintaban. Es más: en una parte, Bill se entera que Frank muere y le deja una carta en donde expresa toda su decepción producto de sus diferencias de carácter.

Por lo tanto, la lectura que le da la serie a este episodio en particular tiene un tinte forzado, uno en donde querían meter, a toda costa, una utopía de arcoíris en medio del apocalipsis, obviando el tema de la carta, trascendental para la construcción de estos personajes, y la sátira, en este punto, no puede ser otra que la de un libertario abandonando sus valores y su “metro cuadrado” en pos de una felicidad empalagosa pero irreal, y que francamente no aporta nada sustancial al grueso de la trama, si somos puristas y la asociamos directamente con los lineamientos originales del videojuego. En resumidas cuentas: abrazar el amor eterno, dentro de este episodio, significa, a todas luces, abrazar la agenda LGTB. Parecen decir: bota tu bandera libertaria, Bill; toma la bandera arcoíris y solo así conocerás el amor. “Déjate pisar”.

III Drama político: Las “luciérnagas” contra FEDRA ¿Dónde están las luces? ¿Dónde las tinieblas?

Ya que se habla de un mundo asediado por una pandemia fúngica, no podía faltar la referencia a un gobierno con pretensión totalitaria. Este es el Federal Disaster Response Agency, que en siglas se conoce como FEDRA, el último reducto del gobierno de Estados Unidos a través de su ejército, y que se plantea como un gobierno en la pura línea del Gran Hermano de 1984, de carácter dictatorial y reelegido a perpetuidad, sin posibilidad de cambio ni elecciones libres, mucho menos de rebelión (lo más cercano al fascismo, de acuerdo a uno de los personajes “soplones”). En la ficción, FEDRA surgió después del brote del hongo, en la forma de una organización militar que reunía el monopolio de poder y que disponía de un régimen sanitario muy estricto con tal de mantener el orden y el status quo. ¿Les suena a algo que no haya pasado antes?

La cuestión es que Joe, el protagonista, y Ellie, la niña huérfana que lo acompaña, tuvieron que sufrir los embates de una sociedad (o lo poco que quedaba de ella) sometida a esta organización tiránica. Por lo tanto, su historia juntos comienza cuando se encuentran con la resistencia al verdugo de turno, porque siempre donde habrá poder habrá resistencia, decía un tal Foucault. Se trata de las “Luciérnagas”, un grupo de fuerza compuesto por diversos agentes rebeldes a FEDRA, y están diseminados por todas las áreas de manera clandestina, donde aún no hay infectados y donde pueden maquinar sus próximas revueltas contra el sistema.

Si leemos un poco más allá de la ficción, podremos comprender que la misma lógica gobierno vs resistencia se ha visto reflejada en las diferentes revueltas ocurridas de un tiempo a esta parte, en diferentes países y bajo diferentes contextos. Sin ir más lejos, nuestro propio 18 de octubre puede ser interpretado como una “anticipación”, claro está, sin el contexto pandémico, pero el conflicto se prolongaría mucho después, viéndose coartado, precisamente, por la excusa sanitaria, y determinada por el gobierno al cual había que combatir. Lo mismo ocurriría en Estados Unidos con el movimiento Black Lives Matter durante el 2020; más tarde, en Colombia, contra Duque, el 2021; también en diversas zonas de Europa en una ola de protestas contra la dictadura sanitaria; y, finalmente, en Perú, contra Dina Boluarte, el 2022.

El enfrentamiento entre las “Luciérnagas” y FEDRA refleja el ánimo revolucionario que empujó mucho de aquellos movimientos acaecidos a nivel mundial en pleno período pandémico. La mecánica es la misma: usar la excusa de la “plaga” como dispositivo de control y reforzamiento de un Estado policial. Y la Resistencia opera, en la ficción, con los métodos ya consabidos por los insurgentes históricos: estrategia paramilitar, operación a la sombra, inspiración en una lucha entre bandos antagónicos que podría ser leída como otra versión de la “lucha de clases” marxista. Sin embargo, no se indaga en la posibilidad de corruptelas escondidas en la Resistencia, financiadas por la banca internacional (como sí ocurrió en la Unión Soviética), aunque sí se deja entrever la existencia de infiltrados, que luego fueron ajusticiados, claro está, sin justicia ni debido proceso alguno.

Lo que realmente se destaca de este proceso insurreccional en The last of us, con el concepto de la victoria contra el régimen de FEDRA, ocurre en el episodio 5 de la serie, cuando las “luciérnagas” finalmente derrocan al tirano, con cánticos de “Libertad” al más puro estilo de la Revolución Francesa, madre de todas las revoluciones modernas. Y si hacemos un breve ejercicio de memoria, recordaremos lo violenta que fue esa revolución, la sangre que corría por las calles y la sed de venganza que circulaba por las venas de los insurrectos, más iluminados que nunca, cual luciérnagas encendidas por inspiración del “Siglo de las Luces”, merced al bucle de la historia en pleno siglo distópico. «La revolución no es una cena de gala (…) La revolución es un levantamiento, un acto de violencia en el que una clase invalida a la otra.» rezaba Mao, y ese es el mismo espíritu manifiesto por las luciérnagas insurrectas en la serie. Pura violencia reivindicatoria, con el telón de fondo de un parásito imparcial que amenaza a ambos lados por igual, poder y resistencia.

Ahora bien, las Luciérnagas instaladas en las diversas zonas de cuarentena también ganaron otros enemigos: los propios civiles en la ciudad de Pittsburgh, quienes se opusieron al nuevo régimen y deseaban ganar autonomía y libertad de acción frente a ellos. Así fue cómo surgieron los “Cazadores”, que resultaron ser mucho más bestiales que sus antiguos camaradas revolucionarios, perdiendo todo ápice de moralidad y desplegando un extremismo perfectamente equiparable al de los terroristas en la vida real. Esa actitud la demuestra Kathleen, la líder de los cazadores en esta parte de la serie, la cual busca ajusticiar, a toda costa, a Henry, un antiguo informante de Fedra, y además a los protagonistas, Joel y Ellie, que son considerados unos mercenarios enviados por otros sobrevivientes enemigos.

Al aliarse Joel y Ellie con Henry y su hermano, buscaron una salida para evitar su captura por parte de los cazadores, pero en la serie se sabe que luego son emboscados, y es ahí donde se manifiesta la fuerza ciega de los “chasqueadores”, que despiertan luego de permanecer bajo tierra. En cierto sentido, los seres infectados por el hongo representan algo equivalente a los zombis en las películas de sobrevivencia: pura pulsión destructiva sin otro propósito que devorar a los demás, en este caso, parasitar a los humanos para hacerlos sus huéspedes y expandir el hongo.

El virus de oscuro origen que todavía sufrimos (en menor medida) funcionó, de alguna manera, también como un agente de caos que nos sometió a todos a un límite de sobrevivencia pocas veces visto en la última década, y no importaron los bandos políticos e ideológicos que se vieron enfrentados en ese contexto, no importaban el orden ni las aspiraciones revolucionarias: todos podían ser susceptibles de contagio y morir, en la escalada de poder.

Lo mismo pasó en la serie: todos tuvieron que luchar por sus vidas, mercenarios y cazadores, ante el ataque furtivo de los infectados. El despliegue de la violencia y el separatismo del espíritu provocan, a la larga, un bucle de autodestrucción, frente a las inclemencias de la naturaleza, que no discriminan a nadie. “La revolución engulle a sus propios hijos” y el orden siempre volverá para establecerse después de una cuota de entropía y de infierno. Esa es la lección política que queda tras el episodio cinco. La conspiración del orden, el caos y la libertad está completa.

IV ¿Hacia un comunismo post apocalíptico?

Durante los comienzos de la pandemia a nivel mundial, marzo del 2020, Zizek escribió, muy entusiasta, que el covid 19 había asestado un golpe a lo Kill Bill al capitalismo y que era la oportunidad para apoyar un “nuevo comunismo” fundado en la ciencia y la solidaridad. “Con la pandemia empecé a creer en la ética de la gente corriente” afirmaba, con gran optimismo, confiado en que la nueva crisis nos haría a todos, como género humano, más solidarios. La resonancia de estas afirmaciones tiene lugar en el episodio seis de la serie, cuando Joel y Ellie llegan a un asentamiento de fugitivos, luego de ser interceptados por un grupo de vigilantes en la frontera. Allí Joel se reencuentra con su hermano Tommy y hacen buenas migas con la gente de esos lares. De pronto, se da una conversación entre Ellie y la mujer de Tommy. Le pregunta si ella es la dueña, y ella dice que no, que en el asentamiento no hay dueños, que ella fue elegida por un consejo democráticamente. Agrega, además, que en el pueblo todos contribuyen, todos hacen algo por la comunidad y se van rotando, en una cooperación mutua. Después, Tommy señala que todo lo que hay en el pueblo es compartido. Joel afirma que eso es comunismo, a lo que Tommy dice que no. Pero su mujer comparte los dichos de Joel: para ella, su pueblo es una comuna, por lo tanto, sí que son “comunistas”, en toda regla. Claro está, un comunismo sin partido único, poder centralizado ni disciplinamiento militar. Quizá, algo más similar a una comuna tolstoiana o a una aldea de carácter anarquista, que a un régimen chino o norcoreano.

Aquella aseveración dicha por la mujer de Tommy podría ser entendida como otro intento de los realizadores por impulsar una visión política a través de la ficción, pero también podría interpretarse como una sátira a ese comunismo del que hablaba Zizek, un comunismo únicamente posible tras una crisis de proporciones como la vivida en la serie, en analogía con la sufrida tras la pandemia del coronavirus. Si se siguiera esta línea de pensamiento, se diría entonces que el capitalismo del mundo de The last of us colapsó tras la proliferación del agente fúngico y su impacto sobre la sociedad humana, aunque esta visión sería incompleta. Más bien, fue el orden unipolar (en terminología de Dugin) representado en la ficción, el que murió producto de sus propias fisuras y, probablemente, el hongo (como el virus en la vida real), a decir de Byung Chul Han, solo haya sido “la pequeña gota que ha colmado el vaso”.

Tras el encuentro con los fugitivos en el asentamiento, Joel decide partir y dejar a Ellie, pero ella no puede separarse de su lado, por lo que vuelven a caminar juntos, esta vez, rumbo a la misión encomendada en un principio. Se despiden así de los lugareños y del prototipo de sociedad comunista en un contexto post apocalíptico ¿Será esa la muestra de una posible sociedad de transición tras el desastre de un mundo capitalista unipolar? ¿O será que una sociedad de corte comunitaria, rudimentaria, pre industrial pueda ser concebida como modelo a seguir o como modelo alternativo al de la producción monopólica o al de un Estado absoluto, tras una catástrofe global de esas magnitudes? Puede que ese comunismo al que aludía la mujer de Tommy haya que entenderlo simplemente como una idealización o como una sátira social. En cualquier caso, el camino de Joel y Ellie, en la ficción, seguirá siendo nómade, mucho más cercano al exilio que a una vía hacia el socialismo real.

La verdad es que si analizamos mejor el trasfondo del mundo en la ficción, las palabras de Byung Chul Han suenan mucho más acertadas que las de Zizek. El surcoreano afirmaba que “el virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte (…)” y que “no podemos dejar la revolución en manos del virus”. Asimismo, en la serie, el hongo atomizó a la humanidad entera. Solo dejó tras de sí el derrumbe total del orden anterior, y la disgregación del orden social en diversos individuos y comunidades aisladas, pugnando por sobrevivir, disputándose a muerte o negociando de forma pasajera, en tanto esos lazos no amenacen los intereses de los implicados.

Atrás quedaron los grandes relatos, las grandes narrativas. Con el desastre del relato sobre el “fin de la historia” de Fukuyama y el auge de la democracia liberal, traducido en el fenómeno del capitalismo tardío, también se derrumbó el relato teleológico sobre la Revolución y el surgimiento del hombre nuevo, en la forma de un comunismo internacional. Ninguno de esos proyectos totalizantes puede ser viable, siquiera, en un mundo humano en ruinas, fagocitándose a sí mismo bajo el imperio de un parásito incontrolable. 

La premisa es la siguiente: no se puede dejar la revolución en manos de un hongo, mucho menos, la restauración del orden humano o la construcción de un nuevo mundo, tras la debacle del pasado. Es en esta parte que el viaje de Joel y Ellie cobra otra relevancia: un viaje estoico, solitario, expuesto a la intemperie, a la adversidad, sin otra esperanza que una inmunidad inexplicable, hasta cierto punto, milagrosa. Bien lo decía Byung Chul Han, en respuesta a Zizek: “necesitamos una nueva forma de vida, nueva de la que surge un tiempo distinto otro tiempo vital, una forma de vida que nos redima del desenfrenado estancamiento.” 

Por lo pronto, Joel y Ellie no pueden pensar en el futuro: luchan contra el tiempo y contra la destrucción de su mundo. Los idealismos, las cosmovisiones y las arquitecturas sobre el futuro pueden esperar, porque el único camino adelante es el que tienen despejado ante sí mismos y el único sistema que les protegerá será el inmunológico, la confianza acérrima sobre sus propias defensas.

Fuentes: 





viernes, 24 de febrero de 2023

Dicen que un chiste de humor negro logró que Copano aplacara al "Monstruo", un chiste sobre el bullying en el colegio y cómo su hijo que nació en Estados Unidos nunca lo conocerá tal como ocurre en Chile.
“El bullying de acá es distinto al bullying gringo. Acá somos de la talla rápida, allá son un balazo”, dijo.
Y con esa referencia a las masacres escolares y los "lobos solitarios", Copano salvó la jornada, evitando una muerte segura.

El último discurso de George Soros: Sobre las guerras de la "Sociedad abierta" y el clima como combatiente en el conflicto (extracto). Alexander Dugin

¡Soros, danos el dinero! La vergüenza del liberalismo ruso

Aquí hay un ejemplo de mi única reunión con Soros. A principios de la década de 1990, me invitaron a una reunión con Soros en cierta sala de conferencias en Moscú. Soros fue representado por Maksim Sokolov, un liberal del periódico Kommersant, y algunos otros miembros del personal ruso no identificable de la Fundación Soros. La reunión estuvo dedicada a la presentación del libro de Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos, una especie de "escritura sagrada" para Soros, Biden y todos los liberales contemporáneos. Al principio, fueron principalmente los partidarios de Popper los que hablaron. Pero casi todos dijeron lo mismo, que no tenía nada que ver con Popper en absoluto, como: "Querido George Soros, dame dinero y todo lo que puedas!" La única variación era: "No le des a él/ella, él / ella no es nadie, ¡dámelo!" Soros casi se queda dormido.

Al final, también me dieron el micrófono. Resultó que yo era probablemente el único en la audiencia que había leído el libro de Popper en cuestión. No excluyo la posibilidad de que Maksim Sokolov también lo haya hecho. El resto repitió como un reloj: "Dame dinero, dame dinero". Estos son nuestros liberales. No es de extrañar que hayan cambiado sus posiciones ideológicas tantas veces que puede hacer que tu cabeza gire. ¿Dónde están hoy en el momento de la Operación Militar Especial? En todas partes. Tanto en este lado como en el nuestro. "¡Soros, dame dinero!" fue fácilmente reemplazado por "¡Putin, dame dinero!" Pero no es tan importante.

Cuando dije todo lo que pensaba sobre la incompatibilidad de los valores tradicionales rusos con el individualismo de la "sociedad abierta", Soros se despertó y se puso de pie. Sus mejillas arrugadas, incluso en ese entonces no era tan joven, se enrojecieron. Después de escuchar mi mini-charla sobre el liberalismo que nunca ganaría en Rusia, que sería rechazado y pisoteado, y que volveríamos a nuestra forma rusa original y enfrentaríamos el globalismo y la hegemonía occidental nuevamente con toda la fuerza de Rusia (terminé con un patético "¡Vete a casa, Sr. Soros! ¡Cuanto antes mejor!"), Soros tuvo la última palabra. Le dijo a la audiencia: "Por lo que sé sobre su historia rusa, las revoluciones comienzan con personas como usted (designó a la mayoría de las personas sentadas en la sala) y terminan con personas como él (me señaló). No dijiste una palabra sobre Popper, y parece que el único que leyó The Open Society and Its Enemies era un "enemigo de la Open Society" y solo me dijo que me fuera a la mierda. Esta es la tragedia del liberalismo en Rusia. Usted habla de dinero, y él habla de ideas. Pero espero estar equivocado y que consigas algo". Así que terminó su discurso y regresó a Hungría.

Ahora él y su Fundación no están y no pueden estar no solo en Rusia, sino también en Hungría, la Open Society Foundation es reconocida en Rusia como una peligrosa "organización terrorista". Que es exactamente.

Pero Soros generalmente analizó todo correctamente. Los liberales tenían el poder en sus manos en la década de 1990 y gradualmente, casi imperceptiblemente, lo perdieron.

Y hoy estamos claramente siguiendo el camino ruso y luchando por un mundo multipolar contra la hegemonía global de la "sociedad abierta".

Después de todo, nosotros somos Roma y ellos son Cartago.

Lo que nadie dijo sobre el descarrilamiento de Ohio, el tren que recorre Europa y la propuesta ferroviaria de Petro

“No digas que no te avisé cuando hayas perdido tu tren”, reza el final de una histórica canción de Bob Dylan. ¿Qué tal si te digo que tú y yo y la Humanidad entera estamos peligrosamente cerca de perdernos el tren? Quizá el último tren, el que nos salve de un porvenir grotesco, donde la verdad se extravíe en las tinieblas”.
Podrá parecer off topic, pero lo creo verdaderamente importante. A raíz de mi publicación de un video de Lucero cantando su clásico "Ya no" en Martes 13, surgió un comentario de un amigo, señalando que esa canción "duele", porque es como si "más que una mina, te lo dijera la vida misma". A ese comentario, yo le respondí que el tema de Lucero realmente tenía una lectura existencialista: es ya no a la vida, o la vida te dice "ya no". La pregunta que me asalta luego de tan curiosa interpretación es la siguiente: ¿el gran compositor español del tema, Rafael Pérez Botija, habrá pensado en ese significado al momento de escribir la lírica? De la manera que sea, Ya no, para mí, más que un tema de desamor, se volvió un auténtico himno a la partida, al término de la vida o a su significado más trascendente. Acá van las partes del coro que prueban mi punto:

Ya no, lo siento

TU HORA PASÓ

Ya no te deseo, ¡entiéndelo!

Ya no, palabra

Lo puedes creer

No tenemos nada, nada que ver

Ya no, seguro

TU FAZ SE BORRÓ

Si alguna vez fui tuya, ¡olvídalo!

Ya no, en serio

TU TREN SE PERDIÓ

Todo se ha acabado entre tú y yo

Los versos destacados en mayúscula pueden referirse tanto a la idea de partida del ser amado como a la idea de la partida de la vida misma. LA MUERTE.

jueves, 23 de febrero de 2023

Cavilaciones sobre el Monstruo

Tras el despertar del "Monstruo" hace un par de noches, estuve analizando bien su figura, su naturaleza, después de ver un listado de artistas caídos, “devorados” y cavilé sobre aquello que lo caracteriza: su apetito, y aquello que lo provoca. Solo puedo decir: nunca se trata de algo homogéneo, porque su voracidad está circunscrita a la situación del espectáculo, en relación con la coyuntura de la sociedad en determinado momento; y su presa, proveniente del mundo de la música o el humorismo, solo tiene constancia de su aparición en la medida que el Monstruo comienza a mostrar las fauces, inevitablemente, cuando ya es demasiado tarde. El Monstruo aparece siempre allí donde acaba la corrección política de los animadores y comienza el grito de la galera. Si los artistas de Viña menos aventajados pudieran anticiparse a su hambre, podrían salir ilesos, pero ¿cómo saberlo? hay algo en aquella criatura colectiva, intangible que, cual perro en jauría, lo mueve, más allá de la formalidad del show: es el sentir espontáneo de la audiencia que impone su propio código feroz, allí donde huele flaqueza, debilidad o mal gusto, y esa imposición se siente, en ocasiones, arbitraria, injusta, pero, las más de las veces, merecida, oportuna. O el Monstruo es una resonancia del instinto colectivo del momento o bien una representación metafórica del clamor popular. Solo quienes somos cómplices por ver con morbo su engullida, podemos descifrar su devastador simbolismo, al alero de los relatos y las narrativas que lo circundan.

Enrique Vila-Matas: “Mi discrepancia frente al presente es grande. Si me preguntan, digo que estoy en contra de todo”

-¿Qué opina de la autoficción? ¿Montevideo puede ser leída en clave autobiográfica?

-Últimamente, en mi país se empeñan en adosarme palabras espurias como autoficción. Y bueno, está claro que en todos los relatos, en todos, absolutamente todos los relatos de todos los tiempos, hay un ineludible fondo personal. Lo recuerdo a veces, en cuanto me llega la pregunta cliché por excelencia. Me dicen: “Y dígame usted, ¿cuánto de autobiográfico hay en su autoficción?”. Y mi respuesta es: “Nada de autoficción, por dios, qué manía. Solo hay ficción a secas, sin más, como en la Biblia, detrás de la cual también estaba alguien creando algo, en primer lugar, para sí mismo”. El otro día, en la televisión, donde uno no puede con las palabras dar muchos rodeos, me preguntaron qué tenía contra la autoficción. Dije: “Nada. Solo que la palabra ficción es más breve que la palabra autoficción y porque hasta la no ficción es para mí ficción”. Me faltó añadir que, como ya explica el narrador de Montevideo, cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que, desde el instante en que se ordena el mundo con palabras, se modifica la naturaleza del mundo.

-¿Tiene una opinión sobre los debates actuales en el ámbito literario: las “cancelaciones”, los reclamos de paridad de género, las tomas de posición ideológica?

-Mi discrepancia frente al presente es grande. Y si me preguntan, digo que estoy en contra de todo. “Para ser realmente contemporáneos hay que ser intempestivos, ligeramente inactuales”, gritaba Nietzsche desde su ventanal de Turín. Así que trato de seguir construyendo mi obra, inasequible al desaliento y a la actualidad. Me adhiero a mi tiempo, porque es inevitable (“No te preocupes por ser moderno, porque desgraciadamente lo serás”, decía Dalí), pero, a la vez, tomo distancia del presente, puesto que a fin de cuentas solo así, desde esa posición desplazada, puede abrirse paso la distancia crítica, la discrepancia frente al presente.

-¿Qué perspectivas tiene la literatura en el panorama actual?

-Creo que con el tiempo, la humilde literatura, no relacionada con el poder, será la única que, por no haber sido precisamente humillada, perdurará.

“Mi discrepancia frente al presente es grande. Si me preguntan, digo que estoy en contra de todo” - LA NACION

"El humor es un escenario complicado y yo apelo a que toda la gente, independiente de su ideología, se ría". Rodrigo Villegas, otro de los nuestros.
La época del linchamiento y la corrección política. Una época que no ríe: "Después de anticipar los linchamientos digitales y de poner en evidencia los debates polarizados y la falta de sentido crítico, Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) aparca su faceta ensayista y publica ‘Nadie se va a reír’ (Editorial Debate), una crónica novelada sobre la historia de Anónimo García, condenado por una acción humorística cuyo objetivo era poner en evidencia el afán carroñoso de algunos medios de comunicación."

Ahora los libros de Roald Dahl serán reescritos para no resultar ofensivos. En Charlie y la fábrica de chocolate, se cambiará la palabra "gordo" por enorme y se quitará la palabra "feo". En Matilda, la referencia a escritores como Joseph Conrad y Rudyard Kipling será sustituida por John Steinbeck y Jane Austen. Motivo: presunto "supremacismo e imperialismo". El virus de lo woke pretende infectar la literatura entera. Un revisionismo literario que simplifica toda complejidad de la obra, que es otra forma de apropiación cultural y que responde a los lineamientos de la narrativa imperante. Roald Dahl tiene casi sesenta cuentos y, en serio, hay que tener una visión del mundo retorcida, neurótica y perversa para considerarlo un autor ofensivo. Lo dicho: estamos viviendo una esquizofrenia, una ruptura con la realidad, un mundo paralelo guiado por imbéciles.

“Estas prácticas de censura ideológica y la autocorrección, que en ocasiones inducen a eliminar o no mostrar y en otros casos a integrar temas tendencia, instrumentalizan la literatura, empobrecen la oferta editorial y van en detrimento del riesgo, la diversidad, la libertad artística y el espíritu crítico”

miércoles, 22 de febrero de 2023

Escuchó claro: "ándate", y entonces supo que el Monstruo había despertado, voraz, insaciable, luego de tres años de hambre.

martes, 21 de febrero de 2023

Octubre negro

Una turba me perseguía. Era una turba no muy distinta a las que se formaban en las manifestaciones del Octubre Rojo o en las contra marchas del otro bando, aquellas en que se dejaban ver carteles con la consigna Patria o Caos. La cosa es que, ante la premura por arrancar de mis perseguidores, nunca conseguí distinguir de cuál de los dos bandos eran. Si no podía saber quiénes eran, tampoco podía saber por qué me perseguían.

Al no poder definirme en medio de la huida, el rostro de la amenaza era difuso, pero su peligro era real. Corrí lo más que pude en medio del anochecer, en una avenida semejante a la Avenida Pedro Montt. Traté de esquivar a mis perseguidores metiéndome por algunos callejones, aunque sin posibilidad de perderlos de vista.

A medida que corría, trataba de recordar qué había pasado: por qué a mí, si había formado parte de ellos y me descubrieron o era del bando enemigo. Hacía un esfuerzo increíble en tratar de recordar mientras arrancaba por mi vida. Nada. Solo urgía apurar el ritmo de mi corazón cada vez más convulso. ¿Cuál era la bandera por la que iba a ser sacrificado? Ninguna respuesta podía salvar mi situación. Seguí corriendo como si ya no quedara calle.

Miraba hacia atrás repetidas veces, y los perseguidores continuaban ahí, interminables. Fue tal mi desesperación que, en un momento, pensé en arrojarme a la calle con el riesgo de ser atropellado. Ni siquiera la policía se había manifestado, en esos frenéticos instantes. Las calles, como nunca, lucían despejadas, aunque repletas de neumáticos, restos de bombines y señaléticas destruidas.

Como pude traté de perder a los perseguidores al llegar a una plaza gigante. Me adentré en ella como quien se adentra en un bosque salvaje. No había focos ni luces. Corrí dentro, sin parar, con la esperanza de hallar una salida o, al menos, una luz encendida.

Al otro lado de la plaza, parecía que ya había recorrido lo peor. Había salido de la oscura plaza y ya no sentía venir a mis perseguidores, pero era demasiado pronto para cantar victoria. Ellos pudieron haber tomado un desvío para pillarme por sorpresa, así que seguí corriendo calle abajo.

Al llegar a la esquina próxima a mano derecha, pude divisarlos. Ninguno de ellos estaba dispuesto a claudicar en su misión, por lo que corrieron con más prisa que antes. Retrocedí sin pensar y me eché a correr calle arriba, prácticamente, al límite, en mis estertores.

Corrí sin mirar atrás, hasta que di a cien metros con un vehículo, el primer vehículo en ese espacio denso y en esa noche que parecía la noche después de una purga. Fui por ese vehículo a buscar ayuda. Una mujer estaba al volante, una mujer entera de negro, con el pelo tan largo que le tapaba el rostro. Me subí a su auto rápido y le dije, alterado, que me llevara, que acelerara, que me perseguían. La mujer, sin respuesta, solo atinó a darle marcha al vehículo y a partir por rumbo desconocido, entre medio de unas calles paralelas.

–Llévame lejos-, le repetí, a la misteriosa mujer al volante.

-Ponte el cinturón-, me dijo, con una voz baja, seria.

Así, el auto avanzó lo suficiente para perder de vista a los matones que buscaban liquidarme. La mujer conducía con una tranquilidad inquietante, pero sin decir mucho.

-Te debo una. Me venían persiguiendo-, le dije a la mujer.

-Es tu día de suerte-, repitió ella, mirándome levemente, con tal de no dejar ver su rostro. Luego, volvió a concentrar su mirada en el camino.

-Así que te perseguían ¿Ladrones? ¿Pacos?-, preguntó ella, mientras conducía.

-No lo sé, eran unos tipos extraños.

-¿Pero venías de alguna parte?

-Ya no recuerdo. Solo sé que me perseguían, y temí por mi vida.

-¿Y adónde vas?

-Supongo que donde vas tú-.

Silencio por unos segundos. No dejé de mirar a la mujer. Ella siguió concentrada en el camino.

-Hay un montón de pacos en la próxima avenida-, dijo. –Dicen que un hombre escapó de prisión, no muy lejos de aquí-.

Su afirmación me tomó por sorpresa. Miré, esta vez, hacia afuera. Comenzaba a llover. Traté de recordar de nuevo qué había pasado antes de mi persecución. Cualquier intento por recordar era inútil.

-No sabía que había una prisión por acá cerca-, le contesté a la mujer.

-Pues sí. Es muy peligroso allá afuera-, dijo ella. –Ya no puedes confiar en nadie.

La mujer despegó su mirada del camino y la dirigió hacia mí. Algo en ella me produjo escalofríos. No despegaba su mirada de la mía. Yo miraba al volante, temiendo que perdiera el control del auto. De pronto, se abrió lentamente parte de su chaqueta de cuero para dejar ver un tatuaje encima de su seno derecho. Ese tatuaje era una bandera chilena negra. Fue cuando vi ese símbolo en su tatuaje que comencé a recordarlo todo. La insurrección, la quema, la conspiración y, luego, el golpe.

El rostro de la mujer se desencajó. Su mirada fría se volvió amenazante. En la medida que recordaba cada episodio de aquel tiempo, mi miedo crecía. En un instante, sin que me diera cuenta, sacó una pistola y la apuntó hacia mí, sin perder de vista el volante.

-Te pillé, maldito-, dijo ella. –Por fin, te pillé-.

Con un arma apuntando a mi cabeza, totalmente paralizado, no podía creerlo. Ella dejó ver su rostro, oscurecido por la noche y por la historia. Mi corazón latió como nunca.

-Lo tengo. Aquí está-, repitió la mujer. Había activado un sistema de voz en línea. Fue ahí cuando supe que ella estuvo siempre en contacto con mis perseguidores. Ellos eran los que usaban la bandera chilena negra. Iba a ser sacrificado en su nombre. Seguramente, ese era el objetivo.

Advertí realmente lo que estaba pasando. Ella estaba decidida a vengarse. Así, recordé de golpe lo que había ocurrido después de aquel octubre.

El vehículo siguió su camino a través de una carretera que parecía eterna, mientras que ella me seguía apuntando, sin perderme de vista.

-Más vale que te prepares ¿oíste?-, dijo, con enfado. –De esta no te salvas-.

-Esta no es la forma-, le respondí, -Irás detenida, al igual que los otros-.

-¿Que voy detenida? Jajaja, las patitas del hueón. Siempre tan careraja. Las cagaste. Tú eres el único prófugo acá-.

-Estás completamente loca. Esto se tiene que acabar, ahora. No puede seguir-.

-Te equivocas, esto acaba de comenzar-, dijo ella, con voz fuerte. –Pagarás cara tu traición-.

Tan pronto como ella volvió su mirada al volante, unas luces se divisaron a lo lejos, unas luces que apuntaron hacia nosotros. Eran tan fuertes que no alcanzaba a distinguir si era la policía o si se trataba de otros agentes desconocidos. Cegada por las luces, ella perdió el control del volante. Aproveché para zafarme. Forcejeamos. Le traté de quitar el arma para poder escapar, pero, en medio del forcejeo, el vehículo se fue a la deriva, saliendo disparado fuera de la carretera.

Malherido, desangrado, volví a mirar su rostro, también ensangrentado, lleno de lágrimas. Mi corazón perdía su ritmo, a medida que aquellas luces bélicas se acercaron a nosotros, en medio de la salvaje oscuridad del bosque. Comencé a perder la consciencia. Comprendí, entonces, que la memoria quema y el fuego no tiene otro rostro que la disolución.

lunes, 20 de febrero de 2023

No hay un afuera del sistema, querido ex amigo revolucionario, el sistema también son tus creencias y paradigmas.

domingo, 19 de febrero de 2023

Carlos Iturra: "La dictadura de lo progre, el buenismo, la papilla intelectual, no tolera más que una manera de pensar".

Usted afirma que la cultura está “colonizada por la izquierda”. ¿Qué significa eso?

Nada más contrario a la cultura que la inducción encubierta, esa manipulación bienintencionada de los que son proselitistas antes que cultores o cultivadores. Trabajan la cultura, desde Gramsci y la Escuela de Frankfort, para inclinar insidiosamente las opiniones del público. La verdadera cultura, en cambio, no la que persigue fines espurios, es la que proporciona materiales suficientes, diversos, opuestos incluso, para que cada uno “cultive” su propia opinión, una opinión libre.

¿Cómo ha sido para usted moverse en ese ambiente? ¿Dónde están los escritores de derecha?

Bueno, como te decía… Más que un mundo cultural de derecha, en oposición al de izquierda, y que en todo caso sería conveniente para la ciudadanía, que podría disponer de una referencia cultural menos hemipléjica, lo de veras necesario es un mundo cultural centrado en la cultura, no al margen sino por encima de la política y más allá del proselitismo partidista que tanto vemos, un mundo cultural que creyera de verdad en la capacidad de la cultura para hacer mejor al ser humano, intelectuales y artistas convencidos del poder que la cultura tiene por sí misma para embellecer la vida y aplacar el dolor, sin necesidad de inyectarle energizantes ideológicos ni estimulantes políticos, y en el que lo periférico fuese justamente esa versión de la cultura como sierva de la ideología.

Paula Jones (cuento)

 Ejercicio de reescritura del cuento de una compañera de un taller de narrativa:

-Usted será la que porte el estandarte de nuestra institución. Siéntase honrada- le dijo la directora a Paula.

Ella asintió con una sonrisa leve, apenas dirigiendo la mirada. Fue así que aquel 21 de Mayo, Paula Jones, la “Lady Di” del Liceo Fiscal de Concepción, fue elegida para portar la insignia, durante el desfile en conmemoración de las Glorias Navales.

-Hoy es un día especial, porque, como todos los años, corresponde recordar a los héroes que murieron por nuestra patria. Ustedes, señoritas, mujeres de bien, tienen hoy el honor de servir a la causa de los héroes y honrar su memoria- dijo la directora dirigiéndose a las estudiantes, de forma pauteada, como en tantas otras ceremonias.

La atención de todas las jóvenes estaba puesta en cualquier parte menos en la directora y en su discurso. Ellas fueron ordenadas inmediatamente por la profesora jefe en la fila, para seguir la marcha de acuerdo a los protocolos. Paula sabía que la habían elegido solo por su porte y su facha. Sin embargo, sabía que todos hablaban a sus espaldas. En cuanto Paula se dirigió a cargar con la insignia, entregada por una funcionaria del Liceo, algunas compañeras suyas se arrimaron a la fila principal.

–De nuevo le tocó a la Jirafales-, dijo una de ellas.

–La florerito- dijo otra.

–A esta no la pescan ni los papás- comentó la primera, quizá la más cruel.

-¿Qué tienes con la Paula, tonta, imbécil? Ya quisieras ser como ella- dijo la Antonia, una joven baja pero de carácter fuerte. Las compañeras molestosas siguieron riéndose y luego fueron distanciadas por la profesora jefe para dejar espacio.

–Tranquila, amiga, no les hagas caso- le comentó Paula a su amiga luego de defenderla.

–Gracias, de todas formas. Ahora ayúdame a sostener un poquito esta insignia-.

-Sí, no hay problema, amiga-.

Sin perder la postura y el ritmo, Paula cargó el escudo a lo largo del recorrido y lo hizo de una forma ejemplar.

-Fiufiu- le silbaban algunos cabros del Liceo de Hombres, observando a un costado de la Plaza. –¡Me enamoré! Guachita- le decía uno de los jóvenes más osados, compartiendo su gracia con los de su grupo.

Paula Jones no claudicó en su camino y siguió adelante, con una actitud cada vez más entusiasta. Parecía una provinciana “princesa de Gales”, una joven inglesa sudaca, incomprendida por el vulgo pero, al mismo tiempo, admirada por su temprana realeza.

Al acabar el desfile, Paula se despidió de algunas personas de la comunidad educativa y fue directamente con su amiga.

-Uff por fin terminó. Ya estaba cansada.

-Sí, Pauli. Pero bueno, tenemos que hacerlo, porque somos chiquillas de bien

-Si tú lo dices.

-Por supuesto, mira… ahora vayamos a saludar a unas amigas-

-Nah mejor no-

-¿Por qué?-

-Es que tú sabes que las compañeras se la pasan burlando de mí. No sé qué les he hecho yo, la verdad. Yo no me meto con ellas.

-No pesques leseras, Paula. Solo fíjate en cómo celebró la gente en el desfile y cómo te vieron al pasar. Lo hiciste de maravilla, créeme. La directora estaba orgullosa.

-Sí, pero porque es ella.

-Pero por eso. Si a la gente le agradas, no tienes por qué sentirte así.

-Sí, está bien, amiga, en realidad son tonteras mías.

-Y a las otras que se burlan de ti, nunca las elegirán para estandarte.

-Es verdad. Gracias amiga. Dame un abrazo.

Ambas amigas se dieron un abrazo apretado.

-Entonces ¿vienes?

-Mejor que no, me voy a la casa, me está esperando mi abuela

-Ok, amiga, no hay problema, cuídate. Adiós.

-Bye.

Antonia fue con su familia a sacarse unas fotos, mientras Paula regresó sola a casa, aliviada por el éxito del desfile, aunque muy agotada por dentro.

Volvió a casa con su abuela. Ella le esperaba siempre con un plato de comida luego de regresar del liceo.

–Mi niña ¿cómo le fue en el desfile?- preguntó la abuela apenas vio llegar a su nieta.

–Bien, Tita, me tocó llevar la insignia del Liceo. De verdad que estaba muy nerviosa al principio, pero al caminar por las calles, llevando el estandarte, con toda la gente mirando, sentí, no sé, una tranquilidad, un poquito de orgullo-.

-Me alegro, mi niña. Si aparte de hermosa, como su madre, salió habilosa, como su padre. Estoy tan orgullosa-.

-Gracias, Tita. Sí, un poco de alegría que sea. Igual estoy un poco cansada eso sí-.

-Me imagino mi niña, si desfiló por toda la ciudad. Vaya a su pieza a tomar una siesta si quiere.

-Sí, buena idea, Tita, aunque primero quiero que hablemos-.

-Cómo no, Paulita, voy a servir un poco más de comida y vuelvo-.

-Sí, por favor, que le quedaron excelentes las lentejas-.

La adolescencia de Paula transcurría al amparo de su abuela. Aunque, en realidad, fue la madre de Paula quien la dejó a cargo de ella, antes de partir a Suecia con un hippie burgués exiliado desde el 11 de Septiembre. Su excusa fue ir en busca de mejores oportunidades para luego regresar y traer consigo a ambas mujeres, una vez acabara el gobierno militar. Por eso, continúan esperando a que la madre de Paula se digne a regresar, con la esperanza de un futuro mejor. Aguardar por la madre implicaba, en cierta medida, aguardar por una alegría que se resistía a venir pero a la que tocaba encomendarse, merced a los tiempos aciagos.

La abuela de Paula volvió al rato con el plato de lentejas. Lo sirvió a su nieta con sumo cuidado. Paula la miró sonriente.

-Paulita ¿qué era lo que tenía que decirme?- le preguntó la abuela.

-Quiero que hablemos sobre mi mamá y mi papá, abuela. Casi nunca tenemos tiempo de conversar Tita, entre que estudio y voy al liceo, y usted entre que hace sus arreglos de costura, nunca nos damos el tiempo-.

-Sí lo sé, mi niña. Sé que a veces no nos hablamos mucho, pero lo importante es que estamos para cuidarnos…-

-Así es pues, ahora dígame, ¿qué es lo que sabe realmente sobre mi padre?-.

Ante esa pregunta, la abuela se mostró pensativa. El padre de Paula era un escocés inmigrante, ingeniero en minas radicado en la central hidroeléctrica de Cousiño. Luego de entablar una vida con la madre y reconocer legalmente a la hija, el ingeniero sintió que ya había cumplido con su responsabilidad. Entonces, al poco tiempo, su padre lo envió a continuar un posgrado en la Universidad de Oxford, yéndose a Inglaterra para jamás volver.

La abuela de Paula sabía que hablar de su padre era un tema delicado. Por eso, cada vez que su nieta le preguntaba por él, trataba de decirle las cosas directamente, procurando no hacerla sentir demasiado mal.

-Mi niña, su padre hizo su vida lejos. Recuérdelo siempre en esos libros tan hermosos que le dejó, esas novelas de literatura inglesa que tanto le gusta leer a usted-.

-Pero estoy segura, Tita, que usted sabe más cosas sobre él. Se fue tan luego. Aún me cuesta comprenderlo. A veces leo los libros que me dejó, abuela, e imagino que está aquí de vuelta, por alguna razón-.

-Sí lo sé, Paulita. Todos necesitamos a nuestros seres queridos, pero a veces es necesario no preocuparse tanto. Usted es muy joven y tiene todo un futuro por delante. Eso de seguro hincharía de orgullo a su padre y a su madre-.

-Y ahora dígame, Tita, ¿qué habrá sido de mi madre? Dígamelo francamente ¿realmente cree que volverá, como ella dijo alguna vez?-.

La abuela permaneció pensativa, nuevamente. Hablar de su hija, la madre de Paula, siempre era un tema delicado para ella. Dejó de comer el plato de lentejas y bebió un poco de agua.

-Su madre, niña mía, prometió volver ¿cuándo? No lo sé, pero usted no debe preocuparse, como le dije.

Tomó a Paula de las manos.

-Le repito, Paulita, que ahora debe enfocarse en su vida y su futuro. Yo, su abuela Tita, estaré lo que me queda de vida para ayudarle, Dios mediante.

Paula la miró a los ojos. No pudo ocultar cierta insatisfacción por las respuestas bienintencionadas pero ambiguas de su abuela. Ella, a toda costa, esperaba, algún día, saber toda la verdad sobre sus padres.

-Abuela, sé que quiere todo lo mejor para mí, y yo también para usted. Le amo, pero siento que algo me oculta. Por favor, aunque sea doloroso, le pido abuelita, que se sincere conmigo. No sabe usted lo que sufro, tratando de entender el por qué mi mamá y mi papá se fueron siendo yo tan niña. No sabe lo que se siente que hablen a tus espaldas y te traten de huacha, sin yo tener idea de nada. A veces me siento tan desolada, abuelita. Y no es su culpa. Es solo que quiero despejar esta duda que llevo dentro de mí.

Tita no alcanzo a contener las lágrimas, conmovida ante las palabras de su nieta. Pero con resolución, bebió otro vaso de agua y se dignó a confesar.

-Está bien, mi niña. Si quiere saber qué pasó con su padre y su madre, la entiendo. Sé que usted ya está grande y es capaz de comprender, así que le voy a contar-

Paula se secó las lágrimas, bebió del vaso de agua de la abuela y se dignó a escuchar.

-Quiero que sepa que su madre ha enviado esas cartas con mucho cariño hacia nosotras. Pero me temo, mi niña, que ella no volverá pronto.

-¿Pero cómo así, Tita? Pero si ella dijo que regresaría en algún momento.

-Sé que aún confía en ella, después de todo, es su madre y es mi hija, pero no quiero llenarle la cabecita con falsas esperanzas. No le haría bien a su corazón. Ella ya hizo su vida al igual que su padre, lejos de nosotras.

Paula cerró los ojos y volvió a llorar. La abuela le apretó las manos.

-Tranquila mi niña, no se aflija, yo estoy aquí para protegerla. Le prometo que saldremos adelante. Dios está con nosotras.

-¿Por qué?- se preguntó Paula con la voz triste y entrecortada –Tita ¿por qué tiene que ser así? Dígame ¿por qué? Todos me llaman huacha. Eso es lo que soy, abuela, una huacha.

Ambas mujeres se abrazaron fuerte para contenerse. Paula no podía con la realidad de su orfandad, pero tenía a la abuela que era su cable a tierra. La abuela, a su vez, tenía a la nieta, que era la única de su familia digna de permanecer a su lado, su tesoro más preciado.

-Ahora abuela dígame la verdad-

En ese momento, Paula sostuvo con las manos los hombros de su abuela.

-¿Mi padre no volverá nunca?-.

La abuela apenas se animó a decir algo y se limitó a mirarle a los ojos y negar con la cabeza. Paula, un poco más calmada, hizo una mueca leve con sus labios, señal de resignación.

Se secó las lágrimas suyas, también las de la abuela, y se acomodó para volver a hablarle directamente.

-Ahora sé que nunca volverán, Tita. Yo quiero mucho a mi madre, pero no puedo seguir así. No podemos seguir así, abuela.

-Es cierto, mi niña.

-Y mi padre, nunca lo entenderé, pero no puedo esperarlo toda la vida.

-Así es, Paulita.

-Vamos a hacer algo por nosotras, abuela.

Desde ese momento, ambas mujeres decidieron seguir con sus vidas, sin importar el pasado. Paula se propuso salir de Concepción en cuanto terminara sus estudios. Contaba con el apoyo de Tita. Quería irse lejos, donde nadie la conociera, comenzar otra vida en otro mundo. Tenía todo el derecho. Sus padres también lo habían hecho, solo que ella era libre de decidir, sin ninguna culpa.

Paula comenzó entonces a trabajar en sus tiempos libres para ahorrar dinero. Empezó como ayudante en un taller de costura, por medio del contacto de su abuela, y luego se dedicó a ser promotora de una agencia publicitaria. De esa manera, fue reuniendo el dinero suficiente para costear el viaje que ella había estado planeando, el viaje de iniciación.

Nunca más volvería a ser la huacha de Lota. Paula sería, desde ese momento, una princesa solitaria, errante, tanteando un posible destino allende las fronteras.