miércoles, 18 de mayo de 2022

Antes de ser incluido en un colectivo, pregúntate antes si comparten tus valores y si el día de mañana, a la primera desconocida, no traicionarán tu confianza ni vendrán por tu cabeza. De lo contrario, amigo, amiga, da la media vuelta, deja cerrado y sigue tu camino.
Durante la clase de Lenguaje, realizamos una actividad relacionada con el tema de la Libertad. Consistía en un ejercicio de escritura: imaginar que estaban en la cárcel y le escribían una carta al juez para que los sacara de ahí. Tenían que pensar en el delito por el cual fueron condenados y si se consideraban culpables o inocentes. Uno de los cabros, ante la propuesta, se levantó y afirmó que él ya había estado en la cárcel. Era el mismo que decía vender pasta y me ofreció Tusi. "¿Y qué hiciste?" le preguntó un compañero. "Nada pos, pagarle a la guardias", respondió el cabro, exactamente la misma respuesta que me dio aquella vez. Al mencionar esas palabras, parecía gustarle la idea de haber pasado una temporada en la cárcel, seguramente, impulsado por el goce adrenalínico que evoca la delincuencia y por el estilo de vida proyectado por sus artistas favoritos. Había, sin embargo, algo digno de ser recreado y transformado en esa perniciosa idea. La sola imaginación de aquel mundo prohibido pero ilusamente deseado impulsaba en el cabro la imperiosa necesidad de escribirlo. "Profe ¿es necesario escribirle una carta al juez, o puedo escribir otra cosa a mi pinta?", preguntó esta vez, invadido por un deseo de expresión a toda prueba. Le expliqué que podía ser, mientras no se tratara de drogas. El cabro asintió, irónico, sabiendo que ese era su leitmotiv, y que todo este tiempo su obsesión consistía en darse una vuelta por el infierno terrenal e imaginar que tiene una vida peligrosa y libertina, siempre al borde de la muerte, y no necesariamente la realidad acomodaticia de la escuela y del aula, en la cual pudo, al menos, sublimar su ensoñación delictiva mediante el ejercicio de la escritura de ficción, tal vez, único reducto de auténtica libertad que al cabro le restaba, encerrado tras los barrotes del abstracto curriculum con los educadores como sus verdugos.
En el borrador de la Nueva Constitución, la palabra Estado se repite alrededor de cuatrocientas veces a lo largo de cuatrocientos noventa y nueve artículos.