miércoles, 27 de abril de 2022

La hora del fin

"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos". Cesare Pavese

Soñó que era acusado de un delito. Tenía relación con un hecho violento. Dentro del sueño, se encontró en el patio de una casa que arrendaba antiguamente. Allí, un conocido suyo, un poeta anfitrión, le visitó y le contó algo sobre una cámara situada en una calle próxima a un local del puerto, un local muy concurrido por un grupo de escritores. En el video grabado por la cámara, se alcanzaba a visualizar a un sujeto sospechoso, de manera muy borrosa, caminando de noche sobre lo que parecía una mancha de sangre en la acera. En aquel momento, aún se investigaba la escena del crimen.

Existían varios sospechosos que concurrieron al local a una lectura poética aquella noche registrada en el video. Lo más extraño era que los investigadores le sindicaban a él como el sospechoso, en circunstancias de que aquella noche no había ido a ninguna lectura. El poeta anfitrión le explicó que estaban sospechando de todos aquellos que asistían regularmente al local. Ante esa información, se acrecentó una sensación de claustrofobia en su cabeza y se agudizó un dolor en su pecho. Alguien había sido asesinado, según constaba en las investigaciones. Aún no reconocían el cuerpo, pero todo indicaba que se trataba de una escritora que también asistía regularmente a dichas tertulias de poesía. Existían varios sospechosos, sin embargo, él era el principal, por el solo hecho de que todos certificaban su relación patológica con la occisa.

Le dijo al poeta anfitrión que él no podía ser. Este respondió que le creía, pero tenía que convencer a los oficiales. Fue así que decidió contactar a todos aquellos personajes que asistieron esa noche. Ninguno se dignó a dar explicaciones convincentes. De hecho, todos habían sido interrogados y tenían sus respectivas coartadas para zafar de su presunta implicación. Evidentemente, se estaban cubriendo las espaldas, como buen lobby, y a él le estaban dejando fuera, a su suerte. Entonces pensó que tenía que encontrar, de alguna forma, una coartada que le situara fuera de aquel lugar al momento de la lectura poética, con tal de no ser incriminado. Sin embargo, pasaba el tiempo, y sus explicaciones respecto a su ausencia en el sitio del suceso no convencieron a los fiscales, oficiando así, ante la premura por cerrar el caso, una orden de detención en su contra como sospechoso de homicidio. -No podía ser-, dijo para sus adentros. -No podía ser, por la sencilla razón de que yo la quería-, concluyó, mientras caminó con la cabeza gacha y las manos esposadas, rumbo a la patrulla, ante la mirada despreciativa de cada uno de los asistentes al local, que no dejaban de grabar el espectáculo de la captura del inculpado.

Rumbo al calabozo, imaginó en su cabeza el video de la cámara. En él, seguía la figura borrosa del sospechoso, se revelaba el arma del delito y se visualizaba bruscamente el rostro pálido de la escritora. En ese mismo instante, se dio cuenta que la mujer estaba viva y, en verdad, lo tenía sujeto de las esposas hacia la cama. Lo forzaba mientras lo cabalgaba, al punto de la agitación. El inculpado aún no podía entender qué era lo que estaba pasando, tratando desesperadamente de zafarse. Entonces, la escritora, pálida, fiera, lo enredó con las sábanas y lo asfixió. El inculpado sintió cómo se ahogaba con su propia saliva en el proceso, perdiendo la respiración y sintiendo que moría. Esa mujer de ensueño -pensó- lo mataría en ese mismo instante. –Llegó la hora-, le dijo al oído, con una voz grave y sensual. Lo hizo agitarse tan bruscamente que perdió el aliento y sintió que todo su mundo se derrumbaba a su alrededor, con la mujer invicta sobre su cuerpo inerte.