jueves, 12 de julio de 2018

Luis Urzúa, uno de los 33 mineros, se pronuncia sobre el encierro en una cueva de los chicos tailandeses integrantes del equipo de fútbol Los jabalíes salvajes, a cargo del entrenador y ex monje budista Ekapol Chantawong. Sostiene que lo peor no ocurre dentro, sino que afuera después de haber salido, con el ruido mediático y las secuelas psicológicas de tan extrema experiencia. Sus palabras son las siguientes: "Cedimos todos los derechos sobre lo ocurrido a abogados y productores. Hoy por hoy no podemos ni siquiera vender una chapita de los 33, mucho menos escribir un libro ni protagonizar una película". Aunque parezca inverosímil, el reclamo de Urzúa ocurre en un contexto particularmente delicado para la libertad de información y los resquicios legales que restringen su circulación bajo la excusa de la propiedad intelectual. "No era para hacernos ricos, pero era para tener una vida tranquila" repite Urzúa en referencia a la tan bullada película 'Los 33', dirigida por Patricia Riggen, protagonizada por Antonio Banderas, e inspirada en el libro "En la oscuridad", del periodista Héctor Tobar. Por supuesto, ni la película ni el libro le han generado dividendos a sus propios personajes. Resulta ridículo que las propias víctimas devenidas luego en mártires y "héroes nacionales" no puedan, como legítimos protagonistas de su drama, ser soberanos de su propia historia. Llamarlo ignominia, absurdo, contrasentido, es poco. Pero es así como funciona la lógica contractual de la imagen en un escenario en el cual todo, absolutamente todo cuenta con un precio. Un precio, claro está, privado, restringido para los sujetos de derecho, sujetos únicamente a su contingencia y miseria cotidiana. El pago de Chile. Por otro lado, el proceso de blanqueamiento de imagen para el entrenador Chantawong alcanza un ribete similar, solo que todavía sin la odiosa explotación mediática de por medio, sin ese ojo orwelliano que indaga en el ente del espectáculo como quien indaga en un rentable recurso natural. Se ha generado, eso sí, un círculo de protección en torno a las principales figuras: los 12 "jabalíes salvajes". La transmutación épica exige un alto sacrificio a cambio de la celebridad. Así lo evidencia la última iniciativa del gobierno de Tailandia: transformar la cueva del encierro en un museo de exhibición. La glorificación de la tragedia, contrapuesta a la espectacularización de la misma, tan propia de nuestra idiosincracia.
Aniquilación en el Ex teatro Velarde (no aniquilación literal, Aniquilación, la película de Alex Garland). Hubo por los menos dos cuestiones en las que no había caído en cuenta:
1.- Un loquito que antes trabajaba en el equipo de cine Insomnia me hizo recordar la asociación de la idea del Área X con la Zona de Stalker. La utilización del espacio mutante y radiactivo constituía un homenaje subrepticio a esa zona prohibida que se supone cumplía los deseos de sus visitantes (con evidentes reminiscencias a Chernobyl). Adentrarse en aquel espacio, sin embargo, no suponía, como en la película de Tarkovski, el hallazgo de un lugar secreto y milagroso, sino que la exploración de un territorio sitiado por algo venido del espacio, un algo digno de alucinación, extraño por grotesco. Mientras que el viaje a la Zona implicaba un aciago autodescubrimiento y una revelación de la vanidad de nuestras ambiciones, el viaje al Área X, por su parte, conducía a las protagonistas al encuentro con la aberración de lo desconocido aflorando desde adentro y desde todos lados.
2.- La llegada de Denis Villeneuve y esta película, Aniquilación de Alex Garland, son a menudo encumbradas por la crítica como "nuevos clásicos de la sci fi". Pese a esto, difieren en la perspectiva. La de Villeneuve insiste en la posibilidad de comunicación e incluso de conciliación con el otro alienígena. La de Garland, en cambio, plantea el extrañamiento absoluto del hombre confrontado con la otredad cósmica, que rebasa y literalmente aniquila su sentido y racionalidad. De esa perspectiva se deduce la siguiente idea: la vida humana como una extravagancia genética; la otredad del ente o la criatura espacial como una amenaza al sistema humano. En este punto cinematográfico, Garland es un fiel lector de Carpenter. Y, en otro plano, remite también a la tradición de misántropos literarios como Lovecraft. Garland encarna, a su manera, ese espíritu nihilista. Todo encuentro con la otredad no sería otra cosa que un encuentro con la verdadera verdad: la aniquilación del ser.
El gesto de Mick Jagger luego del partido contra Croacia lo dijo todo: I can't get no satisfaction...