miércoles, 15 de abril de 2020

Ha causado revuelo el caso de Carolina Cox, una de las “compañeras” chilenas que fue a Cuba y que ahora pretende regresar a Chile, totalmente atrapada, decepcionada, buscando escapar de la falsa ilusión sobre la que tantos años ha tendido manto el sector más radical de la izquierda. Pero ¿por qué habría de huir, y menos que nadie, ella, una militante, del paraíso del comunismo cubano? Dejemos que ella misma, mujer comunista, nos responda: “Hola, soy una de las 290 chilenos que se encuentran varados en Cuba, acá en este ‘hotel’ son 60 personas y está en un centro de foco infeccioso. Constantemente están saliendo y entrando extranjeros, hay plagas de ratones, no es un hotel que estuviera habilitado, pero lo habilitaron ahora para que pudiéramos estar acá (…) Estamos tratando también de no contagiarnos y de que no nos pase nada, porque si alguno de nosotros tiene coronavirus no vamos a volver a nuestro país”. Consecuencia de esto, la propia Cox se ha visto en la necesidad de exigirle al mismísimo gobierno de Piñera un vuelo inmediato de retorno a su Chile natal. Sí, el mismo que era y que sigue siendo el blanco de las críticas de parte de la oposición y de un amplio sector de la población. Aquel personaje que en un principio era el máximo representante del Estado opresor, ahora resulta que tiene la obligación de ser condescendiente. Menuda vuelta de carnero. Con todo, ya es un hecho que nuestra actriz, superada por las circunstancias materiales en las que está sumida, no puede seguir sosteniendo, más allá de los desastres de la pandemia, la otra cara de su visión ideológica, o quizá habría que decir: la cara desvelada de su discurso trasnochado. Lo que le sucedió a ella es un claro ejemplo de cómo ciertas prácticas políticas fracasan y se desmoronan al menor contacto con la vida práctica, en este caso, la vida del ciudadano cubano de a pie que ha tenido que vivir en carne propia la escasez y la miseria que Cox y compañía solo alcanzaron a experimentar de forma muy superficial en su excursión de protocolo en tiempos de crisis sanitaria. Nuevamente, y por lo visto, la influencia del virus no ha provocado ese tan añorado “golpe al sistema capitalista” que pensara Zizek. Más bien, ha acentuado las inconsistencias de aquellos que dicen combatirlo. Y esto resulta positivo, a la larga, porque sus implicancias han resultado más bien desarticuladoras, como dijo Byung Chul Han. “Ningún virus puede hacer la revolución”. Lo que sí ha hecho, en cambio, ha sido desenmascarar las caretas. Sin discriminar banderas ni colores políticos, la pandemia ha permitido que ciertas posturas humanas caigan por su propio peso ante una sociedad que todavía se muestra frágil en su falta de organización y cohesión general. Dejemos entonces que los efectos nihilistas del virus expongan a los autoproclamados líderes en su cinismo, desde todos los flancos, desesperados por encontrar la vacuna que los salvará de su propia toxicidad. Que hagan su sucia pega, hasta que el sentido crítico se vuelva inmune.