jueves, 25 de enero de 2018

Joy Division

Día legendario para el post punk. Hace exactos cuarenta años, el 25 de enero de 1978, en el icónico local Pips de la ciudad de Manchester, una banda de rock llamada Warsaw anunciaba que para el show de esa noche cambiarían su nombre definitivo a Joy division, nombre que Ian Curtis tomó de los burdeles que los nazis mantenían en los campos de concentración, sometiendo a sus prisioneras a la esclavitud sexual. La referencia la había tomado Ian de la novela The House of Dolls de Ka-Tzetnik, la cual el mismo año del debut de Joy division se encumbró al éxito vendiendo millones de copias.

Grumpy Cat

Día histórico para los memes de internet: Tardar Sauce o Grumpy cat, conocido como el Gato Gruñón acaba de ganar una demanda en la justicia yanqui por explotación ilegal de su imagen. Su dueña, Tabatha Bundensen, recibirá la módica suma de 710 mil dólares de parte de una compañía de café por incumplimiento de un contrato. El contrato entre Tabatha y la compañía Grenade Beverage exigía disponer de la imagen del gato gruñón solo para el café helado bautizado como "Grumpuccino", pero la compañía la usó además para promocionar otra clase de productos. El abogado de Tabatha repetía, al conocer el fallo: "Es la primera vez que un "meme" de internet consigue una victoria". Esta noticia, aunque represente una auténtica pérdida de tiempo, una oda a la superficialidad del mercado para las mentes pensantes de las redes sociales, llena sin ningún problema los titulares del Wall Street Journal y la revista New York. La imagen del gato gruñón, que incluso ha sido usada para parodiar el semblante de Schopenhauer, se ha vuelto un fenómeno mundial, ha aparecido en una función musical de Broadway y hasta tiene una figura de cera en un museo de Washington. Lo que ha ganado no ha sido solo un meme de internet, sino que ha ganado la cultura del simulacro de la imagen, dejando al público desconocido, anónimo, ajeno a la faramalla mediática, irónicamente con el mismo rostro destemplado del gato gruñón que sigue generando millones y millones.
Hay en el gesto de reconocimiento del otro, por particular o interesado que parezca, un algo que puede dejar una huella, una vibración. Pasó hoy con una artista del medio local que entró a comprar al almacén de la esquina. No la había reconocido en un principio hasta que en una sincronía misteriosa di con ella. La misma a la cual había visto tocar un par de veces con su banda en algún local de valpo. La misma que escribió el libro dramático que compré en el stand de libros independientes de la feria de viña. Le hice saber que seguía de cerca su trabajo. Entonces, con suma confianza, se explayó sobre la música alternativa, sobre el mundo de la actuación, sobre lo peludo y a veces estoico que resulta salir adelante en un medio hostil. Pero recordó de inmediato las palabras de su otrora maestro Juan Radrigán, quien siempre tenía razones para hacerle creer que sí se puede. Así cobró una nueva faz. El ánimo que se escondía en ella de repente se revelaba. El entusiasmo había hecho lo suyo en nuestra persona. A raíz del espíritu de Radrigán, seguí explicándole que la idea era apoyar el arte under a como de lugar, de la manera que fuese, aunque los vinagres de siempre persistan en su abulia, con el pulso y la garra requerida para conformar una voz, una voluntad pura desde las sombras. Esa era la parada que valía la pena. Porfiar, a veces atinar, a veces fracasar, fracasar mucho, demasiado, pero porfiar, porfiar hasta dar con eso que permita pasar al siguiente nivel, hacia lo que llamaba Baudelaire, el éxtasis de lo desconocido. Terminando de hablar, quedábamos en que ella me haría el autógrafo de su libro y de su disco. Un abrazo de reconocimiento mutuo sellaba la milagrosa coincidencia. Una palabra y un aliento para volver a respirar el sueño de la realización.