lunes, 17 de abril de 2023

Un hombre caminaba por la Avenida España, a las seis y media de la tarde, en dirección contraria al taco, rumbo a Valparaíso, vendiendo todo tipo de chucherías. Caminaba tranquilamente entre los vehículos atochados. Para este hombre, la inmovilidad del tráfico era grito y plata. Sabía que a la hora punta había que hacerla, sin miedo a ningún loco al volante. Arriba en la micro, mientras tanto, se observaba el ánimo desgarbado de los pasajeros a bordo. Ninguno quería bajarse, pese a que la micro se movía apenas unos cuantos metros por minuto. Esperaban estoicamente, confiando en la buena fe del chofer y en el avance cansino de las ruedas. Solo el vendedor de chucherías caminaba libre, en plena carretera, cual Moisés a través de las aguas. A lo lejos, cerca del Reloj de Flores, las luces rojas de los vehículos emulaban la incandescencia de un río de lava. Su erupción era el ritmo del día a día, caliente como los motores a punto de explotar.