domingo, 26 de julio de 2020

Querido primo: fuiste prácticamente un hermano chico para mí. Todavía recuerdo cuando de cabros jugábamos en el patio de los tatas. Me retaban porque me ponía a pelear contigo, y tenía envidia cuando a ti te servían más bebida que a mí, o por ejemplo, cuando venías y te quedabas con el mejor juguete. Nunca olvidaré esas tardes enteras jugando al 64 o al play 1, empecinados en pasar los niveles de las etapas de los videojuegos. Me decías el monstruo por pasar todos los niveles con facilidad. Tú te llamabas el descubridor por desbloquear cosas nuevas. Nunca olvidaré cuando íbamos al Alejo Barrios con el tata a jugar pichanga y ya mostrabas tus dotes de arquero. Nunca olvidaré cuando hacías tus imitaciones ni cuando te explayabas tan lúcidamente sobre el acontecer político. Podrías haber sido un excelente comentarista deportivo, un locutor radial, un politólogo o un humorista de stand up comedy. Mi viejo en parte te consideraba como su hijo por eso mismo. Admiraba en ti esa locuacidad, esa capacidad verbal e histriónica para opinar sobre temas polémicos, pero también esa cualidad única para el humor que tenías. Nos sacabas a todos una sonrisa, por el simple hecho de hacerle competencia a Kramer. Tenías un don del cual yo carezco: el don de la extroversión. Si bien no te venía lo intelectual, tenías una visión muy aguda de las cosas, acompañada de esa característica liviandad de sangre, la cual hacía que tu compañía fuese absolutamente confiable y amena en un sentido muy íntimo. Pese a tus problemas, que todos tenemos, pese, a lo mejor, a tus rabias, a tus frustraciones, que destilabas, a ratos, eras un cabro sano, y, por sobre todo, un cabro bueno, íntegro. Son cosas que admiro aún de ti, y que no puedo sino recordar con cariño. Hablabas de aquellos “viejos tiempos”, en donde todo era más fácil, cuando éramos pequeños. Deseabas en tu fuero interno que todo fuese como en aquellos viejos tiempos, y compartía tu visión de manera entusiasta. Eras un nostálgico. Ansiabas aquella edad de oro, aunque no por eso dejabas de disfrutar el presente, a tu manera. En el fondo, soy muy parecido a ti en ese sentido: un romántico, en el viejo sentido de la palabra. Añorabas el pasado pero a la vez vivías el aquí y ahora, con un dejo de desenvoltura, de simpatía, de candidez, aunque guardabas conflictos que solo tu conocías, en parte, como todo el mundo. Nadie te puede culpar por eso. Sabemos que quizá te sentías incomprendido. Yo, en lo particular, nunca fui capaz de hablar contigo para tocar esos temas que tanto te aquejaban, porque temía, en parte, que se perdiera aquella magia en nuestra relación, de cuando éramos precisamente más jóvenes, y en donde no existían esta clase de problemas, y todo era más fácil. Afrontar el paso del tiempo y la madurez implicaba, de forma dolorosa, seguir nuestros propios rumbos. Y así fue. Pese a la comunicación, había que crecer y dejar atrás aquellos viejos recuerdos para afrontar la vida adulta. A pesar de todo, y de esa distancia, el lazo que nos unía era el de aquella añoranza del pasado, ese pasado ideal. Ahora lo entiendo todo. Tu mensaje siempre fue atesorar esos recuerdos en nuestro interior, porque el tiempo también tiene corazón. Más allá de las circunstancias que envolvieron tu partida, me quedo con eso: con tu nobleza, con tu espontaneidad, con tu espíritu crítico y con la idea de que nuestra memoria siempre puede dignificar nuestra historia. 

Hasta siempre, futbolero, locutor, imitador, politólogo, bombero, primo, hermano 

Los viejos y buenos tiempos siempre vivirán en tu memoria.