domingo, 2 de octubre de 2022

Y ahí estaba el ejemplar de la Nueva Constitución, en una caja de libros usados en la feria de viejos de Plaza O Higgins, compartiendo espacio con otros libros, entre ellos, El juego del dinero de Robert Kiyosaki y Memoria de crímenes de Ray Bradbury. En una sola caja, una novela negra, autoayuda financiera y un borrador constitucional. El destino de muchas obras de la literatura universal es ese: servir de inventario para el librero ambulante y de banquete literario para el lector callejero.

El hackeo al Estado Mayor Conjunto: complot o montaje

Tras el hackeo al Estado Mayor Conjunto que revela información clasificada de las Fuerzas Armadas y también informes policiales secretos sobre lo ocurrido durante la insurrección de octubre, han salido a la luz diversas teorías. La primera dice relación con el presunto plan de un grupo autodenominado Guacamaya, grupo anónimo de “hacktivistas” que, según dicen, ya ha atacado los organismos militares y policiales de otros países. Su declaración de principios ya es de conocimiento público y alude a un llamado de resistencia en contra de los Estados considerados invasores del espíritu de Abya Yala, nombre primigenio con el que se alude a toda la América. Así se deja leer en un extracto de su manifiesto:

“Para que quede claro, los ejércitos militares y las fuerzas policiales de los Estados de Abya Yala, son la garantía de dominio del imperialismo norteamericano, son garantía de la presencia extractivista del Norte Global. Son fuerzas represoras violentas, criminales en contra de los propios pueblos y sus organigramas piramidales internos de poder también son repudiables.”

Si se hace una lectura acuciosa, se puede inferir la ideología que subyace a estos llamados e imprecaciones, cuál sería su ideario y hacia qué horizonte apuntan. El propio grupo Guacamaya lo deja entrever, incluso de manera lírica y vehemente, en un poema:

¡Aquí, en nuestro hogar,

se congregan los mundos:

el águila del norte,

la guacamaya del centro

y cóndor del sur!

¡Vamos como el principio mismo de nuestro tiempo,

con nuestro tiempo espiral,

de cuentas largas de mil años,

con nuestro calendario lunar iluminado de sol!

¡Nuestra victoria es la vida!

La simbología de las aves alude a los ejes de poder en disputa a lo largo de América. Se trata de una metáfora geopolítica. El águila del norte es el Estado profundo norteamericano. La guacamaya y el cóndor representan, por su parte, el ethos de Hispanoamérica, aunque se puede advertir una evidente diferencia sustantiva en el cóndor, que configura el Cono Sur y que forma parte de nuestro escudo nacional como animal patrio, simbolizando la fuerza, en consonancia con el lema. La guacamaya, por su parte, representaría, más bien, el “espíritu centroamericano”, más tropical, y no es casual que este grupo de hacktivistas se haya adjudicado su nombre como emblema de batalla. Se podría decir entonces, que la visión de Guacamaya apunta a una suerte de reivindicación de los pueblos hispanoamericanos en contra del dominio del capital financiero estadounidense. Su ideario entraría en total consonancia con la izquierda libertaria y revolucionaria de corte marxista, pero con un toque de bolivarianismo por su idea de la “unión latinoamericana”.

Ahora, la pregunta que subyace es la siguiente: ¿habrá algún vínculo de este grupo con los partidos de coalición afines a su cosmovisión política? Difícil saberlo, mientras no existan pruebas fehacientes. Lo único evidente, por el momento, es que la intervención de Guacamaya en el Estado chileno, coincide con la coyuntura política posterior al rechazo de la Nueva Constitución, durante el gobierno progresista de Gabriel Boric, lo cual ya dice mucho.

He aquí que surge otra teoría aún más audaz sobre el hackeo, y es la teoría del montaje. Jorge Zamora, quien se ha hecho conocido en medios independientes por cuestionar la plandemia, ha señalado que el ataque cibernético al alto mando militar fue consecuencia del conflicto diplomático de Boric con Israel. Según su teoría, el propio gobierno (o quienes lo manejan en las sombras) habría hecho un “auto hackeo”, para neutralizar cualquier intento de levantamiento militar en contra de la agenda global en marcha. Prueba de esto, para Zamora, sería el hecho de que casi ningún personero de gobierno ha responsabilizado directamente a los hackers y, en cambio, han instruido investigaciones para delegar responsabilidades dentro de la institucionalidad militar. Aunque los antecedentes para sostener esta teoría no sean suficientes, no está demás pensar que existe una vasta red de implicaciones de poder, un auténtico Juego de tronos criollo, en donde se puede revelar toda una trama de negociaciones, sobornos, chantajes e incluso conspiraciones ocultas a la ciudadanía tras el velo del orden, la seguridad y el status quo.

Más allá de la presunta tentativa terrorista y revolucionaria de Guacamaya, más allá de la presunta conspiración del gobierno en contra de las fuerzas antiglobalistas, se ha hecho patente que las instituciones del Estado están expuestas, que Chile no tiene infraestructura crítica de ciber seguridad, dando una señal psicológica de indefensión ante cualquier fuerza invasora, ya sea un enemigo interno o externo. Un verdadero “ciber estallido” o “ciber insurrección” se está gestando, un auténtico espíritu octubrista llevado al mundo de lo digital en plena época del globalismo.

Sacarse el bozal

1.- Primer día en que se libera el uso de mascarillas. Sin embargo, al salir a la calle, extrañamente, no pocas personas seguían con el bozal. Muchos la lucían casi orgullosos, como si el solo hecho de llevarlas ahora desobedeciera el mandato de su eliminación. Así, rebeldes, en sentido inverso, con la mascarilla cubriendo su boca, caminaban sin ningún problema, creyendo espantar al bicho omnipresente y emulando la misma rutina establecida hace ya más de dos años. Nada parece haber cambiado para estos emisarios del bozal, demasiado acostumbrados a usarlo con diseños cada vez más exclusivos, al punto de considerarlos con criterios estéticos.

2.- Dicen que el hombre es un animal de costumbres, y la correcta aplicación de las medidas sanitarias no era la excepción a esa regla. Merced a su redundancia, la mascarilla acabó por mezclarse a la piel del ciudadano medio. Sin ese distintivo, no podría ocultar la vergüenza de andar a rostro descubierto y ser inconscientemente señalado, aunque, efectivamente, ya no hubiera necesidad. En tanto, los que circulaban sin el bozal lo hacían de manera parsimoniosa, apenas dirigiendo la mirada a los porfiados que aún seguían con la mascarilla puesta. Para ellos, en el fondo, acabó el mandato, no la pandemia, por lo que el mandato sobrevive en sus mentes y el miedo al bicho continúa incubado en sus corazones. La mascarilla persistente solo es muestra de que no había que quitársela de la boca, necesariamente, sino de adentro. Un bozal silencioso seguía penando en su interior, y no cabía allí ninguna otra restricción que la costumbre del portador, unida a la impostada moral del autocuidado.

3.- En el centro, pese a todo, seguían algunos ambulantes vendiendo mascarillas. Una señora gritaba a viva voz que eran los últimos lotes de a luca que quedaban. “Aproveche antes que se acaben”, exclamaba como en la feria, buscando convencer a los clientes de rostro descubierto o a los que necesitaban todavía el placebo de la boca tapada. Resulta que se eliminó la obligatoriedad, no su uso voluntario, por lo que mucha gente prefirió seguir llevándola a resguardo del bicho redundante o por la irresistible fuerza de la inercia. Y, en este sentido, la merca y el contrabando de bozales no podía desaparecer, sobre todo cuando se abrió un último nicho de liquidación.

4.- En más de una ocasión, me ha tocado devolverme para ir a buscar la mascarilla cuando ya andaba en plena calle, consciente de que ir con mi rostro real significaba no poder tomar la locomoción colectiva ni acceder a ningún recinto cerrado. De modo que estaba obligado a tomar la mascarilla olvidada y salir nuevamente, pero con el sello que me permitiría una mejor atención, fuera al lado que fuera. Y es por esto mismo que ya no se trataba precisamente de la cuestión de salud: se trataba, antes que nada, de integrarse a la vida social, aunque su precio fuera el de cubrirte hasta quedar irreconocible.

5.- El cambio de medida significó para muchos, una catarsis; para otros, un mero protocolo. Los más entusiastas, de espíritu anti plandémico, celebraron en grande, incluyéndome. Hay incluso videos de una celebración en un casino, en donde contaban los segundos, hasta dar las doce del uno de octubre, para gritar ¡libertad! Pero, por otro lado, algunos escépticos advirtieron que no había nada que celebrar. Que, nuevamente, las elites detrás de la política sanitaria han ganado, por la sencilla razón de que demostraron mantener, durante más de dos años, medidas restrictivas, en muchos de los casos, absolutamente arbitrarias y escasas de respaldo científico. Al desescalarse los protocolos, sencillamente, dieron por cumplida su faena, luego de una exitosa campaña de vacunación, el mantenimiento de un toque de queda prolongado como excusa política y la implementación de un verdadero plan piloto de crédito social. El uno de octubre, para estos escépticos, ganó el sistema, no ganó la libertad, por el simple hecho de que la libertad no es algo que se le conceda a la ciudadanía desde el Estado, sino que debiera ser ejercida por derecho propio. Entonces, celebrar el fin de las mascarillas solo implica actuar como el perro que estuvo demasiado tiempo con el hocico tapado como para soltar un ladrido. No es un logro, a lo mucho, una victoria pírrica, sobre todo si el uso del bozal dejó tras de sí una multitud de víctimas silenciosas o de talibanes de la salud.

6.- Escuché la otra vez decir en la calle, “hay que sacarse la mascarilla del alma”. Sin contexto, esta frase podría significar muchas cosas. Perfectamente, podría ser sacarse esa mascarilla que le pertenece al alma, una mascarilla metafísica, espiritual; o bien, liberar eso esencial dentro de uno, esa alma, de aquello que la oprimía o la ocultaba, esa mascarilla que es el velo de su verdad revelada.