jueves, 14 de marzo de 2024

Antes de comenzar la clase de la mañana, un cabro se me acercó. "Profe, necesito hablar con usted", me dijo. Se le veía adormilado. -¿De qué se trata?-, le pregunté. -Era para avisarle que no me retara si me quedo dormido en su clase-, respondió. -Lo que pasa es que perdí todo anoche en el incendio de Cordillera, y madrugué ayudando a mis tíos a levantar escombros. Dormí solo un par de horas-. Quedé conmovido al enterarme que había perdido todo, y que, aún así, había venido a clases. -Cuánto lo siento, estimado ¿Y por qué no se quedó a descansar?-, le volví a preguntar, preocupado por su situación. -Es que acá en la escuela me evado-, contestó.- En lo que duro la clase, el cabro no durmió sobre la mesa, como hubiera creído. Solo permaneció quieto, bien callado, frente a la pizarra, con su cuaderno abierto y en blanco, en posición reflexiva. Casi no hablo con nadie más. Apenas anotó un par de cosas y luego se fue. Aquella hoja en blanco sin materia parecía su oración silenciosa, el secreto de sus recuerdos chamuscados.