jueves, 24 de marzo de 2016

Batman vs Superman



 Para ir a ver Batman vs Superman sin demasiada expectativa, sin salir luego del cine pateando la perra, solo basta pensar en su director, Zack Snyder. Un gran productor gráfico, un artista de la imagen, de la pirotecnia audiovisual, no un escritor de historias ni de tramas. Snyder no es Nolan, ni por asomo. Hay que ir a ver la película mentalizado en ese disímil enfrentamiento, en esa ya épica batalla entre el superhéroe humano, oscuro, y el extraterrestre, hiperventilado. Lo que atrae en un superhéroe es antitético en el otro. En Batman se trata de su cualidad humana, su traumática y misteriosa psicología. En Superman se trata más bien de su cualidad no humana, su superfuerza al servicio de una moral y una justicia terrestre, mejor dicho, yanqui. En un despliegue de fuerza ya sabemos quien podría ganar. Eso haría la lucha y la película algo demasiado previsible. En un despliegue de inteligencia y de mentalidad, sin embargo, Batman llevaría la delantera. En Batman cohabita el conflicto entre el bien y el mal. Su conflicto es su fuerza. En Superman, por su parte, el bien parece una bandera al uso. Sus atributos de semi dios son su punto débil. El disfraz de Batman es el reflejo de su personalidad. Bruce Wayne como su identidad real. Un empresario multimillonario, poderoso, seguro, que de noche se oculta tras la figura del murciélago para vengarse y tomar la justicia por sus manos. El disfraz de Superman, en cambio, es la forma en que él concibe al ser humano -Como quedó claro en el dialogo de Kil Bill de Tarantino-. Clark Kent como el tímido periodista que para sobresalir desvela su forma original, sobrehumana. Definitivamente, punto para Batman. La película, a pesar de todo, promete un espectáculo de proporciones. No encontrarán ninguna maravilla argumental. Ni mucho menos cine de autor. Hay que ir a verla solamente pensando en los superhéroes como parte de nuestra mitología.

La dimensión tibetana de la pedagogía

La dimensión tibetana de la pedagogía: encerrarse diariamente sin contacto con el mundo, sin otro panorama que ir del instituto a la casa con motivo del trabajo de planificación y evaluación, el trabajo invisible para el resto pero en el fondo el más pesado, el verdadero. El retiro espiritual de fin de semana no hace falta, basta con ejercer ese trabajo gratuito para declararse un anacoreta de la educación.

La firma

Veo al tipear la planificación del semestre (trámite tramitoso) para mañana, que en mi mano izquierda, a un costado del dedo meñique, tengo un "hola" escrito con lápiz pasta negro. Lo veo y recuerdo súbitamente que en la mañana una alumna me rayó ahí mientras yo apoyaba la mano en el puesto tratando de explicarle a su grupo la actividad de la clase. Había estado tan ocupado que no tuve tiempo de lavarme las manos y borrarlo. Ese hola textual como símbolo de algo más: la invencible distracción, la fe ciega en el trabajo o la soledad. Hago memoria de lo que hice en el día y ese hola fue lo único que perduró. Lo único que pude concluir del día. Permanece ahí, escrito como una firma, tatuado en la piel, recordándome a cada tanto que debo revisar la tarea de su autora, y al mismo tiempo, que no puedo despreciar su saludo imaginario.