jueves, 8 de noviembre de 2018

La edición 2017 de La nueva novela de Juan Luis Martínez resultó que contiene anotaciones atribuidas al propio autor, pero que en realidad eran de su amigo, Ricardo Cárcamo, quien señala que para la edición del 85 había hecho una serie de apuntes aconsejado por el propio Martínez: “Para La nueva novela hay que siempre relacionar cada página con la página anterior y posterior, así pasando de una página a la otra”. Las palabras de su amigo se las habría tomado tan en serio, que comenzó a realizar las célebres anotaciones, algunas de las cuales figuran en la nueva edición como hechas originalmente por Martínez, desconociendo por completo su procedencia auténtica. Hay dos valoraciones de lo sucedido: aquella de los que ven en esto una prueba más del impacto de La nueva novela, llevando hasta el límite de lo apócrifo la tensión material del lenguaje y el "qué importa quién dice" con la ya tan atribulada "muerte del autor" (la tachadura nominal le habría correspondido, esta vez, a Cárcamo); y aquella de los que ven en esto un cagazo editorial de proporciones, acaso involuntario o, lo que es peor, totalmente deliberado, desconociendo el aporte de Cárcamo a la obra de Martínez y velándolo en una triquiñuela autoral. Fuese como fuese, la polémica reabre la interrogante ¿vale la autoría, su nombre, tanto como la obra por sí sola? ¿la renuncia discursiva del autor a su obra, digamos, mejor dicho, a su apropiación, implica necesariamente su intervención arbitraria o quizá interesada? El gesto de Martínez interpela aquí a lectores, editores, exégetas por igual, cada cual forjando su propio texto a partir de la NN, o bien, denegándolo, en una forma soterrada de autorreferencia. Todo aquel que se acerque y trabaje sobre su obra, ya sea desde una mirada íntima o analítica, correría el riesgo de ser sobreinterpretado o, en su defecto, tachado.