viernes, 30 de noviembre de 2018

El secretario al momento de pasarme las lucas dijo lo siguiente: "No se olvide de depositar en la Teletón". Tomé las lucas rápidamente, y cuando me volteé, el compadre se infló las mejillas e hizo un gesto como de ensancharse el estómago. La referencia se explica por sí sola.

The Haunting of Hill House

La cuestión con The Haunting of Hill House es que acá el terror y lo sobrenatural, si bien parte del lugar común de la casa embrujada, releyendo la obra de Shirley Jackson, más adelante adopta un rol vicario en donde los principales horrores son los que acompañan a los hermanos ya de adultos en el transcurso de su vida. Ellos salieron de la casa, pero la casa nunca salió de ellos, en definitiva. Los fantasmas, como diría Steve, el hermano escritor, son miedos pero también pueden ser deseos. Cada uno de los espectros de Hill House compone un linaje secreto que conspira y que amenaza, pero que también conforma el escenario psicológico de sus propios moradores. Y la trama en la serie adquiere, de esta forma, ese carácter fantasmal, porque cada uno de los hermanos figura aún ligado emocionalmente a lo vivido en esos años de infancia. Vuelven una y otra vez sobre aquel tiempo, sobre aquel espacio, retrotrayendo su pasado, invocando sus propios demonios interiores, aún determinantes en su presente. Al tratar de atar esos cabos y de hilvanar el entramado de sus heridas, los hermanos deben enfrentar el meollo de sus conflictos personales, siendo sublimados en un constante juego de sombras y contraluces, mediante la ficción como recurso, en el caso de Steve, o, mediante la aparición post mortem, en el caso de Nell. La línea divisoria entre lo real y lo ficticio, entre el sueño y la vigilia, de hecho, entre la vida y la muerte, se hace tan tenue que le resta al espectador agudizar la mirada y ampliar la perspectiva, siendo en el proceso un cómplice o, incluso, por qué no, otro fantasma, tratando de proyectar su propio deseo. Los que quieran ver en Hill House una especie de refrito de Actividad paranormal, saldrán defraudados, o, como mucho, curados de espanto. Los que quieran ver en él un típico dramón familiar, saldrán sorprendidos, porque en la serie la degradación existencial de los habitantes de la casa es lo que prima, su sueño americano carcomido por dentro, su corrompido deseo fantasmático, su vida que mira hacia la luz del exterior, pero que no escatima en hurgar en la oscuridad de su interior.


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jueves, 29 de noviembre de 2018

Daniel Jadue había propuesto hace poco la creación de una Universidad abierta en Recoleta. Las clases se impartirían en todas las sedes educacionales municipales de la comuna. Según su planteamiento, la idea de la U abierta consiste básicamente en “democratizar el saber y llevar el saber que está escondido en las aulas, privatizado y absolutamente encarecido”. Contaría con el respaldo de la Unesco y con la participación de la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago, pero, por lo pronto, no tendría la pretensión de formalizarse, puesto que, en palabras del propio Jadue, el esquema en el cual se puede formalizar la educación en Chile es demasiado nefasto como marco operativo. Por supuesto que con nefasto se refiere, aquí, a la lógica mercantil que traspasa prácticamente de forma transversal el universo educativo. La suya sería una iniciativa fuera de este marco, fuera de la variable de la acreditación y de la privatización. La respuesta del Mineduc no se hizo esperar, y, claro está, fue negativa. La principal crítica apuntó al hecho de que la U abierta de Jadue no se circunscribe a lo dictado por la ley 21.091 de Educación Superior, que define a las universidades como instituciones que, entre otras materias, se abocan a la formación de graduados y profesionales. La U de Jadue, en suma, no busca graduar ni profesionalizar a nadie. El jefe de la División de Educación Superior enfatizó que solo por este simple hecho la U abierta no debe llevar el nombre de Universidad. Ante las críticas, Jadue respondió que no esperaba menos de quienes hace unos años atrás declaraban inconstitucional la creación de farmacias populares. Por lo explicado a raíz de la propuesta, el conflicto entre las partes es evidente. El Mineduc simplemente no puede entender que surja una propuesta educativa que pretenda entregar el conocimiento de forma gratuita, casi por “amor al arte”, sin la implicancia de una transacción comercial de por medio. No puede entender, dentro del marco de lo constitucional, que exista una institución que pretenda un margen de accesibilidad casi absoluto. Y, por lo demás, con tal afán de “universalidad” a la manera romántica, hacia el concepto griego de ocio, entendido como tiempo para el estudio, opuesto al trabajo como reproducción de una mecánica servil. Por otra parte, la comunidad educativa tampoco alcanza a comprender del todo la dimensión de la propuesta, que, de hecho, se basa en las experiencias de algunas universidades populares de Alemania o Francia. La misma denominación de “abierta” implica un obstáculo para los promotores del status quo; y, en cambio, implica, para las nuevas mentes progresistas, un abanico de posibilidades tal que podría derivar en una enseñanza profundamente democrática, o bien, en un curriculum alternativo, en tensión pero desplazado, opacado por el modelo, como tantas otras pedagogías subversivas, entre ellas, la Waldorf, la Winterhill o la de Henri Giroux, las cuales se asumen, de una u otra forma, siempre en una resistencia eterna, acaso sin una respuesta total a sus convicciones. La disputa ideológica por la educación vuelve a salir a la palestra, la hegemonía sigue, la escuela persiste en su indefinición, la universidad continúa, perpetua, en su indefinición. (La escuela como el ocio, la universidad como el todo que contiene lo universal). Lo único que permanece abierto sigue siendo el lugar que se disputa esa lucha.

martes, 27 de noviembre de 2018

Me cagó una paloma en el hombro izquierdo de la chaqueta. Miré al cielo raso, un sol furibundo. Ni vistazo de la paloma. La textura del cagazo era líquida, incluso transparente. Al rato, ya se había secado y quedaba en forma de mancha. Le mostré a mi mamá el cagazo seco. De inmediato, dijo que no me preocupara, que eso significaba señal de buena suerte. Al darme la noticia, me dio una palmada en el hombro derecho, podría decirse, en un acto reflejo, casi como evitando el otro hombro. Mi hermana, también presente, asentía la afirmación, repitiendo que la buena suerte provocada por la cagada de paloma podría traducirse en plata. Ninguna de ellas había hecho explícito el origen cristiano de la creencia, ni siquiera mi madre, atea conversa. Pero eso ya no venía al caso. Todo lo que decían estaba dicho en forma de sugestión más que de real convicción, de modo que, pensando en la posibilidad de la creencia, pudiera olvidar por un momento el impasse de la chaqueta cagada. Un singular relato escatológico, devenido intervención divina, y, luego, interpretado como buen augurio, o, acaso, como placebo psicológico. Los hechos demostraban que la posibilidad estadística del cagazo era real (y recaía, como singular ejemplo, sobre mi persona). La creencia insistía, por otra parte, en su carácter milagroso. Entonces ¿sentirse incómodo o sentirse bien? Realismo vs optimismo. Ambos reñidos por el mojón en el hombro de una chaqueta. La paloma, su cagazo, a pesar del sentido común, condensaba en sí misma el azar, lo divino y lo absurdo. Ese era, a fin de cuentas, el auténtico milagro.

lunes, 26 de noviembre de 2018

La PSU de Lenguaje 2018 estuvo marcada por la historia de Mr. Jaiva, clásica de Manuel Rojas. Los que dieron la prueba viralizaron el relato, al sentirse identificados con la historia de fracaso del personaje, Raúl Seguel. Se trataba de un artista de teatro sin mucho talento, que decidió luego probar suerte de humorista en un circo. De tanto en tanto, aparecía el payaso estrella, no se sabía si con la intención de ayudarlo o ridiculizarlo. Ante el miedo por verse opacado, Seguel reaccionaba de forma violenta ante las intervenciones del payaso estrella, llegando incluso a atacar a un hombre del público, con un dejo de paranoia. Finalmente, todo acababa con Seguel escabulléndose y deshaciéndose de sus vestimentas, y, de esa forma, echando por la borda sus ansias de sobresalir. El punto de la prueba ya no tuvo que ver con la dificultad asociada al ejercicio de lectura, sino que tuvo relación directa con una identificación genuina, rayana en lo absurdo por lo patético. La sobre lectura del Mr Jaiva fue tal que generó una ola de memes en donde se parodiaba el desalentador futuro de los estudiantes, comparándolos con el personaje en su derrota vital. Algunos de los hashtag eran cosas del tipo "todos somos Mr Jaiva" o "¿Dónde están los futuros Mr Jaiva?". Este año la prueba de lenguaje, por lo visto, alcanzó cuotas increíbles de tragicomedia, cuestión que solo deja entrever el hilarante estado de su saturación. Manuel Rojas nunca podría haber intuido siquiera el alcance que tendría su texto, llegando a volverse (merced al desaliento frente a un examen en donde se decide, para algunos, una oportunidad, para otros, una apuesta sin garantía), una verdadera metáfora del futuro mismo. Chile mismo, condensado en ese artista venido a menos, y en su existencia arruinada. Mr Jaiva como la nueva figura símbolo de la PSU, como la nueva personificación de los sueños rotos, pendiendo de un hilo, debatiéndose constantemente entre el abucheo y la tachadura en el papel.
Acabó la música del otro lado. Pasaron por el living haciéndose callar entre ellos. Se sienten reír desde la calle, mientras caminan hacia no sé dónde. Por fin podré dormir tranquilo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Reseña de poesía: "Desierto Marino", de Luisa Aedo Ambrosetti.

“¿Qué os asusta? ¡Es la mar la que tiembla ante vosotros!” fueron las palabras pronunciadas por Vasco Da Gama al surcar el Océano Índico. La mar personificada desde tiempos coloniales e incluso prehistóricos, como una fuerza primigenia, lo sublime, lo inconmensurable en su belleza sin timón y en el delirio absoluto. El navegante cree ver en ella la proyección de sus propios horizontes, pero se miente a sí mismo al desconocer la naturaleza de su secreto, entre mareas de sentido. Tal vez, para ser más justos, hemos de otorgarle un cuerpo, al menos, un cuerpo sensorial tan escurridizo como las propias palabras, tratando de hilvanar un lenguaje que se debate a tientas entre el recogimiento y la desembocadura. Es que para pretender asir la mar hemos de volverla símbolo, pero, a riesgo de ser completamente sesgados en el intento, su propia condición vuelve esta simbología un ir y venir de corrientes y contracorrientes, trayendo consigo también la vida y la muerte que pugna por flotar de entre el cardumen completo de los fenómenos. El lugar del pensamiento, entre este flujo líquido, heracliteo, es el mismo lugar del lenguaje. Si lo que buscamos es el decir de la mar, su expresión, ahondamos en la osadía del navegante que trata de modular su promesa con el corazón y la semántica inundada de incertidumbre. 

Pero la mar, con toda su grandeza y peligrosidad, no es lo que se intenta aquí abordar, sino más bien, su evocación poética, a través de la imagen del desierto y del puerto. Se le da entonces un cable a tierra por medio del cual la hablante lírica pueda soñar con el sueño de la tierra prometida, o mejor dicho, con el encuentro o el desencuentro de sus ilusiones expatriadas, confrontadas en su maduración con la más cruda de las realidades. Esto es, la realidad de su propia condición existencial. El tránsito que nunca termina de llegar. Acaso, que nunca partió realmente, excepto en su húmeda desilusión. Y así lo deja entrever la introducción del libro Desierto Marino (2018) con su epígrafe de Elvira Hernández: “Nadie llega a puerto”. Un verdadero mazazo, una afirmación categórica que acaso enuncia de forma metonímica el sentimiento subyacente a lo largo de toda la lectura del poemario. Nadie era el nombre de Odiseo, el viajero que confrontó a las sirenas, que volvió del mismísimo infierno y regresó de vuelta a su patria, solo para constatar, a ojos de la diosa Atenea, que el verdadero sentido de su aventura se encontraba en el viaje mismo. Únicamente en el naufragio, en el querer-llegar-a-puerto, o, si somos un poco más coherentes con el tenor de la hablante, en el no-poder-llegar-a-puerto, es donde se palpa, se saborea, gota a gota, la emoción de esos instantes de pérdida pero también de revelación. 

La dualidad en Desierto Marino entra en constante tensión desde su oposición binaria, temblando en todo momento. Se aprecia así un esfuerzo filosófico por reinterpretar estos conceptos, a ratos estancos, desde la poesía como el lenguaje más afín a la musicalidad tempestuosa de la mar. De este modo, podríamos partir desde el mismo título. Un aparente oxímoron que, desde una mirada más atenta, es posible comprender como una metáfora total. Así, en este ejercicio de desmitificación, la mar también encarna la desolación, también sumerge su abismo para aquellos que viven y se desviven tratando de hallar las palabras para poder expresar su sentir en medio de la tierra. La tensión continúa luego en la propia estructura del poemario, dividido entre el primer desierto marino, que evoca a San Antonio, y el segundo desierto marino, que evoca a Valparaíso. Entre ellos se tiende una relación más bien imprecisa, demasiado íntima, entrañable, pero nunca del todo rigurosa. La hablante lírica deja en claro que el tránsito entre uno y otro desierto, entre uno y otro puerto, se arrima siempre a una dinámica existencialista. Porque para la hablante, San Antonio y Valparaíso no son solo geografías, ciudades ni puertos históricos, son, ante todo, espacios interiores, estados del espíritu, a medio camino entre la utopía y la distopía, recuerdos, olvidos, bañados con la solución salina de sus avatares y con el asfalto y la materia viva de sus alturas y fondos. No hay algo lineal aquí que resolver. Hay un vértigo. Hay una asfixia. Un decir que intenta respirar en medio del caos. Una bocanada de ritmo y de dispersión. Una hipoxia, que representa en muchos de los poemas, y en este, en particular, la condición inclusive sentimental de la hablante. Pero lo que tiene San Antonio, a diferencia de ese otro puerto, en el que acá nos debatimos, era aquel arraigo, aquella raíz copiosa en su pobreza, en su reminiscencia del tiempo. No por nada, ahí figura la Mistral en cuanto referente ineludible. Ella, su voz, puede interpretarse como la inspiración en medio del ojo de la tormenta: “Mi boca aprendió de tu lengua/finas palabras que desconocía”. 

Al ir aproximándose al otro territorio, a medida que el lector concluye el Primer desierto marino, la voz de la hablante pareciera que se va acentuando, de un tono algo melancólico hacia un tono mucho más incisivo, trágico en su lucidez, a veces hasta crítico, compenetrado con la miseria del entorno. Así lo evidencian versos tan contundentes y enigmáticos como “Mi vida es un ir y venir de árboles en la oscuridad”, o “El viaje marino abruptamente se apaga”, y más adelante, con el poema que cierra la primera parte del libro: Este es el desierto… Y eso es lo que en lo personal quisiera destacar de la lectura: el hecho de situar la mirada sobre los puertos no tanto desde la marginalidad como lugar común del abajismo reinante, sino que desde un no lugar, una imposibilidad posible, que solo cobra forma en tanto cuestionamiento de sus pasos y de sus extravíos. 

En relación a esto, recordé aquel ya fugaz encuentro con Ximena Rivera en algún barucho de Valpo. En ese momento, estaba vendiendo su libro Poemas del agua. Solo puedo citar aquí algunas de sus líneas más idóneas: “Cuando salgo de puerto, de inmediato reconozco el hecho insólito de una nueva lengua: me creo en otro país, por lo tanto, estoy en otro país; ningún nombre está sujeto a sus cosas, los nombres están salidos, idos de sus cosas”. Resulta insólito el hecho de encontrar en Ximena un vaso comunicante con el poemario aquí analizado, una concepción poética que entronca con lo expresado por la hablante. Casi se podría afirmar que la voz lírica del puerto siempre se sabe otra y hace gala de su eco, de su indeterminación, en diferentes propuestas que mediante su lectura se hermanan y rompen fronteras. 

Al llegar al Segundo desierto marino, ya llegamos a ese “Valpo”, al paraíso de lo no fundado, al patrimonio de lo infundado que, sin embargo, rebosa de un exotismo y de una ferocidad implacable. Los poemas que abren el capítulo son, en ese sentido, lo suficientemente sugerentes. Destacan títulos como Hay una dolorosa que se escapa de los párpados, en su audaz indirecta al carnaval bajtiniano que únicamente desvela una forma cínica de libertad, y el poema Todo escribir es bajo, que funciona a modo de poética, porque, para la hablante lírica, no solo el exterior, el partir, el llegar, constituyen su motivo, sino que también lo interior, el adentro, lo oculto, lo que la hablante, en su despliegue brillante de expresividad, deja entrever no sin cierto desgarro, el desgarro necesario para escribir desde el único lugar certero: la herida (aquí se cita indirectamente a Pizarnik). Luego, a partir de esta herida, la hablante va desarrollando la idea del deseo, tal vez el deseo erótico, lo romántico velado, a través de la proyección de un cuerpo difuminado, un otro que figura evocado a veces de manera doliente, otras, de manera osada. Este mismo deseo se conjuga con ese otro, con ese cuerpo, y a la vez, con el sentir errante que nunca llega a puerto. La mar adquiere también ese erotismo y ese vacío, y el yo de la hablante alcanza el clímax de su placer y de su desesperación: “en lo recóndito de lo no-visto/, en el claro-obscuro de la mar/, buscando en la utopía/ese espacio del ser,/ del desierto negro, /sur inconsciencia”. Y ya en este punto, se podría decir que desde el estar actual de la hablante, Valparaíso emerge casi como un estado existencial, una manera de situarse provincianamente en el mundo. La hablante y sus versos encarnan esa provincia del espíritu que conforman el paisaje y la zona cero entre San Antonio y Valpo. De esta forma, y al final de la travesía, ella concluye su obra con un poema homónimo, en el que deja fluir el agua de sus inquietudes e interrogantes: “No me siento de ningún lado/, yo vivo sola en mi desierto”. Nuevamente, y tomando lo anteriormente dicho, su forma peregrina de vivir, de habitar. Tal vez, en el fondo, la única posible. Valparaíso y San Antonio se reúnen en ella como verdugos pero, a la vez, como faros de su única, insoluble, disyuntiva interior. Fuera de ella misma, hacia los lectores del futuro, desembocarán, cual ríos imaginario, todas sus posibles significaciones.





jueves, 22 de noviembre de 2018

Murió un joven misionero cristiano a flechazos a manos de la tribu de los sentineleses, oriundos de la isla Sentinel, tribu que cuenta con tan solo 150 habitantes viviendo en una especie de autarquía primitiva, alejados totalmente de la civilización occidental y, de hecho, hostiles a ella y a cualquier extraño que ose pisar sus tierras. La condición de la tribu es radical por mantener durante tanto tiempo su naturaleza originaria, contra viento y marea, haciéndole frente a la ola moderna que busca abarcarlo todo a su paso. Lo curioso es que, pese al carácter salvaje de la tribu, esta sigue vigilada por una ONG, la llamada Survival International, denunciando incluso que está terminantemente prohibido acercarse a la isla, por lo que la tragedia del joven misionero era a todas luces un hecho de sangre innecesario que pudo haberse evitado, si hubiesen respetado ese límite impuesto institucionalmente entre la civilización y la barbarie. Es interesante ese juego, merced a la violencia y la coacción; el cómo los límites morales se ponen en tensión al intentar encapsular la noción del otro desde la propia cultura, a modo de mordaza ideológica. El caso de los sentineleses pone en evidencia que la dicotomía civilización/barbarie sigue más viva que nunca, y redunda siempre en una cuestión de perspectiva. Más acá de la isla, y a flechazos, el otro, el extraño, corre el riesgo de ser aniquilado sin consenso alguno, y más allá de ella, un ingenuo representante del monoteísmo pretende, cual idealista que choca con lo implacable de la naturaleza, entregar una enseñanza que no es más que el resultado de siglos y siglos de crisis y conflictos. El intento de conciliación entre los sentineleses y el resto del mundo acaba por ser un diálogo de sordos. Cada quien oye lo que cree oír. La palabra, la materia del mundo público, político, no surte allí su efecto articulador, únicamente choca como dardo simbólico contra el velo impenetrable de la selva, el gran abismo verde que no es otra cosa que la dimensión de su dominio. Entonces, ¿simplemente obviar la existencia de la tribu de los sentineleses y dejarlos vivir a su merced, sin intromisión alguna de Occidente, o insistir ilusamente, una y otra vez, en propiciar alguna remota clase de comunicación, aun a fuerza de tensar las fronteras de la razón? La respuesta se intuye si revisáramos la propia historia americana, una historia bastarda de exterminio de la alteridad y de una hibridación pandemónica, que nos cuela en la sangre, hasta el día de hoy. Sentinel, visto de esa forma, sería una protoamérica en miniatura. Un microcosmos cercado, en lugar del logos, por la voz de la selva. (No conviene entrar allí con la palabra o la palabra amanecerá llena de orificios).

martes, 20 de noviembre de 2018

Zelda, Ocarina del tiempo: 20 años de una leyenda.

20 años exactos de The legend of Zelda: Ocarina of time. El videojuego fue el primero de su franquicia en ser llevado a formato tres dimensiones, y ha sido reconocido durante mucho tiempo por la crítica como “el mejor de la historia”. Y con justa razón. Primero que nada, los aspectos visuales para la época (1998, plena eclosión de la tecnología 3d) eran insuperables y marcaron una pauta de lo que vendría a ser en el futuro la tónica de los videojuegos de plataforma y de RPG. Cómo olvidar, por ejemplo, los espectaculares escenarios a través de los cuales Link debía quemar etapas para encontrar las diferentes piedras espirituales y así contrarrestar las fuerzas malignas de Ganondorf, salvando el reino de Hyrule. En el videojuego, las definiciones gráficas a 256 megabits eran tan buenas que dotaban de una naturaleza perfectamente distinguible a cada espacio diseñado, y de una riqueza unida a una estética lo más pulcra posible. Las definiciones gráficas eran simplemente revolucionarias y -merced a la diegesis de la ficción-, me atrevería a decir, hasta mágicas.

Otro punto en el cual Ocarina of time pudo sobresalir con creces era la jugabilidad. Los comandos para Link eran tan versátiles que permitían una serie de movimientos de batalla que entraban en consonancia con la naturaleza de la aventura, y además poseía una gama de botones con los cuales Link hacía uso de un arsenal no menor de armas e ítemes que le permitían abrirse paso a través de los diversos combates y acertijos. El manejo con el arte de la espada, mediante el preciso uso del “Z targeting”, le daba un plus tal a las batallas en 3d que las hacía intensas y dinámicas, y eso, sumado a la experiencia de enfrentar jefes cada vez más difíciles en el camino hacia el viaje en el tiempo, volvía la búsqueda del espadachín verde un auténtico reto de proporciones épicas.

Un tercer punto que colocó a nuestro cartucho en el Olimpo de los videojuegos era la complejidad en la consecución de los objetivos que se le imponían al héroe. Era tal el nivel de dificultad que aseguraba al jugador horas y horas de máxima concentración con lo vivido y experimentado en el universo lúdico. Estaba el escenario completo del reino de Hyrule con sus variopintos personajes, cada uno de los cuales poseía una historia y un contexto totalmente único, cuestión que posibilitaba una multitud de pequeñas misiones alternativas a la búsqueda oficial, o bien necesarias para su cometido. También estaba, y con especial importancia dentro del juego, el viaje en el tiempo como leitmotiv central. Allí no solo el espacio cobraba un sentido, sino que lo hacía el tiempo. Para salvar a Hyrule, Link debía literalmente viajar a través de él, al liberar el sello del templo del tiempo con la espada maestra. Con esa hazaña, pasaban siete años de golpe, y Link pasaba automáticamente de niño a adulto. Las consecuencias que traería este viaje serían funestas, no solo para su entorno, sino que para los suyos. Por ello, a medida que avanzabas, intentando superar la trampa interpuesta por Ganon, se hacía imprescindible volver al pasado para continuar con la latente aventura. El viaje en el tiempo, entonces, constituía un motivo angular. Todo esto permitía que la historia, digamos, el proceso mismo de la aventura de Link, estuviese ligado de manera intrínseca a la habilidad y a la pasión del jugador, gracias a la cual la trama general podía llegar a su conclusión definida. Y cómo pasar por alto lo más atractivo del videojuego en sí mismo: los templos. Verdaderas dimensiones de pesadilla que implicaban un paso obligado para el héroe, y que suponían una serie de ardides repletas de batallas, pruebas de astucia, puzzles y hasta momentos emocionantes, conjunto que podía garantizar al real jugador la sensación de estar viviendo él mismo la obsesión por pasar cada etapa a toda costa. Y en este punto quiero ser muy enfático: solo los verdaderos fanáticos de los videojuegos y, en particular, amantes de este cartucho legendario, pueden entender el nivel de compenetración emocional que significaba el jugar el Ocarina of time y dedicar casi gran parte de la infancia y la temprana adolescencia únicamente a “darse vuelta” este juego casi como en un imperativo categórico.

Un cuarto punto a destacar era el de la música y la banda sonora de la mano de un más que inspirado Koji Kondo. Eran simplemente fuera de serie. Tanta era la predominancia de la música que se hacía necesario el uso de la ocarina y del poder de sus melodías para poder seguir avanzando. Gracias a Sheik, guardián de la princesa, (que como todos los gamers saben, resultó ser ella misma) entendíamos que cada melodía aprendida escondía, aparte de una fuerza, un secreto y una historia particular. El lulabi de Zelda era un arrullo bellísimo, y era indispensable para poder comunicarse con la Familia Real en ciertos puntos de la búsqueda. Destacaban con especial interés, también, el tema central de Hyrule, el tema del desierto, el misterioso bolero del fuego, la prístina atmósfera de la caverna de hielo, sumada a la armonía que inundaba la cueva de los Zora. Con el poder de la ocarina, Link era capaz de manejar el día y la noche a voluntad, llamar a los espíritus de la Familia Real, incluso invocar la lluvia y la tormenta. Algo curioso que se deja entrever para los apasionados de la música de Kondo, y en especial, para los entusiastas de las franquicias de Miyamoto, era que Kondo dejaba su sello artístico en cada pieza musical y en cada nivel compositivo. Así, por ejemplo, escuchar los pasajes de Star fox guardaba una que otra reminiscencia directa con los pasajes que figuraban en el Ocarina of time. Además, el mismísimo tema principal resultó ser una versión extendida y mejorada de una pista del Mario 3. En suma, la música en el juego tenía un elemento orgánico, no uno simplemente subsidiario o accesorio. Podría decirse que hasta protagónico. Y era por esas pistas orquestales e instrumentales de un enigma y una belleza inusitada que la experiencia del videojuego no solo impelía a la acción, sino que tocaba fibras sensibles que hasta el día de hoy recordamos con suma melomanía y con la nostalgia de una época de oro.

Quinto y último punto que cierra esta apología. La historia personal de Link, del huérfano devenido leyenda, sumada a la trama de la aventura. El periplo de Hyrule, un reino invadido, una Trifuerza que regía el destino del mundo. Para los más exigentes podrá parecer un reciclaje más del camino del héroe ya analizado por Joseph Campbell. Pero los que ven en esto un defecto no han entendido nada, pues en esto consiste el valor de una buena historia: servir de inspiración y de identificación para las generaciones siguientes. No hay nada nuevo en aquella intrincada lógica del bien contra el mal, pero no podemos negar que su recreación siempre nos interpela y emociona porque conecta con arquetipos universales. El personaje de rol es un avatar. Una proyección del yo posible gracias a un simple algoritmo digital. Y en él se encarnan, merced a una historia épica, todas las cualidades del héroe mítico. Prácticamente toda la experiencia narrativa del Ocarina of time, estaba llena de instancias dramáticas, como era el caso del verdadero origen hyruliano de Link, el linaje de Ganon y su ambición a toda prueba o los secretos que escondía la princesa Zelda antes de la llegada del mal al reino. A esas pequeñas cuotas shakesperianas se unían múltiples subtramas, en consonancia con la búsqueda del héroe a través de las diversas misiones. Como resultado, prácticamente todos los personajes a lo largo de la aventura, a pesar de estar supeditados al devenir del protagonista, tenían una vida propia y hasta, digamos, un destino propio, independiente de los grandes propósitos que harían debatirse entre el orden y al caos al universo completo de Hyrule.

Un sexto punto que quizá algunos no hayan notado, es el de las referencias literarias. Son muchas. Partiendo por el propio nombre de la princesa de Hyrule, Zelda, en honor a Zelda Fitzgerald, la esposa de F. Scott Fitzgerald. A propósito de esta referencia, Miyamoto comentaba que ese nombre le parecía de alguna forma atractivo, encerrando el misterio y la fascinación necesarias para la construcción del personaje de la princesa. Se desconoce, eso sí, cómo fue que Miyamoto dio con ese nombre. La historia detrás de este hecho tal vez podría sumarle una anécdota aún más significativa a la referencia. Un segundo nombre guarda también una relación especial con un escritor decimonónico. Ese nombre es el de los fantasmas del pueblo de Kakariko, los Poe, que, como es obvio, tomaron la referencia del apellido de Edgar Allan Poe. No hay nada confirmado, pero podría ser que Miyamoto, al trata de darle una personalidad a sus fantasmas, pensó en el genio de los relatos de terror y suspenso para así bautizar a estos seres de la oscuridad. Una última referencia dice relación no con el nombre, sino que con la inspiración para la figura de Link. Y resulta evidente, porque está basada nada menos que en Peter Pan, del escocés James Matthew Barrie. De esa manera, se explica que Link en todo momento vaya guiado de un hada, en este caso, la entrañable Navy, y se explica, en parte que los personajes de la raza Kokiri, a la cual se creía que pertenecía nuestro héroe, no crezcan nunca y permanezcan como niños, por siempre.

A veinte años del estreno del Ocarina of time, sin duda el sello del tiempo ha sido quebrado. Y algunos todavía pensamos en términos de espadas y calabozos. Estamos más viejos, y nos vamos pareciendo más a ese Link adulto, desengañado, enfrentado con el apocalipsis de su viejo mundo, que a ese Kokiri del bosque, que a ese Peter Pan lleno de ilusiones y exento de recuerdos. La memoria nos sujeta a sus laberintos y mazmorras. No obstante esta fatal falta de magia y de inocencia, la sensación de haberse dado vuelta el videojuego permanece imborrable. No hay retorno posible a aquel reino, pero el sello del tiempo continúa sujeto a nuestra capacidad de asombro y también de desencanto con la realidad. Ocarina of time representa fielmente esa encrucijada.




lunes, 19 de noviembre de 2018

En el Día internacional del hombre, que es también el Día mundial del retrete, un hombre cualquiera llega a su casa y lo celebra involuntariamente haciendo del uno y luego del dos. Entonces, jala la cadena, y observa por un momento cómo la materia es evacuada, presenciando con sumo cuidado la metáfora de su propio destino.
Para que vean cómo suceden ciertos accidentes. Escribo esto con un dolor todavía punzante en la mano derecha, luego de haberme sacado la cresta anoche al tropezar en las escaleras del primer nivel del edificio, y caer con peso muerto sobre el hueso más cercano al coxis y contra la carpa de la mano. Durante la pérdida de equilibrio, recuerdo que a lo único que atiné fue a amortiguar la caída con el cuerpo para evitar un chancacazo en la cabeza. (De lo contrario, y no me perturbo al decirlo, tal vez no les estaría contando este cuento, o ya no sería el mismo que era antes de caer). La caída fue tan solo a cinco peldaños abajo pero ya asemejaba un vértigo que con un poco menos de prisa al caminar hubiese podido evitarse perfectamente. Salve a la soledad del momento que nadie estaba ahí para presenciar tan indigna situación. (y esto me reconforta mucho más que el mero hecho de haberme salvado).

Podrán decir lo típico: la sacaste barata, aunque ni aquel tropiezo ni este dolor persistente son nada comparado con lo que vino después. Al rato cuando volvía subiendo de vuelta al depa a buscar alguna venda y algo de agua oxigenada, encontré tirada a un costado del primer nivel una hoja de papel guacha, una pequeña hoja, la cual recogí con la mano izquierda con suma aflicción, disimulando a tientas que no había pasado nada. Dentro del depa iba con la hoja suelta para botarla, sin embargo, antes de hacerlo, leí en un acto reflejo lo que decía en ella. Una pura frase, escrita con una caligrafía regular: "Este mensaje está hecho para que veas lo que puede hacer nuestra mente". Volví a leer este enigmático mensaje no sin poca conmoción, descolocado con su contenido, como si fuese una interpelación irónica del destino, una insurrecta contigüidad de los acontecimientos que alguien propició para que justo al instante posterior a la caída encontrase esa hoja y la leyese sirviendo de lección a lo sucedido. Le di unas vueltas más al mensaje, en el momento que me apretaba fuerte la mano derecha con algo de alcohol. A medida que la herida se iba cicatrizando, y el dolor se iba agudizando, las interrogantes germinaban solas ¿De quién habrá sido la nota? ¿De qué mente estaría hablando? ¿La mente humana en general? ¿Por qué esa nota, justo después de la caída? ¿Sugiere acaso, que el poder de la mente conjura lo imprevisible, por rebuscado y accidentado que parezca?.

Ya más sosegado por la mano apretada contra la herida, le eché un poco de saliva y fui a la cocina rápidamente. Luego, sin más, boté la hoja a la basura. Desechaba el material pero el contenido continuaba persiguiéndome, a modo de efecto traumático. Así volví a la pieza para descansar del dolor y dejar un rato la mano derecha en paz. Sucede que ciertas cuestiones solo tienen sentido en nuestra mente, en la medida que nos sacuden a la fuerza. Sucede que todo el ejercicio posterior a la caída fue una réplica de aquel mensaje, un intento no de dar con su significación, sino que de dimensionar su impacto luego de haberse caído. Su lectura estrepitosa solo pudo haber sido posible estrellándose contra la realidad. El dolor que ahora me interroga y conjura, sirve de evidencia. En cierto sentido, la mente se recreó a sí misma en la caída. Su poder, su excusa para aparecer, al fin y al cabo, fue esa caída, invocada a través del texto del otro, como una sufriente revelación.
1.- El chiste se cuenta solo. Actualmente el poeta le paga al sicario, pues se transforma en póstumo. 

2.- En última instancia, el sicario es contratado por un poeta para matar a otro poeta, y así despejar la competencia. 

3.- Pero somos tan charchas que ya ni competimos.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Bohemian Rhapsody

Bohemian Rhapsody cumple con el propósito: ser una espectacularización de la vida y de la carrera de Freddie Mercury junto a Queen. Una fiesta. También, un drama. Bajo esta perspectiva, las imprecisiones biográficas que se le achacan están fuera de lugar. Sería ridículo encontrar en una biopic de este talante una reproducción fidedigna. De lo que se trata es de plasmar el espíritu de la banda y de representar de una forma más o menos verosímil la vida del rockstar. En ese sentido, Rami Malek despunta por su versatilidad. De aquel hacker parco, introvertido y enigmático de Mr Robot, pasó a ser el alocado, apasionado y estrafalario Freddie Mercury, sin problemas, con suma compenetración en el papel, dejando entrever su derrotero en esa tragicomedia que es a ratos la música rock, y su ataviada experiencia que se debate entre una sociedad conservadora, el acoso de los medios y una enfermedad mortal, frente a los cuales el protagonista decide encumbrarse como la leyenda que fue hasta sus últimas consecuencias. Como el propio Mercury Malek decía respecto a la banda, Queen fue una familia. Su legado también enraiza esa consaguinidad con sus seguidores y fanáticos. Sin ir más lejos, ese propio sentimiento familiar se podía ver reflejado a la salida del cine, con los niños cantando con voz agudísima Galileo! Galileo! y los padres tarareando de forma desenfadada alguna melodía de Love of my life o Don't stop me now. La música de verdad atraviesa generaciones. La música y sus adeptos siempre son una familia, una familia que se elige o que se asume por gracia. A esa lectura, a esa visión apuntaba la película.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Por ahí se alcanza a ver la casa de mis tatas, el barrio de mi infancia, el ascensor Monjas, el barrio de mi adolescencia, el ex colegio y la Avenida Alemania, entre tantos otros lares, recuerdos gratos, también ingratos, risas, llantos, amores, soledades, pequeñas victorias condensadas en un instante, también derrotas desenvueltas a lo largo de un tiempo indefinido... Cuántos ires y venires, promesas rotas, energías aún latentes, en ese remedo de arcoiris, para terminar andando y desandando y volviendo al mismo lugar y reciclando todas estas memorias de un solo tajo, inmortalizadas por el colorido de esta postal, camuflando la vida que aún susurra celosa entre los rincones.


"En medio del calor aprendí por fin que había en mí una frialdad invencible".
Incendio gigantesco en California. Incendio de Paradise y Malibú. Las llamas habrían arrasado con las propiedades de varios famosos, entre ellos, Gerard Butler y el mismísimo Neil Young. Ante la tragedia, Young aseveró que “California es un paraíso para todos nosotros. Un regalo. Estamos tristes de no ser capaces de defenderla frente a la ira de la Madre Naturaleza". Recordé lo del 2014 acá en Valpo. Un deja vu ardiente. Al igual que en aquella ocasión, las causas de este incendio también se desconocen. Como suele pasar, siempre los factores reales se disipan ante la urgencia de sus consecuencias. Acaso el cambio climático, acaso la sequía, la irresponsabilidad de los campistas, la mala gestión forestal, etc. Todas variables administrativas. Todas variables políticas. La ira a la que aludía Young era más bien de índole poética. La ira de la Madre Naturaleza habla de un estado de cosas insostenible. Un descontento generalizado que quema por dentro y halla su expresión en esta clase de desastres. El símbolo queda de esa forma manifiesto, como forma de sublimar la pérdida material, pero resulta muy poco razonable, para los medios, que un fuego de esas características ocurra de manera, digamos, tan accidental, tan espontánea. El aparato mediático se empeña en atar cabos, aunque estos ardan al rojo vivo. Se busca una versión oficial desesperadamente, para tranquilizar a la opinión pública, pero la verdad de los hechos seguirá esfumándose junto a la humareda y las cenizas de los desaparecidos, mientras la destrucción evidencia su inexorable realidad y la especulación da para todo, inclusive para la vieja versión de los pajaritos encima del tendido eléctrico o la versión del cigarrillo extraviado en medio del bosque gatillando el infierno en la Tierra.

martes, 13 de noviembre de 2018

El aseo (relato)

Al entrar ayer al depa, la mesa corrida, las sillas a un costado, las macetas a un lado de la ventana, el living desarmado. Alguien se había puesto a hacer un aseo profundo. Sin embargo, no había nadie a la vista. Fui hasta la cocina a echar un vistazo. Estaba el paso bloqueado con una mopa. El piso de la cocina húmedo, y la loza puesta en orden, en señal de haber sido lavada recién. Atravesé el umbral bloqueado por la mopa y di con la pieza de más al fondo. En eso apareció una chica de la nada, una chica desconocida que tenía la puerta abierta mientras pasaba la virutilla. Estaba acompañada de dos cabros chicos. "Hola qué tal. Vine a hacer el aseo". La chica en cuestión se presentó, no sin antes explicar que había sido contratada por el arrendador, al cual conocía porque trabajaba en la misma pega que él. Los cabros chicos, de hecho, al verme me habían confundido con el arrendador. La chica decía que iba a venir seguido para hacer un aseo profundo en el depa, así que podía considerarla la "aseadora oficial". Asentí y le dije que al pasar pensé que estaban desvalijando la casa entera. La chica aseadora dijo que no, que solo era ella tratando de "rearmar el gallinero". Antes de seguir con su labor, preguntó si acaso más tarde iba a salir del depa. Le explicaba que no, que solo a comprar unas cosas, pero volvía de inmediato. Lo preguntaba puesto que ella debía irse en cuanto terminara de hacer lo que tenía que hacer, y quizá por eso no iba a quedar nadie más en casa. Al cachar que iba a estar metido aquí adentro, en el momento que ella le diera la última manito de gato al cuchitril, entonces volvió simpática a sus labores, despidiéndose de un abrazo, y dejando sueltos a sus hijos alrededor del living. De un momento a otro, el interior parecía ser un kindergarden, el patio en el que estos cabritos esperaban a su mamá y jugaban sin preocupación alguna. A la chica se le escuchaba pasar la aspiradora con música de fondo. Hay algo en el hábito de escuchar un playlist para el aseo que dice mucho de alguien. Tanto así que podría decirse mucho de esa persona de acuerdo a la clase de canciones que escucha cuando hace el aseo. Y ella, para mi sorpresa, tenía puesta la Concierto. El sonido era ininteligible, entre su tarareo y la frecuencia de la radio. Pero en algo alcanzaba a distinguirse su expresión desenfadada. De ese modo, pasó un poco más de una hora, y salí del depa para comprar las cosas que tenía que comprar. 

A la vuelta, y ya oscurecido, estaba a punto de ingresar a las escaleras, cuando la chica del aseo se asomó por entre la penumbra del pasillo con sus dos niños revoloteando. Usaba su celular a modo de linterna. Todo indicaba que no sabía dónde apretar el botón para la luz. Al verme subir, se sorprendió creyendo haberla asustado, y me preguntó en dónde se encontraba el condenado botón. Le indiqué con la zurda hacia un costado del departamento del primer piso, y presioné el interruptor que había ahí: -"¿Ves? Magia"-. La luz estaba intermitente en ese nivel, pero se había dado automáticamente en el resto de los pisos. -Así que ya sabes, para la próxima, para que no tengas que adivinar el camino-. La chica levantó levemente la cabeza. Andaba medio urgida por la hora. Al parecer tenía prisa, pero no dudó en agradecer ese pequeño gesto. Luego, preguntó en dónde estaba el interruptor para la puerta. Le indiqué que a un costado de la reja principal. Era cosa de presionar una sola vez, y ya estaba afuera. La chica nuevamente volvió a agradecer. Era del interior. No cachaba mucho valpo. Por lo que preguntó, una vez más, dónde era el camino más rápido para tomar locomoción. Le señalaba la curva de Colón con Edwards. Que por ahí hacia abajo llegaba a Errázuriz, y pasaban todos los micros. La chica se apresuró a ir con sus hijos rumbo a la dirección señalada, no sin antes devolverse, en señal de haber olvidado algo. Al acercarse, aclaró que había dejado todo limpio pero el living desarmado, puesto que no le daba el tiempo, y que había dejado en la cocina una bolsa de basura lista para ser retirada. Dicho esto, se fue e indicó que iba a estar viniendo cada un mes a hacer el aseo general, para que "no me asustara al verla". Risa de por medio. Risa corta, expedita. Así se iba, tratando de que sus hijos, inquietos, no se fueran corriendo por entre la acera. 

Al volver al depa, entré, pero el living ya estaba vuelto a armar. Seguramente alguien lo había hecho después de que se fuera la chica. Aunque la bolsa de aseo permanecía donde ella había dicho. Cuando volví a la pieza, me di cuenta que, debajo del espacio de la puerta del arrendador, había un papel, un papel con una nota. Decía: Todo en orden. Por favor, llámame. El misterio de la nota indicaba que el asunto tenía relación con el aseo, o quizá con algo más interno. Hay algo en el aseo que siempre obliga a desplazar no solo el orden previsto de las cosas, sino que sus acontecimientos. Volvía así con ese concepto a la pieza, más desordenada que nunca, y me puse a soplar y atajar con la mano el polvillo de las termitas sobre el velador, con una dejación insuperable.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Después de darle vueltas al asunto, he caído en la cuenta de que el lector avezado que siempre reprocha los gustos no tan excelsos de los otros lectores, se parece bastante a aquel metalero "truli" que trata de posser a todo el que no comparta su mismo criterio ni política musical. A riesgo de volver la lectura o la melomanía un recalcitrante nicho de iniciados, cualquier aficionado puede acabar siendo, en lugar de un posible entusiasta, un verdadero desertor. El dogmatismo, sea de la forma que sea, tenga el color que tenga, siempre resta.
Vivo y me desvivo en Valpo, sin embargo, fui únicamente a la inauguración de Puerto de Ideas, de la mano de Nuccio Ordine con La utilidad de lo inútil, en un lleno total. El resto me lo perdí, como siempre. Me pregunto ¿La cultura sirve? ¿Lo gratuito tiene algún valor? ¿El conocimiento por el conocimiento funciona, realmente? Valparaíso como una idea, acaso un retazo, un bosquejo de una idea inmigrante, vuelta arraigo, vuelta exilio. Valparaíso como una idea peregrina, una idea que no llega nunca a puerto. Un puerto consumido por su propia idea. Una maldición. Un ensañamiento.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Cuando venía llegando al depa, divisé a una cuadra al vecino colombiano abriendo la reja y entrando con un par de minas. Llevaban bolsas con copete y cosas para picar. Seguí mi camino rumbo a la reja principal y subí las escaleras trotando. Las minas iban subiendo apenas al cuarto piso, tanto así que llegué a alcanzar al grupo. "¿Y sube corriendo?", dijo una de ellas, algo agitada por la subida, al verme entrar donde mismo. Le decía que era un buen ejercicio. Apenas dio vuelta la cara, sonriendo. El colombiano se percató de quien venía detrás y me saludó diciendo: "hola amigo, cómo va la vaina?". Solo alcancé a responderle con el pulgar hacia arriba, antes de que entrara a la pieza con las dos acompañantes. A todas luces, prometen mambo. Mientras tanto, vuelvo tranquilamente a la habitación, a la luz tenue y a la parsimonia de la habitación, extrañado por la inusual buena vibra del vecino, con un par de sobres de café, un paquete de papas fritas y un par de películas cargando, para maquinar el próximo paso de la noche, el próximo ejercicio solipsista que, de un tiempo a esta parte, ya se ha venido haciendo costumbre.

viernes, 9 de noviembre de 2018

El cuidador de autos de Colón cerca del Colegio Arturo Edwards me pidió la hora. Las 10, le dije. Me preguntó si tenía fuego para encender unos puchos antes de sacar al último vehículo y virarse. Le decía que en el kiosco había. El loco ya lleva años en la misma. Siempre se vira puntual. Se encarga de quedarse un ratito más para envolar a los sapos que andan aguja con los vehículos. Desde la pieza, se le escucha decir "québrese", "gire", en un constante traspié monológico que los choferes apenas alcanzan a agradecer, con una que otra chaucha como compensación. De conserje, recuerdo que había un loquito que se ponía a cuidar y a lavar autos justo frente al frontis del edificio. Siempre pedía que le cargara el celular y, a cambio, ofrecía algún favor con una que otra chuchería pal manlle. Sus antecedentes distaban mucho de su actitud al momento de circundar el perímetro de los estacionamientos a un costado de la calle. El cuidador de autos, improductivo ante los ojos del tecnócrata, un vil extorsionador de un servicio absurdo, ante los ojos del cascarrabias acomodado. Pero hay en ese absurdo de estacionar y de ayudar a arrancar vehículos, una wea digna de algún pasaje de Beckett, más allá del análisis de las condiciones materiales. Una pega inútil desde el punto de vista contractual, pero necesaria y hasta imperiosa bajo el rigor de la necesidad. Una pega sin contrato, fuera del marco estricto de la ley, pero ¿por qué a pesar de eso, los cuidadores de auto siguen en masa sobrevolando las aceras, como si a la vuelta de cada vehículo intuyeran el mañana de su presente? Son las grietas, los intersticios, las fisuras del sistema las que, ineluctablemente, permiten esta clase de trabajos kafkianos. No hay nada políticamente correcto ni tampoco romántico en un estacionador de autos, pero su sola existencia remueve la lógica de lo corriente. Así, la noche cae sobre el sistema y sobre la desolada acera, cuando el estacionador de autos, ya en retirada, va contando la propina que consiguió en el momento que pronuncia a viva voz y contra la penumbra del entorno un último y estruendoso "gire". A cambio de todo, a cambio de nada, el estacionador de autos seguirá pronunciando ese girar como su axioma secreto, la fórmula de su ofrecimiento desesperado, que es también, en cierta medida, la fórmula del movimiento del mundo.

jueves, 8 de noviembre de 2018

La edición 2017 de La nueva novela de Juan Luis Martínez resultó que contiene anotaciones atribuidas al propio autor, pero que en realidad eran de su amigo, Ricardo Cárcamo, quien señala que para la edición del 85 había hecho una serie de apuntes aconsejado por el propio Martínez: “Para La nueva novela hay que siempre relacionar cada página con la página anterior y posterior, así pasando de una página a la otra”. Las palabras de su amigo se las habría tomado tan en serio, que comenzó a realizar las célebres anotaciones, algunas de las cuales figuran en la nueva edición como hechas originalmente por Martínez, desconociendo por completo su procedencia auténtica. Hay dos valoraciones de lo sucedido: aquella de los que ven en esto una prueba más del impacto de La nueva novela, llevando hasta el límite de lo apócrifo la tensión material del lenguaje y el "qué importa quién dice" con la ya tan atribulada "muerte del autor" (la tachadura nominal le habría correspondido, esta vez, a Cárcamo); y aquella de los que ven en esto un cagazo editorial de proporciones, acaso involuntario o, lo que es peor, totalmente deliberado, desconociendo el aporte de Cárcamo a la obra de Martínez y velándolo en una triquiñuela autoral. Fuese como fuese, la polémica reabre la interrogante ¿vale la autoría, su nombre, tanto como la obra por sí sola? ¿la renuncia discursiva del autor a su obra, digamos, mejor dicho, a su apropiación, implica necesariamente su intervención arbitraria o quizá interesada? El gesto de Martínez interpela aquí a lectores, editores, exégetas por igual, cada cual forjando su propio texto a partir de la NN, o bien, denegándolo, en una forma soterrada de autorreferencia. Todo aquel que se acerque y trabaje sobre su obra, ya sea desde una mirada íntima o analítica, correría el riesgo de ser sobreinterpretado o, en su defecto, tachado.

martes, 6 de noviembre de 2018

Kahli y la experiencia mantradélica desde el puerto

Kahli, la diosa india de la muerte y de la destrucción, pero también la diosa de la regeneración. Mantradelic, palabra compuesta que une la idea del mantra y la de la psicodelia. Con este concepto, Kahli Mantradelic (o sencillamente, Kahli) se lanza al universo musical de Chile y el mundo desde la arista de lo subterráneo, inundando el imaginario sonoro de Valparaíso con evocaciones ritualísticas, pasajes hipnóticos que recuerdan a la lisergia pura y una propuesta poética visual que entronca con el misticismo ascético y a la vez con la exploración psiconáutica, articulada en un tono que conjuga la parada rockera con el espíritu vanguardista de la experimentación. En esa línea, Carolina Aparici, voz y teclados, subraya que la búsqueda creativa de la banda se equipara más bien con lo “quiltro”, en el sentido de que renuncian a cualquier tipo de clasificación, cual perro de la calle paseándose con suma libertad por los rincones de esta a ratos bulliciosa y melodiosa ciudad, indagando en los olores secretos, los ritmos, las vibraciones ocultas que puedan ir confluyendo en una amalgama para el crecimiento interior de cada uno de los integrantes y para la evolución sinérgica de la agrupación en su totalidad, hacia un horizonte cada vez más abierto y desconocido. Aparici, tal como la encarnación chilena de la propia Kahli, toma los ribetes de la interpretación y de la performance, para entregar un mensaje, un mensaje significativo, profundo, íntimo, un tanto tétrico pero, por eso mismo, estimulante, solo legible y completamente audible para los iniciados en la cultura del underground musical. 



Basta con poner su primer Ep, el Kahli and the mantradelic experience, y el grupo ya nos retrotrae a un revival de lo más granado de la psicodelia de fines de los sesenta y principios de los setenta. Un ummagumma bien ondero escuchamos aquí, pero también un Arzachel latino, con Durga Mystery Trip. La pista El viajero es particularmente brillante, dada la ejecución blusera al principio de la mano de un inspirado Sebastián Cárcamo con su cigarbox guitar, y luego el contrapunto atmosférico con Aparici, y la lírica que resulta casi un resumen de la visión y de la cosmovisión de la banda: “El camino es largo, pero el sol te carga cuando te pesa la oscuridad”. La poesía en este punto hace valer la idea de la dualidad complementaria, siempre en constante pugna y en constante reconciliación. El viaje continúa con Los ojos de Emma, en un riff principal atrapante que se va repitiendo a lo largo de la ceremonia, de modo que provoca un efecto especialmente magnético. El rito sigue luego, destacándose el tema Kahli Spell, en un clímax que le da un explosivo remate al conjunto. La mantradelia de Kahli se resume en una sinergia musical de los opuestos fundamentales. Emociones que vienen. Emociones que van. De garganta a tímpano, de electricidad a vacío. Hay en la propuesta demasiados buenos referentes. No sé, pienso también en Can con Tago Mago, lo más bizarro del krautrock, sumado a lo más inaccesible de bandas como Jefferson Airplane y Shocking Blue (creo, incluso, haberles escuchado un cover de Love buzz). La conjunción, de la mano de una tendencia hacia lo interior, expresado en lo underground y sublimado en la espiritualidad hindú que aquí se rezuma cual fuente, no pudo haber sido más congruente en los Kahli. 



Después de esa primera procesión, lanzaron un segundo Ep, La nave de Kahli, en el que profundizan aún más en su propuesta de mantradelia aparejada con el camino del quiltro. Esas dos nociones que la banda desarrolla hacen de esta experiencia sonora la verdadera senda del peregrino. Por ejemplo, en La nave de Kahli, la poesía va evocando la magia del recorrido errante como motor de inspiración. Me atrevería a decir que en esta parte del Ep hay una fuerte influencia de Jack Kerouac con En el camino y Los vagabundos del Dharma. De hecho, en esta última novela, el alma beat de Ray Smith, en su encuentro con la filosofía budista y en la simpatía con el primer hippismo, el más disruptivo, puede emparentarse muy bien con la propia alma de Aparici, su faz, su ser, su inquietud, la cual, según confiesa, viene desde su viaje personal a la india y su encuentro con un sadhu, que habría cambiado su percepción de las cosas y, por supuesto, habría sido el maestro que no solo la motivó en esta caravana de aprendizaje, sino que la inspiró para emprender el camino tortuoso pero también gratificante de la música. Luego de surcar la nave de la gran Diosa, viene Ceniza, uno de mis track favoritos. Tal vez hay algo en el riff que despierta, a lo largo de su progresión, el sentido del renacimiento, un cierto estoicismo a pesar de la inclemencia y la adversidad, tan propias del alma máter porteña, siempre doliente en su estructura decadente y su arquitectura nostálgica, siempre incendiaria: “arder para ser ceniza y revivir en el próximo día, con las lágrimas, con la sangre, con el hambre, con las lágrimas convertidas en océano”. La Diosa aterriza de nuevo en Valpo, si le das play al siguiente tema y dejas sonando el último baile de Shiva. Los Kahli aquí retoman en este instrumental el concepto original, e invocan a uno de los dioses de la trinidad hinduista. Acto seguido, la poesía vuelve a arremeter y conspirar con Aparecer. “De donde apareciste salió la sombra que te persigue/De donde apareciste salió la luz”. Los versos aquí cantados con pasión y gravedad por Aparici me recuerdan de inmediato a Carl Jung. Una vez, recuerdo que pude tranzar algunas palabras con ella, en la plaza de los sueños. Salía a colación una clásica frase de Jung luego que ella comentara algo sobre sus comienzos artísticos y su viaje paradigmático hacia la India. "Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”. Ella insistía en que su inclinación por el arte siempre venía seguida de un coqueteo con lo oscuro, cosa que a veces le reprochaban. Según lo que pudimos concluir, no hace falta esconder esa oscuridad, sino que debe poder expresarse y oxigenarse, hacerse consciente. La contracara era el lado necesario que completaba su faceta y su personalidad. Su tercer ojo. Su parte total del mundo. De esta forma, Aparici demuestra con Kahli que es capaz de conjurar ese lado oscuro, tal como la diosa, para poder completar el ciclo, en una catarsis permanente. Y así lo demuestra además con su camaleónica parada, en sus incursiones de actriz, de performista, de dramaturga y escritora. Todo deviene visceral y embargado de una energía liberadora. 

Siguiendo con el Ep, la peregrinación concluye con Las fiestas. Las letras, bajo su poética mística, son determinantes: “así como el tiempo, la voz de la muerte, así como el miedo, todo es una ilusión”. Con la forma musical que ya han ido tejiendo y perfeccionando a lo largo de estos cinco temas, Kahli no podía ser menos y remata la liturgia con la constatación del velo de Maya. “Todo es una ilusión”. Se trata de salir de la matrix de la industria musical. Kahli lo entendieron muy bien. La voz de la muerte es todo lo que uno puede escuchar, si se rinde a esa matrix. La voz de la muerte es todo lo que se deja escuchar. Súmate a la experiencia, melómano, y vívelo por tu cuenta. Kahli debe ser una de las bandas emergentes (qué digo, trascendentes, por el concepto) más innovadoras de la escena under actual. Y no es por sumarme a un elogio demasiado rústico, pero su música realmente fascina y atrapa. La ciudad puerto podrá estar destruyéndose, cayéndose a pedazos por los materialistas de turno, pero los brazos de Kahli seguirán tocando, ahí donde nadie más escucha, donde todos se hacen a un lado, para darle un colorido a nuestro gris escenario, aunque también para arrojarle sombra y densidad a una postal insípida, sin otro valor que el precio de su insignificancia.




La Comisión de cultura ha aprobado que el aeropuerto de Santiago se llame "Pablo Neruda". “Queremos que cuando los extranjeros y turistas pisen suelo chileno, lo primero que vean sea el nombre del poeta Pablo Neruda”, agregó. Les faltó decir "y también queremos que en lo primero que piensen al surcar el cielo sea en el condenado vate, incluso cuando el avión se estrelle contra la tierra y los pasajeros improvisen un viaje en paracaídas".
Moreira se hace viral tras pronunciar la palabra "lingüiniado" en su ataque contra el presidente francés Macron por darle asilo político a Ricardo Palma Salamanca. "El presidente francés nos ha lingüinado como país”, fue lo que dijo en un video. Y eso, con todo lo ridículo que resulta, no es ni siquiera lo más inaudito. Después de haberse pronunciado la palabrita en el descargo, un twittero se dirigió directamente a la RAE (mejor dicho, su cuenta de consultas) para preguntar por su existencia, a lo que esta habría respondido tajante -a modo de réplica automática- que "ese término no tiene tradición de uso en español ni figura en los diccionarios consultados". El mismo twittero, con la respuesta de la RAE, redirigió el mensaje hacia el mismísimo presidente de Francia (su cuenta) para informarle que la palabra que pronunció Moreira contra él, "linguiniado", no existe, y no se sabe qué fue lo que quiso decir en realidad. La respuesta en la cuenta del presidente francés por la interpelación aún no se hace notar. Su silencio virtual solo acentúa el misterio. Una incógnita semántica se cierne sobre el cielo ideológico de la red, a raíz del asilo a uno de los victimarios de Jaime Guzmán. En plena época de disputas, de diferencias irreconciliables, aún al rojo vivo, la política internacional de chilito ha protagonizado un episodio digno de una obra de Ionesco, y su juego mediático ha pasado de oficialista a dadaísta en tiempo récord.
Arribó la jodida época de calor, la primavera y la horrenda risa del idiota, como dijese Rimbaud, y la primera evidencia fue el cúmulo de madera molida justo debajo de la ventana que da hacia la calle. Una única termita, solitaria, tímida, se asomó agazapada por entre los contornos de la ampolleta de la pieza. Ella y otras mercenarias habían comenzado ya su festín clandestino. Al rato que la espanté, desapareció sin dejar atrás sus alas odiosas, tal vez en busca de otras luces artificiales. Su visita inesperada fue una advertencia. Vino y se fue cual amenaza de guerra contra un pueblo bárbaro. Pronto serán multitud. En el límite de una diminuta lógica, la insolente luz del sol representará la revancha de su imperio. Así, apago la ampolleta grande y enciendo la chica del velador, en señal de recogimiento, aguardando la estampida.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Insomnio laborioso escribiendo diapositivas y suena de fondo Venus in furs de los Velvet. No para de sonar esa subterránea melodía cual mantra, al tiempo que mi vigilia pende de un hilo. Termina el tema, Lou deja de cantar pero la tarea no se escribe sola, y ya no sé si la hago para sugestionarme de que debo seguir adelante, contra el ocaso y el agotamiento, o para terminar envuelto con majadería en las redes de esta ilusión narcótica.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Leo el comentario de una amiga en fb, y reclama sobre la impertinencia, la imprudencia y el desatino de los canutos predicando a viva voz en frente de su casa, un día domingo temprano, en el peor contexto posible para su proselitismo. Ya no se discute el por qué sino que el cómo. Sin ir más lejos, yo vivo también cerca de una iglesia, justo a una cuadra de un night club, a dos de ripley y a tres de la comisaría. El ruido del flaiterío en la noche no es nada en comparación con la manía histérica de los canutos por la mañana con su megáfono en la plaza de los sueños. Ya no solo es penca su cosmovisión, sino que es penca su estrategia de marketing. ¿Cuál rechucha será su target? ¿Su branding? ¿Qué pretenden repitiendo la misma maniobra fallida una y mil veces, hasta el día del juicio final?

sábado, 3 de noviembre de 2018

Ya no recuerdo en qué momento de la conversación ella decía haberse acordado de una frase muy famosa, una relacionada con cerrar el pico y quedarse piola como lección de sensatez ante el riesgo de hablar de más y quedar de pedante o de ignorante. Parece que fue cuando salió a colación el tema sobre ciertos colegas del área de salud que creen dar cátedra en ciertos ámbitos que no manejan del todo bien, pero que lo hacen simplemente de metiches, para meter la cuchara. Estaba seguro de la versión definitiva de aquella frase, pero se me había ido en collera la referencia, al punto que terminé dándole una interpretación un tanto atropellada: "Mejor quedarse callado y parecer estúpido que abrir la boca y despejar cualquier tipo de duda". Ella al principio no entendía de dónde venía esa frase tan renombrada. No había hecho la asociación necesaria o más bien mi versión no le convencía de todo. "Andas a lo Chapulín Colorado", aseveraba risueña, mientras me veía dándole una vuelta más a la frase con tal de reestructurar su sentido original. La frase que ella recordaba, decía, no tenía nada que ver con la boca ni con la estupidez. Tenía que ver con el saber. El punto es que ni ella misma sabía a qué frase se refería, si acaso era la que yo tenía en mente o más bien era otra sacada de todo contexto. Rendido ante la escasa memoria, recurrí a google para confirmar la certeza sobre mi versión de aquella frase indecible. Y claro, la frasecita en cuestión era la clásica "mejor callar y parecer tonto que hablar y demostrarlo", solo que en ciertas fuentes apócrifas aparecía atribuida indistintamente a Groucho Marx y luego a Mark Twain. Seguí buscando, en el instante en que ella se bebía un sorbo largo de cerveza y revisaba su celular. Al final, la versión más similar a la que había elucubrado era "mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente". Luego, más abajo en los resultados de búsqueda, di con una tercera versión, "mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda". En esta última, se señalaba que Groucho habría reinterpretado los dichos originales de Twain y que, a su vez, este habría rescatado la cita de algún proverbio japonés. Con esta esclarecedora tercera versión en mi poder, decidí mostrársela para que viera que, después de todo, sí estaba en lo cierto. “¿Ves?” le dije. “Sí tenía que ver con la boca y con la estupidez”. Ella leía la frase con detenimiento, con la boca engullida de reineta, como si se estuviese tomando su tiempo para digerirla en silencio, al tiempo que su boca estaba demasiado ocupada. Tragó entonces de un tirón el último bocado y confirmó con sus propios ojos la evidencia: “Está bien. Ganaste”, dijo. “De todos modos, era algo que ya había pensado antes”. Sonreímos. Ambos nos quedamos piola. La cuestión se había hecho tensa en un pequeño juego semántico, pero la duda se había disipado al fin. No quedaba otra cosa más por decir, así que pedí la cuenta. Ella sacó rápidamente de su billetera su parte del monto. Yo, la mía. No hubo réplica en todo lo que duró el proceso. Entonces, al rato, nos despedíamos con aplomo. Ninguno de los dos quedó de seguir hablando.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Feliz día de todos los fiambres, en especial a los que deambulan por esta vida creyendo estar vivos, o haciéndose los vivos (cosa aún peor).