viernes, 17 de abril de 2020

"En medio de la conmoción causada por la pandemia, ¿se verá Occidente obligado a abandonar sus principios liberales? ¿Corremos el riesgo de volvernos una sociedad de cuarentena biopolítica que restrinja de manera permanente nuestra libertad ? ¿Es China el futuro de Europa?".

Reseña cinéfila de "El hoyo" (2020)

Se ha dicho sobre El Hoyo que es la película idónea para nuestros tiempos, basados en la premisa de que expone lo peor del capitalismo. Pero partir de esta premisa supone limitar el alcance que la propia película ha demostrado tener a raíz de sus interpretaciones. El punto de vista anticapitalista que supuestamente defiende apenas puede aplicarse de manera parcial, ya que, de partida, en El Hoyo no existen los presupuestos mínimos que configuran un sistema capitalista: no existe propiedad privada, únicamente un objeto que cada quien elige antes de ser internado; tampoco transacción comercial ni intercambio alguno por el simple hecho de estar los personajes distribuidos en distintos niveles al azar, difuminando con eso cualquier atisbo de ascenso socioeconómico (suponiendo, claro está, que este mecanismo de El Hoyo sea leído luego como la desigualdad inherente al modelo). En la película, efectivamente, la visión anticapitalista solo puede verse reflejada desde una óptica demasiado progre, buscando a toda costa identificar el ánimo desesperado de algunos personajes en los niveles más bajos con el hambre y la miseria a la que se ven expuestas las clases más desposeídas, y el impulso egoísta de aquellos en los niveles más altos con el acaparamiento y la falta de empatía que representaría a la clase más privilegiada, configurando de esa forma la tan clásica lectura marxista, como podría apreciarse en las primeras escenas con Goreng, el protagonista, y su compañero Trimagasi, señalando que solo hay tres tipos de personas: los que están arriba, los de abajo, los que caen. 

Si se hiciera un análisis un poco menos tendencioso, y que no inclinara tanto la balanza hacia un puro lineamiento ideológico, podría reconocerse que la película de Gaztelu Urrutia en realidad cuenta con diferentes capas. Y, de hecho, hasta podría decirse que su premisa más evidente está en el polo opuesto a lo que pretende inicialmente, ya que la construcción en la que están todos confinados guarda más semejanza con un Estado totalitario orwelliano que con un sistema estrictamente capitalista, tal como se lo quiere entender. Basta pensar en el concepto de la Administración emparentado con el centralismo estatal, o en el Centro vertical de autogestión también concebido como una idea dirigida desde arriba por entidades similares a los agentes más burocráticos del poder público. Hay también otro punto en la película que refuerza esta premisa más bien antisocialista, y se ve reflejado en el personaje de Imoguiri, la mujer que acompaña a Goreng, después de Trimagasi, quien le hace ver que si cada uno comiese solo su ración de alimentos, esta llegaría a los niveles más bajos, llamando a este acto el de una “solidaridad espontánea”, cuestión que, a todas luces, falla, puesto que los personajes en los otros niveles insisten en comerse todo lo que lleva la plataforma, eliminando con eso cualquier sentido remoto de comunidad. Otro segmento que puede ser interpretado desde aquella premisa se encuentra en el intento de racionar los alimentos a la fuerza de parte de Goreng en compañía de Baharat, quienes se proponen subir a la plataforma con las sobras del banquete, descender a los niveles más bajo y dar a cada quien lo que le corresponde pero a punta de violencia, partiendo desde la desconfianza, sin el uso de la lógica y el convencimiento racional que en dichas circunstancias adversas parece inverosímil, demostrando que cualquier medida coercitiva, aunque sea en pro del bien común, fallará de la forma más cruda.

Para quienes puedan insistir en una lectura más cercana a la anticapitalista, creo que pueden encontrar un parangón en lo planteado por la célebre película de Luis Buñuel, “El ángel exterminador”, donde un grupo de burgueses de la Ciudad de México es invitado a una cena en una mansión de una familia adinerada y, al terminar la cena, se dan cuenta de que no pueden salir de la habitación en la que se encuentran por una razón misteriosa totalmente desconocida (factor azar). La cosa es que, pasados los días, empiezan a escasear los alimentos, los anfitriones y los invitados enferman, la basura se acumula y duermen donde pueden (similar a El Hoyo). Entonces comienzan a perderse las buenas costumbres poco a poco, en un proceso de degradación, hasta terminar convertidos en auténticos salvajes. El planteamiento de Buñuel en El ángel exterminador, en todo caso, se emparenta mucho más con el surrealismo que buscaba “escandalizar a la burguesía” exponiendo su decadencia con el difuso límite entre civilización/barbarie que el conjunto de la cultura pretende soslayar. Sería conveniente leer El Hoyo también desde esa vieja disputa civilización/barbarie, más que desde la forzosa postura anticapitalista, en el sentido de que tanto Goreng, Trimagasi, Imoguiri como Miharu, la joven oriental que se sube a la plataforma para proteger a su hija del resto de los extraños en los otros niveles, van poco a poco perdiendo el contrato social que habían conseguido fuera de El hoyo y sucumben a la locura producto de las consecuencias del confinamiento y las condiciones extremas a las que son sometidos, no necesariamente debido a un correlato de desigualdad socioeconómica. Es decir, que sus actitudes y motivaciones traen aparejado el signo de la enajenación inherente a la pérdida de la civilidad, y no tanto un posible resentimiento producto de la lucha de clases.

Como sea, partimos de la base de que El Hoyo es mucho más que una metáfora de los horrores del capitalismo reinante, y también, mucho más que simple ingeniería social estatista. El Hoyo, más allá de estas consideraciones materialistas, incluso puede ser visto desde el aspecto simbólico e intertextual. Y para desarrollar esta idea, basta pensar en el presupuesto del “mensaje” instalado en la película, el cual inicialmente consistía en mantener intacta una panacotta, una especie de postre que Baharat junto al protagonista decidieron llevar, gracias a la idea de otro hombre en los niveles bajos, para luego regresarla al nivel más alto sobre la plataforma, como prueba para la Administración de que en El Hoyo persiste cierta “esperanza o, mejor dicho, cierta solidaridad, cierta idea de humanidad o de racionalidad. Pero al alcanzar el último nivel (el 333), Goreng y Baharat descubren que hay una niña oriental escondida (hija de Miharu) y se dan cuenta de que, en realidad, ella es el mensaje que, en este caso, vendría representando la inocencia, la pureza en medio del caos o la decadencia del sistema. Y lo que sucede al final ha dejado atónito a muchos espectadores. Goreng llega solo con la niña en la plataforma más abajo del último nivel y se reencuentra con Trimagasi, quien le menciona que “su viaje ha terminado, mi caracol”. Entonces Goreng decide volver a subir con la niña para entregar el famoso mensaje hacia el primer nivel, pero Trimagasi le repite que “el mensaje no necesita portador”. De ese modo, lo convence de bajarse de la plataforma y dejar a la niña en la plataforma para que suba sola. Para muchos esta parte ha resultado ser un auténtico acertijo o derechamente una tomadura de pelos, aunque resulta más o menos fácil interpretarla desde el dispositivo simbólico, tomando a Goreng como una suerte de “mesías” en una misión quijotesca (recordemos que el libro que decidió llevar a El hoyo fue justamente El Quijote) quien en todo momento se debate con su conciencia, representada en este caso por Trimagasi (¿quizá una suerte de Sancho?), formando parte de su organismo. O bien, se puede tomar a Goreng como una especie de Dante simbolizando el descenso a los infiernos, y Trimagasi sería el Virgilio que aun después de muerto lo acompaña hasta el final del viaje, lo cual explicaría el por qué reaparece en ese punto al final de la plataforma incluso después de ser asesinado por el propio Goreng y canibalizado. Esto también podría suponer que en realidad Goreng estuvo muerto desde hace rato en algunos de los niveles superiores, y todo lo que sucede posteriormente hacia el final sería su camino simbólico de redención o iluminación, pero todo eso ya sería sobreinterpretar demasiado. El hecho es que El hoyo supone un verdadero desafío cinematográfico, con una puesta en escena que da lugar a una hermenéutica más allá de la propuesta política que se le quiere achacar en forma de visión unívoca. 

Y he aquí que la película en sí misma dialoga incluso con otros referentes, no solo con 1984 de George Orwell, con Snowpiercer de Bong Joon-ho, o con todo el imaginario distópico sobre el presente de la humanidad, sino que directamente con El cubo de Vincenzo Natali, aquella legendaria ópera prima de los noventa que plasmaba la reclusión de personas atrapadas en una estructura de habitaciones-cubos separadas unas de otras y con mortales trampas que los encerrados debían sortear para poder sobrevivir. Las comparaciones saltan a la vista: tanto en El hoyo como en El cubo existe ese ambiente claustrofóbico que mantiene al espectador a la expectativa de que sus personajes tengan la posibilidad de salir, en una curiosa proyección psicológica, solo que en El cubo original se refuerza aún más lo kafkiano, en el sentido de que los personajes aparecen allí sin mucha explicación, y se desconoce totalmente a los creadores de ese experimento y sus reales motivaciones; no como en El hoyo, donde queda más o menos demostrado que se trata de una Administración con intenciones de usar a los reclusos como conejillos de indias para su experimento social. Otro punto de comparación se aprecia en la decadencia mental y humana de los personajes sometidos a semejantes condiciones extremas, cosa que en El cubo constituye el eje articulador de la trama y, de hecho, su leitmotiv: la fragilidad y brutalidad que revelan la verdadera esencia del ser humano. En cambio, en El hoyo aquella decadencia solo alcanza a manifestarse de forma somera, un tanto violenta, incluso gore, pero como excusa para la lucha por el correlato de liberación que lleva al protagonista a querer transmitir un mensaje. Por último, un tercer punto de comparación se puede vislumbrar en el final de cada película. En ambas, uno de los cautivos logra salir de la estructura, y se representa el motivo de la inocencia simbolizado en un personaje. La diferencia sobre esto se encuentra nuevamente en el enfoque: mientras que en El cubo, la salida hacia el exterior era concebida con pesimismo y únicamente sale vivo el autista (es cosa de recordar el diálogo del funcionario con la matemática: ¿Qué hay ahí fuera? Estupidez humana ilimitada), en El hoyo, la aparente salida carece de esa concepción, y es vista como la meta del mesiánico protagonista, quien sale acompañado por Trimagasi hacia rumbo desconocido, y es la niña oriental, completamente inocente, la que debe encarnar aquel supuesto mensaje regresando en la plataforma a través de los niveles superiores, hacia el cerebro de la Administración. 

Si bien Vincenzo Natali aplaudió de pie la película de Gaztelu Urrutia, leyéndola como una obra necesaria para nuestros tiempos de cuarentena obligada, de sobrevivencia programada ante la inminencia de la muerte, tenemos que El cubo resultó ser mucho más terrorífica por su atmósfera kafkiana (“estamos controlados por fuerzas y circunstancias inexplicables”) y por su premisa nihilista (“no importa lo que pase y lo que hagamos para salir de El cubo, allá afuera el ser humano seguirá siendo cruel y estúpido”). En cambio, El hoyo, aunque audaz y sórdida al momento de mostrar la lucha por la sobrevivencia y el cómo esta deviene en conflictos morales, cobija siempre una teleología. Abriga al menos un discurso redentor, una remota solución, cuestión que la hace una película más pedagógica. En cuestiones de gusto, y por este mismo motivo, prefiero El cubo, al no aventurar salidas éticas demasiado condescendientes con el público y presentar la faceta más oscura del ser humano sin tapujos. Sin embargo, El Hoyo es la película que podría necesitar todo aquel que busque una respuesta a su encierro personal, a su aislacionismo, a su falta de integración, precisamente en un tiempo en que el encierro se vuelve un decreto sanitario, hasta cierto punto, político, y no una decisión voluntaria mediada por la reflexión. El hoyo del cual todos queremos salir, pero en el cual terminamos quedando.