domingo, 9 de junio de 2019

Terminó Chernobyl, la miniserie HBO. De inmediato, salió a la palestra el punto de vista de los rusos respecto a la producción. La acusan de caricaturizar a los personajes y, según Iouli Andreev, responsable de la limpieza radiactiva del desastre, la miniserie "está llena de grandes mentiras y, como lo requiere la propaganda, de pequeños detalles verdaderos", partiendo por el hecho de que el auténtico responsable habría sido Legasov, científico nuclear, y no Anatoly, ingeniero en jefe adjunto. Andreev señala además que el "secretismo" en relación al desastre era parte orgánica del proceder político, y sería ridículo ir ventilando esos secretos a la luz pública, comprometiendo a toda una nación en el contexto general de la Guerra Fría. De acuerdo a sus palabras, "los asuntos políticos no tienen explicación lógica", y la posición de HBO sería hipócrita, nada más que una propaganda primitiva sobre la cual construye una visión que se pretende espectacular. Se puede estar de acuerdo con el punto de vista de los rusos, mal que mal ellos fueron los protagonistas de su propia tragedia (de hecho, en términos históricos, se dice que Gorbachov señaló el caso Chernobyl como una de las principales razones de la desestabilización y el consecuente acabóse de la URSS). Sin embargo, el factor ficción aquí cobra otro prisma desde una perspectiva cinematográfica, aunque vicariamente ideológica. El libro en el que está basada la serie, Voces de Chernóbil de la autora Svetlana Aleksiévich, consta de una recopilación sobre los testimonios de aquellos afectados por la explosión, los testigos, las víctimas directas, sus agentes y oficiales. En este punto, el relato testimonial sería representado ahondando en la micro experiencia cercana, cara a cara a los efectos de la radiación sobre la materia viva y, en el plano existencial, de frente a la creciente amenaza en forma de muerte sigilosa. El testimonio deviene carne contaminada, sentido sufriente. El drama humano allí filmado no tiene desperdicio; es tal la prolijidad de los recursos que el escenario de la contaminación ambiental se presenta en toda su crudeza, y una crudeza incierta ante un fenómeno, a todas luces, invisible; un enemigo ciego que se escurre por el aire, el agua, las venas, la visión, el todo. La infra historia ahí implosiona en forma de reactor; aquellos que la sufrieron estoicos fueron su combustible. La lección que deja finalmente la serie, es que la verdad, aquel concepto escurridizo que buscamos en cuanto todo se presenta hostil, esperará eternamente como una última exhalación categórica, como alguna clase de aliento afirmativo en medio del enjambre tóxico de las contradicciones. Pero se preguntaba Legasov, luego de aquel juicio en el capítulo 5 (que, dicho sea de paso, constituye una licencia dramática) ¿qué es el precio de la verdad, comparado con el precio de las mentiras? ¿cuál es el precio de esas mentiras, en última instancia? Las interpretaciones sobre los hechos siempre dejarán culpables e inocentes, a ratos, de manera inequitativa. No hay juicio justo sobre lo que rebasa el entendimiento. Legasov insistía en el hecho de que las mentiras fueron aquello que provocó el accidente nuclear que deja su legado de peste hasta el día de hoy, pero ¿no será acaso la verdad aquella peste que, so pena de ser descubierta, se cuela lentamente en el organismo moral del ente humano para desafiarlo y obligarlo a sacrificarse contra una realidad implacable? Como sea, todos aquellos que sufrimos de cerca la radiación fílmica del Chernobyl HBO nos situamos ahora en el otro extremo, esperando sin tregua la contraversión de los rusos o, debería decirse, la “versión oficial”, su versión, frente a la representación parcelada de Occidente que, desde su propia etimología, encierra el germen del ocaso, del acaso, aquello que no deja de revelarnos, con ilusa esperanza, su esencia perecible
Un viejo a un funcionario, en el terminal de San Felipe: "¿No veí que soi hechizo? Soi de cartón". El funcionario le respondió: "Y vo soi el diablo", alejándose para atajar el próximo JM. El viejo quería invitarlo a chupar en la noche. El otro se excusó alegando que debía volver al terminal tipo 8. El Diablo, dionisiaco, regresó de donde venía. El Hechizo, en cambio, corto de genio, siguió su camino.