martes, 13 de noviembre de 2018

El aseo (relato)

Al entrar ayer al depa, la mesa corrida, las sillas a un costado, las macetas a un lado de la ventana, el living desarmado. Alguien se había puesto a hacer un aseo profundo. Sin embargo, no había nadie a la vista. Fui hasta la cocina a echar un vistazo. Estaba el paso bloqueado con una mopa. El piso de la cocina húmedo, y la loza puesta en orden, en señal de haber sido lavada recién. Atravesé el umbral bloqueado por la mopa y di con la pieza de más al fondo. En eso apareció una chica de la nada, una chica desconocida que tenía la puerta abierta mientras pasaba la virutilla. Estaba acompañada de dos cabros chicos. "Hola qué tal. Vine a hacer el aseo". La chica en cuestión se presentó, no sin antes explicar que había sido contratada por el arrendador, al cual conocía porque trabajaba en la misma pega que él. Los cabros chicos, de hecho, al verme me habían confundido con el arrendador. La chica decía que iba a venir seguido para hacer un aseo profundo en el depa, así que podía considerarla la "aseadora oficial". Asentí y le dije que al pasar pensé que estaban desvalijando la casa entera. La chica aseadora dijo que no, que solo era ella tratando de "rearmar el gallinero". Antes de seguir con su labor, preguntó si acaso más tarde iba a salir del depa. Le explicaba que no, que solo a comprar unas cosas, pero volvía de inmediato. Lo preguntaba puesto que ella debía irse en cuanto terminara de hacer lo que tenía que hacer, y quizá por eso no iba a quedar nadie más en casa. Al cachar que iba a estar metido aquí adentro, en el momento que ella le diera la última manito de gato al cuchitril, entonces volvió simpática a sus labores, despidiéndose de un abrazo, y dejando sueltos a sus hijos alrededor del living. De un momento a otro, el interior parecía ser un kindergarden, el patio en el que estos cabritos esperaban a su mamá y jugaban sin preocupación alguna. A la chica se le escuchaba pasar la aspiradora con música de fondo. Hay algo en el hábito de escuchar un playlist para el aseo que dice mucho de alguien. Tanto así que podría decirse mucho de esa persona de acuerdo a la clase de canciones que escucha cuando hace el aseo. Y ella, para mi sorpresa, tenía puesta la Concierto. El sonido era ininteligible, entre su tarareo y la frecuencia de la radio. Pero en algo alcanzaba a distinguirse su expresión desenfadada. De ese modo, pasó un poco más de una hora, y salí del depa para comprar las cosas que tenía que comprar. 

A la vuelta, y ya oscurecido, estaba a punto de ingresar a las escaleras, cuando la chica del aseo se asomó por entre la penumbra del pasillo con sus dos niños revoloteando. Usaba su celular a modo de linterna. Todo indicaba que no sabía dónde apretar el botón para la luz. Al verme subir, se sorprendió creyendo haberla asustado, y me preguntó en dónde se encontraba el condenado botón. Le indiqué con la zurda hacia un costado del departamento del primer piso, y presioné el interruptor que había ahí: -"¿Ves? Magia"-. La luz estaba intermitente en ese nivel, pero se había dado automáticamente en el resto de los pisos. -Así que ya sabes, para la próxima, para que no tengas que adivinar el camino-. La chica levantó levemente la cabeza. Andaba medio urgida por la hora. Al parecer tenía prisa, pero no dudó en agradecer ese pequeño gesto. Luego, preguntó en dónde estaba el interruptor para la puerta. Le indiqué que a un costado de la reja principal. Era cosa de presionar una sola vez, y ya estaba afuera. La chica nuevamente volvió a agradecer. Era del interior. No cachaba mucho valpo. Por lo que preguntó, una vez más, dónde era el camino más rápido para tomar locomoción. Le señalaba la curva de Colón con Edwards. Que por ahí hacia abajo llegaba a Errázuriz, y pasaban todos los micros. La chica se apresuró a ir con sus hijos rumbo a la dirección señalada, no sin antes devolverse, en señal de haber olvidado algo. Al acercarse, aclaró que había dejado todo limpio pero el living desarmado, puesto que no le daba el tiempo, y que había dejado en la cocina una bolsa de basura lista para ser retirada. Dicho esto, se fue e indicó que iba a estar viniendo cada un mes a hacer el aseo general, para que "no me asustara al verla". Risa de por medio. Risa corta, expedita. Así se iba, tratando de que sus hijos, inquietos, no se fueran corriendo por entre la acera. 

Al volver al depa, entré, pero el living ya estaba vuelto a armar. Seguramente alguien lo había hecho después de que se fuera la chica. Aunque la bolsa de aseo permanecía donde ella había dicho. Cuando volví a la pieza, me di cuenta que, debajo del espacio de la puerta del arrendador, había un papel, un papel con una nota. Decía: Todo en orden. Por favor, llámame. El misterio de la nota indicaba que el asunto tenía relación con el aseo, o quizá con algo más interno. Hay algo en el aseo que siempre obliga a desplazar no solo el orden previsto de las cosas, sino que sus acontecimientos. Volvía así con ese concepto a la pieza, más desordenada que nunca, y me puse a soplar y atajar con la mano el polvillo de las termitas sobre el velador, con una dejación insuperable.