lunes, 19 de junio de 2017

Frío

Levantarse antes de la siete de la mañana, bajo un frío inusual. Una ducha con baja presión de agua, más fría que tibia. Hasta el café de todas las mañanas adquiere ese relieve. Me pregunto sobre la necesidad de enfrentar el clima frío. La necesidad del deber salir al exterior contra el querer permanecer adentro. Recordé entonces que ayer hablábamos sobre el frío ruso, a propósito de las preparatorias para el Mundial. Un frío que determina el carácter y la idiosincrasia de quienes lo sienten. Dostoyevski en un pasaje de Los demonios se refiere a la relación del frío con la fe o su falta. Sería más respetable ser frío que ser tibio. En términos de creencia, no habría términos medios. Sería preferible ser ateo (no creer) a ser indiferente. La frialdad tiene eso que devela una certeza, aunque fuera por oposición. La certeza de la intemperie del sentido, que invita al recogimiento de su significación. El opaco cielo que cubre la ciudad invoca un mantra reflexivo. Su color vendría siendo el color de la crudeza. Así el frío del invierno trae consigo la filosofía, y junto con su crudeza se deja caer también la escarcha de nuestros pensamientos, que tratan ilusamente de recobrar su temperatura original.
Pensando ayer en el nuevo sistema del video referee para el partido de Chile con Camerún, el rechazo era unánime de parte del público a una tecnología que pecaba de una precisión demasiado impersonal. Decía mi madre que la gracia del juego era que no se podía precisar del todo cada movimiento dentro de la cancha, puesto que dichos movimientos podían tener una dirección distinta a cada minuto. Se le resta la belleza de lo incierto a un deporte que no puede ser entendido bajo la mirada fría e inerte de una cámara, sin correlación directa con el campo de juego. "Con el VAR no hubiera existido la "Mano de Dios", por ejemplo", explicaba a propósito un vecino, entusiasta luego del triunfo de la Roja. La misma crítica de la cámara para intentar evaluar el fútbol a distancia, se podría analogar con la crítica a la evaluación docente, por sujetos que vienen de afuera sin entender ni conocer la dinámica interna del profesor con sus alumnos. Tal como en el fútbol, el sentido y la belleza de cada clase estaría en el error, en la pasión. Me dije de pronto que los evaluadores son una especie de "referee", incluso video asistido, como pretenden en el dos por uno con el uso de cámaras en las salas para "supervisar" la disciplina. Cada clase es un mundo. A su vez también una suerte de partido. Se juega la vida con los cabros a cada minuto. Esa singular comunión no puede ni debe ser interrumpida.
Según Antonio Escohotado, el filósofo Hegel “fumaba unos petardos de marihuana antes de dictar clases”; la hierba se la enviaba su amigo Alexander von Humboldt desde el Perú.