lunes, 21 de febrero de 2022

Creo que los Amarillos por Chile pecan de ilusos y de ingenuos, cuando dicen que no cabe la posibilidad de rechazar aún porque hay que ver qué Constitución saldrá, que es preciso esperar el texto para abrirse al diálogo. Los ánimos revolucionarios, los impulsos refundacionales, hoy por hoy, no admiten réplica. No quieren escuchar. Nunca se trató de eso. Los amarillos cometieron el error de apelar a un consenso razonable y diplomático ante una Convención radicalizada que avanza en sus planes sin dar su brazo a torcer. Asumieron, además, el apelativo de “amarillos”, que es adoptar el calificativo del contrincante, en lugar de proponerse ellos con un nombre nuevo. Aunque no lo quieran, plantarse a la opinión pública sin una identidad propia y con semejante falta de convicción, los vuelve, a todas luces, unos amarillos, pero en el sentido peyorativo que ellos precisamente buscaban erradicar en un principio. Al denominarse como tales con orgullo, reafirman el hombre de paja del abusador, se sumergen en el pozo que sus propios adversarios envenenaron. Mucho mejor sería un bloque con otro nombre, decidido a rechazar de plano un proceso constitucional que avizora un verdadero descalabro para el país, con ideas de “sistemas” de justicia que atentarán contra la igualdad ante la ley y proyectos de Estado plurinacional que fragmentarán aún más la frágil soberanía de este Chile surrealista, devenido, una vez más, experimento, mamarracho, palimpsesto del fin del mundo.