martes, 16 de diciembre de 2014

La poesía no salva a nadie



A estas alturas del año comienzan los discursitos celebratorios y funerarios... y no quise ser menos aportando mi granito de arena a semejante playa de exhibicionismo. Seré breve: el rock and roll fue lo que me salvó de la debacle personal: nada más. Era mejor dicho el germen para la carrera imaginativa que explotaría después. En el colegio era o escuchar tu propia música o pertenecer al clan popular. No puedo decir lo mismo de la poesía... no había una noción exacta: lo más cercano a ese conocimiento era la improvisación lírica. La palabra sonaba a refinamiento, a afectación en un espacio donde todo se medía a través de la vara del carácter. La leía prácticamente a escondidas. Solo podía intuirla como algo demasiado elevado o como algo, por el contrario, demasiado hondo. Algo así como un cielo de noche o un callejón repleto de desconocidos.

"La poesía no salva" me decían. Y yo sostengo que no es esa precisamente la cualidad que mejor define la incertidumbre y el ansía de puro presente de esa desesperación juvenil. A esa edad y en ese contexto nadie desea la salvación, menos en manos de unos reformadores que llegaban con la palabra "poética" como si fuese un evangelio secular, no en ese sentido de dependencia. Validación creo que es la palabra, y la palabra debía manifestarse en ese mismo espíritu disléxico, con el mismo carácter de esa ingenuidad, de esa abundancia de actitud. Para algunos era el arte de improvisar junto a su clan, cantar a las cuatro esquinas la miseria y el día a día de los renegados de la ley, y por extensión, del Arte (lo que llevaba mayúsculas era una irrisión, la palabra poesía solo era una interjección, un grito, un estilo, al igual que la palabra dios) Para mí, entre otros, los que no andaban en la calle, era un altavoz de la vida personal, no era ninguna clase de ayuda, (odiábamos la educación mediocre que se nos impartía), era un nicho secreto a partir del que se conspiraba contra algo o alguien sin saber exactamente por qué. La riqueza de esa confusión y la adversidad de esa precariedad era lo que ellos entendían por estilo, y lo que a la larga yo entendía por poesía. El ritmo era inseparable, se cortaba y allí no quedaba nada. Por lo mismo, la poesía no salva, no conduce a ningún paraíso ni infierno, ningún educador vivía realmente allí donde impartía su lección, ninguna entelequia universitaria podía expresar la sensación de perplejidad al doblar cada esquina como la última, y sin embargo seguir al otro día como si el barrio supiese oler tus emociones, no precisamente lo que pensabas. La poesía le ofrece a tu caos personal la posibilidad del ritmo y de la imagen. Es una maldita iniciación que no admite graduados.