viernes, 8 de diciembre de 2023

Nada ha llegado a su fin, esto recién comienza, porque quedan todavía suficientes silencios entre las palabras dichas, y suficientes demonios que purgar en sus significados.
Llegar a la casa de regreso del lanzamiento de una excelente antología narrativa, para luego recibir un audio de mi polola dándome ánimo por la prueba de mañana. Esos sencillos y felices momentos llenan el corazón. Empiezo a creer que cuando uno abraza la disciplina y el cariño, el universo te lo devuelve multiplicado.
Mañana rendiré por próxima vez la Evaluación de Conocimientos Específicos para la Carrera Docente. La sensación es la de ir a dar una especie de prueba PAES, pero para profesores. "Estamos como los cabros cuando dieron la PSU", decía un colega ayer en el colegio. "Y así nos tratan", remató. En efecto, la instancia trae reminiscencias de aquella prueba estandarizada. Un nerviosismo en el que uno ya no "se juega el futuro" por una carrera, sino que la posibilidad de "subir de nivel" y ser reconocido por eso. Una colega dijo que los profesores que están recién comenzando pueden mínimo optar al nivel inicial, y si es que les va muy bien, pueden llegar al nivel temprano, aunque eso le suele pasar a los colegas con más años de circo. En su momento me negué a participar de la Carrera docente porque consideraba que la profesión no debía ser considerada como un juego en el cual uno quema etapas y sortea el "laberinto de la calidad" mediante evaluaciones de carácter punitivo. Sin embargo, aquí me tienen, dentro del sistema, otra vez, pisándome la cola. La colega me aseguró que tenía que meterme, que me estaba perdiendo donde estaba, que ahí, en el sistema público, estaban las lucas, la única manera de ver recompensado tanto esfuerzo pedagógico. Ya ven. La tómbola del método hizo lo suyo, y rendiré mañana esa prueba, no sabiendo muy bien qué entra ni qué me espera, pero de frente, en el papel del evaluado que apuesta su conocimiento al sino.