Una de las alumnas
del primer ciclo, en medio de la actividad de hoy, me llama: "Míster,
acérquese". En un principio, nada del otro mundo. La clásica chica
aplicada o que, en su defecto, quiere resolver una duda para salir del paso.
Cuando acudo con ella, me dice que escuche lo que tiene que decir. Y confiesa:
"Sabe, lo que pasa que hoy ando rara. No sé. Como que me duele el
alma". Sorprendido ante la inesperada confesión, le pregunto que cómo y
por qué, que quería decir con ese "dolor del alma". Ella dijo que
simplemente eso. Que no sabía cómo explicarlo, Que, sin embargo, no lo
demostraba. Que seguía alegre, incluso entusiasta con la idea de ir a clases.
Luego de eso, dejó a un lado el tema y realizó una consulta sobre la materia,
igual de entusiasta, como si no hubiese dicho nada, como si su revelación solo
hubiese sido un secreto ficticio, un capricho psicológico. ¿Qué clase de
curriculum puede con eso? Ninguno. Ningún curriculum actual abarca esos
pequeños ribetes existenciales. Lo que media entre el curriculum abstracto y la
realidad de cada clase es la disyuntiva vital. ¿Qué clase de pedagogía puede
acaso interpretar ese dolor, acaso inexistente, acaso de verdad, pero latente
en cuanto la chica lo hace manifiesto? Quizá una pedagogía de lo indecible, de
lo invisible al programa. Lo inútil, lo enteramente personal.