domingo, 19 de febrero de 2023

Carlos Iturra: "La dictadura de lo progre, el buenismo, la papilla intelectual, no tolera más que una manera de pensar".

Usted afirma que la cultura está “colonizada por la izquierda”. ¿Qué significa eso?

Nada más contrario a la cultura que la inducción encubierta, esa manipulación bienintencionada de los que son proselitistas antes que cultores o cultivadores. Trabajan la cultura, desde Gramsci y la Escuela de Frankfort, para inclinar insidiosamente las opiniones del público. La verdadera cultura, en cambio, no la que persigue fines espurios, es la que proporciona materiales suficientes, diversos, opuestos incluso, para que cada uno “cultive” su propia opinión, una opinión libre.

¿Cómo ha sido para usted moverse en ese ambiente? ¿Dónde están los escritores de derecha?

Bueno, como te decía… Más que un mundo cultural de derecha, en oposición al de izquierda, y que en todo caso sería conveniente para la ciudadanía, que podría disponer de una referencia cultural menos hemipléjica, lo de veras necesario es un mundo cultural centrado en la cultura, no al margen sino por encima de la política y más allá del proselitismo partidista que tanto vemos, un mundo cultural que creyera de verdad en la capacidad de la cultura para hacer mejor al ser humano, intelectuales y artistas convencidos del poder que la cultura tiene por sí misma para embellecer la vida y aplacar el dolor, sin necesidad de inyectarle energizantes ideológicos ni estimulantes políticos, y en el que lo periférico fuese justamente esa versión de la cultura como sierva de la ideología.

Paula Jones (cuento)

 Ejercicio de reescritura del cuento de una compañera de un taller de narrativa:

-Usted será la que porte el estandarte de nuestra institución. Siéntase honrada- le dijo la directora a Paula.

Ella asintió con una sonrisa leve, apenas dirigiendo la mirada. Fue así que aquel 21 de Mayo, Paula Jones, la “Lady Di” del Liceo Fiscal de Concepción, fue elegida para portar la insignia, durante el desfile en conmemoración de las Glorias Navales.

-Hoy es un día especial, porque, como todos los años, corresponde recordar a los héroes que murieron por nuestra patria. Ustedes, señoritas, mujeres de bien, tienen hoy el honor de servir a la causa de los héroes y honrar su memoria- dijo la directora dirigiéndose a las estudiantes, de forma pauteada, como en tantas otras ceremonias.

La atención de todas las jóvenes estaba puesta en cualquier parte menos en la directora y en su discurso. Ellas fueron ordenadas inmediatamente por la profesora jefe en la fila, para seguir la marcha de acuerdo a los protocolos. Paula sabía que la habían elegido solo por su porte y su facha. Sin embargo, sabía que todos hablaban a sus espaldas. En cuanto Paula se dirigió a cargar con la insignia, entregada por una funcionaria del Liceo, algunas compañeras suyas se arrimaron a la fila principal.

–De nuevo le tocó a la Jirafales-, dijo una de ellas.

–La florerito- dijo otra.

–A esta no la pescan ni los papás- comentó la primera, quizá la más cruel.

-¿Qué tienes con la Paula, tonta, imbécil? Ya quisieras ser como ella- dijo la Antonia, una joven baja pero de carácter fuerte. Las compañeras molestosas siguieron riéndose y luego fueron distanciadas por la profesora jefe para dejar espacio.

–Tranquila, amiga, no les hagas caso- le comentó Paula a su amiga luego de defenderla.

–Gracias, de todas formas. Ahora ayúdame a sostener un poquito esta insignia-.

-Sí, no hay problema, amiga-.

Sin perder la postura y el ritmo, Paula cargó el escudo a lo largo del recorrido y lo hizo de una forma ejemplar.

-Fiufiu- le silbaban algunos cabros del Liceo de Hombres, observando a un costado de la Plaza. –¡Me enamoré! Guachita- le decía uno de los jóvenes más osados, compartiendo su gracia con los de su grupo.

Paula Jones no claudicó en su camino y siguió adelante, con una actitud cada vez más entusiasta. Parecía una provinciana “princesa de Gales”, una joven inglesa sudaca, incomprendida por el vulgo pero, al mismo tiempo, admirada por su temprana realeza.

Al acabar el desfile, Paula se despidió de algunas personas de la comunidad educativa y fue directamente con su amiga.

-Uff por fin terminó. Ya estaba cansada.

-Sí, Pauli. Pero bueno, tenemos que hacerlo, porque somos chiquillas de bien

-Si tú lo dices.

-Por supuesto, mira… ahora vayamos a saludar a unas amigas-

-Nah mejor no-

-¿Por qué?-

-Es que tú sabes que las compañeras se la pasan burlando de mí. No sé qué les he hecho yo, la verdad. Yo no me meto con ellas.

-No pesques leseras, Paula. Solo fíjate en cómo celebró la gente en el desfile y cómo te vieron al pasar. Lo hiciste de maravilla, créeme. La directora estaba orgullosa.

-Sí, pero porque es ella.

-Pero por eso. Si a la gente le agradas, no tienes por qué sentirte así.

-Sí, está bien, amiga, en realidad son tonteras mías.

-Y a las otras que se burlan de ti, nunca las elegirán para estandarte.

-Es verdad. Gracias amiga. Dame un abrazo.

Ambas amigas se dieron un abrazo apretado.

-Entonces ¿vienes?

-Mejor que no, me voy a la casa, me está esperando mi abuela

-Ok, amiga, no hay problema, cuídate. Adiós.

-Bye.

Antonia fue con su familia a sacarse unas fotos, mientras Paula regresó sola a casa, aliviada por el éxito del desfile, aunque muy agotada por dentro.

Volvió a casa con su abuela. Ella le esperaba siempre con un plato de comida luego de regresar del liceo.

–Mi niña ¿cómo le fue en el desfile?- preguntó la abuela apenas vio llegar a su nieta.

–Bien, Tita, me tocó llevar la insignia del Liceo. De verdad que estaba muy nerviosa al principio, pero al caminar por las calles, llevando el estandarte, con toda la gente mirando, sentí, no sé, una tranquilidad, un poquito de orgullo-.

-Me alegro, mi niña. Si aparte de hermosa, como su madre, salió habilosa, como su padre. Estoy tan orgullosa-.

-Gracias, Tita. Sí, un poco de alegría que sea. Igual estoy un poco cansada eso sí-.

-Me imagino mi niña, si desfiló por toda la ciudad. Vaya a su pieza a tomar una siesta si quiere.

-Sí, buena idea, Tita, aunque primero quiero que hablemos-.

-Cómo no, Paulita, voy a servir un poco más de comida y vuelvo-.

-Sí, por favor, que le quedaron excelentes las lentejas-.

La adolescencia de Paula transcurría al amparo de su abuela. Aunque, en realidad, fue la madre de Paula quien la dejó a cargo de ella, antes de partir a Suecia con un hippie burgués exiliado desde el 11 de Septiembre. Su excusa fue ir en busca de mejores oportunidades para luego regresar y traer consigo a ambas mujeres, una vez acabara el gobierno militar. Por eso, continúan esperando a que la madre de Paula se digne a regresar, con la esperanza de un futuro mejor. Aguardar por la madre implicaba, en cierta medida, aguardar por una alegría que se resistía a venir pero a la que tocaba encomendarse, merced a los tiempos aciagos.

La abuela de Paula volvió al rato con el plato de lentejas. Lo sirvió a su nieta con sumo cuidado. Paula la miró sonriente.

-Paulita ¿qué era lo que tenía que decirme?- le preguntó la abuela.

-Quiero que hablemos sobre mi mamá y mi papá, abuela. Casi nunca tenemos tiempo de conversar Tita, entre que estudio y voy al liceo, y usted entre que hace sus arreglos de costura, nunca nos damos el tiempo-.

-Sí lo sé, mi niña. Sé que a veces no nos hablamos mucho, pero lo importante es que estamos para cuidarnos…-

-Así es pues, ahora dígame, ¿qué es lo que sabe realmente sobre mi padre?-.

Ante esa pregunta, la abuela se mostró pensativa. El padre de Paula era un escocés inmigrante, ingeniero en minas radicado en la central hidroeléctrica de Cousiño. Luego de entablar una vida con la madre y reconocer legalmente a la hija, el ingeniero sintió que ya había cumplido con su responsabilidad. Entonces, al poco tiempo, su padre lo envió a continuar un posgrado en la Universidad de Oxford, yéndose a Inglaterra para jamás volver.

La abuela de Paula sabía que hablar de su padre era un tema delicado. Por eso, cada vez que su nieta le preguntaba por él, trataba de decirle las cosas directamente, procurando no hacerla sentir demasiado mal.

-Mi niña, su padre hizo su vida lejos. Recuérdelo siempre en esos libros tan hermosos que le dejó, esas novelas de literatura inglesa que tanto le gusta leer a usted-.

-Pero estoy segura, Tita, que usted sabe más cosas sobre él. Se fue tan luego. Aún me cuesta comprenderlo. A veces leo los libros que me dejó, abuela, e imagino que está aquí de vuelta, por alguna razón-.

-Sí lo sé, Paulita. Todos necesitamos a nuestros seres queridos, pero a veces es necesario no preocuparse tanto. Usted es muy joven y tiene todo un futuro por delante. Eso de seguro hincharía de orgullo a su padre y a su madre-.

-Y ahora dígame, Tita, ¿qué habrá sido de mi madre? Dígamelo francamente ¿realmente cree que volverá, como ella dijo alguna vez?-.

La abuela permaneció pensativa, nuevamente. Hablar de su hija, la madre de Paula, siempre era un tema delicado para ella. Dejó de comer el plato de lentejas y bebió un poco de agua.

-Su madre, niña mía, prometió volver ¿cuándo? No lo sé, pero usted no debe preocuparse, como le dije.

Tomó a Paula de las manos.

-Le repito, Paulita, que ahora debe enfocarse en su vida y su futuro. Yo, su abuela Tita, estaré lo que me queda de vida para ayudarle, Dios mediante.

Paula la miró a los ojos. No pudo ocultar cierta insatisfacción por las respuestas bienintencionadas pero ambiguas de su abuela. Ella, a toda costa, esperaba, algún día, saber toda la verdad sobre sus padres.

-Abuela, sé que quiere todo lo mejor para mí, y yo también para usted. Le amo, pero siento que algo me oculta. Por favor, aunque sea doloroso, le pido abuelita, que se sincere conmigo. No sabe usted lo que sufro, tratando de entender el por qué mi mamá y mi papá se fueron siendo yo tan niña. No sabe lo que se siente que hablen a tus espaldas y te traten de huacha, sin yo tener idea de nada. A veces me siento tan desolada, abuelita. Y no es su culpa. Es solo que quiero despejar esta duda que llevo dentro de mí.

Tita no alcanzo a contener las lágrimas, conmovida ante las palabras de su nieta. Pero con resolución, bebió otro vaso de agua y se dignó a confesar.

-Está bien, mi niña. Si quiere saber qué pasó con su padre y su madre, la entiendo. Sé que usted ya está grande y es capaz de comprender, así que le voy a contar-

Paula se secó las lágrimas, bebió del vaso de agua de la abuela y se dignó a escuchar.

-Quiero que sepa que su madre ha enviado esas cartas con mucho cariño hacia nosotras. Pero me temo, mi niña, que ella no volverá pronto.

-¿Pero cómo así, Tita? Pero si ella dijo que regresaría en algún momento.

-Sé que aún confía en ella, después de todo, es su madre y es mi hija, pero no quiero llenarle la cabecita con falsas esperanzas. No le haría bien a su corazón. Ella ya hizo su vida al igual que su padre, lejos de nosotras.

Paula cerró los ojos y volvió a llorar. La abuela le apretó las manos.

-Tranquila mi niña, no se aflija, yo estoy aquí para protegerla. Le prometo que saldremos adelante. Dios está con nosotras.

-¿Por qué?- se preguntó Paula con la voz triste y entrecortada –Tita ¿por qué tiene que ser así? Dígame ¿por qué? Todos me llaman huacha. Eso es lo que soy, abuela, una huacha.

Ambas mujeres se abrazaron fuerte para contenerse. Paula no podía con la realidad de su orfandad, pero tenía a la abuela que era su cable a tierra. La abuela, a su vez, tenía a la nieta, que era la única de su familia digna de permanecer a su lado, su tesoro más preciado.

-Ahora abuela dígame la verdad-

En ese momento, Paula sostuvo con las manos los hombros de su abuela.

-¿Mi padre no volverá nunca?-.

La abuela apenas se animó a decir algo y se limitó a mirarle a los ojos y negar con la cabeza. Paula, un poco más calmada, hizo una mueca leve con sus labios, señal de resignación.

Se secó las lágrimas suyas, también las de la abuela, y se acomodó para volver a hablarle directamente.

-Ahora sé que nunca volverán, Tita. Yo quiero mucho a mi madre, pero no puedo seguir así. No podemos seguir así, abuela.

-Es cierto, mi niña.

-Y mi padre, nunca lo entenderé, pero no puedo esperarlo toda la vida.

-Así es, Paulita.

-Vamos a hacer algo por nosotras, abuela.

Desde ese momento, ambas mujeres decidieron seguir con sus vidas, sin importar el pasado. Paula se propuso salir de Concepción en cuanto terminara sus estudios. Contaba con el apoyo de Tita. Quería irse lejos, donde nadie la conociera, comenzar otra vida en otro mundo. Tenía todo el derecho. Sus padres también lo habían hecho, solo que ella era libre de decidir, sin ninguna culpa.

Paula comenzó entonces a trabajar en sus tiempos libres para ahorrar dinero. Empezó como ayudante en un taller de costura, por medio del contacto de su abuela, y luego se dedicó a ser promotora de una agencia publicitaria. De esa manera, fue reuniendo el dinero suficiente para costear el viaje que ella había estado planeando, el viaje de iniciación.

Nunca más volvería a ser la huacha de Lota. Paula sería, desde ese momento, una princesa solitaria, errante, tanteando un posible destino allende las fronteras.