miércoles, 6 de febrero de 2019

Otra pareja de ancianos en la comuna de El bosque acuerda un pacto suicida, en el cual el hombre le dispara a la señora para luego quitarse la vida él mismo con el arma. El suicidio de ancianos en circunstancias similares se ha venido haciendo costumbre, y ya resulta sintomático de nuestro ethos social. Hace poco menos de un año una pareja de ancianos también hizo un pacto suicida prácticamente igual en la comuna de Conchalí. El móvil de la pareja era muy parecido: cansancio de vivir, situación indignante, solo que aquella no tenía hijos, y realmente se hallaban solos, inclusive a punto de ser derivados a un asilo, cuestión que habría precipitado el desenlace. En el caso de los ancianos de El bosque, ellos habrían decidido matarse de mutuo acuerdo, pero descartando cualquier atisbo de abandono por parte del hijo de la pareja, quien se encargó de justificar la situación de sus padres. La relativa comparación entre los ancianos suicidas de Conchalí y de El bosque me retrotrae a aquel trágico episodio del mega incendio de Valpo del año 2014. En ese contexto, una pareja de ancianos del Cerro La Cruz murió abrazada bajo las llamas del incendio que devoraba su casa, negándose a salir. Murieron literalmente abrasados. Distintas condiciones, motivos idénticos. De aquella vez, podía derivarse una reflexión filosófica de entre las cenizas, luego de conversar con un loco a propósito de Albert Camus ¿era necesario que murieran así e hicieran ese pacto de amor hasta la muerte bajo el fuego? Salvarlos ¿hubiera sido romper con el honor de su intimidad al límite de la vida? Según Camus, no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio. El hecho de que ellos hayan preferido morir solo puede explicarse en un universo que de pronto comienza a desmentir con violencia sus propias ilusiones y expectativas. De ese modo, los ancianos eran extranjeros. Desterrados de su idilio, no hallaron otra cosa que ejercer ese divorcio entre el hombre y su vida, reafirmando con eso el sentido generalizado del absurdo. Este mismo alcance y cuestionamiento puede aplicarse ahora a los viejitos de El bosque. Claro que no había allí un desastre evidente amenazando su integridad física ni moral, únicamente el dilatado martirio de la vejez, que solo pueden sopesar aquellos que han dedicado su vida a mantener en pie un proyecto sentimental de tal magnitud (inimaginable para uno mismo y muchos coetáneos). Una de las nietas de los Aedo, afirmó que “era una historia de amor de esas que ya no se ven". Efectivamente, vemos, en cuanto testigos solitarios, cómo caen matrimonios de más de medio siglo, prácticamente toda una vida, sucumbiendo ante el deterior de la salud y la enfermedad pero en esencia tan inquebrantables, vínculos que hoy por hoy parecieran dignos de algún museo sentimental, en el que gran parte de las relaciones no alcanzan siquiera a echar la chispa adecuada de compromiso por miedo a subyugar aquella tan cara individualidad. Bendecidos por la pólvora o por el fuego, estos amantes veteranos fueron derrotados por la vida pero a cambio se consagraron al imaginario romántico de la eternidad. No hallando lugar digno en la soberanía política que vio nacer su amor, tuvieron que simplemente tomar la drástica decisión de partir, porque con la vejez viene el olvido, y con el olvido la indolencia por omisión o por decreto. Como reza el título de la novela de Cormac McCarthy, "no es país para viejos".