miércoles, 19 de diciembre de 2018

Piñericosa: En el marco de la inauguración del Espigón C del Aeropuerto Arturo Merino Benítez, el presidente hizo una alusión al mito de Ícaro y Dédalo, indicando que hace 4.000 años ellos habían soñado con volar pero "no cumplieron con los consejos y tuvieron un mal desenlace". La interpretación de Piñera a todas luces podrá ser errónea, puesto que según el mito Ícaro y Dédalo no soñaron con volar, sino que lo hicieron para escapar del laberinto del Rey Minos. Sin embargo, si uno profundiza en la lectura, aunque sea falsa, resulta absolutamente congruente con su mentalidad. Es decir: Ícaro y Dédalo como ejemplos mitológicos del esfuerzo de la humanidad por emprender vuelo. La meritocracia hecha mitología. El vuelo mismo de Ícaro como un emprendimiento venido a menos, como prueba de que todo emprendimiento necesita del fracaso para llevar a cabo su cometido, finalmente como referente histórico para la gran obra que ahora se inaugura en el Aeropuerto con nombre de vate. Aeropuerto Ícaro y Dédalo, en honor a estos dos mártires de la aviación.
Actualización: Según nueva encuesta CEP, los chilenos creen más en el mal del pico en el ojo que en el Diablo.
Un sondeo del CEP enfocado en religión reveló que más chilenos creen en el “mal de ojo” que en la Virgen. La encuesta también se inclinó hacia otras creencias espirituales. Así, más de la mitad de los encuestados afirmó creer en “la energía espiritual localizada en montañas, lagos, árboles o cristales”; otros tantos dijeron creer en "los poderes sobrenaturales de nuestros antepasados muertos”. Del mismo modo que aquellas creencias aumentaron, bajó la creencia en los milagros religiosos. Mi bisabuela recuerdo que tenía bien arraigada la costumbre de revisarle el mal de ojo a la gente, tanto así que se encargaba de vez en cuando de hacernos un chequeo para ver cuán "ojeados" estábamos. Nos llevaba pa la cama, nos daba la vuelta y nos tiraba el pellejo en partes estrátegicas del cuerpo para curarnos aquel misterioso mal que muchas veces, involuntariamente, la gente con malas energías nos procuraba en la calle. Mientras el pellejo sonara más fuerte, quería decir que nos habían ojeado con mayor intensidad. Luego, al rito de "desojeamiento" le seguía un sahumerio o bien una infusión de hierba o, por qué no, una persignación. Cuando chico creía firmemente en el poder sugestivo de esta práctica, tanto así que después de haber pasado por todo ese proceso me sentía mejor, me sentía "desojeado", libre de miradas insidiosas y de energías negativas, listo para volver a enfrentar la mirada del abismo y devolvérsela con una todavía más penetrante. No es casualidad que esta costumbre haya tenido tanto impacto entre las señoras del barrio, entre los más pequeños y haya podido coincidir, incluso mezclarse, perfectamente con el credo cristiano. La superstición no era sino una forma popular de aplicar aquella enrevesada metafísica cristiana que profesaba que había personas buenas y personas malas, estas últimas, dispuestas a influir en el prójimo con la transmisión ocular de sus maldiciones. La de mi querida bisabuela era la metafísica del ojo, el cielo y el infierno contenido en la mirada del otro, del otro extraño, la misma creencia que al parecer goza todavía de buena salud. Más males de ojo, menos