viernes, 29 de julio de 2016

Dinero

Cada vez que pagan reviso el monedero obsesivamente, como si el estar lleno fuese una cuestión milagrosa. Cuento las monedas como si fuesen a desaparecer de inmediato. Algo común en personas que no están acostumbradas al dinero. Siempre descarto las monedas de menos valor, las de a peso. Las tiro al piso cuando ando en la calle, o las dejo en alguna parte del departamento por si a algún inquilino o desconocido le sirven, o, en su defecto, solo por dejarlas en una parte distinta al bolsillo. Nunca tuve el impulso de ahorrar, no por encontrarlo burgués, sino que simplemente por un ánimo de desprendimiento. Lo que acumulo y colecciono tiene en cambio un valor subjetivo más que capital. Siempre son cosas inútiles o poco prácticas. La moneda de a peso, en cuanto no suma ni resta, se descarta. Desaparecerá algún día como todo el dinero del mundo también lo hará. Solo lo inútil tiene valor de permanencia. Pero he aquí una verdad paradójica: todo, sin duda, tiene fecha de vencimiento. Todo volverá algún día a su inutilidad primigenia.

jueves, 28 de julio de 2016

Ayer, durante la introducción a la poesía, pasamos las actitudes líricas. Justo cuando explicaba ejemplos de alguna actitud apostrófica, un alumno se alza y pregunta si había visto la noticia sobre el joven que golpeó a un chofer por no cobrarle tarifa de estudiante. Le dije que no tenía idea. Que casi no veía las noticias. Entonces dijo que ahí había un ejemplo de actitud: "de un puro mangazo se lo recordó", replicaba el cabro, casi orgulloso de la hazaña. Me reí un poco y le insistí que estaba bien pero que me refería -solo para proseguir la clase- a la actitud lírica. El cabro obstinado, afirmaba: -pero si la lírica se trata de actitud pues, pura actitud-. Se supone que en calidad de formador se debe abogar por el dialogo antes que por la violencia. Eso sería en verdad velar la intensidad de los hechos. Porque aquel joven, en su condición y en su contexto, no pudo haber reaccionado de ninguna otra forma en ese instante. No quiere decir que se justifique. Pero créanme que cualquiera, en su fuero interno, ha sentido, en determinado momento, el impulso y la necesidad de la violencia. Porque incluso los que creen tener el monopolio de la cordura incurren en hechos irracionales. Y un exabrupto resulta a la larga más espontáneo y honesto que cualquier elaborado juego de razones y palabras. El cabro no comprende en absoluto el contenido teórico; nunca en su santa vida ha entendido sobre malditismo ni poesía beat, pero entiende sin embargo algo todavía más importante: que la propia actitud ante la vida lo determina todo; que hay que ser doblemente temerario para asumir sus consecuencias; y que, a ratos, un mangazo en el hocico bien dado, en el momento preciso y por una razón justa, puede ser tan poético como cualquier poema o canción memorable.
La emoción de Stranger Things creo que no se vive tanto en un afán desmedido de originalidad, sino que en saber sintonizar con la elegancia y oscuridad de los ochenta, transmitiendo esa sintonía en el celuloide de la pantalla con estética y sentimiento. Existe una tesis que suscribo de Simon Reynolds sobre la retromanía en el fenómeno del rock. Me aventuro a afirmar que estamos en la época del revival. La retromanía propuesta por Reynolds se manifiesta no solo en la música, sino que en la cultura misma casi como un estilo de vida. Y es por eso que Stranger Things cala hondo. Habla de los misterios, las pesadillas pero también los sueños de una época que por su capacidad de asombro todavía guarda un lugar en nuestro cine interior.

miércoles, 27 de julio de 2016

Decía Rimbaud: “La vida es la farsa que todos debemos representar”. Qué mejor frase para empezar con entusiasmo y creatividad la farsa que llamamos trabajo…
A veces pretender escribir es algo parecido a querer seducir. Lo más difícil es ganarle al vacío, superar la página en blanco o salir de la zona de confort. Uno se da cuenta que en realidad nada se gana sin una mancha sobre el papel o un rotundo no (y en eso me declaro un experto). Aunque si se acaba insistiendo, puede uno terminar enamorándose más del proceso que del resultado.

martes, 26 de julio de 2016

Siempre hay algo inexplicable en la palabra placer. Será porque no tiene otra explicación que si misma...

Adicción

Me acuerdo de los dichos de un compadre al cual le preguntaban por qué solía tomar café aun habiendo sol. Simplemente respondía: -Lo hago por la cafeína-. Otra vez, cuando era invitado a tomar cerveza para la sed y "la calor", él siempre repetía: -La cerveza por el alcohol, viejo, por el alcohol-. Es lo que hago casi siempre, en parte: tomar café para echar a andar la máquina, tomar cerveza para adormecerla. La gracia de la adicción (que cualquiera en cierto grado tiene), es precisamente esa falta de lógica, o, mejor dicho, la creación de una lógica demasiado personal, rayana en lo surrealista.

lunes, 25 de julio de 2016

Renuncia

Primera llamada de mañana, antes de entrar por la tarde a una nueva jornada. Renuncia el profesor de inglés del instituto, que además era profesor jefe de uno de los ciclos. Le repetía a la utp que se veía venir, porque no estaba satisfecho con el sitio. Durante el semestre también han renunciado -sin mentir- tres profesores de matemáticas. El profesor de ciencias fue, de hecho, desplazado por los propios alumnos durante el semestre. Y toca la casualidad que anoche, durante la madrugada del último domingo de vacaciones, soñé que renunciaban todos los profesores de un colegio inexistente -mezcla entre el lugar de práctica intermedia y final- y yo era el único que debía hacer toda la pega hasta nuevo aviso. La pregunta de fondo de aquel sueño inverosímil, y la de aquellas renuncias consecutivas, es precisamente: ¿Por qué yo todavía no renuncio?. En ese momento se me hizo eco el mini cuento de Kafka, con aquella definitiva palabra como sentido global.

Recuerdo que hace tres años sufrí una crisis vocacional que me tuvo a punto de dejar la pedagogía para siempre y dedicarme a otra cosa. Fue ahí que me metí a estudiar psicología. Pronto visualicé un futuro oscuro sobreendeudado más de la cuenta -el cual de todos modos hubiera visualizado ya- con una alternativa que tampoco me garantizaba nada completamente satisfactorio, e hice de tripas corazón para al año siguiente volver a trabajar en lo que estudié cinco años. Me dije a mi mismo: si desisto de trabajar en esto, por muy hostil que parezca, no me perdonaré haber perdido tanto tiempo, energía y dinero en vano. Una sentencia práctica que escondía una verdad mucho más cruda: el simple temor a la sensación de quedar en blanco, de empezar de cero sobre la base de ninguna cosa. Simplemente resetearse sin posibilidad de volver a guardar la partida anterior. Pero en lo concreto, sobre el papel de la realidad, siempre queda algo, aunque se pierdan lo material, la expectativa y la confianza social, por simbólico que sea, llámenlo experiencia, recuerdo, conocimiento de mundo, pero algo queda después de ese trillado dilema hamletiano. Porque en el fondo más que por la famosa vocación o que por un real espíritu pedagógico, estudié lo que estudié por una vaga e ingenua concepción sobre la escritura y sobre el estudio. Creía que la universidad era todavía una especie de ágora griega, de mini sociedad donde todo era posible, hasta el amor. La visión oscura de la sociedad y del futuro laboral la fui conociendo sobre la marcha, -de lo contrario, jamás habría sido profesor- por lo que al final prácticamente solo tenía que terminar lo que había empezado. Por eso llegué a respetar, incluso a temer, el sentido de una decisión, aunque no fuese la mejor. Y eso nos lleva nuevamente a la pregunta inicial: ¿Por qué entonces no a la renuncia?

Una frase del último episodio que vi de la serie Mr Robot acabó por hacerme sentido: "el dicho sobre caer y volver a levantarse es una mierda, porque la vida entera es una caída; lo realmente importante es trastabillar y caerse en la dirección correcta". Porque a lo mejor en la vida solo se cuenta con la respuesta correcta a la pregunta equivocada, o con la pregunta correcta para una respuesta equivocada. Sigo en lo que sigo -aunque parezca insólito y me llame a mi mismo el rey de los hueones-, pese a las afp, pese al sueldo miserable, pese al escaso reconocimiento social, pese a todo, porque de todas formas cualquier otra cosa implica una caída, y solo hace falta descubrir hasta donde puede aguantar la gravedad.

sábado, 23 de julio de 2016

Dos días para volver a trabajar, y ya me imagino al profesor como un Sísifo que en lugar de empujar una roca cayéndose repetidamente por un barranco, planifica y planifica clases gratuitas que infinitamente se deshacen ante sus ojos.

Stranger Things

Anoche luego de mi fallido intento de salida, me quedé pegado hasta las cinco de la mañana viendo Stranger Things. Luego soñé cosas extrañísimas. Una de esas cosas versaba sobre la inminente aparición de una criatura que existía en otro plano de realidad (posiblemente el Demogorgon del que hablaban los chicos en la serie), pero dentro de márgenes de espacio-tiempo similares a los de uno mismo. Luego eso se entremezclaba con la escritura de una tesis sobre la Libertad con un nombre intraducible en un idioma similar al italiano, de un autor de apellido Medici. Al parecer con su escritura corría una cuenta regresiva, no sé a pito de qué. Ciertos hechos de la vida (inenarrables ahora con el desvelo) se repetían si aquella escritura se retrasaba. Las únicas imágenes que persistían a través de ese flashback siniestro y contra el tiempo eran la de un amigo inexistente (al parecer de la u) y la de una mina desaparecida (que tampoco logro caracterizar). Se suponía que si no se escribía aquella tesis, y no se resolvían aquellos hechos a tiempo, la criatura aparecería. Independiente de ese sueño inenarrable, me pregunto ¿estaré tan cagao que hasta ahora sueño ese sueño sobre una serie fantástica y sobre obligaciones pasadas? Quizá muy en el fondo, en nuestro fuero interno, no somos más que personajes incógnitos, siempre inacabados, siempre desconocidos, para los otros, dentro de un plano de realidad similar a la serie. Quizá eso sea lo más similar del sueño a la vida: muchas veces uno no sabe lo que le va a tocar, y solo le toca enfrentarlo de cualquier forma.

jueves, 21 de julio de 2016

Normalidad=Mediocridad.
Lo mejor de vivir en el centro es que se puede salir a dar vueltas, de noche solo, sin ninguna clase de remordimientos, aunque tampoco sin ninguna garantía de nada, solo tentado a lo que dicten los pasos y las horas...

miércoles, 20 de julio de 2016

Viendo en el canal TCM La noche de los muertos vivientes, el remake de Tom Savini. A mi juicio una de las mejores, sencillamente por el hecho de que en la película los personajes nunca acaban por comprender qué sucedió con las personas que caminan después de muertas en busca de carne humana. En definitiva, nunca se enteran de que son zombies. Persiste el sentimiento de incertidumbre sobre lo que está pasando. Lo que añade aún más dramatismo a la mezcla. Y al final, la frase decidora de la protagonista, luego de salvarse del desastre, y ver cómo algunos forajidos juegan salvajemente con los muertos vivientes en el campo: "Nosotros somos ellos... ellos son nosotros".

martes, 19 de julio de 2016

Veo en los cyber una proliferación de jugadores en línea. Parecen verdaderos insectos en masa amantes del ludismo cibernético. Muchos de ellos, viejos, de mi edad, cercanos a la treintena, midiéndose con pendejos escolares, jugando juegos ya conocidos como World of Warcraft, Counter strike, Call of Duty, etc. Un comentario de uno de ellos me sorprende: "el otro día me quedé hasta las cinco de la mañana intentando armar la party en el cyber". No lo culpo. Yo me quedaba hasta mucho más tarde tratando de pasar etapas, y en completa soledad. Pero en la cómoda soledad de mi pieza de púber. Con una consola comprada por mis padres. Este loco, en cambio, está haciendo de la experiencia un estilo de vida. Incluso, alguien no entendido en la materia, puede llegar a confundir la party del juego con una party real, en su legendario término de entretención social poblada de alcohol y de sexo. Hay ya no tanto una manía por el juego de estrategia RPG, sino que una fiebre por la conexión en línea contra jugadores de otras latitudes y, sobretodo, contra jugadores en el mismo espacio, (los llamados "tarreos") llevando la experiencia lúdica-virtual a límites esquizofrénicos, en los cuales los jugadores, estando en el mismo espacio y tiempo, ya no hablan entre ellos, sino que entre sus avatares virtuales dentro del juego que sea que estén jugando. No se trata de una acusación moralista ni mucho menos, (también me considero gamer), es solo la impresión de que el juego mismo, entendido no solo como imaginario informático, ha sido llevado a otro plano de jugabilidad que se confunde con la vida misma. En mis tiempos todavía se hacía la disociación entre tiempo real y tiempo virtual. Había tiempo para pensar en pasarse el próximo juego y tiempo para la sociabilidad en esencia, fuera de la pantalla, fuera de la pieza. Porque era la época del reinado de las consolas. Hoy inclusive el formato físico ha perdido preponderancia, siendo posible emular esa misma experiencia con la conexión a internet, y con una dinámica de juego prácticamente infinita, que no dispone de un final específico ni una historia lineal. Pareciera que los ingenieros actuales piensan en el videojuego cada vez más como una droga que somete a su jugador a una experiencia recursiva de aburrimiento y entretención, tal como el drogadicto que luego de un período de abstinencia pide más droga solo para volver a su estado anterior. Pareciera que los videojuegos, lejos de matar el aburrimiento, están construidos psicológicamente para provocarlo en sentido inverso, solo como una estrategia consumista. Yo francamente hace rato perdí la brújula. Ya no me atrae jugar como lo hacía antes. Solo vivo de la nostalgia y de la gloria de los viejos juegos de consola que se daban vuelta solo o con la ayuda de unos cuantos amigos. Cada juego era un desafío y, a su modo, una obra de arte autónoma porque requería de un sacrificio de tiempo y energía real para dar con su final. Pero ya simplemente no entiendo ese vicio del juego en línea que no acaba. Es como si el jugador, ya sin el clímax del juego, solo acabara envuelto en otro simulacro del espectáculo social.

lunes, 18 de julio de 2016

Sobre Mr Robot

Sin ánimo de spoiler, algo emocionante de la serie Mr Robot es que el protagonista, Elliot, luego de prácticamente hackear la vida de determinadas personas en la red, (con un fin entre obsesivo e ilusamente heroico) guarda toda su información privada en un cd sobre el cual coloca el nombre de un album de alguna banda conocida. Sobre esos cds se deja ver Van Halen, Johnny Cash, Radiohead, etc. Cuando desaparece la chica que le gusta, hackea sus cuentas y guarda su información en un cd, colocando sobre él el album de The Cure, Disintegration. Eso es todo lo que ella significa para él y todo lo que le resta de ella. Asocia a cada persona con un nombre de un album musical, luego guarda sus recuerdos en un cd. Tal vez porque para el hacker la música sea lo único imperecedero. La memoria del protagonista, sin embargo, está fracturada. Su disco duro es literalmente su única fuente de memoria. Algo parecido al hacker hace el escritor. Busca restaurar en la memoria la parte del mundo que se desintegra mediante la palabra, tal como el hacker lo hace mediante la información. Sin embargo, no cuenta con que esa memoria tiene fecha de vencimiento. Inevitablemente, el cd va caducando con el avance tecnológico, y la palabra y el papel se van agotando hasta hacerse ilegibles. Ambos luchan heroicamente contra la entropía del sistema. Pero solo les resta, después de todo, el recurso inagotable de la inconformidad.

sábado, 16 de julio de 2016

A ratos nuestras motivaciones para hacer lo que hacemos son más elementales de lo que creemos. Las adornamos con teorías rimbombantes, con retórica de segunda, con sueños de cambio, con vagas esperanzas, pero siguen siendo deletreables solo mediante un par de caracteres. Por ejemplo, todos hablan de poéticas, de proyectos de vida, de emprendimientos, pero a lo sumo siempre intuyo un instinto básico rugiendo desde dentro, algo así como un impulso, no sé si primitivo o sencillamente inconciente. En el caso de escribir, hoy por hoy, creo que en prácticamente la mayoría de los casos se trata de un suplemento improductivo a la falta de conformidad.

El oficio

Muchos se enorgullecen, después de cumplida la universidad o cualquier clase de estudio, de sus honores, de sus títulos, de su sueldo, sus viajes y su nuevo estándar de vida conseguido mediante el trampolín social de la educación. Un orgullo burgués, predecible. Pero pocos han prestado atención al carácter subterráneo de los oficios. Hay en los oficios una literatura secreta. Cualquiera de aquellos, orgullosos de su nuevo estilo de vida, haciendo todo lo posible por construir su nuevo yo y dejar en el olvido su yo pasado, han tenido necesariamente que pasar por ciertos oficios, a veces indignos, a veces necesarios, para poder sobrevivir en esta selva de cemento. Y son esos oficios en los que quiero profundizar. Decía Faulkner que trabajar ocho horas es una de las cosas más tristes que un hombre puede hacer. Sin embargo, hay en ese patetismo algo vital, algo quizá más honesto que el ejercicio a ratos pretencioso, a ratos vanidoso, de una profesión. Los escritores, lo sabía Bolaño, al desempeñarse en un oficio peligroso, tienen que hacerse saltimbanquis de la existencia. Por eso decía que comenzó a escribir novelas en lugar de poesía prácticamente para poder parar la olla. Primera idea: los escritores como pícaros. Y lo digo de primera fuente. Me ha tocado ser conserje de fin de semana para poder suplir la falta de horas pedagógicas. Un oficio que extrañamente te permite leer y escribir por unas cuantas lucas, dentro de un recinto hermético y tranquilo, incluso hasta monótono. No debería avergonzarme de ningún minuto dentro de ese recinto, porque allí escribí algunas cuestiones medianamente rescatables, porque allí me desvelé leyendo algunos clásicos. Como decía entonces, hay en el oficio una suerte de literatura secreta, no a todas luces vista. Pensé detenidamente en eso justo antes de volver al departamento. El hombre que limpia los autos en la esquina de Colón con Edwards, con una silla en aquella parte de la calle como su instrumento de trabajo. Esperando un poco de forma kafkiana el próximo vehículo estacionado, merced a la buena voluntad de los conductores. No hay, en el fondo, una diferencia demasiado sustancial entre ese carácter y el de cualquier otro oficio. Solo quizá, digamos, el imaginario social. Pero hay en esa expresión pálida, en ese entusiasmo aprendido del lavador de autos, solitario en una esquina, básicamente algo idéntico a cualquier otro oficio, incluyendo el oficio escritural: La misma fuerza de voluntad y al mismo tiempo la misma ilusa esperanza de llegar a alguna parte.

viernes, 15 de julio de 2016

El Tila




Fui a ver la película sobre El Tila. Lo que me llamó más la atención no fueron tanto los detalles de los asesinatos y motivos que tuvo para hacer lo que hizo, sino el hecho de que pretendía escribir unas memorias en una máquina de escribir que el juez Carlos Carrillo le regaló, a fin de mantenerlo bajo custodia hasta su sentencia definitiva. Luego se sabe que se suicidó ahorcándose con el cordón de la propia máquina de escribir, atándolo a los barrotes de la ventana de su celda y aprovechando un corte de luz en la cárcel para llevarlo a cabo. No he sabido de casos de escritores que se hayan suicidado con el cordón de su máquina de escribir. En ese sentido El Tila, sin llegar a ser un escritor, y siendo simplemente un asesino, y también a su manera un escritor frustrado, fue un pionero. Esa relación entre escritura y asesinato, no del todo trabajada. Sobre el papel pretendía arrojar lo que sus actos no podían esclarecer. Ni lo que toda la justicia del mundo podía descifrar: el caos de su mundo, y, paradójicamente, la lucidez de su mente.

jueves, 14 de julio de 2016

Nieve

No puedo moverme de valpo hasta el próximo Lunes. Me he mentalizado a viajar a alguna parte. La nieve de repente surge como posible destino. Siempre he querido conocer la nieve. Tiene ese algo de idilio que sobrecoge. Aunque el frío diga lo contrario y llegue a alcanzar el cero absoluto. Aunque fuera a la nieve solo a dar un paseo y desfallecer sobre ella, como Robert Walser.

miércoles, 13 de julio de 2016

Cine Grill Central

Cada vez que paso frente al Cine Grill central de Calle Condell me topo con un afiche distinto, tendiente con el tiempo a la sugerencia erótica más que a la pornografía pura y dura. Pareciera que junto con el local envejece también el gusto, haciéndose más sutil. No se sabe si esa sutileza viene dada por una estrategia revitalizante o sencillamente por una suerte de cansancio. Nunca he ido a ese cine, a excepción de cuando daban funciones de cine arte de insomnia. Nunca he sentido la necesidad de ir (aunque sí el impulso). No imagino cómo será por dentro la experiencia ni qué cosas suceden o se mueven dentro, aparte de órganos y de miradas. Debe ser quizá algo así como el cine que frecuentaba Travis Brickle en Taxi Driver, pero a la manera porteña, es decir, a una manera excéntrica. Una suerte de patrimonio subterráneo sobrevive en ese antro de voyerismo, pese a la invasión de internet y los sitios de sexo en línea. Se ve a los viejos interesados llegar tarde a la función vespertina. Quizá ignorantes de la nueva eclosión virtual. O quizá sencillamente vueltos unos animales de costumbre. Algunos saliendo miran hacia ambos lados de la calle como temiendo ser delatados. Hay algo en ese tabú, en esa oscuridad vergonzosa que atrae. Que lo vuelve una actividad de culto. Nunca será siempre lo mismo, a pesar de que todos sepamos cómo acaba.

martes, 12 de julio de 2016

Cine de terror

Me pegué anoche una maratón de cine de terror. La última que vi (incompleta) fue la tercera de la trilogía El Cubo. La precuela. Un desacierto explicar el origen del Cubo, sus creadores y su propósito. La brillantez de la primera reside precisamente en su escasez de recursos, su atmósfera claustrofóbica, su trama kafkiana, su falta de respuestas. La falta de miedo, siquiera de tensión, me pilla durmiendo. Sueño luego un extraño sueño sobre El resplandor. Despierto con la imagen del hotel Overlook en una cascada de sangre. La figura psicótica del escritor, encarnada en Jack Torrance. Entre líneas pienso un pensamiento de sueño: el hotel representa el vacío del mundo, el río de sangre el deseo de poder, la nieve del exterior la realidad, y el laberinto la propia mente.

lunes, 11 de julio de 2016

Me acuerdo de una vez en un café, en la pantalla de video transmitiendo el video de The Romantics del clásico Talking in your sleep. Un tipo de aspecto flaite a mi lado, con su vaso de cerveza a medio servir, extrañamente tranquilo, absorto en la pantalla viendo el video, obnubilado quizá por esa música y esa onda (y por una mezcla de otra sustancia anterior) tan fuera de su habitual esquema mental. Pese a eso, su atención al video al parecer le hacía ver que hay otra clase de “onda” distinta a sus influencias. (Aunque en el fondo le produjese rechazo automático, como Alex ante el método Ludovico en la Naranja Mecánica, con los ojos sometidos a mantenerse abiertos y ver un poco de ultraviolencia). En el video los tipos blanquitos con sus chaquetas de cuero, sus peinados ochenteros, letras románticas y mujeres danzantes. Le hacía ver a nuestro solitario amigo flaite que no todo era reggaetón y que no solo ellos, los de su tribu, tienen el monopolio de la actitud y la seducción. Las minas del café, a nuestro alrededor, vacilando la música pero con un aire de obligación, de inercia, no prendieron con esa vieja agrupación gringa, pero, en cambio, sí mostraron interés por los absortos. Susurraban palabras al oído como para mantener el suspenso. Entonces nuestro misterioso camarada se levanta e invita a una de las chicas, sin mayor preámbulo. Por supuesto, cuando eso sucede, cambian la música. Entiende que la fiesta de la globalización está al alcance de todos, pero que se requiere de la dosis precisa de oído, ritmo y contexto para estar a tono. Solo entonces, sin ninguna clase de garantía, con puro arrojo, comienza lo bueno y desconocido.

El correo

Una alumna por correo me ha enviado ya tres mensajes de auxilio pidiendo la remota posibilidad de subir su nota si le mandaba a realizar un trabajo. Una parte de mí (la parte seria, que nunca descansa) siente cierto orgullo por su conducta y su preocupación, nunca antes vista en chicas que generalmente viven de acuerdo al dictamen de la desidia y la insignificancia. La otra parte (la parte cínica, la que está de vacaciones) hace caso omiso del envío y piensa mentalmente que todo lo referente a la pedagogía debe quedar en el olvido durante dos semanas. Casi como si se pudiese tener memoria selectiva y suspender de tu realidad cualquier recuerdo referente al trabajo. Pero no se puede. La gracia del trabajo consiste precisamente en su insistencia, en quedar a fuego en la memoria a pesar de haber creído escapar de él por un tiempo. Es su cualidad kafkiana la que lo hace propiamente un trabajo. Tanto que inclusive he llegado a pensar en cobrar por cada palabra escrita con motivo de trabajo dentro del lapso de vacaciones. Sin embargo, la insistencia de la joven en su mensaje escrito me llega a producir ternura y un poco de pena, por el simple hecho de que se trata del primer correo propiamente humano (y femenino) en meses. Por puro ocio y devoción a la palabra, entonces, me dedicaré a cranear una respuesta.

En relación al posteo de Nelsón Parra en Facebook donde suplica por una relación sentimental femenina.

Existe cierto imaginario social que, paradójicamente, dentro de una sociedad gregaria, discrimina más al hombre perdedor en ese ámbito. Simplemente no se concibe a un hombre solo (en el sentido amoroso sexual) sin un dejo de sospecha. Resulta incluso algo vergonzoso. La soledad sigue siendo tema tabú (y lo seguirá siendo), a pesar de la ilusión de mayor independencia de nuestros tiempos.

domingo, 10 de julio de 2016

Lo único que de verdad he escrito últimamente han sido libros de clases. Nada extra pedagógico que resulte realmente provechoso, puramente anotaciones, leccionarios, planificaciones, etc, todos géneros textuales que aborrezco, a excepción de una que otra frase al voleo. Eso es todo, por ahora. No me culpen, es fin de semestre. Dirán que son excusas, pero mentalmente no se deja de escribir. Es solo que la pedagogía ha monopolizado las ideas. Y temo que llegue también a monopolizar la vida.

sábado, 9 de julio de 2016

Sondas

Resulta inquietante cómo los acontecimientos pasan ante ti a lo lejos como olas gigantescas que apenas tocan las orillas de nuestro metro cuadrado cuando estamos demasiado inmersos en nuestra parcela de realidad, en lo que llamamos nuestro mundo, nuestro esquema muy acotado de obligaciones, placeres y responsabilidades. Por ejemplo, no había tenido idea en toda esta semana de la entrada de la sonda espacial Juno en la órbita de Júpiter, hazaña que la Nasa da a conocer por los medios de comunicación como un hito de interés mundial. Estamos tan inmersos en nuestra propia isla sin orillas que a ratos nuestro concepto de mundo se reduce a nuestros pasos y nuestras palabras. Todo lo que sucede a nuestro alrededor y muy afuera de nosotros es la parte de la realidad que divisamos como expectativa u horizonte. Nada parece cambiar con la llegada de la sonda a esa órbita tan lejana, seguimos al parecer más unidos que nunca a nosotros mismos. Seguimos creyendo caminar hacia un punto fijo en el universo y nuestra vida, de vuelta hacia lo que creemos nuestro hogar, mientras el cosmos arriba sigue desatando su fiesta sin fin. No hemos cambiado tanto después de todo, porque arrojamos sondas cada vez más ambiciosas hacia los otros, con nombre de promesa o poder, buscando que orbiten alrededor con la esperanza de la comunicación o. en última instancia, la mera reflexión.

miércoles, 6 de julio de 2016

Esa sensación de poder cuando los estudiantes se acercan suplicantes ante la intuición del fin del semestre, no tiene precio.... Pero también es la sensación de cargar con un peso doble al del resto de los días. El karma es sabio.

martes, 5 de julio de 2016

Kafka

Lo genial de Kafka era que en su obra jamás explica ningún por qué. En la metamorfosis, por ejemplo, jamás se explica por qué cresta Gregorio Samsa amanece de un día para otro convertido en un monstruoso insecto. Y lo que es mejor aún, así acaba hasta el final de sus días y tampoco logra volver a su estado natural. Lo kafkiano trata precisamente de esa falta de explicación, y las consecuencias que acarrea, y cómo a su alrededor tienen que sobrellevar esa incomprensión y esa fatalidad. El por qué en realidad se devuelve teledirigido hacia el lector. Quizá ser un insecto no sea tan distinto de ser un humano. Quizá la respuesta al por qué no haga, después de todo, ninguna diferencia.

lunes, 4 de julio de 2016

Cafés

En la mañana pensé que un lugar de trabajo que no contara con café no podría ser digno para trabajar. Si esa sola condición no se presenta, debería renunciar de inmediato. En realidad, a cualquier lugar que no cuente con servicio de café no podría ser bienvenido. Aunque la paga no sea mucha, ni el ambiente laboral muy dinámico, donde trabajo sí hay café, y eso ya es suficiente. Incluso bastante. Dentro de nuestra febril sociedad, existen sin embargo otras instancias de reunión: el cyber café, el café literario y el café con piernas. En cada uno de ellos, tristemente, escasea el café. En el cyber café se trataba de un lugar que servía de cafetería pero que además contaba con acceso a internet. Entonces, el internet era más bien un suplemento a la reunión en torno a la ingesta de café. Hoy únicamente se le llama cyber, puesto que se ha invertido la situación: el internet es el motivo central de la reunión. El cyber ahora es solamente un antro lleno de idiotas conectados a la pantalla y pagando por unos cuantos minutos de conexión, como si en eso se les fuese la vida. En el caso del café literario, la excusa es propiamente hablar sobre temas que solo atañen a ciertos personajes snob, que divagan y reflexionan sobre literatura y, a veces, sobre política (como si fuesen lo mismo). Un compadre hablaba de ellos como los "jactosos"; otra amiga les llamaba "los lateros", aunque el sentido de café, del digno café, no debiera pervertirse solo por su existencia. De las tres quizá esta modalidad de café es la original: simplemente la diletancia de la conversación y, a ratos, el capricho de querer cambiar el mundo, sin un plan definido, solo de acuerdo al dictamen de la bebida y la efervescencia del momento. Del café con piernas digo que es algo absolutamente genuino, no solo por la sensualidad de las chicas que atienden, sino que por una suerte de metamorfosis tan propia de nuestro espíritu: desde un concepto de after hour empresarial, donde los tipos de alta alcurnia de Santiago simplemente se tomaban un café atendidos por señoritas, hacia una mezcla mucho más clandestina y provinciana de cabaret y pub, donde incluso se puede pagar por ciertos servicios más "personales". En estos, muy a mi pesar, también escasea el café y, en cambio, abunda la ingesta de alcohol, sustancias duras, y, por supuesto, las feromonas. Tampoco me considero un cliente exigente, pero sería bueno recuperar el gusto por aquella enérgica bebida, no solo por su cualidad revitalizante, sino que por la extraña vida que la circunda. Por ese estilo secreto, por ese toque de dandismo en una atmósfera excesiva. Partir por ignorar la sobriedad de la pantalla, e inyectarse a través de reuniones de camaradería. No solo pensar en el coffee break como un alto en el que la multitud respira después de horas de sofocante labia, cada vez que esa multitud de poetas, literatos o académicos (a ratos los mismos) se reúnen por motivos personalísimos. Sino que pensar en el coffee break como el contrapunto de la experiencia. Y agregar algo de elegancia insomne a aquellos bizarros antros de calentura, brindando, a propósito del frío de invierno, por la belleza y también por la oscuridad de la noche, oscura, a ratos amarga, como el propio café.

Gary King hasta El Fin del Mundo.


Existen pocas comedias de las cuales suelo desentrañar un pensamiento serio sobre el mundo y sus individuos. Alguna que otra de Woody Allen en el existencialismo romántico de Annie Hall, o el ya clásico humor inglés de Monty Python y el Sentido de la Vida. Eso me sucede con la película de Edgar Wright, The World End (2013), la tercera que pretende el cierre de una trilogía. El contexto y la temática podrían parecer banales: la parodización del género de ciencia ficción mediante la puesta en escena de un escenario hilarante y de personajes disímiles. Pero debajo de esa parodia subyace una trama única: la reunión de camaradería de un grupo de cinco viejos amigos, todos reunidos con el motivo de recorrer en el pueblo de su adolescencia una ruta de excesos que había quedado inconclusa desde hace antaño, conocida por ellos como "la milla dorada". El anfitrión del grupo es conocido como Gary King, una especie de enfant terrible, de Peter Punk, de viejo verde, de eterno adolescente, aferrado todavía a sus años de juventud, desempleado, libre de compromisos y con el único propósito en la vida de emborracharse y pasarlo bien, recordando los años que para él fueron los únicos que valieron la pena en su existencia. Sus camaradas, por supuesto, no comparten para nada su filosofía: todos han logrado, como se dice, “surgir” en la vida, contando con familia formada, casa propia, trabajo estable, dinero, una vida más o menos predecible, aunque algo monótona. A través de extorsiones, nuestro anti héroe logra convencer a sus reticentes amigos de volver a juntarse y recorrer la vieja milla dorada, porque según sus propias palabras “la edad no tiene por qué interferir en algo tan importante como la amistad”. Sus amigos se sorprenden de ver al mismo Gary de hace más de veinte años, envejecido pero en el fondo sin un cambio sustancial. Es a través de ese recorrido alcohólico de regreso al pueblo de su juventud que los amigos de Gary se van sincerando y van abriendo sus llagas al son de la nostalgia y la cerveza. Sin embargo, la personalidad impredecible de Gary los vuelve escépticos respecto al destino y al sentido de la ruta. Comienzan a extrañar su casa, sus hijos, recuerdan el trabajo, alguno que otro rollo personal. Sobretodo Andy, el mejor amigo de Gary, pero a la vez, el más centrado y reticente a la locura. (Andy le replicaba a su amigo: "Tú recuerdas los viernes por las noches; yo los lunes por la mañana").

Cuando Gary se levanta de la mesa del cuarto pub, y les reprocha a sus amigos estar celosos de su libertad (aún sin saber realmente qué hacer con ella) comienza el punto de inflexión. Descubren que el pueblo ya no es el mismo. Que todo se ha ido del carajo, no porque ellos hayan cambiado. O en verdad sí. Pero se dan cuenta que están rodeados de robots que buscan reemplazar a la humanidad completa para propósitos mayores. Es ahí que comienza la odisea para desentrañar la verdad sobre el lugar, sobre lo que está ocurriendo y en realidad sobre ellos mismos. Gary King, siempre poseedor de la verdad, acaba convenciendo a sus amigos de terminar la ruta para ir hasta el fondo del asunto. Pronto no queda otra cosa que la libertad desatada frente a la certeza terrible del fin del mundo. Gary King desea literalmente llegar a toda costa al pub “el fin del mundo”, por la última de las doce pintas de cerveza, mientras todo a su alrededor se desmorona. Un poco como Teillier en su conocido poema “Cuando todos se vayan”. Andy, su mejor amigo pero al mismo tiempo su antagonista, le sigue hasta el fin del mundo. Tienen la disputa de su vida. Se da cuenta que detrás de ese Gary jovial y libertino se esconde un tipo frustrado, incomprendido y completamente desorientado, que había sido sometido a tratamiento de rehabilitación luego de su intento de suicidio. Entonces Gary insiste en que lo único que tiene en la vida es el recuerdo de aquella noche de 1990 en la cual intentaron llegar a la milla dorada. Se supone que después de eso comenzaría su vida. El viaje hasta el fin del mundo es para Gary en realidad su paso a la adultez, o quizá, mejor dicho, el encuentro consigo mismo, y la reconciliación de su presente con su pasado. Necesita romper ese huevo a través de la milla dorada, de otra forma no puede renacer. Andy le replica que está equivocado y que necesita ayuda. Sin embargo, Gary continúa aferrado a su libertad brindando por el último trago antes del acabóse.

Es en aquel momento de clímax que se sabe la verdad. Que aparece el líder de la Red, instalada en la Tierra hace más de veinte años con el fin de instaurar un nuevo orden de criaturas más perfectas que hagan evolucionar a la humanidad a otros niveles acordes con un equilibrio inter galáctico. Es ahí donde vemos el planteamiento existencialista de Gary, pero un existencialismo trasnochado, algo beatnik y pasado de tragos, que putea a la gran Red y le dice quien mierda eres tú para decirnos lo que tenemos que hacer. La libertad a mansalva. La libertad a pesar del acabóse, a pesar del qué dirán planetario. A pesar de todo. Una suerte de quijote fanático del alcohol y del ya trillado lema del sexo y el rock and roll. Luchando contra los molinos de la adultez, la responsabilidad y ahora la evolución y la tecnología. Sus amigos Andy y Steven acaban por apoyarlo. ¡Ahora somos los tres mosqueteros! grita un Gary borracho, pero lleno de decisión, frente a las máquinas de la Red, perfectas pero faltas de lo más importante: de humanidad y de carácter. Es el individuo de nuevo condenado a su libertad. Ebrio de libertad. El lema sartriano llevado a grados etílicos y consecuencias bizarras. Gary King, en ese punto decisivo, reclama a toda costa su libertad aunque no sepa qué hacer en la vida. Un poco como en la canción de Sumo: nuestro anti héroe no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. Solo quiere seguir tomando hasta que ya no quede mundo. Y que solo sus amigos estén ahí para apañarle. Tengo un poco de Gary King cada vez que se acerca el día Viernes. Tengo un poco de Gary King cuando durante la semana la rutina resulta asfixiante. En el fondo Gary King es más que un personaje patético, más que un anti héroe o que un mal ejemplo. Gary King es un estilo de vida. Un estribillo estridente a la libertad, aunque esta no sepa a otra cosa que rock y cerveza, y se orine en el futuro y en la palabra progreso.