lunes, 3 de junio de 2024

Mientras exista absurdo, Kafka seguirá vigente. Ese es el espíritu de su literatura.
En la tarde, imprimí unas copias del cuento Ante la ley de Franz Kafka. Voy a trabajar el texto con los cabros de Cuarto Medio. La idea es realizar un mapa mental de interpretación literaria. Se partirá por una temática general para luego desprender diversas ideas en torno al significado de fondo y explorar distintas lecturas posibles. En un principio, iba a ocupar el cuento Una pequeña fábula, ese en el que un ratón teme que el mundo se esté haciendo pequeño y un gato le dice que debe cambiar de rumbo para poder comérselo. Contundente. Sin embargo, demasiado breve para trabajarlo en una pura clase. Tal vez, en otra ocasión. Aunque, ahora que lo pienso, Una pequeña fábula podría ser leída también en clases, bajo el alero de una interpretación simbólica e incluso contingente, porque ¿Qué mejor metáfora del actual estado de cosas que aquella en que el ratón no tiene otra salida que la boca del gato? A cien años de la muerte de Kafka, esa es, quizá, la fábula sin moraleja más potente, o la fábula con una antimoraleja implacable: que no hay una escapatoria posible al atochamiento sistemático de nuestro mundo, que nosotros mismos, en nuestra búsqueda vital, nos precipitamos sin chistar y aceptamos ser avasallados por variables que nos exceden y que arremeten bajo la ilusión del cambio, para que nada realmente cambie. Lo inevitable es la señal del status quo. Lo kafkiano se multiplica, se manifiesta de maneras mucho más sofisticadas, y el verdugo felino sigue siendo el mismo: difuso y embaucador.

Kafka total: Panegírico kafkiano, a cien años de su muerte.

(extractos de textos críticos y crónicas que repasan al checo inmortal)

Quizá el punto de inflexión para un autor: cuando pasa de sustantivo a adjetivo, como ayer a raíz de un estudio que buscaba explicar científicamente que leer a Kafka te volvía más inteligente y curiosamente, más desesperado, debido al hecho de que las neuronas debían encontrar salidas inauditas a situaciones que el sujeto no podía controlar.
Pensé que la ciencia psicológica sería de hecho más kafkiana al intentar ser objetiva sobre una producción que pertenece al lenguaje literario, con todos sus laberintos y abismos.
Más allá de si era cierto o no el estudio, el propio discurso científico alcanza así cuotas de ficción al encarnar en sí misma la esencia de la obra del checo, su insufrible paradoja.
Un amigo replica entonces que "solo bastaría con el aumento de sueldo de los parlamentarios como evidencia del absurdo general". De esa forma, Chile se gana el adjetivo de kafkiano; luego, el mundo entero en la actualidad sería kafkiano, y no al revés.


Kafka, en realidad, lo que más quería era pertenecer al fuego, al olvido, y hubiera querido que su obra "estuviera en ninguna parte". "¿Qué tengo en común con los judíos? Ni siquiera tengo algo en común conmigo mismo", recordó el propio Kafka, en uno de sus manuscritos inmortales.

Max Brod fue astuto al rehusarse a quemar los manuscritos de su amigo Kafka. En ese gesto traidor lo volvió célebre, en esa tra(d)ición catapultó la obra. Nos prueba que en torno a la fogata de los fines todos se traicionan: editores, escritores, lectores, etc. El fuego, en cambio, habría hecho de la escritura una penitencia silenciosa, un montón de ceniza que no promete nada, pero que nos recuerda que todas nuestras ideas y nuestras palabras pueden arder. El lenguaje no es sino la leña y el silencio arde desde adentro. La escritura vuelve como el fénix de la tra(d)ición, se recrea en ese gesto para luego volverse inflamable, y así, en lo sucesivo, perdura ese ciclo de traiciones y de cenizas que llamamos literatura.

El siglo XX fue, sin duda, el siglo de Kafka.


Lo genial de Kafka era que en su obra jamás explica ningún por qué. En la metamorfosis, por ejemplo, jamás se explica por qué cresta Gregorio Samsa amanece de un día para otro convertido en un monstruoso insecto. Y lo que es mejor aún, así acaba hasta el final de sus días y tampoco logra volver a su estado natural. Lo kafkiano trata precisamente de esa falta de explicación, y las consecuencias que acarrea, y cómo a su alrededor tienen que sobrellevar esa incomprensión y esa fatalidad. El por qué en realidad se devuelve teledirigido hacia el lector. Quizá ser un insecto no sea tan distinto de ser un humano. Quizá la respuesta al por qué no haga, después de todo, ninguna diferencia.


Todo lo cual remite a aquella frase demoledora de Franz Kafka: “Bastante esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros”. Lo apocalíptico es, en sí mismo, kafkiano. Nuestro mundo lo es, en su cualidad escatológica.


“Soy un insecto que soñó ser un hombre y lo amó. Pero ahora el sueño ha terminado y el insecto está despierto”. David Cronenberg, inspirado en La metamorfosis de Kafka.


Kafka se volvió la regla: primero, en forma de estallido; luego, en forma de virus.


Se sabe que cuando Einstein emigró a EEUU, conoció a Thomas Mann, quien le prestó La metamorfosis de Kafka. Einstein la empezó a leer y se la devolvió, no pudo tolerar su lectura. Casualmente, La metamorfosis fue publicada casi durante los mismos años en que Einstein publicó La teoría general de la relatividad.


Cada verdadero escritor ha escrito su propia herejía y tiene que escapar de su propia fatua.

Respuesta de M. O: Inmediatamente me acordé de Kafka, y ciertamente, en su historial como escritor fundamental, no entra en tu apreciación.

Yo: Hay excepciones excepcionales

Yo: Aunque su padre podría ser su fatua personal


No queda más que recurrir a la metáfora de Kafka, que siempre salva como aquel oficinista sentado en un rincón oscuro pero que conoce todos los trámites para todos los problemas posibles, en el fondo cumple la labor de los ángeles, pero sin cielo ni divinidad, solo el redundante rostro del hombre rata, mano de obra ilustrada, acicalado, sorteando obstáculos para llegar impávido a su puesto, eficiente, pero uno entre miles.


Si el mismísimo Kafka (Neruda llamó a Emar, "nuestro Kafka") no hubiese tenido la enfermedad, ni el padre que tuvo, ni esa vida rutinaria y atormentada, no habría sido Kafka. Quizá hubiese llevado una vida más saludable, mucho más corriente, FELIZ! pero en su lugar habría sacrificado la posteridad. A ratos la decisión de escribir va en contra de cualquier expectativa, pero es algo que muchas veces no se elige, o, por el contrario, algo que simplemente los sujetos eligen a pesar de sí mismos.


Personalmente siempre me interesaron los perdedores en vida. Y no es una pura pose, sino que una cuestión vital. Como si lo de perdedor, a pesar de cumplir expectativas, a pesar incluso de subir al altar, se llevara en la sangre. Kafka uno de ellos, y sin embargo, uno de los más conocidos, aunque eso no quiere decir precisamente el más o el mejor leído. A mayor formación no quiere decir precisamente mayor comprensión. Genio no quiere decir éxito. Pero tampoco lo contrario.


Segun Piglia, Joyce domina el lenguaje, mientras que Kafka es dominado por el lenguaje.


Desde Ovidio hasta Kafka, se puede deducir que el sentimiento amoroso sigue pareciendo tan dramático como burocrático


Por la mañana, leyendo un texto sobre Kafka, "el escritor soltero". Dicen que puede ser considerado un quinto Beatle... y su intento de desaparecer, quemando sus manuscritos y rehuyendo el matrimonio, un vano intento de evitarlo.




Sin ir más lejos, equiparó la relectura de la traición con la de Max Brod hacia su amigo Franz Kafka. Dijo que si Max no lo hubiese traicionado, quemando sus manuscritos, nadie habría sabido de su obra. Lo mismo se podría decir respecto a Judas y su maestro.


La hora en que todos, la mayoría, sale de sus trabajos, es la misma en que las ideas vuelan sin imprenta. Los pequeños Kafka cavan y cavan su pozo de babel, leen a los clásicos en oficinas. Otros sentados, otros de pie, sienten el ruido sordo de esas ideas que se oxigenan de solo salir despedidas. Desean, sin embargo, persistir en la rutina para sopesar esa escritura del mundo. En lo profundo de sus puestos, esperan el tiempo después para hurtarlas, arrancarlas del papel, arrojarlas de juerga, entendiendo que sus historias son solo frases que de vez en cuando se encuentran en alguna mesa, puerta, baño del local más nocturno, mientras que el cielo, las estaciones, las mesas se repiten, y son repetidas con mudez laboriosa. Las oficinas del mundo rezan "prefiero no hacerlo", mientras ellos, los roedores del trabajo, los poetas del vacío, simplemente avanzan, agazapados, de madriguera en madriguera, y en esa resignación encuentran su fondo, su cima, el mundo que los necesita, que los administra, que los imprime, esa es su obra, su fiesta secreta.


Me informa la secretaria que debo ir a buscar el finiquito. Enseguida la duda me corroe. El sudor actúa. ¿Por qué habría de tener finiquito, si mi contrato fue renovado? Voy donde la oficina del instituto. La secretaria me señala que debo firmar el finiquito. Le pregunto que por qué, a cuál finiquito se refería. Como K en El proceso, no sabía de la existencia de ese trámite pero se me interpelaba a cumplirlo.


—¿Cómo estai?

-¿Hai leído a Kafka?

-Sí, La Metamorfosis...

-Dale, pues yo estoy como en El proceso.

El decreto de la medida de prisión preventiva contra el imputado Daniel Jadue ocurrió en el mismo día del centenario de la muerte de Franz Kafka. Hay sincronías sarcásticas. Ciertamente, Jadue, el otrora alcalde de Recoleta, está viviendo su propio proceso kafkiano. Recordar que la medida de prisión preventiva no implica culpabilidad, aunque sí, tengo entendido, una formalización en base a ciertos antecedentes acreditados.