lunes, 25 de julio de 2016

Renuncia

Primera llamada de mañana, antes de entrar por la tarde a una nueva jornada. Renuncia el profesor de inglés del instituto, que además era profesor jefe de uno de los ciclos. Le repetía a la utp que se veía venir, porque no estaba satisfecho con el sitio. Durante el semestre también han renunciado -sin mentir- tres profesores de matemáticas. El profesor de ciencias fue, de hecho, desplazado por los propios alumnos durante el semestre. Y toca la casualidad que anoche, durante la madrugada del último domingo de vacaciones, soñé que renunciaban todos los profesores de un colegio inexistente -mezcla entre el lugar de práctica intermedia y final- y yo era el único que debía hacer toda la pega hasta nuevo aviso. La pregunta de fondo de aquel sueño inverosímil, y la de aquellas renuncias consecutivas, es precisamente: ¿Por qué yo todavía no renuncio?. En ese momento se me hizo eco el mini cuento de Kafka, con aquella definitiva palabra como sentido global.

Recuerdo que hace tres años sufrí una crisis vocacional que me tuvo a punto de dejar la pedagogía para siempre y dedicarme a otra cosa. Fue ahí que me metí a estudiar psicología. Pronto visualicé un futuro oscuro sobreendeudado más de la cuenta -el cual de todos modos hubiera visualizado ya- con una alternativa que tampoco me garantizaba nada completamente satisfactorio, e hice de tripas corazón para al año siguiente volver a trabajar en lo que estudié cinco años. Me dije a mi mismo: si desisto de trabajar en esto, por muy hostil que parezca, no me perdonaré haber perdido tanto tiempo, energía y dinero en vano. Una sentencia práctica que escondía una verdad mucho más cruda: el simple temor a la sensación de quedar en blanco, de empezar de cero sobre la base de ninguna cosa. Simplemente resetearse sin posibilidad de volver a guardar la partida anterior. Pero en lo concreto, sobre el papel de la realidad, siempre queda algo, aunque se pierdan lo material, la expectativa y la confianza social, por simbólico que sea, llámenlo experiencia, recuerdo, conocimiento de mundo, pero algo queda después de ese trillado dilema hamletiano. Porque en el fondo más que por la famosa vocación o que por un real espíritu pedagógico, estudié lo que estudié por una vaga e ingenua concepción sobre la escritura y sobre el estudio. Creía que la universidad era todavía una especie de ágora griega, de mini sociedad donde todo era posible, hasta el amor. La visión oscura de la sociedad y del futuro laboral la fui conociendo sobre la marcha, -de lo contrario, jamás habría sido profesor- por lo que al final prácticamente solo tenía que terminar lo que había empezado. Por eso llegué a respetar, incluso a temer, el sentido de una decisión, aunque no fuese la mejor. Y eso nos lleva nuevamente a la pregunta inicial: ¿Por qué entonces no a la renuncia?

Una frase del último episodio que vi de la serie Mr Robot acabó por hacerme sentido: "el dicho sobre caer y volver a levantarse es una mierda, porque la vida entera es una caída; lo realmente importante es trastabillar y caerse en la dirección correcta". Porque a lo mejor en la vida solo se cuenta con la respuesta correcta a la pregunta equivocada, o con la pregunta correcta para una respuesta equivocada. Sigo en lo que sigo -aunque parezca insólito y me llame a mi mismo el rey de los hueones-, pese a las afp, pese al sueldo miserable, pese al escaso reconocimiento social, pese a todo, porque de todas formas cualquier otra cosa implica una caída, y solo hace falta descubrir hasta donde puede aguantar la gravedad.