viernes, 29 de abril de 2016

Taller de PSU

La alumna había llegado después del taller de PSU de la mañana. Era aquella chica de frenillos sonriente, algo desordenada, con incapacidad de prestar atención, a cambio de una forma siempre jovial en el fondo de la sala. Pensé que llegaría con otra de sus excusas dignas de comedia. Pero esta vez fue distinto. Advertía el rumor de la angustia. Me contó que no pudo asistir porque estaba en evaluación médica. Debía ir periódicamente puesto que se le había diagnosticado un tumor en el cerebro. No sabía aún si era de tipo benigno o maligno. Luego de su delicada confesión, dijo que ella, francamente, prefería no someterse a la operación, para no dilatar el dolor y la preocupación de sus padres. y además, para volcarse a lo que "dios tiene para ella reservado", ya sea la vida o la muerte. Literalmente, estaba renunciando. Fuera tumor benigno o maligno, prefería no operarse. Las dos grandes muestras de indiferencia de la literatura: la de Mersault frente a la muerte de su madre. La de Bartleby el escribiente. Sin embargo, lo de esa chica no era pura indiferencia. Era resignación. Un concepto todavía incomprensible. E inaudito, en alguien tan joven y bello. Una sensible mezcla de apatía y tristeza, escondidas detrás de una expresión exultante. Ya habiéndose expresado, yo, tratando de empatizar, le digo que a veces en la vida es necesario correr riesgos para seguir adelante. Sabía que mis palabras eran solo un protocolo pedagógico, a pesar de su sinceridad. Las escucharía, pero ella en el fondo ya tenía clara su película interior. Hablara con quien hablara, inclusive sus padres, parecía decidida en su estado de ánimo. Logré contener la conmoción con la sonrisa que ella soltó al escuchar la palabra vida y riesgo juntas en una sola frase. Una vez que fue a su asiento, me solicitó, como si nada, la guía de PSU del día. La veo de lejos; la desarrolla con calma. Una calma extraña, luego de conocer previamente su historia y su motivo. Realizaba la guía con una responsabilidad inquietante, como la de una inculpada que firma un certificado, dejando en claro que se somete a su destino, sin la intervención del mundo. Años que no escuchaba un testimonio similar. En la mayoría de los casos ese proceso se vive como un camino de auto superación, demasiado público, políticamente correcto. En ese instante, años de estudio y de curriculum, se doblegan ante una subjetividad que tranquilamente los sobrepasa. El gesto de la chica, bipolar, único y total, en el fondo, bromeando con sus compañeras, mientras insistía en la seriedad de su tarea, con la vida y la muerte como sus compañeras hablándole y soplándole de cerca. Mientras, el único gesto solidario que podía realizar, bajo el uniforme del maestro, era recibir su trabajo con la promesa de su revisión. Y, como testigo de su proceso, escribir algo que prometa al menos dilatar su sonrisa.

jueves, 28 de abril de 2016

Gramática generativa

Ayer en el Instituto estudiamos el concepto de gramática generativa de Chomsky. Se repasó la estructura profunda y la estructura superficial del lenguaje. La primera es la representación mental que soporta el significado, o del cual se deducen significados latentes. La segunda es la expresión concreta de dicho significado en una frase. Según Chomsky, las lenguas, universalmente, solo se diferenciarían en la estructura superficial de sus enunciados. Se explicó eso en la pizarra mediante un ejemplo. "Dios invisible habría creado el mundo visible". De esa frase en español se desprenden otras que vendrían siendo significados latentes: Dios es invisible, Dios habría creado el mundo, El mundo es visible. Esos significados serían mentales porque están implícitos en el texto. En cambio, al pasarse a estructura superficial esta varía de acuerdo a la gramática de cada lengua. Pero, de acuerdo a Chomsky, en el fondo esos significados permanecen igual al constituirse como estructura profunda. En ese momento el curso entendía poco o nada. Solo a través de un ejercicio de aplicación algunos captaron algo. Chomsky y su gramática generativa era parte del curriculum de Expresión oral y escrita para Enfermería. Mentalmente me alivié al pensar que solo se pasaría dentro del apartado teórico del curso, para luego pasar a la parte de verdad importante: el desarrollo de la oralidad y la escritura. A pesar de la evidente perplejidad del curso ante esa materia en apariencia tan inútil y tan enrevesada, una de las alumnas consiguió explicarme la estructura profunda mejor y de una manera más sencilla de lo que yo habría podido. Me dijo luego de haberme explicado su respuesta de la guía: "Profesor, y ojala que me vaya bien. Si me pone 7 le hago cualquier cosa". Las compañeras a su alrededor comenzaron a reír, entreviendo cierta intención. Le iba a preguntar de vuelta: ¿así que cualquier cosa? pero el viejo moralista en mi interior decidió continuar con su seriedad. Autocensuré el impulso, y en su lugar sonreí, asintiendo la talla. En la estructura profunda de esa frase podrían caber un universo de cosas. Pero en esa situación específica, ella quizá se refería a solo una, a modo de broma. Cosa que todos entendimos. Pero que se dejó expresar solapadamente. Por ser algo que estaba subiendo de tono. El "le hago cualquier cosa" universal. La gramática al servicio de nuestro invencible doble sentido.

miércoles, 27 de abril de 2016


De entrada al Instituto en Viña, en la reja posterior, un hombre vagabundo con una pila de ropas viejas y un par de perros acompañándolo. También se apreciaban un par de lozas y una tetera de aluminio. Incluso unos cuantos rastros de pan a su alrededor. Se había tomado la entrada del Instituto improvisando una habitación temporal. Lo que para uno era el punto de ida, para el hombre viejo era el punto de llegada. Siempre momentáneo. Hasta que la inclemencia del tiempo o la presión social lo saquen de ahí y deba emprender nuevamente rumbo. Estando así afuera, parecía personificar sarcásticamente el futuro de los estudiantes del Instituto. 

Ya adentro, uno de los alumnos de la nivelación me comenta que está esperando afuera de la oficina al subdirector académico para justificar su inasistencia a una de las dos pruebas que debe. Me comenta que el motivo es nuevamente el trabajo. Debe hacer turno de madrugada donde trabaja, por lo cual no puede rendir la última de las pruebas restantes. Sigue esperando, al igual que yo, subordinado al arbitrio y la voluntad de la bendita burocracia. La aparente tranquilidad del subdirector nos sonríe a la vez que nos dirige. Ejerce desde su inercia diligente un efecto proporcional a nuestra ansiedad. En calidad de profesor, pero también de asalariado, espero para responder a una pregunta puntual, anecdótica. El alumno, por su parte, se va repentinamente. Interrumpe la espera. Va a la siga de otro profesor. Solo quedo yo. Espero. Luego de haber hablado con el subdirector, me dirijo normalmente a la clase de hoy. 

Ya habiendo finalizado con la clase, salgo a la esquina rápidamente a esperar la micro. Un grupo de muchachos y muchachas compartían colectivamente lo que parecía ser un pito de marihuana, mientras reían y leseaban de forma alborotada. Un anciano en el asiento del paradero, un poco fuera de sí, esquizofrénico, comenzó a rabiar contra el grupo de jóvenes por la bulla que metían. Resultaba un alegato ridículo considerando que en la vía pública no hay motivo de peso para dicha acusación. El anciano, sin embargo, hablaba solo. Los jóvenes hicieron caso omiso. Nadie ni siquiera lo escuchó. Demasiado absortos con el efecto del humo y las hormonas. El viejo siguió hablando solo, molesto, pero resignado al no ser escuchado. Después, sin más, tomó la primera micro. El grupo de jóvenes permanecía absorto. Fastidiosamente alegres. Vitales como una noche de mitad de semana. 

Pensar que la sociedad entera se construye en base a este juego de espejos: unos viviendo en la calle, otros saliendo hacia ella; unos esperando por un motivo de fuerza mayor, otros simplemente esperando sin razón de peso; y por fin, unos disfrutando de la compañía de sus semejantes, y otros únicamente defendiendo su derecho a protestar contra todos. La misma ida al trabajo, a ratos, rutinaria, repetitiva, agobiante, se volvía en verdad una encrucijada: desde cual lado del espejo (de la sociedad) reflejarse con exactitud. No es necesario viajar a ninguna otra parte. Como diría Tolstoi, describe tu aldea y serás universal. No es necesario siquiera desviarse del camino para obtener un resumen completo de la vida humana a un par de pasos. La calle, el trabajo, la vida social, la espera y la soledad. Adonde quiera que vayamos se repetirán esas palabras como fantasmas en espera de ser invocados a la primera exclamación.

martes, 26 de abril de 2016

Camino a lo inexorable


A modo de repaso para la prueba de mañana, los del segundo ciclo tuvieron que leer un mini ensayo sobre el amor llamado "Camino a lo inexorable". Escrito por una tal Macarena Núñez. Uno de los alumnos, extrañado, preguntó si había que analizar la tesis o simplemente ofrecer una lectura subjetiva del ensayo. Si acaso eso respondía al requerimiento de la prueba en relación al ensayo como género híbrido, tanto expositivo como argumentativo. Ese mismo chico, después del repaso y durante el desarrollo de la guía, se mostró esa vez poco entusiasta con el texto y dijo sin más: "¿Tiene que ser necesariamente el tema del amor? ¿Tiene un ensayo que hable sobre otra cosa?". Le pregunté si acaso su falta de disposición tenía que ver simplemente por una cuestión de intereses o por algo personal con respecto al amor. Dijo que era una mezcla de ambos. Que el tema del amor literalmente lo agota. Que junto con eso, el texto mismo, en cuanto género de ensayo sobre el amor, lo cansa doblemente. Un problema de interés lector y sentimental. Uno, de acuerdo a este chico, como consecuencia del otro. Ante su inquietud, traté de ser honesto, empatizando, y le repliqué que el tema del amor también me parecía manido, y algo personalmente delicado, pero por eso mismo resulta interesante para ser comprendido mediante el texto con una visión femenina. El cabro responde algo inesperado: "resulta que solo lo he leído (el amor) pero no lo he visto. Por eso quiero dejar de leerlo para comenzar a verlo". La lectura desencantada y prematura del cabro. Desde ya inquieto por algo que no logra comprender del todo. Al igual que uno mismo, su profesor. Pensé que si tuviera que comenzar a dictar lecciones en el tema, me encontraría completamente desarmado, falto de recursos y de pedagogía. Con lo único que contaría para esos instantes sería con la capacidad de improvisación y con unas cuantas historias desafortunadas entre los bolsillos. También con algo del vuelto invertido en citas y salidas que no fructificaron. Esa, la experiencia subjetiva del sujeto, por inútil y desafortunada que parezca, ya forma parte del misterio y la iniciación del amor. Ya lo ha cautivado aunque solo su discurso se vuelque contra si mismo. 

Esa vez una chica, cerca de nuestro inquieto alumno, que había escuchado su parlamento, le dijo a este: "Le dai color. Cuando te enamores de verdad no dirás lo mismo". Incidentalmente, en el ensayo a trabajar la autora habla sobre el enamoramiento incluso como un fenómeno aislado: "está bastante lejos de ser inocuo (...) lo arrastra a uno a un estado de ensueño y de júbilo inexplicable que suele terminar en una melancolía abrumante pero también en una promesa por venir". La chica leseaba al cabro con el enamorarse como algo que no se elige, sino que como algo invasivo que se suscita sin previo aviso. El cabro por su parte insistía en su falta de interés y en su aversión al concepto, ahora potenciado por el leseo de su compañera. Genera un mecanismo de defensa a raíz de su incomprensión. Mientras más es leseado más se defiende, ahora incluso con esa interrogante sobre el enamorarse planteada por su compañera para darle a entender que todavía no logra comprender la dimensión del tema abordado. Como agente imparcial en la sala de clases, planteaba únicamente el análisis de las partes del ensayo y preguntas de comprensión lectora relacionadas con cada párrafo. La pequeña discusión a raíz de la inconveniencia del tema surgió como una pequeña digresión al plan. La chica no volvió a pronunciarse sobre el tema. El enamoramiento era su arma para burlarse de la desilusión del cabro. Quería decir en el fondo: “Sigue así. Tarde o temprano te enamorarás. A todos les toca. Así que prepárate”. El chico en cambio, en realidad continuaba deseante pero quizá decepcionado por ese concepto todavía oscuro. Por su incapacidad de comprenderlo, y aun por su incapacidad de darlo y recibirlo. Quizá, después de todo, no basta con comprender ciertas cosas. Como intuyendo la frase de Pessoa, el alumno parecía pensar: “Para comprender, me destruí. Comprender es olvidarse de amar". Quizá solo haga falta perseverar en la incertidumbre. Incólumes ante los grandes temas, el hombre y la mujer indiferentes simplemente viven y funcionan. Es la inquietud y la perplejidad la que los hacer ser otra cosa distinta de sí mismos.

domingo, 24 de abril de 2016

Comentando la anécdota de un amigo: "Si te fijas bien, los pocos aciertos en el amor, en el trabajo y en la vida en general solo son algo así como destellos. La mayor parte del tiempo lo único que hacemos es dar palos de ciego; tantear posibilidades o vivir alguna clase de tregua temporal. Lo definitivo parece que se demora. O llega tarde. O definitivamente no llega. No sé. Es una rara mezcla de envidia y miedo a la legendaria frase "para siempre".

sábado, 23 de abril de 2016

Libros

El libro todavía como una posibilidad. O como una utopía para los más románticos. Borges lo consideraba como un algo inconmensurable y por eso, relegado al papel de la memoria. En su relectura de los clásicos, que abominaban de la escritura como "algo muerto", Borges dignificaba el libro en cuanto aparato de la imaginación. Mallarmé, con cierto ímpetu y a la vez idealismo, decía que "el mundo fue hecho para dar lugar a un libro hermoso". El Libro con mayúscula. El sueño del poeta. Hoy por hoy, esa visión del libro se ha visto fragmentada, con la desmaterialización del texto en su dispositivo tecnológico.

Leí recuerdo, por ahí (y claro está, en un archivo digital googleado a la mala) un artículo sobre tres visiones modernas acerca del libro. Una de ellas hacía referencia precisamente a Mallarmé y su "Libro total". Otra de ellas, la segunda, tenía relación con Borges y su tan preciada visión enciclopédica del mundo y de la historia. El mundo y la historia como una gran biblioteca. Inclusive el paraíso. La última visión, la más escéptica sin duda, venía dada por Lovecraft. El libro como el umbral hacia lo desconocido, aquello que los hombres solo pueden intuir mediante su precario lenguaje verbal, pero que en el fondo desata realidades que escapan a su razón.

Descubro, por otro lado, y también mediante el aparato virtual, un pequeño ensayo de Gabriel Zaid llamado "Los demasiados libros", en el que hace patente que en la actualidad el libro se ha convertido en un fetiche. De la mano del mercado, ha perdido quizá ese carácter exclusivo, sagrado, y total, planteados por Borges y Mallarmé, respectivamente, y ha devenido un engendro técnico producido en serie y a gran escala. Solo basta pensar en la inmensa cantidad de libros de todos los temas y estilos que año a año, incluso mensualmente, ven la luz como si en lugar de conservar a mansalva cierto patrimonio perdido se estuviese dando lugar a una profusión muchas veces irracional: "La humanidad publica un libro cada medio minuto. Suponiendo un precio medio de 30 dólares y un grueso medio de dos centímetros, harían falta 30 millones de dólares y veinte kilómetros de anaqueles para la ampliación anual de la biblioteca de Mallarmé, si hoy quisiera escribir: La carne es triste, ¡ay! y ya he leído todos los libros".

Es una tarea titánica, por no decir ambiciosa, disponerse a leer todos los libros que uno quiere, y eso, además considerando el factor citado antes, resulta francamente ridículo. Pero ¿acaso no es esa pretensión ridícula de la lectura obsesiva la que nos apasiona? La lectura siempre vista como un vicio. La lectura como deseo, (como felicidad, diría Borges) y ese deseo solo desea desear. A pesar de la imposibilidad de abarcar todos los libros que fueron, son y serán, y que todavía solo son en la imaginación. Entonces, ese ejército de libros del futuro seguirá a la vanguardia, retando nuestra mortal capacidad lectora, retándonos a leer hasta la muerte, sabiendo que jamás se podrá leerlo todo, sencillamente, porque nuestro tiempo es demasiado limitado, y el número de los libros resulta incalculable y seguirá creciendo en masa, volumen y sentido, a pesar de nosotros.

viernes, 22 de abril de 2016

El día de la Tierra

En el día de la Tierra, una frase de Aldous Huxley: «¿Y si acaso este mundo no fuera más que el infierno de otro planeta?»
Hoy en clase sobre comunicación verbal y no verbal hablábamos sobre la diferencia fundamental, dentro de la última clasificación, entre el lenguaje kinésico y el lenguaje visual. Partía por poner ejemplos. El gesto del dedo arriba. Uno de los alumnos dijo que significaba aprobación. Los dos dedos índices de ambas manos puestos hacia adelante. Otro de los alumnos dijo que significaba que "las tenía vueltas locas". Primeras risas. Por último, el gesto del puño con el dedo menique y el índice levantados. Una alumna dijo inmediatamente: algo satánico o rockero. La idea era que comprendieran que todo esos gestos no son sino una convención. Porque, por ejemplo, el segundo de los gestos no significa necesariamente el gesto del "canchero irresistible". Y el tercero, en su principio, no tenía nada que ver con el diablo ni con la música. (Uno de ellos dijo, para callado, que el hoyudo también era un tipo de lenguaje kinésico. Lo escuché y le agregué, en voz alta: exacto, es otra forma más cómoda y rápida de "mandar a la mierda", sin palabras, sin adornos). La convención, acabé diciendo, es parte constituyente de la simbología. Comunicación no verbal manifestada mediante un lenguaje kinésico que a su vez simboliza, para nosotros, otra cosa distinta. No fue hasta esa conclusión que un alumno soltó una frase de antología, como para hacer mofa del contenido: "Entonces, profesor, el símbolo de la paz sería tan convencional como el gesto del Pato Yañez". El grupo del fondo, que acompañaba al cabro, se reía a carcajadas. Llegaba ese punto en que no sabía si proseguir el cuestionamiento o adherir a la risa. Sobretodo, porque, en el fondo, dentro de su intención de comedia, tenía toda la razón. La salida única, la salida brillante del desordenado, que hace tambalear el curriculum y la teoría.

jueves, 21 de abril de 2016

Se dice que hay quienes no pueden amar sino literariamente. A puertas de ser todavía lego en la materia, se corre el riesgo de caer en aquella denominación. Pobre de aquellos. Pero quizá, después de todo, no tan pobres. Porque todavía les queda la palabra. Algunos dirán: El consuelo del impotente. Sin embargo, la palabra como una garantía. Como una sublimación del placer frustrado. Como un psicotrópico del deseo. Quizá como un remedo de algo que pudo ser o que aún puede ser. Una pura potencia. O una condición sine qua non. Como por ejemplo, cuando se le reprochaba en broma, recuerdo, a cierto personaje el hecho de amar inocentemente solo los recuerdos o los pocos momentos instantáneos con una mujer muy querida. Siempre repetía a cada rato: "Déjenme piola con mi fantasía". La idealización de aquellos momentos el sujeto las encumbraba a experiencia límite. Se sentía satisfecho con solo intercambiar un par de palabras con aquella a quien amaba. Ponía en el altar la relación y se inclinaba ante su musa a la manera del medieval amor cortés. Por supuesto, con un pie forzado que solo nosotros entendíamos. Un código ficticio, una manera implícita de decir que el trato con aquella mujer (completamente idealizada, sustraída de si misma) debía de ser carácter sublime, para de ese modo, volverlo aún más absurdo. Solo para proyectar en aquella mujer unas cualidades ultraterrenas que ella ni por asomo sospechaba. El personaje no intentaba ligar ni ir más allá. (Aún teniendo mano por otros lados). A su manera, estaba encarnando al quijote interior. Dejaba un poco de lado, a propósito, la carrera seductora del Don Juan, siempre conspirativa y demandante, para inclinarse ante la idea romántica de una mujer ideal. Ese quijote interior es quien crea a su musa. La persona real, la chica en cuestión, no tiene nada que ver. Se ama en realidad una imagen. Esa es la idea que nos hacemos del amor, cuando invade la primavera del instinto y su consecuente sentimiento. En todos nosotros, los hombres, pugna un quijote y un don juan disputándose su porción de realidad. Unos, idealizando el amor y a su musa, y otros, simplemente, tomándolas con astucia. Para demostrar, en el fondo, que aquello llamado amor, como un asunto profético, reverencial, o, por otro lado, como algo absolutamente subjetivo y personal, a estas alturas, continúa descolocándonos, obrando de formas misteriosas, revolviendo nuestra mente, nuestro sexo, y por supuesto, nuestro corazón. Como diría el escritor Lawrence Durrell, en relación a la fantasía de nuestro amigo: "Hay sólo tres cosas que se pueden hacer con una mujer: Se puede amarla, sufrir por ella, o convertirla en literatura".

miércoles, 20 de abril de 2016

“Quien comprenda el infierno, comprenderá el corazón humano”. Frase de un compadre, escritor amigo, todavía inédito, citada ahora por otro compadre…

martes, 19 de abril de 2016

Que se jodan

"Cuando un periodista preguntó a David Simon, creador de la serie de televisión The Wire, qué premisas había seguido para desarrollar su proyecto, la respuesta fue la frase (mítica ya): “Sólo una: que se joda el espectador medio”. En una industria cultural que parece caer inevitablemente en una espectacularización y banalización constantes, como afirma Vargas Llosa en su último ensayo sobre la muerte de la alta cultura, sorprende comprobar que aun existen creadores que rechazan al público mainstream y buscan una excelencia de complejidad intelectual aun a riesgo de no ser comprendidos". Una premisa que va no solo de la mano del formato serie, sino que perfectamente aplicable al formato texto. "Que se joda el lector medio". Parece ser el rosario de moda de muchos de los escritores emergentes que se dicen vanguardistas. Que se joda el lector en general. Un compañero escribiente anónimo, conocido por sus salidas sarcásticas y su narrativa un tanto intempestiva, me comentaba sobre una nueva técnica para narrar: Joder no tanto a partir de la narración, sino que joder la narración misma y a su narrador. En palabras chilensis, el compañero decía: "Cagarse al narrador culiao". Ponía a modo de ejemplo una escena en la que de repente un tipo x se tope con alguien en una esquina de la avenida, y ese alguien resulte ser alguien conocido, y comienza a partir de ellos una conversación que va subiendo de tono, hasta que sin motivo alguno se propicia una balacera en el contexto de una redada policial, y el narrador de punto fijo en la narración, que se creía protagonista, muere por una bala loca, pero sigue la historia, en otro punto, ahora a raíz de aquella balacera. Un golpe de gancho a la diegesis. Un poco como lo hacían, guardando las proporciones, los hermanos Cohen en la película No country for old men, matando al veterano de Vietnam que huye con el botín millonario al principio de la película, con quien ese espectador medio se encariña para luego joderlo todo. Con aquel ejemplo el compañero intentaba graficar una posibilidad narrativa de esta nueva premisa de "cagarse al narrador". Mover el piso, hacer perder el timón, desenfocar la lectura, en suma: Que se joda todo. Ese parece ser el modus operandi de ciertos escritores: Demostrar que todo es una completa joda. Pero partiendo por demostrar, sin embargo, la condición previa de esta bizarra ley: que ellos mismos sean la joda por antonomasia.

Que se joda el espectador medio.
Se vive y se muere, en la medida de lo posible. No hay otra verdad...

lunes, 18 de abril de 2016

La charla

Había acabado la charla. Los invitados y comensales se levantaron de sus asientos. Fueron de inmediato al fondo del salón donde había un estante lleno de libros. No sabía si estaban a la venta. Intuí que no eran gratuitos. Eran ediciones relucientes, aunque algo plásticas, distintas a aquel empastado característico de las ediciones de los setenta, como las de Otros Mundos de Plaza y Janes. Una joven, al parecer integrante del curso, de chaleco verde, me convidó un par de galletas y un vaso de jugo. Me explicaba respecto a la naturaleza del curso, y la posibilidad de participar en él, dentro de dos semanas en una nueva charla. Asentí y siguió su camino, sonriente, segura de su conocimiento. Contenta de capturar a un nuevo interesado. Entretanto, una señora se aproxima y luego de una larga conversación respecto a su convicción espiritual y sus avatares personales, acaba discutiendo -junto a un amigo- sobre Humberto Maturana y su concepto del dialogo y la autopoiesis. Decía conocerlo personalmente, y por eso mismo señalaba que a ratos se adjudicaba tales conceptos como suyos, declarando incluso cierta auto imagen contradictoria con los principios humanistas que dice defender. La señora se refirió a un tal Rafael Echeverría para contextualizar el asunto. La acusación venía dada, supuestamente, porque Maturana decía "no tener nada que ver con el coaching practicado por Echeverría". Que caía en la lógica de la manipulación. En un negocio disfrazado de dialogo. Un ardid de superación interpersonal. Fue lo que más recordé de su dilatada conversación. Incluso después de que acabara refiriéndose a la calidad de la gente con la que trabajaba. "Un grupo muy humano de gente". Esa frase quedó plasmada en el imaginario. "Un grupo muy humano de gente". Hay algo en esa frase que guarda un misterio, a pesar de sonar corriente. El adjetivo humano parece que tenía ahí un sentido paradójico, o, por el contrario, redundante.

Después de eso, me volteo hacia el lado de los libros a ver si algo logra convencerme, mientras bebo el último sorbo del jugo ofrecido por la chica de verde. En eso se aparece una mujer, también aproximándose a los libros. Le comenta a un sujeto contiguo, también miembro del curso, que acaba de ver una luz extraña emanando justo sobre la superficie de algunos libros, en específico los de la esquina, aquella colección nueva que más al principio alcancé a atisbar después de la charla. Su preocupación por aquella luz se hacía notar. Pero no parecía agitada, sino que obnubilada por un fenómeno a su juicio extraño. El sujeto solo parecía escucharla. Intentaba entender la importancia de la luz mencionada por la mujer, pero entretanto observaba el resto de los libros que estaban a su lado. Tratando de buscar un motivo lógico, entremedio de ambos, señalé que a lo mejor aquella luz fue simplemente producto de la iluminación tenue del lugar o de una ilusión óptica. Ella sin embargo insistía en que esa luz significaba algo, que no por nada salió de esos libros, y en un momento específico de la reunión. El tipo al no entender las razones de la mujer se fue retirando sutilmente. La mujer decía ser solamente simpatizante del grupo. No era integrante, como el resto. La luz que dijo haber visto fue demasiado fugaz para ser entendida. Trataba de entender su no entendimiento de esa luz. Haciendo un alto a su impresión, me dijo que era psicoterapeuta. Que estaba en Valparaíso, según su testimonio, para rehacer su vida luego de un quiebre amoroso. Al parecer trataba de asociar aquella luz a alguna señal psicológica. Veía en esa luz quizá una luz sobre una nueva vida después del infierno del amor. Le dije que posiblemente signifique que aquellos libros sean la respuesta. Mejor dicho, aquella colección de libros nuevos sobre el estante desde el cual emanó su famosa luz. La invité a echar un vistazo a esos libros. Fui directamente donde un libro que hablaba de la Gnosis primordial. Estaba sellado. Su diseño era minimalista. Pero en la portada aparecía el símbolo de una rosa. Una rosa bastante distinta a las demás. Una rosa en forma de fractal. Me preguntó si acaso había leído alguna vez en la vida algo respecto a la Gnosis. Le dije que prácticamente nada. Solo conocía el término desde su acepción griega. Y además, el conocimiento vago sobre cierto grupo llamado "Gnosis", con fama de sectario. La mujer ya parecía menos perturbada por la luz, luego de haberse desahogado. El hecho de dar con ese libro, con esa edición única, al parecer la tranquilizó. Ni siquiera lo había leído, y ya parecía haberse contentado con su descubrimiento. Sin conocerla demasiado, concibo en ella el síndrome del lector. Esa satisfacción de hallar un libro importante como si se tratase de un alma gemela, o, en su defecto, de un amante entusiasta. Su satisfacción era algo completamente inaudito pero hasta cierto punto comprensible. Antes de retirarse, la mujer me regaló su tarjeta de presentación. La conservo todavía, subrayada. Tacho la palabra "alma" como lo haría Juan Luiz Martinez sobre su nombre. En aquel hallazgo pareciera que las piezas de su puzzle interior hubieran encajado de alguna forma. Y la escurridiza luz de la verdad, al fondo del salón, se hubiese arrojado repentinamente para iluminar ese encuentro. El encuentro de la mujer con su literatura secreta y su corazón sublimado. Y mi encuentro, completamente intransferible e incorregible, con la felicidad ajena.

domingo, 17 de abril de 2016

El suicidio más hermoso del mundo



    Hace una hora me encuentro con una anécdota en la página del History Channel sobre "el suicidio más hermoso del mundo". Se trata de la historia de una joven Evelyn McHale de 23 años que se arrojó al vacío desde el piso 86 del emblemático Edificio Empire State, en New York. La anécdota cuenta que una mañana del 1 de mayo de 1947, Evelyn adquirió un boleto para acceder al mirador del rascacielos. Según los testigos ella se mostraba alegre, sin atisbo alguno sobre lo que minutos después ocurriría. La joven, sin más, saltó al vacío desde el mirador, y se estrelló contra el techo de una limosina estacionada frente al edificio. Fue el fotógrafo Robert Wiles el que llegó a la escena del hecho y capturó el cuadro de la joven muerta. La fotografía pasó a la historia como la foto del suicidio más hermoso del mundo, por la sencilla razón de que resultaba estéticamente hermoso a nivel visual. La joven pese al impacto presentaba en la foto un cuerpo completamente intacto y parecía que se hubiese desvanecido plácidamente sobre la limusina destruida. La joven Evelyn estaba a punto de casarse. Su prometido nunca pudo entender el por qué del suicidio. Sin embargo, en el abrigo de la joven, que había quedado sobre la plataforma del mirador, se encontró la siguiente nota: "Él está mucho mejor sin mí… Yo nunca seré una buena esposa para nadie". 

Los motivos del suicidio, a menudo completamente secretos pero que en su lugar se manifiestan de manera espectacular, inclusive estética, como en el caso de Evelyn. Muchas escritoras han muerto de una manera también única. Pienso en Virginia Woolf, por ejemplo, colocándose una piedra pesada entre la ropa para hundirse lentamente en el río. El suicido implica una decisión, una decisión drástica. Hay una libertad que en el momento del suicidio se manifestó como catarsis y estaba reprimida hasta antes del hecho. Me impactó no tanto el hecho de muerte mismo, su implicancia sentimental, asunto en este caso policial, sino que ese salto abrupto entre lo privado y lo público que la joven acometió: desde una motivación íntima, secreta, relacionada quizá con el corazón, a un hecho que impacta abiertamente a la sociedad, hasta quedar inmortalizado con belleza en una fotografía. El momento decisivo del que hablaba Barthes en su estudio de la fotografía, ese momento del punctum en que la foto significa completamente un hecho de la realidad, sea este de vida o de muerte. Nunca se sabrá el por qué la joven quiso hacer de su dolor un asunto tan simultáneamente bello y violento. El porqué de la vida o de la muerte no se puede visualizar ni escribir de forma alguna. Solo se puede tener constancia de la belleza del producto. Del cómo de la vida y del cómo de la muerte (de la joven). En la foto de Wiles el tiempo, el tiempo de la joven suicida, choca contra su realidad, le es arrebatado ese tiempo, a modo de ofrenda, para simbolizar el dolor pero también la serenidad de una mujer enigmática. De ese modo, en la fotografía, parafraseando a Barthes en su "Cámara lúcida": "Ella ha muerto y ella va a morir". Esa parece ser la sentencia no solo de la joven suicida, y de los suicidas en general, sino de todos los que atestiguan con pesar, y también con elegancia, su paso por el mundo

sábado, 16 de abril de 2016

Siempre ante la gente que anda deambulando desamparada en la calle, extraviada por alguna u otra razón, siento una especie de extraño respeto, incluso una reverencia inexplicable. No ofrezco ayuda de la nada. Solo lo hago si me lo piden. No interrumpo su estado solitario con una insolente muestra de compasión, porque pareciera que están así por un motivo incomprensible para la masa. Ofreciéndole ayuda solo estaría demostrando que soy parte de esa masa. Que solo quiero publicitar una imagen caritativa ante mi circulo social, a costa suya. Que en realidad no comprendo su realidad. El orgullo del solitario, increíble en tiempos de hiperconexión. Hay algo en ese orgullo que se siente con un aire helado, milenario, que traspasa generaciones. Demuestra en el fondo que detrás de todo este espectáculo pirotécnico de palabras, negocios y relaciones infinitas siempre habita un solitario deambulando por las calles de la conciencia, no pidiendo la ayuda de nadie, solo profiriendo como un mantra la siguiente verdad: ayúdate a ti mismo, y ayudarás al mundo.

jueves, 14 de abril de 2016

Samsa enamorado

En la última novela de Haruki Murakami, "Hombres sin mujeres", existe un relato, exactamente el penúltimo, llamado "Samsa enamorado", en el que el protagonista es el mismo de la novela de Kafka, solo que esta vez el insecto despierta convertido, misteriosamente, en ser humano. Intento comprender el símbolo. Luego recuerdo que la imagen, en lugar de onírica, era kafkianamente real. Una metáfora de la desolación amorosa: La abrupta conversión de insecto a ser humano.

Besos y matanzas

Recuerdo una anécdota de antaño. Había un loco en el colegio al parecer de otro curso más chico que tenía escrita la leyenda "kiss em all" en el reverso de la capa. En un principio con otro loco lo tratamos de poser y maricón por tergiversar el sentido del título del album Kill em all de Metallica, de "mátalos a todos" a "bésalos a todos". Hecho completamente injusto, sobre todo porque podría haberse justificado diciendo que se trataba de un homenaje a la banda Kiss, o sea, su frase podría haberse leído como "que haya Kiss para todos", y no como la palabra beso en inglés. Podría haberse defendido como gato de espaldas tratando de salvaguardar cierta clase de orgullo rockero. Ante nuestra ceguera fanática, sin embargo, descartamos esa posibilidad y seguimos aludiendo a la frase "bésalos a todos" solo para echarle más leña al carbón. Esa disputa ridícula entre la frase mátalos a todos y bésalos a todos ocurría, por supuesto, sin que ninguno de los implicados pusiera realmente en práctica lo que defendía, únicamente como un slogan pretencioso, mientras los otros se mataban de verdad y se besaban de lo lindo. Esa disputa ridícula, sin quererlo, se ha transformado en una disputa universal. Un mundo dividido entre los que se besan y los que se matan. Y al medio, los indiferentes, los perdedores, los que solo pueden escribir sobre besos y matanzas.

martes, 12 de abril de 2016

Increíble cómo con algunos amigos uno se ríe de todas las miserias de la vida. Llega a una especie de catársis, de psicología inversa. "Puta que andamos botados, puta que no nos pescan, puta que nos pagan poco, etc". Todo adquiere el matiz de la risa, pese a ser patético, o precisamente por eso. En la amistad las miserias adquieren una dimensión noble. Se le quita esa carga depresiva, tan poco espontánea. O será solamente porque la miseria ama la compañía, como dice el dicho popular. A propósito, Enrique Vila-Matas, en su novela Exploradores del abismo, señalaba que: "No es cierto que la esperanza sea, como alguien dijo, la resistencia del ser ante las previsiones de su mente. No. Es el humor la verdadera resistencia de fondo (...) El humor es el inquilino eterno del vacío".

El profesor fracasado

Una reciente novela del escritor Cristian Geisse versa sobre un Licenciado en Letras que sobrevive haciendo clases en un liceo de Viña del Mar llamado Richard Nixon School. Para colmo, se trata de un personaje que no tenía contemplado hacer clases, sino que dedicarse netamente a la edición y a la escritura. Pero la realidad lo empujó a buscar trabajo de profesor. Dice a modo de reseña que el trabajo es miserable, puesto que son en su mayoría alumnos desinteresados con la asignatura, y con el propio estudio en general. El profesor para ellos vendría siendo el equivalente al paco en la protesta, un tipo que representa la autoridad y al cual hay que fastidiar a como de lugar. Por otro lado, el escaso o prácticamente inexistente vínculo con los otros profesores. Y el trato plebeyo del director y el UTP. Conforman así un argumento dantesco. Para nada estrambótico ni caricaturesco. Muy cercano a lo que en realidad ocurre. 

Los nombres de las nuevas instituciones, a menudo con nombres de grandes personalidades, por citar algunos: Isaac Newton, Charles Dickens, William James, René Descartes, Charles Darwin. Lo curioso es que, según veo, ninguno refleja realmente al personaje citado. Pareciera que el nombre ahí fuera solo un referente remoto, un aval invisible y encicloplédico para un proyecto educativo que choca de frente con la realidad curricular del país, a ratos paradójica, a ratos tragicómica. Es ingenuo pensar de afuera que allí encontrarán grandes teorías físicas, futuros novelistas históricos, filósofos académicos, inclusive científicos evolucionistas. A lo sumo, eficientes empleados. O universitarios que se creyeron el sueño americano. El por qué del nombre solo constata un hecho más crudo: la educación escolar chilena es un nicho de castas. Lo cierto es que a algunos les toca, para sobrevivir, la carne de cañón. Un nido de ratas, corrijo.

El interés de Geisse por los fracasados. Como lo manifestaba también Peter Handke en su novela "El año que pasé en la bahía de nadie", citada a modo de ironía: "Por otro lado, desde siempre he sentido atracción por los fracasados y los que no salen adelante como si ellos fueran como hay que ser. Los veo, desde lejos, literalmente ennoblecidos, o como si, entre nosotros, los de hoy, fueran las únicas figuras que tienen un destino." El interés por aquellos que siendo necios persisten en su necedad hasta alcanzar cierta sabiduría, parafraseando a William Blake, libremente. 

El profesor fracasa, por supuesto. Sin embargo, me sigue pareciendo burgués en su fracaso, a pesar de codearse con los quiltros del sistema. A pesar de parecer el cínico por excelencia. Cínico entendido en su concepto original. No el mentiroso, sino el desprendido. Personalmente creo que el fracaso, si se le pretende abordar por escrito, debiera ir un poquito más allá. El fracaso incluso en el amor. Algo ya rayano en lo patético. El fracaso en conjunto con la soledad. La soledad de un profesor soltero, pateado precisamente por su inestabilidad laboral, trabajando en un oficio part time los fines de semana, arrendando en una pieza o departamento, endeudado por un sueño obtuso, cargando a cuestas con las expectativas de su familia, no teniendo otra opción que la deuda o el exilio y, sarcásticamente, sin contar con el apoyo que se espera de un profesional derivado en la hidalguía. Pese a esto, y muy a su pesar, sigue siendo un burócrata asalariado. Y eso es lo interesante. Se somete a un trabajo que lo sustrae de si mismo, más allá de las clases que resultan un hervidero social, quizá el único lugar dentro de las instituciones que tiene vida, que se muestra simplemente como lo que es.

El fracaso no como renuncia, sino como aquello constituyente del trabajador en general: se sabe derrotado, sin embargo continúa, mete la cabeza al fango para si mismo (y los suyos). Un tío tenía un concepto oportuno en relación a esto: trabajar para salvarse el trasero. Buscar ese punto en que el profesor se vea tan arrinconado que para lo único que planifique y evalúe con sus conocimientos universitarios de contrabando y su cultura aspiracional sea para salvaguardar su trasero. "No lo hago en el fondo por ustedes, sino para sobrevivirlos". Ese quizá sea el punto de no retorno de la educación chilena. Y a su vez, su salto desde la tragedia a la comedia. Aquel punto decisivo en que el profesor pasa de ser un burgués doliente, venido a menos, a ser parte del espectáculo general del fracaso colectivo, de la risotada que deja entrever la pérdida del orgullo, que no por eso deja de ser cómica. Entonces el profesor en ese punto vuelve al término original de la comedia, desde la poética de Aristóteles. La comedia como el estilo de los que no eran nobles, de los que alguna vez lo fueron pero cayeron en la ignominia pública. La pedagogía en Chile, hoy por hoy, como el ejemplo de esa comedia.

"Ricardo Nixon School" de Cristian Geisse.

sábado, 9 de abril de 2016

Me avisan que ha muerto una vecina muy recordada en el barrio de los abuelos. Hace casi unos seis años había muerto también una bisabuela muy querida. Y unos años más atrás, en un incendio, otra persona entrañable de la familia. Incluso por poco no estoy contando esto, si no hubiese sido por algo, llámenle destino, azar o ese cúmulo de factores desconocidos que simplemente bautizamos con el nombre de casualidad. La muerte como el tópico por antonomasia, la gran interrogante que pesa sobre la conciencia: ¿por qué se muere? Se vive como si no existiese y, sin embargo, anda rondando, siempre. No hay romanticismo en el asunto. Se decía del poeta Pezoa Veliz, por ejemplo, que moría abandonado en su casa. Pero no. La muerte es menos elegante. Simplemente moría en un hospital público. La gente pobre muere, pero el mundo sigue. Eso es lo terrible. Muere sin aspavientos. Pero aún así se sigue adelante con la vida, como si pasásemos de ella. Se parece en eso a Dios. No se cuestiona hasta que le toca a otro. Por eso mismo, te recuerda que tiene espacio para todos. Pero como concepto solo nos deja perplejos. Lo que realmente afecta es más bien el hecho irrevocable de la pérdida. La pérdida de alguien más o menos conocido. La pérdida de un pedazo de mundo o de corazón. El desgarramiento. Mi madre decía que ella guarda recuerdos de la vecina. Un día la vio -quizá por última vez- estando yo presente. Sin duda lo que más extrañaba era a su marido. Casi pareciera que después de su partida ella ya estuviese tramitando secretamente su viaje al destino del amor. El amor, nuevamente, de mano de la muerte como almas gemelas, inseparables. La forma en que se da fin a un relato. Eso es lo que importa. Para el oriental no es tanto la muerte sino cómo se muere. No tiene ese tabú que tiene todavía para el occidental. Esa atmósfera de luto y de amargura. Se necesita de tanto en tanto la muerte para recordar que se está vivo. Por eso lo que se lamenta en realidad es la forma, no la muerte misma. Hay una diferencia abismal entre saber de alguien conocido que muere de un infarto en plena calle, de la nada, no habiendo antecedentes, y saber de otro que muere tranquilamente en su cama después de viejo, acompañado de un sinfín de seres queridos. Solo para un indolente eso daría lo mismo. Lo que queda en la retina es el momento exacto en que se deja de vivir. Cómo fue ese momento. Entonces el relato de la vida cobra fuerza, con un clímax y un desenlace oportunos. Todas las palabras, sin embargo, se vuelven insuficientes, porque están hechas de esa misma materia que muere. Porque se vuelven abstractas tratando de explicar aquello aún incomprensible. Aquello imprevisible que te deja a medio camino, que resulta absurdo o que simplemente se burla de la búsqueda de sentido. Pero en eso consiste a ratos ese juego que llamamos vida. Nos demuestra que las excusas son innecesarias, que en el fondo de todo no existen concesiones. Que por eso, parafraseando libremente a Hemingway, "nunca se vivirá bien si se teme morir".

La carta

El día Viernes una chica del primer ciclo escribe una carta a la directora solicitando, en calidad de representante del curso, el cambio de profesor de biología. El motivo era que según ella el profesor no explicaba bien, tenía una actitud prepotente y no enseñaba de una manera adecuada, ya que cuando se equivocaba se le hacía ver el error pero en lugar de aceptarlo entraba en cólera. Ella señala que todo su curso y el del segundo ciclo están de acuerdo con su solicitud. Pensé por un momento que si hubiese sido yo ese profesor, no estaría escribiendo esto con tanto entusiasmo. La carta por supuesto no nació completamente de ella, era parte de una actividad enmarcada en el discurso de género. Claro está, no el que discute el rol de la mujer, sino que el que hace la diferencia entre los tipos y los géneros textuales. Me impresionó no tanto la escritura de la carta como la determinación de la chica. Estaba convencida que la expulsión del profesor era la mejor opción para todos. Es más: estaba completamente segura de que lo que escribía tenía la voluntad suficiente para lograr su cometido. Le repliqué que no podía emitir juicio alguno sobre eso, mientas no se conociera la versión del profesor de biología. Increíble cómo de repente una alumna en apariencia desinteresada alza la voz cuando se trata de algo como eso, aunque pudiera ser que todo se trate de una simple estrategia o de un texto de ficción. A juzgar por sus gestos y la forma en que lo comentaba, pareciera que no. Me creía su cuento solo por el hecho de mirarla a la cara, con ese ademán inusual. Resulta inevitable, sin embargo, no sospechar de cualquiera cuando entra en juego esa clase de crítica. Cuando anda circulando un texto como ese. La realidad parece que se delata a si misma en ese hecho. En qué punto el texto adquiere la fuerza suficiente como para superar la palabra oral. La chica decía que no le gustaban las cartas. Pero se veía impulsada a hacerlo por el motivo señalado. El género nace entonces de un impulso, si se quiere, de un capricho; el tipo textual únicamente de un concepto, frío, alejado del deseo y de la necesidad. Inconcientemente vio nacer en ella una voluntad epistolar. A raíz de un hecho en apariencia injusto. En apariencia verdadero. Me interpela a mi también, en tono de broma: "Ahora sí que me gustó escribir cartas... Ojala que la lean (ustedes, los profesores)". Independiente de la veracidad o la falsedad del hecho, todos somos mejores escritores de lo que pensamos, cuando, como la chica, buscamos provocar algo en alguien o, cuando, como el profesor, nos vemos acorralados por nuestros propios actos.

jueves, 7 de abril de 2016

El simulador de la muerte

Escucho por la radio que en Shanghai ya existe una nueva atracción: el simulador de la muerte. Dicen que ha hecho furor por esos lados. El simulador de la muerte Samadhi te permite ser "asesinado" por tus acompañantes, ser "cremado" en un horno y luego ser "resucitado" y vivir de nuevo el nacimiento a través de un vientre gigante de látex. Los participantes, que pagan alrededor de 68 dólares cada uno, pueden además escribir sus reflexiones finales y últimas palabras, que pueden llevar a casa como recuerdo. Baudrillard se quedó corto. La muerte misma se ha vuelto una simulación entretenida por la que hasta se paga para ser experimentada. Hay algo en el proceso mental del oriental que resulta insólito, y por supuesto, interesante, algo que los hace llevar las cosas a un límite insospechado, alcanzando cuotas inimaginables de bizarría.

El paso de la luz


Primera clase de Expresión oral y escrita para Enfermería. Una de las alumnas, durante la realización de la actividad de la clase, preguntaba respecto a un video que se acababa de mostrar, consistente en un extracto de un reportaje sobre el ritual del Paso de la Luz, ceremonia que realizan las enfermeras de la UNAM durante su graduación. Decía si acaso el análisis de los factores de la comunicación debía hacerse en relación al video o en relación a lo que ocurría durante el rito. Insistía que en ese caso el emisor sería la periodista y no tanto la alumna enfermera que después del ritual acaba de graduarse. Y a su vez la audiencia sería el curso y no el público dentro de ese rito. Sin proponérselo su observación cuestionaba el análisis mismo. Indagaba en el vacío de la teoría. En efecto, la imagen vela la realidad; se agregan capas a una situación comunicativa en realidad fuera de tiempo y de espacio. La única situación en ese momento era la clase misma. Las enfermeras y el profesor de lengua, buscando llegar a algún punto de convergencia. Otra alumna, por su parte, se interesó en el ritual mismo. "El Paso de la Luz", qué quería decir, qué relación tenía la luz y la vela con el ejercicio de la enfermería. "Quizá la vida, quizá vida", elucubraba la agraciada chica. Esta vez su análisis de la situación comunicativa se adentró en el rito del Paso de la luz, como en una suerte de iniciación prematura. No entendía a cabalidad la teoría -siempre distante- de los factores de la comunicación. Sin embargo, comprendía intuitivamente el sentido del ritual. "La vela es el canal", dijo inocentemente la chica, sin entender mucho el análisis pero, en cambio, profiriendo una ingenua y hermosa frase poética. Yo le decía que el canal hace referencia al medio a través del cual es posible la comunicación, en este caso, el oral mediante la voz, explicación acorde al objetivo de la clase pero exenta de la interpretación libre de la alumna. ¿Por qué la vela dentro de ese rito no podía también a su vez ser un canal de comunicación? Esa era en verdad la pregunta del momento. Para efectos del trabajo, su respuesta estaba equivocada. Para efectos literarios, su respuesta era un error necesario. Un error magistral. El necesario paso de la teoría al error, y del error al sentido. 

Ya en el recreo antes de entrar a la segunda ronda de la jornada vespertina, converso un rato con la chica. Me explicaba razones sobre el por qué se decidió a estudiar Enfermería. Razones igual de mágicas que en su extravagante análisis. Reafirmaba a cada rato que era lo que ella "siempre quiso". En el fondo, no dio ninguna otra explicación que esa. Será que ha incorporado el rito del Paso de la luz a su vida. Que para ella la vida no es sino una vela que se pasa a otros. Una suerte de enfermera shakesperiana. No lo sé. El punto es que algo despabiló mi teórico rostro al verla sonreír en el instante en que reafirmaba su vocación. Lo hacía con tanto ahínco que parecía increíble que su expresión acabara por hacerme el día. La pregunta de vuelta no se hizo esperar. “¿Por qué estudió usted Pedagogía?”. De pronto todo el júbilo adquirió el tono de la incertidumbre. El por qué siempre tan inoportuno pero necesario, aunque fuese proferido por sus labios. El por qué como la pregunta indeseable pero a fin de cuentas inevitable. Pensé por dentro repetir la respuesta de la propia chica durante la clase: “Quizá la vida, quizá la vida”, pero sabía que eso no sería ni por asomo espontáneo. Que no estaría a la altura de la circunstancia. Simplemente acabé diciéndole: “Por capricho”. A falta de otro sustantivo adecuado, al nivel de una pregunta capciosa. Años de estudio, y ese por qué continúa intacto (y quizá siempre continúe así). Una vez que acaba el café en el recreo, la chica vuelve a clases. Sonríe porque le gustó reafirmarse frente a alguien desconocido. Yo le sonrío de vuelta, a pesar de no haber respondido a la pregunta fundamental. Porque la chica misma demostró sin quererlo que la teoría fue derrotada, que se evaporaba dentro de su propio fuego, que en una pura lectura fue capaz de dar paso a la luz de la casualidad.

martes, 5 de abril de 2016

Ese pequeño conjunto de hechos que van haciendo el día, que van enhebrando el sarcástico hilo de la vida cotidiana: Haber terminado de sacudir una sábana percudida hacía mucho tiempo, haber limpiado los restos de las arañas asesinadas impunemente contra la pared, haber logrado sintonizar una radioemisora sin interferencia, y ahora, dar con el día de mañana totalmente planificado, sin garantía del éxito, pero por lo menos visualizado correctamente en el archivo. Antes la alegría máxima era acabar con un ciclo cuanto antes, a cualquier costo. Ahora con el tiempo esa pequeña alegría se resume en volver a circularlo. La suciedad de la sábana, la araña en la pared, la interferencia radial, metáforas del pasado que vuelve. En ese tiempo sacudido, asesinado, y sintonizado luego de su interferencia, ahogamos el paso de los días. El presente mismo de esta escritura interfiere, sacude y asesina a sus lectores. No restará entonces otro tiempo que el de ese presente.
En el instituto donde trabajo no hay sala de profesores. La única instancia de socialización extra pedagógica se halla afuera en la calle. Muchos de los alumnos salen al patio. Salen en su mayoría en masa. Algunos fuman pa callao. Es algo fácil de intuir por el estado en que vienen. Aparte de eso, no consigo ver a prácticamente ninguno de los colegas. Al menos, a ninguno más allá del horario entre clases. Pensé para mi mismo: "Ese pito está más colegiado que los propios profesores". La única huella de su existencia la dejan impresa en la pizarra. Al entrar a la sala se debe borrar sistemáticamente la materia que dejan de la otra clase. Un alumno señalaba al respecto: "Hacen la clase y se van". Irónicamente, el otro día le expliqué a un alumno esta situación como ejemplo de la diferencia entre el lenguaje oral y escrito. Lo que hacían aquellos colegas fantasma era precisamente dejar un mensaje implícito por escrito: daban a entender su indiferencia con el resto del profesorado dejando la materia de su clase intacta en el pizarrón. Ausencia del interlocutor y tiempo diferido: las condiciones mismas de la escritura. Cada clase pareciera ser para ellos un gheto, una trinchera. La trinchera de las matemáticas, la trinchera de las ciencias, la trinchera del lenguaje, la trinchera de la historia. Los alumnos, en cambio, como una tribu diversa, todavía no contaminados por el virus de la especialización y del conocimiento académico, se percatan de este hecho lamentable y lo reconocen de forma indirecta, haciendo en el patio lo que no pueden hacer en clases, saboteando el concepto mismo de colegio, cagándose en el qué dirán, redefiniendo a su manera el concepto, al parecer desconocido para aquel séquito de profes invisibles.

lunes, 4 de abril de 2016

Función poética

Revisando pruebas, me doy cuenta que en el apartado de ejemplo de función poética, un alumno del dos por uno anotó lo siguiente: "Chile es un país tan pero tan infeliz, que hasta tiene la forma de una larga y angosta cicatriz".

El hambre

Entre la conversación con un amigo ex compañero de u, escribiente anónimo y también inédito de valpo, surge de repente una idea que me llamó la atención: "¿Y sin en lugar del tema de la inmortalidad como búsqueda trascendental fuera mejor dicho la eliminación del hambre?". El hambre, según él, como intuición de un vacío. El animal no dimensionaría esa hambre como vacío. Sin embargo, si se le elimina a su vida la pulsión de muerte, el ser humano pierde la brújula. Requiere de ese vacío como requiere del pensamiento. Lo decía en el fondo porque identifica toda la problemática moral y el vaivén filosófico con el hambre del mundo, que todavía existe en pleno siglo XXI. Sin hambre quizá el pensador no se hubiese atrevido a pensar, así como el cavernícola no hubiese necesitado del animal para sobrevivir. Pero ese dilema al parecer no cala tan hondo como el de la muerte misma, misterio a la vez contingente y universal. Borges en El inmortal decía con respecto a la muerte: "La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño". Gracias a la condición mortal, como diría Heidegger, y que serviría de base para su pensamiento filosófico, el ser humano es ser para la muerte. Y en la conciencia vaga y efímera de esa mortalidad se siente único, y se sabe con todo el derecho del mundo al cuestionamiento y al devaneo vital. Ese afán primitivo por buscar la inmortalidad no seria otra cosa que la búsqueda por el poder, por el poder multiplicarse en el eco y el reflejo del otro, pero a la vez, perder la bendita o maldita singularidad del relato que sabe que tiene los días contados. Para Borges en El inmortal: "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal". La inmortalidad sería la verdadera tragedia de los dioses, según el argentino. El hombre que pretende ser inmortal sería, de ese modo, una mezcla entre Funes y un nihilista. El compañero, pese a eso, seguía sosteniendo que el hambre tenía futuro como un tópico menos manido que la muerte para una trama novelesca. Se imaginaba, en lugar de un hombre que buscara la inmortalidad, un hombre que anhelara no tener hambre, o que efectivamente después de cierto tiempo dejara de sentir esa sensación de vacío interior. Construir una historia a raíz de esa posibilidad. Por supuesto, una posibilidad demasiado inverosímil, aunque solo posible si dejásemos de considerar al hambre como condición de la vida, ese vacío interior como motor del espíritu. Máximo Gorki fue categórico al respecto: “el hambre sigue al hombre como la sombra al cuerpo”. Plantear el escenario utópico de una sociedad sin hambre. Es el panfleto universal del político. Es el as bajo de la manga de los hipócritas. Por irrealizable. Sin embargo, si no hubiese hambre, nadie necesitaría de la inmortalidad, en definitiva, porque la muerte ya no sería un problema. Pero al fin y al cabo ese pareciera ser el devenir del timón del mundo. Un hombre sin hambre no necesitaría, en definitiva, escribir. Más escritores han escrito en el fondo en base al hambre que el número de cigarros de un fumador empedernido. Porque tanto sin hambre como sin muerte no habría sentido. Es así que se sigue escribiendo intentando aplacar la sensación del vacío que ruge por dentro, ese vacío siempre insatisfecho...

viernes, 1 de abril de 2016

Cronos

El reloj digital analógico en mi muñeca izquierda suena a la hora. Viene programado así de fábrica. Indica puntual, como un mercenario cronológico, el tiempo en que se debe volver a comenzar la gran rueda de las obligaciones, o bien, el hecho inexorable de que nos resta a todos (sin excepción) una hora menos de vida.