jueves, 20 de abril de 2017

420

Hoy día los cabros hicieron un alto por el día de la marihuana. No tenía idea de su existencia. Me puse entonces a googlear, y algunas páginas señalan que el memorable día (20 de abril) es conocido con la fórmula 4:20. El origen de esta fórmula viene supuestamente de una tradición iniciada en un colegio de California, en específico, el colegio San Rafael. Esa era la hora en que cierto grupo de estudiantes en los años 70, quienes se autodenominaron los Waldos, se juntaban a fumar, bajo la estatua de Louis Pasteur, una vez acabadas las clases, y en especial, una vez acabada la hora de los castigos disciplinares, casualmente, en plena época de la revolución de las flores. El día de esa forma no solo simboliza el consumo de la hierba sino que todo lo que la envuelve, el ánimo de sobrepasar los límites, de joderle la madre a los moralistas y a los pacatos. La sensación de aventura, de peligro, mezclada con la aceleración en el cambio hormonal y el efecto placebo y alucinógeno de la planta. En suma, la bomba química anti sistema y el atractivo tubo de escape para la realidad y su horda de obligaciones y de responsabilidades. Recuerdo que durante la clase de Consumo y Calidad de Vida uno de los chicos dijo entusiasta "Sáquese uno, profe". Era el chico que venía de España. Lo decía con una confianza admirable. Luego, un compañero suyo, chileno, fue todavía más lejos. Dijo que para él este día no tenía sentido. Le preguntaron que por qué. Y respondió que porque para él todos los días eran el día de la marihuana. Las carcajadas iban y venían. Ni siquiera yo mismo me había enterado sobre la existencia de un día dedicado a la cannabis. Y lo mejor y más bizarro fue que lo supe de parte de los propios alumnos, verdaderos beatniks en miniatura. La historia, de ese modo, se repite. Algunos entrarán a la U, en busca del orgullo profesional. Otros se meterán a trabajar en lo que sea. Pero a todos, sin duda, los seguirá uniendo ese día. Después de las clases, después de la pega, bajo otras estatuas, lejos de otras instituciones, pero volando, vibrando con la misma sustancia, y hasta con la misma inspiración e intensidad.

En relación al censo, una amiga se refirió a una pregunta conflictiva. Extrañamente, como la mayoría señala, no la pregunta sobre quién era el "jefe del hogar", que producía anticuerpos al asociarse al discurso de género, sino que la pregunta relacionada con la pertenencia a algún pueblo indígena u originario. Decía que la pregunta estaba mal planteada, porque señalaba explícitamente que si el censado se "consideraba", no si pertenecía, cuestión que queda a criterio subjetivo de cada individuo. Por ejemplo, si alguien del extranjero viene y por uno u otro motivo se considera mapuche, no siéndolo, tendría que colocar esa opción como válida; o, yendo todavía más lejos, si un rapa nui de repente considera que se siente identificado con otra etnia que no sale en la lista tendría toda la libertad de colocar cualquier clase de etnia en el apartado "otros", por rebuscada o absurda que resulte. El criterio entonces, al no estar bien demarcado, se encuentra con un callejón sin salida, y da para imaginar o inventar prácticamente cualquier cosa sin restricción, salvo el que cierta lógica al uso dictamine como inviable o derechamente fuera de lugar. La palabra "considerar", que en este caso significa creer, estimar, juzgar, verbos personalísimos, derivada originalmente del latín, "observar a los astros", rompe con el límite político y va más allá de la pura estadística. Entra en el terreno de la subjetividad, donde no existe otro censo que el de la imaginación. Merced a este error no forzado, cualquiera podría considerarse originario de cualquier lado (o de ninguno) si así lo prefiere, con todo derecho, siendo tomado por un loco pero con todo el vacío de la ley a favor de su inubicabilidad. Hubiera querido trabajar en el censo solo para leer las más disparatadas y surrealistas respuestas que hubiesen surgido de esa pregunta mal hecha.