jueves, 12 de septiembre de 2013

Martirologio del 11

"Articular el pasado históricamente no significa descubrir ‘el modo en que fue’ (Ranke) sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento de peligro. El materialismo histórico quiere apropiarse la imagen del pasado que, de repente, se aparece al hombre seleccionado por la historia en un momento de peligro. El peligro afecta tanto al contenido de la tradición como a sus receptores. La misma amenaza pesa sobre ambos: la de convertirse en instrumento de las clases dirigentes. En cada época deben realizarse nuevas tentativas para arrancar a la tradición del conformismo que pretende dominarla. El Mesías no viene sólo como el Redentor: él viene también para derrotar al Anticristo. Sólo aquel historiador que esté firmemente convencido de que hasta los muertos no estarán a salvo si el enemigo gana tendrá el don de alimentar la chispa de esperanza en el pasado. Pero este enemigo no ha dejado de vencer." Así rezaba Walter Benjamin en sus Tesis sobre la Historia. Tiempo después, se suicida. ¿Será la figura del mártir la del ángel del tiempo? ¿Es acaso posible condensar en una pura llamarada temporal, en un solo instante seco de plomo, las ascuas de una gran fogata histórica que nos ilumina a la vez que nos precipita a arder en ella? 

Nos enseña que la memoria debe arder, que quienes recuerdan están imbuidos de ese presentimiento ígneo, que del montón de sesos de los iluminados, vagando por la curvatura de un tiempo humano, podremos encontrar alguna clase de sinapsis o conexión con aquella historia enterrada, aquella casa hecha de cenizas, como si fueran la premonición de una pureza desencantada, por la fuerza implacable de un Tiempo que se sabe invencible. 

Esos ángeles desterrados, esos hijos del plomo histórico que tenemos por mártires, pululan entonces en cada ceniza de la conciencia, mudos pero fulgurantes, con un misterio como juramento: aprender a arder para que en ese acto se sienta la Historia. Sin embargo, "la buena nueva, que el historiador, anhelante, aporta al pasado, viene de una boca que quizás en el mismo instante de abrirse hable al vacío", sentenció Benjamin. Si no existe lengua alguna para el horror de un instante, si la propia lengua histórica traduce una puesta en abismo al momento de su comunicación en el tiempo, no quedaría sino la salida del mito, la encarnación prometeica de quienes dejan su materialidad por esparcir el fuego de una conciencia tan ardiente como intraducible. De esas mismas ruinas sería posible palpar aquel tiempo violento como una quemazón en la llaga de la memoria colectiva. 

Allende se suicidó, el plomo fue su testigo y ejecutor. Sócrates se suicidó, su cicuta arde en el logos occidental. Giordano Bruno fue quemado por la Iglesia, por defender la visión heliocéntrica. El saber nos llega en forma de disparo, diría Benjamin, el tiempo jalará del gatillo. La Historia es muda, si quienes no vencen no la escriben, es preciso quemarse y que su lectura póstuma arda en los ojos de los nostálgicos. Que sea como un corazón material tan pleno de sangre que se vacía: recordar.