viernes, 11 de diciembre de 2020

La soledad sonora, de Antonio Gala (fragmento)

“¿Desdeña el solitario a aquellos de quienes se separa? ¿Busca aquí sólo su propia explicación, su paz propia, el retorcido placer del que no arriesga nada y nada pierde? Exactamente para lo contrario ha subido hasta aquí. Para olvidarse de la parte de sí mismo que lo distrajo a menudo entre los otros”.

El cuidador de autos bajo el sol de la calle

Bebiendo una Austral en el patio afuera de la casa, del otro lado de la reja en la calle estaba el cuidador de autos que se suele poner ahí en toda la cuadra a trabajar. En un puestito que pone debajo de un árbol para protegerse del sol, estaba tomando una lata de Heineken y fumando un pucho, relajándose un poco durante una jornada calurosa. -Salud, maestro-, decía a lo lejos, empinando la lata. -Salud-, le contesté de vuelta, empinando la botella de Austral. Comenzó a hablar: -Está re caluroso. Más rato, tipo cinco, voy a la playa. No había ido hace caleta, y eso que la tengo cerca-. -Sí, hay que aprovechar, mire que se viene el verano-. -Así es-. -Harta visita, harto turista-. -Sí, y ya hay caleta de gente por estos lados-. -Demasiado-. -En Santiago sí que están cagaos. Tienen atao pa salir-. -Sí, retrocedieron parece-. -Aquí todavía no. Esperemos que no, mire que si no viene nadie, la pega baja-. -No, no creo. Va a venir más gente pal verano, yo cacho-. Así dialogábamos con el cuidador de autos. De pronto, se acercó un caballero con su familia para subirse a un vehículo estacionado. Este le dio unos billetes al cuidador. -Buen billete recibe-, le dije al cuidador de autos. -Sí, de vez en cuando se rajan-. -Qué buena-. Siguió conversando: -Yo creo que iré más tarde a la playa, maestro. Si voy ahora la arena culiá está más caliente que la conchetumadre. Hay que estar a cada rato tirándose al agua pa no quemarse las patas-. Mostró los brazos quemados, dejando la lata de cerveza a un lado. Negros por el calor. Miré por un instante los míos, también descuidados por la exposición al sol, formando un color asimétrico marcado por la ropa. -Hay que cuidarse del caregallo, está brígido-, dijo el cuidador. -Así es, está cada vez más fuerte-, le repliqué. El cuidador se levantó ante la aparición de un nuevo vehículo en un puesto reservado. Volvió a beber otro sorbo de la lata dejada en el puestito, se puso un sombrero y fue a trabajar. Al paso, saludó al caballero de los helados que iba en bicicleta. Ya se conocían. También lo llamó “maestro”. Así discurría el tiempo para el amigo cuidador de autos, entre la playa, el sol, la acera y la calle. Yo, mientras tanto, volví a entrar a la casa, con la Austral en la mano, refugiándome del calor.Tal vez sería una buena idea virar a la playa. Salir un poco del encierro. Tal vez no.