martes, 13 de diciembre de 2016

Voy al Instituto a firmar y retirar una carta que autoriza ausentarse durante todo el mes de Diciembre. El que haya que firmar algo para ausentarse resulta por lo bajo inaudito. Voy con total despreocupación. Una despreocupación, sin embargo, suspicaz. La directora entrega el resumen de las planificaciones del año. Me pregunta si acaso pienso seguir allí. Le digo que sí. Que lo único que no sé a ciencia cierta es la disponibilidad horaria del próximo año. La incertidumbre luego de haber acabado un ciclo. No hay seguridad completa en los avatares laborales. La emoción se dilata, pero también lo hace la tensión. El suspenso. La directora aprovecha de confesar que no seguirá al mando el próximo año. Que lo hará otra persona. Que se quedará en la sede de Santiago. Que debe viajar a no sé dónde. Le digo que mucha suerte. Felices fiestas. Una vez afuera, pienso en la palabra viaje. Junto a la palabra deber parece irreconciliable. Seguramente para la directora no lo es. Pero su tiempo y su libertad no son las mismas. El tiempo libre se vuelve así un limbo. Su libertad se debate entre la realidad del trabajo y la realidad del ocio. En el medio de esas dos realidades no queda otra que vivir.