lunes, 18 de febrero de 2019

Asperger

No deja de ser absurdo pero, por lo mismo, interesante, el hecho de que la psicología con sus denominaciones juegue muchas veces más en favor de la imaginación que de la lógica estricta. El lenguaje posee a quien lo posee, es una especie de cúmulo de arena que, una vez en la mano de tal o cual discurso, le hace creer al que lo posee que es el dios del desierto y que puede hacerlo florecer, aunque, en efecto, este siga más desierto que nunca. Lo digo por conceptos como el del síndrome de Asperger, asociado al nivel de intelecto en desmedro de la capacidad social y comunicativa. Se ha dicho de Einstein, de Steven Spielberg, incluso de Yeats, hasta de Mark Zuckerberg, que tenían el síndrome, como si se tratase de un titulo nobiliario ganado merced a la fama o a la distinción, como si con eso se volvieran una especie de enviados que, a cambio de la "desviación", pueden ganar el derecho a la inmortalidad, en contra de los neurotípicos mortales que, a su alrededor, y al amparo de los psicólogos como sus sacerdotes, simplemente figuran cual entes comunes y corrientes, testigos de semejante milagro de la mente. No sé hasta qué punto el diagnóstico del síndrome pueda resultar tan antojadizo, y servir para que algunos "genios" se adjudiquen a si mismos una especie de poder sobrenatural o de estigma espiritual, una verdadera camada de luminarias, elegidas mediante una maniobra hipster, que toda su vida fueron discriminadas, pero que, gracias a la ciencia y al sopor mediático, obtienen la venganza en vida que han deseado, el pedazo de paraíso que reclaman como criaturas expulsadas, creyéndose unos superhombres nietzscheanos en clave freak.