viernes, 10 de abril de 2020

Viernes Santo. En el centro había ambulantes con mascarillas vendiendo huevos de pascua. El alcohol gel, afuera de la farmacia, estaba más cotizado que la sangre de Cristo. Se apreciaba en la caleta Portales una fila enorme de comerciantes, guardando distancia a regañadientes, tratando de comprar reineta y otros productos del mar. Justo por casualidad veía Jesús de Nazareth, la clásica de Franco Zefirelli, el momento en que el Mesías buscaba multiplicar los peces. Al notar que se cumplía la pesca milagrosa, una horda de pescadores se abalanzaba sobre la costa para llevarse su parte. Cuánto creyente debe estar deseando en su fuero interno que ocurra efectivamente algún milagro, que sus súplicas tengan la efectividad del anticuerpo y se multipliquen los víveres por arte de magia. El virus, leído desde la óptica bíblica, bien puede ser considerado como un castigo divino o como una prueba más para la fe. Algunos apocalípticos abrazan la primera posibilidad; otros, todavía más temerarios, se exponen a la nueva plaga del siglo XXI, inmunizados por el mantra de su convicción.