sábado, 23 de abril de 2016

Libros

El libro todavía como una posibilidad. O como una utopía para los más románticos. Borges lo consideraba como un algo inconmensurable y por eso, relegado al papel de la memoria. En su relectura de los clásicos, que abominaban de la escritura como "algo muerto", Borges dignificaba el libro en cuanto aparato de la imaginación. Mallarmé, con cierto ímpetu y a la vez idealismo, decía que "el mundo fue hecho para dar lugar a un libro hermoso". El Libro con mayúscula. El sueño del poeta. Hoy por hoy, esa visión del libro se ha visto fragmentada, con la desmaterialización del texto en su dispositivo tecnológico.

Leí recuerdo, por ahí (y claro está, en un archivo digital googleado a la mala) un artículo sobre tres visiones modernas acerca del libro. Una de ellas hacía referencia precisamente a Mallarmé y su "Libro total". Otra de ellas, la segunda, tenía relación con Borges y su tan preciada visión enciclopédica del mundo y de la historia. El mundo y la historia como una gran biblioteca. Inclusive el paraíso. La última visión, la más escéptica sin duda, venía dada por Lovecraft. El libro como el umbral hacia lo desconocido, aquello que los hombres solo pueden intuir mediante su precario lenguaje verbal, pero que en el fondo desata realidades que escapan a su razón.

Descubro, por otro lado, y también mediante el aparato virtual, un pequeño ensayo de Gabriel Zaid llamado "Los demasiados libros", en el que hace patente que en la actualidad el libro se ha convertido en un fetiche. De la mano del mercado, ha perdido quizá ese carácter exclusivo, sagrado, y total, planteados por Borges y Mallarmé, respectivamente, y ha devenido un engendro técnico producido en serie y a gran escala. Solo basta pensar en la inmensa cantidad de libros de todos los temas y estilos que año a año, incluso mensualmente, ven la luz como si en lugar de conservar a mansalva cierto patrimonio perdido se estuviese dando lugar a una profusión muchas veces irracional: "La humanidad publica un libro cada medio minuto. Suponiendo un precio medio de 30 dólares y un grueso medio de dos centímetros, harían falta 30 millones de dólares y veinte kilómetros de anaqueles para la ampliación anual de la biblioteca de Mallarmé, si hoy quisiera escribir: La carne es triste, ¡ay! y ya he leído todos los libros".

Es una tarea titánica, por no decir ambiciosa, disponerse a leer todos los libros que uno quiere, y eso, además considerando el factor citado antes, resulta francamente ridículo. Pero ¿acaso no es esa pretensión ridícula de la lectura obsesiva la que nos apasiona? La lectura siempre vista como un vicio. La lectura como deseo, (como felicidad, diría Borges) y ese deseo solo desea desear. A pesar de la imposibilidad de abarcar todos los libros que fueron, son y serán, y que todavía solo son en la imaginación. Entonces, ese ejército de libros del futuro seguirá a la vanguardia, retando nuestra mortal capacidad lectora, retándonos a leer hasta la muerte, sabiendo que jamás se podrá leerlo todo, sencillamente, porque nuestro tiempo es demasiado limitado, y el número de los libros resulta incalculable y seguirá creciendo en masa, volumen y sentido, a pesar de nosotros.