miércoles, 17 de noviembre de 2021

Judith


El Cureptano estaba llenísimo. Entramos con Judith, Analía y Sátiro por el acceso de la barra. La tocata debía empezar tipo once de la noche. Llegamos a la hora, pero aún estaban preparando el escenario en la planta baja. Pedimos unas tres cervezas Becker en promoción y fuimos a la planta superior, donde se colocan todos a ranciar. Allí nos acomodamos. Sátiro abrió una de las botellas y comenzó a servirnos.

-¿Dónde andará la Eva? -preguntó Judith

-Se supone que debe estar con el loquito de Lapa muerta, me imagino -le respondí.

-Cuando empiece la música, bajamos a verla.

-Me parece.

Sátiro les ofreció cigarrillos a las chicas y luego a mí. Ambas los recibieron, menos yo. Analía fumó largamente y bebió un poco de chela. Sátiro también fumaba mientras le acariciaba el pelo. Analía miró fijamente a Judith.

-¿Quién es la Eva? -le preguntó

-Una amiga, ex colega, muy buena onda.

-Ella nos invitó, de hecho -interrumpí, entusiasta, con el vaso de chela en la mano.

Judith me quedó mirando por unos momentos.

-Me imagino que pronto comenzará el show -mencionó Sátiro.

-Sí, tranqui, compadre… la Eva me confirmó que la cosa empezaba tipo once… en todo caso, ya sabes que esto es como las lecturas de poesía, nadie es puntual.

-¡Nadie cumple su palabra! -agregó Sátiro, quien rio de la nada, estruendosamente, tosiendo por el humo.

Las chicas rieron. Yo sonreí levemente y seguí bebiendo. Enseguida, Sátiro dejó el cigarrillo en el cenicero al medio de la mesa y se dirigió al baño. Analía se levantó y lo siguió, tomándolo de la mano. Solo quedamos Judith y yo.

-Judith ¿y qué has hecho esta semana?

-Uf, ni te cuento. He andado como loca leyendo y escribiendo para mi proyecto de tesis, peleando con mi profe que es re exigente.

Le pregunté sobre qué estaba haciendo su tesis. Me respondió que sobre algunos relatos de los detenidos desaparecidos. Su voz se tornó un tanto conmovida. No pude evitar pensar en que se trataba de un tema demasiado redundante. ¿Acaso no había otra cosa más imaginativa sobre la cual escribir? Sin embargo, la escuché, hasta cierto punto, abstraído en sus ojos color piscina.

-Sabes que en un principio quise hacer la tesis de grado en eso, pero no me dio el cuero. Preferí hablar de la nueva novela histórica -dije, por decir algo.

-Dale, ¿qué autor?

-Abel Posse, Los perros del paraíso.

Judith se quedó pensativa unos segundos y siguió bebiendo. Luego comentó sobre lo mucho que ha tenido que leer, de modo que la mención a mi tesis desapareció. De todas formas, no era precisamente mi intención seguir una conversación estrictamente académica. Judith continuaba hablándome sobre lo suyo como si no hubiera un mañana, mientras yo la escuchaba atento a sus ojos, bebiendo ese vaso de tibia chela a tientas, esperando la ocasión para acercarme a ella un poquito más.

-A ver si te puedo ayudar -atiné a decirle, buscando empatizar, como decían los políticos.

-Estaría bueno, fíjate. Tú escribes bien. Necesito ayuda.

-Muy bien. Me avisas no más.

-Bacán.

Durante unos segundos nos mantuvimos en silencio, segundos valiosos en los que pasó por mi mente darle un beso, pero la pensé demasiado. Entonces ella dejó de sostenerme la mirada y ladeó levemente el rostro. Pasó la vieja. Seguimos bebiendo otro poco de chela de manera casi sincronizada, vacilando canciones metaleras, “tarros” cada vez más saturados por los parlantes viejos.

-Oye, Salva ¿y ya habías venido otras veces con Eva acá? -preguntó Judith, con un rostro tiernamente trasnochado.

-Sí, a principio de año veníamos con el H después de las lecturas, a puro ranciar-

-Ah ya, entiendo. Lo que pasa es que hace un año Eva me invitó acá al Cureptano y alcancé a estar un ratito porque me dio miedo y salí corriendo -se rio-Tuvo que ella ir a buscarme a la Subida Ecuador. Para que veas el nivel -volvió a reír.

Me di cuenta de lo loca que estaba Judith, pero estaba tan embobado que preferí quedarme igual, contra todo juicio. Cómo era posible que ella tuviera ese arranque de paranoia. Miedo a qué, me pregunté. Porque si uno viene al Cureptano sabe a lo que viene. Definitivamente, algo no andaba bien con ella. De todas formas, confié en que esta noche lo pasaríamos genial.

-Oye, pero cuéntame ¿por qué te fuiste así de la nada? -le pregunté a Judith, tratando de averiguar, neciamente, la razón de la sinrazón que a mi razón se hace.

-Nah, locuras mías no más -contestó ella.

-Pero alguna razón de peso debe haber, mira que acá, dentro de todo, igual es piola, tóxico sí, pero piola, comparado con otros locales de la Subida Ecuador.

-Lo que pasa es que andaba media perseguida por unos locos medios flaites que se nos acercaron cuando estábamos cheleando con la Eva, ¿cachai? Parece que andaban a la siga de la coca. De repente la noche es tan brígida, Salva. Yo no soy de venir mucho a estos locales, la verdad, pero apaño igual.

Ambos éramos ajenos al mundo flaite, pero estábamos familiarizados con él por el simple hecho de ser porteños. No parecía del todo raro, después de todo, que en un local como el Cureptano pasaran ese tipo de situaciones, considerando el perfil de la clientela, pero ese era el precio del vacile en el puerto.

-Ya, te cacho, pero acá casi nunca pasa nada, puro hueveo no más poh -le dije a Judith, buscando bajarle el perfil a su anécdota.

-¿Cómo que no? -preguntó Judith sorprendida.-Si a Eva casi le roban-

-Sí poh, hay flaites en todos lados. Valpito nada más- contesté.

En todo caso, era difícil saber si aquella vez le habían robado o solo había perdido sus cosas.

-Qué lata, pero no era ese el motivo real de mi miedo esa vez.

-Entonces ¿cuál era?.

-Algo en el ambiente me perturbó, ¿Cachai? lo que pasa es que soy muy sensible a ciertas situaciones o contextos. No lo entenderías, porque es algo muy mío, muy subjetivo, pero de repente siento la necesidad de huir, debe ser algo así como pánico. No creas que estoy loca.

La chica con quien estaba teniendo onda mostró atisbos de un severo desequilibrio mental. Eso me preocupó sobremanera y estuve a punto de despacharla por ese mismo motivo. Pero, de nuevo, contra todo juicio, porfiado, quise seguir a su lado, a ver qué nos deparaba la noche, confiado en que esta vez no le dieran esos ataques.

Fumó otro poco y me sostuvo un brazo, sonriente, pero con la mirada algo perdida. Le sonreí de vuelta.

-¿Sabí qué? No me hagai caso. Ven -dijo Judith.

Me corrí del asiento para colocarme más cerca. Entonces, la abracé, pero se trató de un abrazo de oso, algo amistoso, aunque con ganas.

-¿De verdad crees que estoy loca?

-No –mentí.

-Solo necesito protección, nada más.

En ese instante, me rodeó el brazo y sentí su calor mucho más cerca. Pensé en hacerme el huevón, llegar tempranito a la casa y no ir más lejos, temiendo que saliera con una cuestión peor que con la Eva, pero, en honor al creciente deseo sexual y al espíritu de la juerga, me quedé a carretear, como se dice, de puro jugoso y caliente.

-Tranqui -le dije a Judith, tras su extraño deseo de protección.

Al decir esto, la miré a los ojos directamente, bebiendo otro concho de Becker al seco. Era inevitable no perderse en esos ojos claros que contrastaban con la ranciedad, inundando el ambiente.

En verdad no tenía muy claro realmente qué era lo que quería de ella. Por un lado, la onda entre nosotros fluía de lo lindo; pero, por otro, ella tenía estas salidas bizarras. No sabía qué cresta pensar ¿y Judith, en qué estaría pensando, diciéndome todo esto y luego haciéndose la cariñosa, como si nada? Aquello no dejaba de inquietarme. Ella me siguió mirando nerviosa y sonrió. Hubo silencio por algunos segundos.

-Oye, Salva ¿y por qué le llaman Interzona? -preguntó Judith.-Suena como muy light, creo yo, aunque lo tomaran de Burroughs. No sé, es mejor Cureptano. Más propio, más porteño.

El solo hecho de mencionar al viejo Burroughs hacía que mi atracción por ella creciera, pese a todas mis dudas sobre su carácter. No había nada más interesante y sensual que una guapa loca vestida de negro, lectora de beatniks y bebiendo mala cerveza. Supongo que todo conectaba con mis obsesiones literarias.

-Con H le bautizamos así en referencia al Almuerzo desnudo. Una analogía literaria, una tontera nuestra.

-Ya, dale.

Judith siguió bebiendo, dio vuelta su rostro y vio regresar a Analía y a Sátiro, que venían muy abrazados.

Seguimos carreteando en medio del bullicio y los parlantes saturados, bebiendo cerveza barata e inhalando el humo de los presentes, entremezclados con el del ambiente. Esa onda me trajo memorias fugaces de aquellos carretes legendarios en locales metaleros ya prácticamente extintos. El Anemia era uno de ellos. Estaba justo al lado del Cureptano.

Seguimos bebiendo, hasta que a Judith le llegó un whatsapp de Eva. Le avisó que ya iba a empezar la tocata. Nos despedimos de Analía y Sátiro. Hacía rato que deseaban irse. Si bien era el ambiente para carretear con los amigos, ellos claramente estaban en otra.

-¿Se van ya? -preguntó Analía.

-Vamos a estar abajo, por si les tinca -respondió Judith.

-¿La tocata, cierto? -preguntó Sátiro.

-Sí, va a tocar Lapa muerta -le respondí

-Genial, en volá más rato vamos ¿o no, amor? -preguntó Sátiro, pidiéndole permiso a su polola.

-Pásenlo bien no más, nosotros seguiremos ranciando acá arriba -se despidió Analía.

-Como siempre -comentó al paso Judith, después de abrazar a Analía y Sátiro. También hice lo mismo.

Nos dejamos guiar por los acoples y la prueba de sonido de percusiones. Accedimos por una puerta interna. Allí un guardia grande nos cobró entrada. Tres lucas cada uno, con cover incluido. Pagamos el precio tranquilamente y entramos.

En el lugar, miré a la planta superior. Había una antigua terraza.

-Este era el Anemia -me di cuenta.

Judith se adelantó, tratando de encontrar a Eva, aunque alcanzó a escucharme.

-¿El Anemia? -preguntó con voz fuerte.

-Sí, un local metalero. Aquí veníamos a carretear con un amigo del colegio, a escuchar sus tarros y chelear como locos los findes -le respondí a Judith, forzando al voz.

-Mira tú, qué rockero -dijo ella, en un tono que no pude descifrar.

Seguimos caminando rumbo a la parte lateral del escenario y allí estaba Eva, arreglando algo entre los parlantes. Se sorprendió al vernos.

-¡Hola, cabros! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo están? Pensé que no venían.

-No puedo dejar plantada a una amiga -dijo Judith.

-Si pos huevona, no seas ingrata. Mira que me debes varias.

-Sí oh, sí sé.

Eva me vio y me abrazó de inmediato.

-Buena Salva, me alegro de verte ¿Cómo estai?

-Bien pues, querida, aquí, listo para el rock -le dije, entre otras estupideces de rigor.

-Oye ¿y tu pololo?

-¿Y cómo supiste? -preguntó Eva, asombrada de que supiera sobre su nueva pareja. Seguramente deseaba mantenerla piola, en secreto, con tal de mantener la atención de su viejo amigo y dejarlo orbitando el mayor tiempo posible. No podía faltarle su “admirador estrella”.

-Yo le dije que hoy tocaría tu pololo, el de Lapa muerta -Judith interrumpió.

-Ah claro, ya cacho. Sí poh huevona, debe andar por ahí. Mi pololo es el vocalista de Lapa muerta ¿qué tal? -dijo Eva, muy suelta de cuerpo, con el más enigmático orgullo.

El compadre apareció desde el fondo al costado izquierdo del escenario. Iba vestido con chaqueta de cuero negra, el pelo bien estirado y un jeans negro. Todo un líder de la vieja escuela.

Se acercó a nosotros con prisa, a paso seguro. Eva nos presentó ante él.

-Amor. Ellos son Judith y Salvador. Bueno, Judith es mi amiga y ex colega. Una poeta seca (sinceramente, no sé qué cosa habrá leído o escuchado de ella como para sostener eso). Salvador... -al mencionarme, se detuvo por un par de segundos y luego remató -un amigo de la poesía.

El compadre saludó rápidamente a Judith con un beso corto en la mejilla y a mí me estrechó la mano por un par de largos segundos, estableciendo su jerarquía como buen primate. Se dieron un beso rápido. Entonces el vocalista se fue a conversar con los compañeros de banda.

-La pasaremos bomba. Paciencia, que dentro de poco quedará la cagada -dijo Eva.

Nos quedamos mirando con Judith. Ella frunció el ceño, no muy a gusto a estos eventos. Eva se quedó un rato con nosotros, porque su pololo seguía por ahí conversando con los integrantes de la banda.

-Qué bueno que estén acá, cabros. Pensándolo bien, esta sería nuestra primera tocata -comentó Eva, bastante entusiasmada.

-Sí, por supuesto Eva. Estamos ansiosos de escuchar a Lapa muerta ¿o no, Judith? -dije, y de paso, le pregunté.

-Obvio -respondió ella, de manera escueta.

-No te noto muy convencida, huevona -comentó Eva.

-Amiga, tú sabes -dijo Judith, que era otra forma de decir que no sabía absolutamente nada de nada.

-Esas miradas cómplices, no vayan a pensar mal, son bromas no más. Pero aquí hay onda… ¡Salud por eso! -dijo Eva, eufórica, brindando por no sé qué.

Judith miró a ambos lados, algo nerviosa, con el vaso de cerveza en la mano, simulando no entender nada.

No sé por qué, pero ante aquella talla de Eva no pude evitar reírme. Ya conocía su forma de ser, aunque esta ocasión era distinta, porque era primera vez que me veía venir junto a Judith. En ese punto, me pregunté cómo era posible que este par de mujeres sostuviera con tanta espontaneidad una relación de lo más superficial. Ellas pretendían revivir un tiempo, una época que ya no les pertenecía, una muda de piel demasiado trajinada que ya se notaba en sus contornos. Querían revivir un pasado de lo más agónico. Y yo, aunque me costara creerlo, estaba siendo parte de eso. Cómo era posible, me volví a preguntar. ¿Acaso yo también estaba cayendo en esa nostalgia de una época sin futuro? ¿En ese vacío de quienes ya perdieron el norte y pretenden llenar de contenido sus vidas? Aparte de la calentura del momento, nada explicaba lo que estaba pasando ¿Acaso la promesa de un polvo valía la pena tanto despropósito? Despegué mi mirada del fondo del escenario, mientras tanto, Eva y Judith seguían bebiendo, cómplices de la sinrazón.

Eva nos dejó hacia un lado del local, donde había un pequeño puesto para ponernos cómodos. Los asistentes estaban casi todos al medio del escenario, listos para el mosh. El pololo de Eva, el vocalista de Lapa muerta comenzó a hablar por micrófono, agradeciendo la convocatoria del evento, y animándolos a todos a vacilar con energía.

-Muy bien, ¡todos a rockear conchetumadre! -gritó el vocalista, muy elegante y desde ese momento comenzó el show.

Durante dos temas, la cosa se iba calentando de a poco. Los asistentes empezaban a abrirse y a dejar sus puestos para vacilar el ritmo del punk porteño. Eva no dejaba de saltar y de vitorear, dura como ella sola, para variar. Judith, en cambio, permanecía sentada en su puesto, tranquila, hasta cierto punto, retraída. Miraba fijamente al escenario con una mirada perdida.

-¿Qué te pasó?.

Ella exhaló un largo humo de cigarrillo.

-¿A mí, nada? ¿Por?.

-Que estai tan callada -observé con cierto espanto.

-Un poquito cansada, no más. Eso es todo.

Así afloró la faceta temida de Judith. Lo que ella me había dicho hace un rato atrás se cumplió. ¿Era solo algo pasajero o realmente esta mina tenía esa clase de episodios todo el tiempo? Pensé que ahí debí haberme enchufado, ahí debí haberme dado cuenta que algo no andaba nada de bien con ella. Pero estaba en medio de una tocata y, a pesar de todo, aún quedaba carrete por delante. Había que aperrar a como diera lugar.

Después de dos temas, bebí lo suficiente como para vacilar al medio del escenario, entre tantos fans agresivos, armando un mosh. Judith, por su parte, permanecía en el mismo lugar. Me intrigó su actitud y la invité a levantarse, impulsado por el frenesí del momento.

-Vamos, ¡arriba! Sé que te gustará.

Le estreché la mano con tal de que ella la tomara para unirse a la fiesta del rock and roll. Ella se negó de inmediato, moviendo levemente la cabeza. Ante su negativa, dejé de insistir y preferí seguir disfrutando de la tocata.

A medida que seguían tocando temas cada vez más rápido, me involucré tanto en la volada que llegué a abstraerme. De pronto, solo era yo, el mosh, el punk rabioso de los Macha y los gritos de Eva a unos metros, cerca del escenario. Veía de tanto en tanto, durante los tiempos muertos, a Judith, que seguía allí en esa esquina, sola, bebiendo a tientas con presencia como de espectro. A ratos, se le veía pegada al celular, chateando con quién sabe quién. Parecía realmente de esas góticas vintage, con toda la onda pero fuera de lugar.

Cuando acabó el show, Eva y yo nos abrazamos, todo sudados por el vacile en el mosh.

-¡Increíble, amigo! ¡Increíble! -exclamó Eva, claramente extasiada.

-¡Estuvo la raja! -le exclamé de vuelta a ella, en señal de haber vivido una tocata de lo más intensa, como en aquellos viejos tiempos universitarios, cuando abundaban los recitales de bandas under en locales temáticos en el puerto, onda Anemia, onda 2120, un local metalero de esos años, ahora transformado en una bodega de obra.

Eva fue a felicitar a su pololo, que seguía rodeado de algunas fans. Judith se había levantado para ir a fumar a la salida del local.

-Acompáñame, necesito un poco de aire –me dijo.

Afuera, Judith me quedó mirando por unos segundos, con la mirada perdida que la caracteriza, mientras fumaba nerviosamente y con mucho frío.

-Parece que no te gustó la tocata –le dije.

-No soy mucho de tocatas, la verdad. Pero quería ver a la Eva.

-Igual fue larga la jornada.

Antes de entrar al Cureptano, habíamos ido a Viña a recitar unos cuantos poemas con unos chicos buena onda. Mala poesía, pero grata velada. Analía y Judith se contaban entre las invitadas.

-Sí, hay que repetir esos ciclos -dijo, sin mucha convicción.-Los chiquillos siempre hacen lecturas.

Seguimos esperando fuera del local a que saliera Eva. Ya era tarde. Nos acordamos de Analía y Sátiro.

-Oye ¿y dónde se metieron los chiquillos? -le pregunté a Judith.

-Me escribió Analía. Ya se fueron a la casa.

-Claro, si igual es tarde. Bueno, nada que hacer.

Salieron Eva y su pololo el Lapa muerta. Él se dirigió a nosotros haciendo un gesto con el dedo índice bajo su nariz. Le dije que no le hago a esas manos. Eva se acercó para despedirse.

-Invita a tu lanzamiento, será mejor.

-Pero obvio, amiga, más que invitada.

Las dos amigas se abrazaron cariñosamente, al punto de tambalearse. El vocalista esperaba al resto de la banda para salir en compañía de Eva. Luego, Eva se despidió de mí.

-No te pierdas, guachito.

-Tú tampoco.

Nos abrazamos. Eva se marchó junto a los Lapa muerta con rumbo desconocido.

Quedamos solo Judith y yo. Por un instante, un silencio incómodo. Ella estaba a punto de acabar su cigarrillo. Entonces pensé en seguir vacilando. Era la oportunidad para coronar. A ese punto, ya no sabía qué esperar de ella, luego de su actitud fantasmal en la tocata, pero, de todos modos, estaba tan ebrio y ella se motivó tanto de un momento a otro que solo tocó seguir el hueveo, que era lo único que nos deparaba la jornada.

-¿Te tinca ir al Máscara?- le pregunté -aún no son las tres.

Se quedó muda por un momento. Miró hacia la calle y luego dio vuelta el rostro tranquilamente.

-Sabes que me leíste la mente. Vamos al Máscara. Bajemos.

El lugar estaba repleto. Fuimos a la barra. Pedimos dos Heineken. Nos sentamos en una mesa muy cerca de la ventana. Ahí brindamos, ya no sabíamos por qué.

Tan pronto se relajó y se puso cómoda, sacó de su bolso un pequeño paquete en el cual envolvía unas hojas.

-Mira, Salvador, es la maqueta de mi primer libro. Échale un vistazo.

Judith me mostró su maqueta. Por su reacción y la expresión en su rostro, se veía bastante ilusionada.

-¿Sabes que este libro lo vengo escribiendo desde chica, Salvador? Aquí hay poemas que he escrito de niña y también otros poemas que escribí después. Me costó armarlo, pero ya está. No es solo poesía, hay toda una historia en estas páginas.

Yo trataba de aguantar el trasnoche mientras la observaba embobado, fingiendo pescarla.

-Pero quiero que leas algo, Salvador. Y dime qué onda.

-Ok -le dije, lacónico, tratando de seguirle la onda -te leeré.

Leí algunos poemas de su maqueta, a medida que bajaba a tientas la Heineken:

Todas las tragedias de mi vida se resumen en una noche, la más oscura

Ahora que mi rostro de niña me abandona

Siento que nadie me comprende, lloro y me consuelo

Porque sé que en el fondo nadie encuentra su puerto.

-Oye ¿y realmente sientes que nadie encuentra su puerto? -le pregunté, tratando de entender los versos suyos que me quedaron dando vuelta entre tanto lugar común.

-Nadie, nadie encuentra su puerto. Cuando crees estar en un sitio, en un instante, estás en otro.

-Pero yo lo único que sé ahora… es que nuestro sitio es aquí, los dos juntos.

Al decir estas palabras, le acaricié la mejilla suavemente. Sonreí. Ella también. Nos volvimos a mirar fijo, prologando nuevamente nuestro silencio, en la bulla del local.

-Ya oh, vamos a bailar será mejor -dijo Judith, levantándose decidida.

Me tomó la mano y fuimos directo a la pista de baile del fondo.

-Hace rato que quería venir a bailar ¿sabí? -comentó Judith en el camino.-He tenido una semana de miedo, que ni te cuento. Además está sonando el especial de Depeche.

-¿La dura? Pulento. Me encanta Depeche.

-Yo soy fanática ¡desde los 15!

-Hace caleta.

-¡Pesado!

Llegamos a la pista del fondo. Colocamos las chelas a un costado para poder vacilar tranquilos.

-Ay ¡Me muero! -exclamó Judith, al escuchar el tema que el dj había colocado.

Judith, ebria, alegre, conectada simbióticamente con la música, alzó su vaso de cerveza y tarareó “Enjoy the silence”.

All i wanted, all i needed, is here in my arms

Words are very unnecessary, they can only do harm.

Tarareamos casi al mismo tiempo con Judith esos dos versos del estribillo del clásico “Enjoy the silence”. Con ese canto ebrio y esas contorsiones, me fui acercando lentamente hacia ella, moviéndome al son de sus vaivenes, tratando de no desentonar y mantener el ritmo. De pronto, Judith me rodeó con sus brazos, tanteando el ritmo del siguiente tema, procurando no perderla de vista. Se aproximó, atrapándome con esos ojos grandes y penetrantes. Cuando estaba dispuesta, le agarré la cara y le di un beso, un beso largo que ella resolvió al son del sonido electrónico. Luego, me apartó con las manos, sonrió y seguimos bailando pegados, bajando lo poco de chela que quedaba, para acabar el especial de la noche. Nos quedamos allí hasta que la música terminó.

En un momento, Judith fue al baño. Estaba realmente lleno. La acompañé para no perderla de vista. La esperé por largos minutos. Sin embargo, no la vi más. Puede ser porque estaba desorientado. Pero no. Comenzó a dolerme la cabeza. Busqué a Judith por todo el local, mientras comenzaba a vaciarse. Ningún rastro. Había desaparecido. La llamé varias veces. Buzón de voz. Luego un audio de whatsapp. Era inútil. No contestaba.

Caminé tambaleante al baño. A medida que me abría paso entre el mar de gente, sonaba de fondo el tema Trash de Suede. Britpop. Generación X. Al llegar al baño, fui a mear. Me lavé las manos y el rostro. Ya no daba más.

Salí del Máscara, cansado. Di otra vuelta por la Plazuela. Nada. Ningún rastro de ella. No quise pensar lo peor, así que me detuve un rato en una esquina. Luego, fui a comprar un bajón donde el compañero Yuri. Un italiano. Lo devoré, aunque, en un lapso de segundo, cayó al suelo un trozo de vienesa. Un perro negro se acercó rápidamente para comérselo. Me quedó mirando unos segundos, cual guardián de la noche, y siguió su camino.
Hoy en Taller de crónicas, un cabro entregó su trabajo. Se titulaba "Crónica de un fracaso real". La hoja donde debía escribirlo estaba en blanco. -Pero no hizo nada- le dije. -Espere y ya verá -contestó el cabro- será autobiográfica. Recordé a Julio Ramón Ribeyro en su Tentación del fracaso. La hoja en blanco es voraz: devora tu vida.
Y ya que hablamos de teorías de conspiración, una de mis favoritas es la idea leibniziana de que estamos en el mejor de los mundos posibles y de que el progreso indefinido de toda la humanidad nos conducirá a una vida cada vez más próspera para todos, sin excepción.